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Juan Pablo Langlois (1936-2019)
CHILE O EL FIN DEL MÁRMOL
Por Vicente Undurraga
Publicado en https://www.guionb.com/ 1 de Diciembre de 2019
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No es que ansíe ancianos sabiondos, pero me pregunto qué dirá o habría dicho del estallido chileno gente mayor pero joven de neuronas, marcada por el cruce de lucidez y empatía, sencillez y humor a toda prueba y un afinado sentido de las proporciones.
Qué hubieran dicho, por ejemplo, Raúl Ruiz o Fernando Rosas. O qué dirá hoy Julia Toro. O qué habrá pensado en sus últimos días Juan Pablo Langlois.
En estas semanas pasan colados libros y músicas, se cancelan festivales y lanzamientos, pasa a segundo o décimo plano lo que aspiraba a ocupar un primerísimo primer plano cultural.
Pese a todo, no ha sido –no podría ser– el caso de la muerte de un creador tan fuera de serie como Juan Pablo Langlois quien, con su trabajo de medio siglo, tiene mucho que decir sobre lo que está pasando.
Nacido en 1936, murió de cáncer el martes pasado. Estudió arquitectura en Santiago y se aburrió. Se fue a estudiar lo mismo a Valparaíso, ejerció cinco años y se aburrió porque, dijo, “la creatividad se me transformó en perseguir dineros”. Se pasó al arte óptico y se aburrió. Se dedicó a trabajar de funcionario estatal y, aburrido de eso, se fue entregando a una carrera artística que lo convirtió, sin que le interesara especialmente serlo, en un precursor del arte conceptual en Chile, uno que supo conciliar ironía, crítica, emoción y risa en su trabajo.
Hace diez años, cuando en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende se presentó una retrospectiva de su obra, pude hacerle una larga entrevista para The Clinic, al final de la cual le pregunté qué venía después de esa exposición que era algo así como una obra reunida: “Me importa un huevo lo que venga”, dijo.
También le pregunté algo cuya respuesta podría traerse al presente para suponer cómo estaría viendo las cosas. Hablando de ciudades, le planteé si el problema del desarrollo urbano en Chile no sería que lo determina casi todo la variable económica. “Claro –respondió–, está bien que exista, pero pareciera ser la única. Por ejemplo, siempre me ha llamado la atención cómo llegan los edificios a la calle. Las veredas son unas cosas estrechísimas y el edificio parte ahí y sigue hacia arriba, y el tipo que pasa por la calle no importa nada… A futuro se podrían abrir los primeros pisos, hacer algo en las esquinas, en las plazas, algo que acoja a la gente”.
Algo Que Acoja A La Gente.
Justamente lo que el Ladrillo neoliberal chileno en 45 años nunca tomó en cuenta, que más bien desdeñó en pro de que la económica fuera siempre la única variable. Un desdén que hoy hace agua, deshaciéndose el ladrillo en un agua rojiza que no sabemos cómo decantará.
Pero no caía Langlois en la demonización de los proyectos inmobiliarios masivos. Sabía espigar, hacer distinciones, que es lo que estos tiempos intensos más requieren. No las tintas sobrecargadas, tampoco las medias tintas, sino el pensamiento de trazo fino, la aguzada y la agudeza. “La única gracia que yo le hallo a Paz Froimovich –dijo– es que ofrece una realidad. Hay mucha gente que la plata que tiene es para comprarse una cuestión de un espacio y dos cajoncitos y tener sauna en el primer piso. Esa aspiración es un derecho”.
Valoraba también la improductividad. A propósito de que en el centro estuvieran sacando por ese entonces las bancas por una ordenanza municipal de inspiración trabajólica, dijo: “Yo me solía tender en los bancos, en el parque”.
Langlois trabajó en su arte muy libremente, como si obedeciera sólo a una directriz; lo que Huidobro llamaría movimiento perpetuo. Con la inquietud y no la convicción como copiloto. Así pasó del arte cinético a lo que él mismo definió como “exactamente lo opuesto: ponerme a llenar bolsas de papel, sin ningún objetivo”.
En eso estaba cuando en 1969 Nemesio Antúnez, director del Bellas Artes, lo invitó a intervenir el museo. De ahí salieron sus “Cuerpos blandos”: esa manga larguísima hecha de bolsas con papeles que entraba y salía por las ventanas y puertas del museo como una serpiente. Luego Nemesio enfermó, el conservadurismo volvió al museo y las mangas fueron retiradas en un dos por tres. Pero en vez de poner el grito en el cielo, Langlois pidió simplemente que las dejaran en las bodegas.
A su modo, Langlois diluía la idea del creador como individuo tocado por el genio o como ejecutor de un programa, propiciando en cambio la idea de un hacedor cuya búsqueda era tan solitaria como azarosa y a veces colaborativa. Por ejemplo, en la preparación de sus “Cuerpos blandos”, decía, participaron jóvenes de las poblaciones El Esfuerzo y El Ejemplo, cercanas a donde él vivía por entonces, en Vitacura: “No había oficio, podía hacerlo con otros”.
En línea con ese descreimiento, en su obra trabajó con cosas nimias –un carné de identidad, un colchón, una cajetilla de cigarros, una radiografía, una tele vieja–, materiales que le confieren a la misma obra un (aparente) aire fugaz. “Todas mis cosas están basadas en la precariedad. No tengo paciencia para golpear un mármol y hacer una o dos obras al año. En cambio, con el papel es una facilidad. O trabajar con fotocopias y cosas del mundo corriente, sin pretender nada. Solo aislar esos materiales de su contexto para que parecieran sagrados”.
Sería cuestión de tiempo para que ese trabajo con lo precario desembocara en sus “Papeles ordinarios”, sucesivas series de hombres y mujeres a escala real y hechas de papel arrugado en las que desnudaba, literalmente, las relaciones humanas, partiendo por las de pareja. Incluso llegó a hacer una “Pietate” inspirada en Miguel Ángel, “pero la virgen estaba desnuda, con una teta afuera y mirándole el pico al Cristo muerto”, dijo.
En el fondo, su trabajo era contra la pureza. Tomó partido por la materia, por lo efímero, por lo orgánico y hasta lo grotesco, siendo “lo piloso la manera más clara de representar al cuerpo”. De sus propias esculturas decía: “Son figuras absolutamente irreales, pero que acercan a ideas reales, acercan a la realidad. En la escultura tradicional, los mármoles eran todas unas personas sin nada”.
Lástima grande ya no poder escucharlo más. No poder preguntarle si le parece que hoy Chile está dejando de ser una sociedad de seres de mármol. De principios de mármol. De una economía y una moral de marmolina.