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Ratas y Fiscales
Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera PM. 14 de Mayo de 2019
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Circula un video en el que, en una esquina europea y en mitad del día, un gato divisa a un ratón y sigilosamente se le va encima, pero este se le planta, lo intimida y el gato vacila y recula (ratonea), a tal punto que el ratón toma la ofensiva y en un tris tenemos al gato huyendo despavorido. No digo que sea el espíritu de los tiempos ni efecto del cambio climático, pero igual es un hecho desestabilizador del relato general con que crecimos. Cierto es que muchos pasamos la niñez viendo cómo Jerry le ganaba el mano a mano a Tom, pero era una fantasía catártica y se resolvía con ingenio, nunca cuerpo a cuerpo.
Le mandé el video a un amigo proclive a las cloacas y me respondió con un reportaje a fondo de Chilevisión Noticias en el que aparecen dos ratas agarrándose a combos en la Plaza de Armas de Copiapó. Tal cual. La mocha –no cabe otra palabra– fue registrada entre carcajadas por unos jóvenes noctámbulos devenidos en cazanoticias: alrededor de un basurero, los dos ratones parados en sus patas traseras se tiran aletazos, se derriban y revuelcan en el suelo. Tampoco creo que sea señal de nada, sino lisa y llanamente un asqueroso hecho de insalubridad pública, pero de que esta escena nortina se presta para ser leída como metáfora nacional, se presta: no faltará el alharaco que diga que nos retrata inmejorablemente en cuanto cultura cochina y agresiva o que es una postal indicativa de cómo en una sociedad de rateros las ratas se desatan.
Todo puede ser, como decía Sancho, pero todo puede mirarse de otro modo, también: si la rata ha sido siempre símbolo de lo repulsivo, quizás sea el tiempo de mirarla de otro modo, como lo hizo Mario Levrero en Diario de un canalla, donde, “superada la primera reacción cultural de asco, miedo y odio”, se dedicó a observarla con dedicación exclusiva: “Incluso le arrojé unos trozos de pan y de queso. Me sorprendió encontrarme, a pesar de toda la propaganda, con un animalito elegante, inteligente, grácil y tierno… Casi diría que veía a un hijo”. Esa sería tal vez una actitud conveniente para estos tiempos, aunque la inercia cultural pesa mucho: hace un tiempo corrí como loco por Los Leones tras cruzar miradas, a la altura de calle California, con un guarén del que huí tres cuadras a pesar de que jamás me persiguió.
No sé por qué, pero la pelea de ratones en Copiapó se me conecta con la situación de la Fiscalía. No quiero decir con esto que esa institución clave sea un nido de ratas o una ratonera, no, pero cómo se explica por ejemplo que el fiscal Moya tuviese en su casa dos computadores y doce celulares de jueces investigados. ¿Se los rateó? Hablando en serio y siendo justos, es una comparación antojadiza y no ha lugar, por lo pronto porque ciertamente hay mucho fiscal correcto y diligente opacado hoy por la telenovela oscura del quiebre de los fiscales Arias y Moya (¿se viene el spin off en tribunales?).
Es también un paralelo impreciso porque mientras los roedores descuidan el estado de su pelaje hasta el punto de ser famosos por lo feos y sucios, más de un persecutor cultiva tanto o más la visita a barberías que el rigor procesal. Yo creo que, descontado el fútbol, en ningún otro rubro se le trabaja con tanto ahínco a la expresividad pilosa. Se ve harto persecutor con bigotillos extravagantes, candados y chivos delineados con esmero digno de mejor causa (judicial), patillas-hilo o sorprendentes continuidades entre pelo y barba, al más puro estilo de una pelota de tenis (sepa Moya).
Sé que la apariencia estrafalaria en el mundo legal probablemente tenga su origen en las escuelas de Derecho, donde muchos futuros litigantes deben aprender desde temprano a conciliar su vanidad con el aburrido dress code leguleyo, lo que redunda en mucho suspensor, zapato puntiagudo, ambo y pantalón apretado en la pelvis. Sé también que la apariencia no debiera ser considerada a la hora de discutir cuestiones tan serias, pero en algo hay que divertirse mientras no se aclare la diferencia que hay o debiera haber entre perseguidos, persecutores y perseguidores: en materia de investigación del delito, digamos, no es lo mismo ser ratón que rata, y un fiscal no debiera ser ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario: un gato perspicaz, prescindente y limpio. Y que ojalá no huya de las ratas.