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AGUAS INSOLENTADAS
Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera PM, 4 de junio de 2018
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En Latinoamérica hay muchas poetas enormes. Grandes voces de la lengua que han hecho por la mujer latinoamericana algo clave: dar voz. Voz, cabida y circulación. No sólo a las sin voz, también a las con voz, las desoídas, las nuevas, las muertas.
La Mistral, Marosa di Giorgio, Blanca Varela, Juana Bignozzi, Blanca Wiethüchter, Violeta Parra, Idea Vilariño, Susana Thenon y tantas. Y poetas vivas como Yolanda Pantin, Lina de Feria, Verónica Zondek, Tamara Kamenzsain, Daisy Zamora, Elvira Hernández y tantas. Inventan un modo de ver y pensar, conjurando las mil formas de la injusticia, y también celebrando ser mujer: no han escrito desde la indignación cerrada (o no únicamente) ni desde eso que Ingeborg Bachmann llamara “la moral imbécil de las víctimas”, sino desde la inteligencia, la experiencia, la rebeldía y la libertad ganada, la risa: no lamentan al mundo sino que lo encararan, piensan, burlan e inventan.
La nicaragüense Daisy Zamora es todo un caso. Nacida en Managua en 1950 en una familia poderosa, fue guerrillera sandinista, locutora radial clandestina durante la dictadura de Somoza y viceministra de cultura tras su derrocamiento; aún hoy, radicada en California, es una feminista activa. Siempre ha sabido anteponer la poeta que es y hablarle o hacer hablar desde ahí a la anciana que se rebela en la viudez, a la feliz muchacha ebria, a la combatiente aterida, a la masajista melancólica, a sus propias ancestras olvidadas, a Blancanieves, a las casadas con energúmenos, a la planchadora sin apuros, a la familia cómplice del poderoso que viola a una niña e incluso a la dama que la fustiga por sus versos: “Lamenta mis visiones ásperas. Las quisiera suaves / gratas como los pasteles y bombones que usted come / Siento no complacerla / Aquí, comemos piedras”.
Zamora es una poeta notable. Y ser una poeta nicaragüense notable no es poca cosa, pues Nicaragua, como Cuba, como Chile, como Perú, tiene una altísima densidad poética. Voces como la de la jovial Zamora –tiene a los 70 la misma cara que a los 30, con esa enorme melena hoy canosa– pueden ayudar a entender y calibrar lo que pasa hoy en Chile. La irrupción de varias poetas en la literatura y la vida nicaragüense en los años 60 fue, en palabras del reciente Premio Cervantes Sergio Ramírez, “una rebelión que altera el paisaje, remueve montes antes imperturbables y rompe cauces donde nunca antes habían corrido aguas insolentadas”.
Recordé a Zamora al repasar la cuenta pública de Piñera. Revisarla entera no es fácil. Lleva tres meses y habló hasta por los tensos codos, como no se peroraba en esa instancia desde 1999. ¡La campaña ya pasó! En tiempos mejores, donde la eficiencia debiera reinar, que el discurso se haya alargado más que La Araucana resulta anquilosado. En lo cultural-social fue una cuenta un pelín retardataria. Por cosas que dijo y por las que no dijo. De las primeras, una ha llamado razonablemente la atención: “Una sociedad en que las familias no quieren tener hijos es una sociedad enferma”.
Quien dice eso pareciera querer a las mujeres entre la muda, la moda y la maid. La diputada Maite Orsini supo replicar: “Somos personas, no incubadoras”. Que el presidente que sólo ayer manifestara su lealtad al movimiento feminista diga eso y zorronée ante la presidenta de la Cámara de Diputados –su anfitriona–, es tan anacrónico e insólito como las notarías, privilegio de privilegios en el país del papeleo. Parece que viene un informe donde la Fiscalía Nacional Económica les parará el carro al mercado notarial.
Ya que citó a la Mistral y Proust, sería lindo que Piñera leyese a Daisy Zamora, pero es improbable. Sí, quizás, pueda atender a unas líneas escritas por Arthur Rimbaud ya en 1871: “Cuando se rompa la infinita servidumbre de la mujer, cuando viva por ella y para ella, cuando el hombre –hasta ahora abominable– le haya dado la remisión, ¡también ella será poeta!... Descubrirá cosas extrañas, insondables, repulsivas, deliciosas; nosotros las recogeremos”.
