Proyecto Patrimonio - 2019 | index | Vicente Undurraga | Autores |
Los profesores
Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera PM. Martes 18 de Junio de 2019
.. .. .. .. ..
Sin santificarlos, la literatura ha sabido rendir a los profesores el homenaje que la sociedad tercamente les niega, dándoles un trato de miseria y burla y precarizando un trabajo que, llevado a cabo con dedicación y cariño, es de los más nobles de la especie humana.
Pnin y Stoner son dos de los muchos profesores entrañables que ha dado la literatura norteamericana. Un catálogo mundial sería infinito, pero acotándonos a lo local es de referencia obligada “Los profesores” de Parra, quien así como en otros poemas expone la abnegación y entereza profesoral, en este los muestra en toda su grisura (“Nadie dirá que nuestros maestros / eran unas enciclopedias rodantes”), del mismo modo que la complejidad de su ambiente laboral aparece magistralmente en las prosas de Mistral, las crónicas de Mellado, los poemas del futuro de Yanko González o las novelas de Cristián Geisse o Daniel Campusano, donde los profesores sobreviven a duras penas al alumnado de clase alta o baja, hostil por igual al enseñante.
Hostilidad cuya solución, dicho sea de paso, constituye uno de los puntos del petitorio del actual paro de los profesores.
Paro que ya lleva dos semanas y que el gobierno atiende con la especialidad de la casa –la interlocución de una ministra ciega y sorda, aunque no muda, y el expertise de Fuerzas Especiales de Carabineros–, como si los profesores movilizados –ni siquiera por mejores remuneraciones, sólo por más dignidad y respeto– fueran unos vagos reclamones a quienes, de paso, corresponde cobrarles venganza por ese profe desgraciado que en la niñez nos requisaba o rompía las pelotas.
Hay profesores pencas, claro que sí, meros perpetuadores de las ideas y formas de la casa del pupilo, funcionarios hundidos en el pupitre lectivo de su mediocridad, capaces de matarte para siempre el amor por las ciencias naturales o el arte. Pero no es esa la esencia del profesor, sino el compartir (más que transmitir) saberes como se traspasaba antes el fuego, enseñando “con la actitud, el gesto y la palabra”, como pedía Mistral, para mostrar lo único importante: el mundo como algo siempre más amplio de lo que uno suponía.
Recuerdo con cariño a la tía Benigna, profesora jefa de mis primeros años de básica que me transmitió un sentido general de gusto y curiosidad por las materias, que me puso, para decirlo con Francis Ponge, “de parte de las cosas”, modo de ver al que me aferré luego al enfrentar al penoso y policial tío Marcos o al tortuoso tío Marcelo, quien gustaba de remitirme a inútiles fonoaudiólogos porque según él yo no controlaba el ceceo ni distinguía la ere de la erre.
Con mucho afecto también me acuerdo de Teresa Gatica, mi profesora de Historia al final de la media. Por su culpa casi estudié Derecho, pero le perdono todo porque me abrió la cabeza al pensamiento humanista y al continente en el que está inserto este país, que hasta entonces me enseñaban como una desagradable isla, suma de ejército prusiano, capilla española y banco gringo.
Hay profesores que enseñan bien un día y son buenos. Pero hay los que enseñan bien toda la vida, esos son los imprescindibles para una sociedad menos acabronada que esta, tan desquiciadamente neoliberal. Cómo puede cambiar tu vida el profesor que te deja ver la belleza de las matemáticas (yo recién tuve esa suerte en el preu), de los árboles, de un gran poema (en vez de asfixiarte con info sobre retruécanos) o lo que hicieron quienes antes habitaron este mundo, eso que se llama Historia y que este gobierno quiere reducir, arrinconar, hacer optativa, como si educar fuera formar Empleados del Mes con permiso para elegir su hobby.
Pueden coincidir, pero no es lo mismo un académico que un profesor. Cómo se ha precarizado desde los municipios y las corporaciones el lugar del profesor escolar es análogo a cómo, desde la universidad, se lo ha hecho con el lugar del docente, que debe hoy por hoy, para mantenerse contratado, llenarse de postítulos y dedicar media jornada o más a la necrosis mental y lingüística que a menudo supone el método del paper.
Si no cuidamos a los profesores seremos un país de analfabetos buenos para hablar en infinitivos. Eso.
Ah, y señalar que la Historia vale más que el mejor de los negocios, porque los antecede. Mencionar también que el marketing jamás nos vencerá porque es intrínsecamente reactivo, no creativo. Y recordar que hay un paro nacional de profesores cuyo reclamo es justo y necesario.