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Vicente Undurraga publica su primer libro, "Todo puede ser"
Mundana Ediciones, 2022, 160 págs.


Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias. 19 de diciembre de 2022


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En el volumen, compuesto por 17 ensayos, el autor reflexiona acerca de igual número de verbos, mezclando sus posibilidades
filosóficas con la experiencia y los recuerdos.


La curiosa y medio tarzanesca práctica de empezar frases con un verbo en infinitivo, tan extendida entre periodistas, políticos y en general cualquiera que tenga que emitir un discurso ante algún público ("Agradecer la presencia de ustedes aquí esta tarde, lamentar la partida del conocido músico, recordarles llevar sus colaciones"), puso en alerta a Vicente Undurraga en relación con esa forma verbal y "su carácter abstracto, previo a cualquier encarnación, a cualquier fijación temporal o espacial": el verbo desprovisto de un sujeto definido y sus circunstancias. La acción misma, tan pura como meramente potencial, sin alguien que la ejecute, sin lugar, sin tiempo.

Así, escogiendo infinitivos por aquí y por allá hasta juntar un puñado de diecisiete, Undurraga se lanzó a explorar esos verbos, para pensar literariamente en ellos, pero también para indagar en los recuerdos personales, en la experiencia inmediata, en las imágenes que evocan. El resultado es su primer libro, que bajo el título de Todo puede ser acaba de ser publicado por Mundana Ediciones.

"Trasnocho desde que tengo memoria y tengo memoria desde que trasnocho": así empieza la primera pieza de este conjunto de ensayos, dedicada desde luego al infinitivo "Trasnochar", en cuyo significado se confunden el fin de un día y el comienzo de otro. El insomne se interna en una maraña del tiempo, con los sentidos atentos a esas confluencias: "De noche se recuerda", escribe, "se está y se imagina simultánea e intensamente, como si se diera el milagro de habitar pasado y presente y futuro a la vez, no anulándolos sino anudándolos, integrándolos o más bien trenzándolos, sin que el uno suponga la suspensión del otro".

"Temer", "Creer", "Confiar": cada verbo va abriendo en los textos un nuevo horizonte de reflexión, oportunidades de indagar en los rincones sombríos de la existencia, en la necesidad de algunas certezas, en el aprendizaje imprescindible de saber cuándo entregarse y cuándo sospechar, reconociendo el punto en que la buena voluntad se ausenta y deja su lugar a amenazas que más vale tener detectadas con el rabillo del ojo. Una cosa es vivir con las manos abiertas, pero "quien no afila el sentido de la desconfianza, de la sospecha, está arruinado".

Undurraga analiza sus verbos con delicadeza, pero sin miedo a las íntimas honduras a que puede llevar ese ejercicio. La seriedad tampoco le impide el humor; es más, recurre a él con frecuencia. En "Deber", se adentra en el terreno de las deudas y las cobranzas, la sabiduría de "disfrutar con lo que está a la mano" en vez de "someterse a la tiranía crediticia", pero también la de negarse al prestamismo emocional, es decir, no deber y no cobrar y, sobre todo, no pasar la cuenta: "No guardar rencores, no exigir sentimientos, dejar ir, asumiendo la pérdida en contra". Deuda y cobranza son infiernos poderosos. Dice: "Cobradores ha habido siempre. El Cachúo le llaman a uno de los más bestiales".

El gusto inexplicable por cierta golosina en "Recaer", el roce erótico en "Tocar", la diversidad de la lectura en "Leer". Los verbos van así dando luces sobre pequeñas y grandes experiencias, tendiendo puentes de reflexión y conversación. Perder y reír, regar y quemar: opuestos que son puntos cardinales de la existencia.

 

Música fúnebre

Dividido en dos partes, el libro reserva para su segunda sección un solo verbo: "Morir". Eso no se debe sólo al peso específico de la muerte, sino también a circunstancias personales del autor, que lo hicieron pensar en esos momentos en que el fallecimiento de un pariente, de un amigo, incluso de una mascota, pasa a llevar la propia existencia, a veces con una fuerza desmedida, otras con apenas un roce imperceptible, pero siempre como avisando que el fin de uno mismo anda por ahí agazapado. Entre sus muchas cavilaciones, se pregunta: "¿Cómo se elige la música para enterrar a un ser querido?". La posible respuesta no alcanza a ser enunciada. Queda en silencio.

 

 

 

 

 


[adelanto]

 

 

Infinitivos


Que somos capaces de hablar sin usar verbo ni sujeto. O que los usamos desplazados, hablando horas y horas sin que se sepa bien de qué. Lo observó, sin lamentarlo, Raúl Ruiz sobre los chilenos. Pero algo pasó.
En algún momento se comenzó a expandir algo así como la práctica contraria: el uso y hasta abuso del verbo en su forma esencial, el infinitivo, sin conjugar y puesto invariablemente —desplazado— al inicio de las intervenciones. Sin ironía, más bien con solemnidad. Agradecer la presencia de ustedes aquí esta tarde, lamentar la partida del conocido músico, recordarles llevar sus colaciones.
Por su carácter abstracto, previo a cualquier encarnación, a cualquier fijación temporal o espacial, los infinitivos anteceden a la acción. Son el verbo en estado puro, antes de que una conjugación los enlace a un sujeto y a unas circunstancias que hagan de ellos materia viva, realidad.

Acá reúno algunos verbos que podrían ir al principio de la oración que con nuestros días y noches vayamos escribiendo. Pero no a la manera de una prescripción, sino aspirando a ese enlace, pasados por la experiencia y la reflexión, tocados por la voluntad y la debilidad, la pena y la risa. Y por el azar. Quisiera, dicho con palabras de Alfonso Alcalde, "mantener alerta los verbos". Meditarlos, aterrizarlos. Porque estos verbos son, dicho ahora con un verso de Eunice Odio, "puertas que a lo largo del alma me golpean". Algunos parecen contradecirse, pero contradecir es el verbo que, sin estar, está siempre en estas páginas. Podrían ser otros, pero son estos.
"Morir", que va al final, es el origen y a la vez el punto de llegada o de fuga de los demás verbos, que hacen poco más que merodear, anotar, complementar y consolar a ese hecho definitivo que es el morir ajeno cuando de tan próximo prefigura el propio. En los días en que este libro ya estaba en manos de la editora, murió mi abuelo, Ernesto Rodriguez Serra, que da vueltas por muchas de estas páginas, que determinó tantos pensamientos y lecturas en mi vida como en la de tanta gente y que pocos días antes de partir, mientras soltaba sereno sus últimas amarras, me habló emocionado y con esa inteligencia y sencillez irrepetible que tenía del verbo atizar, que es encender un sentimiento e incrementar el fuego.
Revisitar verbos clave, activarlos o desactivarlos con una renovada y ardiente conciencia de la finitud que nos acecha, de que se vive entre muertes, de las limitaciones que nos exceden e incitan, tal vez sea eso, una forma de atizar, de buscarle el lado al mundo y llevar adelante una vida que no se paralice ante tanta hostilidad y rigidez, que no sucumba. Que sepa soltar y saltar, como la rana de Basho.

 

 

 



 

 

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