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CLAUDIO ARRAU O LA SUSTANCIA DE CHILLÁN

Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera PM Jueves 20 de septiembre de 2018.



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Chillanejos ambos, mundiales ambos, nunca entendí por qué Nicanor Parra arremetió, en la voz del Cristo del Elqui, contra Claudio Arrau en un duro poema publicado en España a días del plebiscito: “Pan es lo que queremos / y libertad / y derechos humanos / Ud. no sabe lo que pasa aquí / infórmese Maestro / o se va con su música a otra parte”. Curioso que lo agarrara por ese lado siendo Arrau, no digamos que un combatiente, pero sí claramente un detractor que supo manifestar, con la misma elegancia de su arte pianístico, su rechazo a la dictadura. Firmó cartas y declaraciones en el exilio, dejó de venir a Chile en los 70 y cuando decidió que, dada la eternización de la tiranía, vendría igual, exigió no ver a Pinochet (y cuando éste, avivándose como lo haría años después con el papa en el balcón presidencial, se dejó caer sorpresivamente con Lucía Hiriart en el Teatro Municipal, Arrau ni los miró ni cantó el himno nacional, limitándose a bajar la mirada y apoyar una mano en el piano, en un gesto de distancia sideral que, bien mirado, fue uno de los más potentes desdenes dados al dictador por el mundo cultural). Y años después mandó un video para la franja del NO: “Sin la democracia, la libertad y el respeto por los derechos humanos, la humanidad no podrá sobrevivir”.

¿Qué le dio entonces a Parra contra Arrau, que dicho sea de paso lo leía? O me falta bibliografía o en esto Parra erró el tiro: el Maestro estaba bien informado y no necesitaba que lo mandasen con su música a ninguna parte, pues su música era gloriosa y en todo el mundo se lo peleaban, pero él quería también dejarse oír acá.

Celebrar las interpretaciones fuera de serie que hizo de Beethoven, Schumann, Liszt o Debussy sería ocioso, pero sí cabe destacar y recomendar, sobre todo en estos días de tanta huasamaquería y miliquería, el pensamiento de Arrau. Como Ruiz, como Matta, como el mismo Parra, Arrau no sólo pensó con inteligencia su oficio sino también al ser humano y el sentido de su paso por este mundo y, como ellos, lo hizo mediante entrevistas escritas y audiovisuales. Hay una para la TV chilena, que está en youtube como “Entrevista al Maestro Claudio Arrau”, donde se lo ve defendiendo la música de vanguardia, agradeciendo no haber ido nunca a la escuela, testimoniando su “entusiasmo sin límites” por Neruda, definiéndose a sí mismo –impelido a ello– como una “persona que no ha hecho cosas horripilantes” y dando respuestas meditadas o inesperadas en vez de aburridas expresiones de buena crianza:  

-Maestro, ¿hay alguna oportunidad en que usted se sienta agobiado por el triunfo?
-No, nunca. Sería una mentira, jajajajaja.

Suena como el Parra que en los discursos de sobremesa dice: “Todas las flores me parecen pocas”.

Con solvencia investigativa y sin chovinismo alguno, Marisol García publicará por estos días un libro (vía Hueders) donde establece, en el espacio acotado de un perfil, varios hechos en la vida del pianista que dan cuenta de su altura y excelencia artística y a la vez de su nunca extinta chilenidad: el lazo que mantuvo siempre con su país. Cuando vino en 1984, además de agasajar al pueblo chileno y omitir a su dictador, Arrau, cuenta García, dijo estar feliz de “volver a disfrutar de las empanadas, del dulce de alcayota y de las sustancias de Chillán”. No debe haber nada más chileno que las sustancias de Chillán. O quizá sí: la sustancia de Chillán –así, en singular–, aquel ADN del que salieron O´Higgins, los Parra o Arrau. Esa zona donde el niño pianista surgió y debutó y que dejó atrás para volver a los 18 convertido en un prodigio que fue, relata García, “alzado en andas por la multitud”, cual Alexis en Tocopilla.

El libro perfila muy bien a Arrau –ese hombre que se sicoanalizó toda su vida– desde el enfoque de su relación con el país, lo que no obsta para que comparezca claramente la intensa peripecia vital del pianista por el mundo. Y así como sabemos de su rigor felino y de su espíritu ilustrado, nos enteramos también de que a Arrau le gustaba bailar a lo John Travolta y hacer yoga y que, como ya sabíamos por el libro Raro de Óscar Contardo, vivió parcialmente una homosexualidad que supo no reñir con su matrimonio. Marisol García ha escrito un perfil que hacía falta por estos lados, dando buena cuenta de cómo Arrau, cuando estaba con chilenos, sentía “la constatación de un vínculo”. Y eso justamente es lo que hace García: mostrar la ligadura indeleble de Arrau con Chile, el paisaje donde nació y donde yacen sus huesos.



 

 

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CLAUDIO ARRAU O LA SUSTANCIA DE CHILLÁN
Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera PM Jueves 20 de septiembre de 2018.