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WELCOME TO THE JUNGLE
Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera PM, 19 de Noviembre de 2018
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Amargo fruto del pinochetismo atávico, el Comando Jungla no lo integran únicamente los carabineros entrenados en Colombia para dar combate en La Araucanía, sino todos quienes creen que su existencia es lícita y necesaria. El Comando Jungla es una manera de ser chileno, está en el corazón de la derecha. “La evaluación es positiva”, dijo el subsecretario Ubilla.
El miércoles pasado el pueblo mapuche perdió a un joven comunero, Carabineros otro conchito de credibilidad y Chadwick y Mayol se han devaluado desde ese día como la moneda de un peso con la ley del redondeo. Son la cara visible del extravío de una clase política –de derecha y de centroizquierda también– que no entiende que la cuestión mapuche hace rato dejó de concernir sólo a los mapuche.
No una corrección política ciega, sino un entendimiento razonado, un acercamiento atento a lo planteado por historiadores, intelectuales y poetas mapuches y no mapuches, junto a la observación de experiencias similares en el mundo han generado una legitimación social de la demanda indígena. Eso quizás explica que, como nunca antes, el crimen de un comunero haya generado tan transversal rechazo en calles, redes, conversaciones, cacerolazos y voces públicas alzadas no sólo desde el progresismo, también desde el liberalismo civilizado.
Mareamín o alguna otra pastilla anti mareo requerirá quien, buscando informarse, lo haga googleando las declaraciones del vicepresidente y el intendente de La Araucanía, que en pocos días han dicho varias veces algo y luego lo contrario, y eso que partieron advirtiendo que “La Moneda no se precipita”. Es más, Chadwick, con una petulancia que no veíamos desde los tiempos de Luciano Bello, dijo a sus impugnadores: “Politiquería tan baja... Les hace mal… Mayor altura, por favor”. Y también: “Yo no actúo en forma irresponsable, imprudente ni precipitada. Reúno los antecedentes, los evalúo y los comunico como ministro del Interior, no como una opinión personal recibida y entregada sin ninguna responsabilidad”. Será entonces que de manera prudente, responsable y no precipitada dijeron que Catrillanca tenía antecedentes penales y que no, que la bala fue disparada por el Comando Jungla y que no (sino por el Gope), que hubo registro audiovisual y que no y finalmente que sí pero que un carabinero lo destruyó.
Un niño pillado copiando en prueba global se precipita menos al dar explicaciones. Pero es que el ministro, como el grueso del oficialismo, comulga probablemente con una incombustible idea conservadora: que los mapuche son la exageración de un residuo histórico cuyos intentos por hacerse valer y oír deben enfrentarse con un viejo truco de la casa: comandos. Por eso este año presentaron el Comando Jungla con orgullo y algazara publicitaria (en vez de fortalecer piola a las policías, según necesidad), generando el contexto de crispación con que hoy es recibido ese balazo asesino.
Hace poco le pregunté al poeta Leonel Lienlaf, que vive en Alepue, cómo se veía por allá el despliegue del Comando Jungla. Muy ridículo y provocador, comentó, pues andan unos blindados con tipos armados hasta los dientes en días y calles donde lo más agresivo son los rayos de sol, viéndose los uniformados obligados a descargar su adrenalina arrestando a un viejo curado o a un ladrón de leña.
Ahora, si de verdad el Comando Jungla es un grupo operativo creado para defender el Estado de Derecho ante amenazas extremas, que sea redestinado –insistimos– a peligros más latentes. Aplicando la presunción de culpabilidad con que el gobierno asumió la muerte de Catrillanca, bien podría ponerse a patrullar un Comando Jungla por afuera de los más conspicuos business building y parroquias capitalinas: no es impensable que se estén concertando raspados de olla, abusos, by-paseos y te-paseos a la libre competencia y la ciudadanía. Si es por junglas, la de cemento necesita cien comandos. Pero mejor ninguno. Ley pareja no es dura. Desarticulación inmediata del Comando Jungla. Sería un trascendental gesto del presidente. Realzaría su estatura republicana, como cuando cerró el penal Cordillera. Quizás algo así esté rumiando en Nueva Zelandia o donde sea que ande esquivando el bulto de lo real.