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Por un Chile más peruano

Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera, 13 de agosto de 2018



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Por fin conocí Lima y pude comprobar in situ la importancia y centralidad de la Casa de la Literatura Peruana. No lo digo por afición (o afectación) literaria. Tampoco por la índole de la casa –excelente–, sino por su simbólico emplazamiento: está en pleno centro histórico, junto al palacio de gobierno, en la grandiosa ex estación ferroviaria Desamparados. Según muchos, fue lo único bueno que hizo Alan García (le tocó eso sí tragar saliva amarga cuando Vargas Llosa ganó el Nobel y debió abrirle la casa a su gran adversario). Al frente queda el legendario Bar Cordano, donde solían cruzar las autoridades para empinar un pisco sour a mediodía, como todo parroquiano decente. ¿Mejoraría el carácter y la creatividad del chileno con un sour matutino, se desdibujarían un poco las locales caras de poto? 

No hay en Chile nada parecido a una casa de la literatura, pero podría hacerse, siguiendo el ejemplo de espacios tan importantes, necesarios y serios como el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Mal que mal, la literatura es de lo mejor que ha dado este país trágico. Para ser una nación digna, hay que mantener vivo el recuerdo de lo grandioso y de lo ominoso.

Bajo su cielo color panza de burro, y a pasos de la Casa de la Literatura, Lima deja ver en los subsuelos de sus iglesias las catacumbas y cárceles de la Inquisición que nos recuerdan que el horror está en la base del catolicismo. Felizmente, son otros tiempos: hoy se sabe todo y no se aguanta nada. Aunque a algunos les irrite. Por ejemplo (perdonen lo pedestre), Iván Moreira denostó la semana pasada a Juan Carlos Cruz por “llorón y divo”, enrostrándole que otras víctimas esperan calladitas que la justicia haga lo suyo. Desconoce el senador raspaollas que debemos precisamente a la tenacidad de los que pudieron sacar la voz que hoy sea la justicia, y no la fortuna y el bienquerer de los Matte u otros, la que dibuje el futuro de Karadima, Errázuriz o Ezzati.

El tráfico en Lima es horrible, se vive en estado de atropello inminente, pero es un caos peculiar. Los limeños tocan la bocina en actitud casi zen, sin gesticular ni rabiar, como si toda la ira la canalizaran por el claxon y listo. Tienen mejor masticado el neoliberalismo, no viven compitiendo tanto. Y comen y hablan infinitamente mejor. En el resto, nos parecemos bastante. Igual que acá, le pegan al fútbol pero no tanto y hay autoridades más mojadas que nuestra ley de pesca, mientras el pasado oscuro, es decir el fujimorismo “chinochetista”, sigue vivo y coleando.

Los peruanos en Chile son decanos de la inmigración: ya son de la casa, se han mezclado con lo y los chilenos mejorándonos el menú, el trato y el habla; hoy ven cómo venezolanos, colombianos y haitianos gozan de una recepción relativamente mejor que la que les tocó a ellos cuando llegaron hace casi tres décadas y Chile era un claustro pujante y no este jaguar chantado de economía debilucha.

José María Arguedas recogió en un libro leyendas y cuentos de la tradición oral peruana; en una cuenta cómo en un pueblo llamado Cantamarca había unas campanas plateadas que sonaban solas cada Nochebuena, hasta que llegó “la época fatal de la guerra con Chile” y los chilenos quisieron robárselas, era que no, pero como no pudieron traerlas por pesadas, las botaron a una laguna, o sea las hundieron. Es una leyenda elocuente. Anticipa el modus operandi del winner que proliferaría un siglo después en Chile, de esa derecha que en dictadura o se hizo con las empresas del Estado o las hundió.

Mejor quedarse en la gran casa de la literatura peruana, que se merece un barrio entero, de Arguedas a Ribeyro, de Mariátegui a Vargas Llosa. Y eso sin mencionar a sus inmensos poetas, de Vallejo a Blanca Varela, de Eielson a Cisneros, de Watanabe a Enrique Verástegui, que acaba de morir. Era, es, un poeta capaz de todo, Verástegui: “Ya puse estos versos como ramas de olivo sobre tu tumba oh mi abuelita y me tendrás aquí para siempre”. La tierra de Tupac Amaru, de los grandes poetas, del pisco sour, el tiradito y el ají pipí de mono será siempre para Chile un gran norte. 



 

 

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Por un Chile más peruano
Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera, 13 de agosto de 2018