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SÍ FICCIÓN

Por Vicente Undurraga
Publicado en GuionB, 28 de mayo de 2020



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Harto lector se inclina por la no ficción en estos tiempos raros, rudos. El motivo básicamente es, según capto, que la ficción, la imaginación, la invención, la ideación de cuestiones y personajes no provenientes de la existencia, poco tienen que hacer frente a tanta realidad. 

No hay capacidad de concentración, se dice, para historias inventadas. Mejor lo cierto, la ausencia de ficción para enfrentar esta contingencia hipertrofiada que nos tiene encerrados, alelados, asustados.  

Aunque no es competencia ni creo que tenga sentido hoy otra distinción como no sea la que se haga entre libros buenos y libros malos, discrepo de la tendencia. Recuerdo una entrevista que hace años le hice a Ricardo Piglia donde le pregunté algo afín a todo esto, en el marco de las proliferantes ficciones personales, auto ficciones, no ficciones, novelas reales y géneros referenciales como autobiografías y testimonios. Su intervención fue categórica: “Es imposible admitir una sociedad donde la imaginación esté clausurada y donde el principio de realidad se imponga de modo absoluto. Habitualmente hemos definido así a los regímenes totalitarios y la novela –desde el Quijote– ha mostrado la resistencia de lo imaginario frente al autoritarismo de lo establecido”.

Luego, a propósito de cómo la sociedad de masas “se define por la novedad incesante de lo siempre igual”, Piglia argumentó a favor de la novela en la medida en que la ficción “abre paso a la incertidumbre de los hechos y a la aspiración al sentido. No soy optimista pero confío en la fuerza de la imaginación para construir mundos alternativos y vidas posibles que nos permitan trascender la confusa sucesión de noticias que se presenta como garantía de un saber sobre la realidad”. Lo cito en extenso porque, bueno, lo amerita. Y porque he recordado estas palabras suyas de hace ocho años hoy en que cunde, o eso conjeturo, una cierta desconfianza o menoscabo de la invención. Como si la infección encontrara mejor antídoto en la in-ficción.

Al releerlas, las palabras de Piglia me descolocaron porque mi habitual zona de lectura está dominada por el ensayo, los diarios y la poesía, espacios propicios para la ficción, sí, pero no su reino. Sin embargo, en estos días he encontrado en la ficción pura y dura, más que nunca, refugio firme frente al devastador presente. No bajo alguna modalidad de escapismo, sino por el contrario, buscando intensidades a la altura de Lo Real. Claro, han de ser ficciones de alto voltaje, no ficcioncitas. Aquellas donde justamente no es la invención misma lo más importante, sino las condiciones que se crean para ella. La invención de un espacio para la invención, digamos: una estructura y una escritura que lo permitan todo. Porque, como dijo Sancho Panza, “todo puede ser”.

Es que acabo de leer por primera vez a Raymond Roussel. Al hacerlo puede entenderse mejor el arrebato de José Bianco, que dijo que comparado con él “todo escritor resulta un poco indigente”, o por qué se rindieron a su obra surrealistas, dadaístas, patafísicos y todo el frente de vanguardias. Roussel, a partir de un método que no viene al caso, esquivaba las referencias reales y la concurrencia de los recuerdos propios en lo relatado, obligándose a crear un universo donde el azar y lo inaudito pareciesen necesarios. El resultado es el surgimiento de personajes y hechos asombrosos, que fascinan y agotan a la vez, como las grandes experiencias.

Alejada de referencias reales o discursos moralizantes que la sostengan, liberada de la necesidad de “hablar de lo hablable”, como diría Marcelo Mellado, la escritura imaginativa debe valérselas por sí misma. No invalida en ningún caso a la que se remite a lo real o al yo (aunque hay que ganarse el yo), pero el espectáculo de su levantamiento puede rendir energías a la altura de aquellas con las que la realidad hoy nos atrinca. No digo nada nuevo. Pero es asombroso y estimulante leer, por ejemplo, la gloriosa confección narrativa de Juventud sin Dios de Ödön von Horváth o cómo en el capítulo IV de Locus Solus Roussel expone convincente y fascinantemente un inmenso galpón de cristal donde cadáveres escogidos logran emular el momento clave de su vida a punta de golpes eléctricos.

Lo que no se soporta es la mala ficción. Y no sólo la impresa, sino también la que abunda en varios niveles, desde un simple fake en la hiperventilada red del pajarito hasta ese relato opaco, y por qué no decirlo desgraciado, que ya no convence a nadie más que a su autor: la derecha y su ghostwriter, a.k.a. Cristián Larroulet, que desquiciados ante el fracaso de su cuento del tío Milton han decidido perseverar, desde un segundo piso pretendidamente omnisciente y por los medios que sean –que son para ellos los de siempre: la manipulación emocional y la fuerza–, en llevar adelante un invento que han querido siempre hacer pasar por natural pero en el cual, dada su perversa artificialidad, ya nadie cree ni quiere creer. El cuento del Chile jaguar, por decirlo en simple y conocida fórmula, jaguar que en la pandemia en vez de rugir está gimiendo.  



 

 

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Por Vicente Undurraga
Publicado en GuionB, 28 de mayo de 2020