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Del aguacero al agua cero
Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera, 27 de Agosto de 2019
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Un amigo lleva un buen tiempo haciendo eco-ladrillos: dentro de botellas desechables comprime todo tipo de plásticos y envoltorios no reciclables y los deja en puntos verdes. Con ellos hay quienes hacen muebles o construyen, son muy buenos aislantes. Tomaré la idea para no entubarle a la tierra más paquetes de arroz, tallarines, ramitas.
Arde el Amazonas y arde Siberia, otra manifestación, sólo que ya muy alarmante, de los efectos del abuso que hemos hecho del planeta, lo que ha generado cambios drásticos en el clima que amenazan la proyección de la vida humana. Así de simple es la cosa, pero habemos muchos que incluso teniendo hijos apenas vinimos a tomarle el real peso cuando ya, si no tarde, casi lo es.
Y están los que aún niegan de cuajo el cambio climático o la gravedad de sus alcances por un mix de ignorancia e interés creado –partiendo por Trump y Bolsonaro–, y los que lo relativizan o burlan por la irreprimible vanidad de ostentar una postura ingeniosilla o provocadora a toda costa. Y por otra parte están los de militancia inconversable que prácticamente nos quieren comiendo pasto que no dé sombra y nada más.
Entre negadores y extremistas, creo, habremos de situarnos a futuro, con racionalidad y conciencia cada vez más firme (como la que en sus defensas de la tierra proclamaran hace décadas Luis Oyarzún y Nicanor Parra), sin desvivirse mientras haya vida pero cuidando la casa y los recursos al máximo hasta que un día, es inevitable, se extinga definitivamente la humana residencia en la tierra.
Escasea el agua dulce. Y no es un ciclo más de la naturaleza, sino una estación inédita, con apariencia de terminal. Sólo queda cuidar el nunca mejor que ahora llamado “vital elemento”, adorarlo como los antiguos lo hacían con el fuego. No bastan las duchas cortas. En Chile, la extracción indiscriminada de agua para la minería y la agricultura acabronada tiene al Valle Central más seco que galleta de agua en bajón. El otro día una portada del New York Times mostraba las zonas mundiales de mayor crisis hídrica y el centro de Chile estaba entre las peores. Árido, resquebrajado, ardiente, así se aspecta el futuro por estos lados. No se me ocurre un peor mundo que uno de sequias, una vida de agua cero.
En feliz contraste, he ahí aún los aguaceros sureños, en especial los de Chiloé, esas cortinas de lluvia que desde el centro seco vemos como un aliviador punto de fuga y que tan vivamente se dejan sentir en la poesía de Rosabetty Muñoz, poeta chilota que acaba de publicar dos nuevos libros: Ligia (Lom) y Técnicas para cegar a los peces (UV).
Nacida en Ancud en 1960, profesora de castellano, Rosabetty viene desde 1981 escribiendo una poesía en la que ha dado una imagen del sur que no es idílica pero que por lo mismo lo vuelve un lugar más entrañable que el de una frívola e irreal postal. Es increíble cómo su poderosa y a la vez delicada escritura hace de Chiloé el mundo entero, mostrando la grandeza y la pequeñez humana entreveradas en un paisaje que no es telón de fondo sino siempre el tercero en acción, o el primero, más bien.
Impresiona con qué sencilla maestría muestra cierta triste deriva isleña, marcada, no faltaba más, por las micros santiaguinas desechadas, la contaminación pesquera y los night clubs donde “las vecinas bailan / sin ningún tipo de miramientos”. Pero Rosabetty habla del deterioro sin amargura, desenmascarando raterías y engaños al mismo tiempo que exponiendo lluvias, bellezas y amores, y de tal modo transmite vívidamente eso que una vieja publicidad lechera llamaba “toda la magia del sur”.
Pero mucho mejor que hablar de ella es dejar que ella hable, en extenso, desde el lluvioso sur con este hermoso poema de Ligia: “Otra vez la cordillera te hace llorar / Simplemente buscabas los fósforos / pero se desató el aguacero / que arrastró con tal pedrería / la vidriera navideña / la noticia de la muerte de un vecino / otro amigo desaparecido. / Lloras frente a la ventana / donde se asoma una ciudad ajena. / El torrente cae a las canaletas / a los bordes de las calles / corre hacia un mar / que no es el tuyo”.