Proyecto Patrimonio - 2021 | index |
Virginia Vidal | Autores |





 







Roser Bru
«Presencias/Ausencias»

Por Virginia Vidal

Publicado en Araucaria de Chile, N°47-48, 1990



.. .. .. .. ..

A Roser Bru le brillan los ojos debajo de las chasquillas. Es firme el gesto de su boca. Sorprenden la energía, juventud e imaginación de esta compatriota que nació en Cataluña en 1923 y llegó en el «Winnipeg» hace ya cincuenta años. Pero antes de hablar de su última exposición, realizada en la Casa Larga, hay que oír su legítima protesta:

—La literatura tiene un soporte en los medios de comunicación que le confieren una aura como elemento indispensable de la cultura, las artes plásticas, en cambio, quedan en la tierra de nadie. Al hecho cultural también corresponde el que un personaje haya descubierto cómo hacer la música de un pajarito. Pero no se trata de convertir las artes plásticas en noticia, sino en hábito cultural y en esto los medios de comunicación deben tener una responsabilidad.

«Presencias/Ausencias» se titula su última exposición. Su obra tiene un prestigio que se reconoce en los más importantes centros del arte contemporáneo. Para una artista como ella, una exposición de esta índole, a lo menos significa dos años de arduo trabajo. La exposición dura un mes; se comprende entonces por qué es importante su irradiación en los medios para que el público sea informado oportunamente. Esta muestra de Kariátides, Tomas, Camas deshechas, Durmientes, Sandías, donde no falta la Puerta Entreabierta o un Mal Sueño, es un rico conjunto en que la pintura se puede apreciar como fenómeno estético sometible a lo abstracto o puede tener lecturas diversas.

 

Es interesante cómo Roser Bru escucha con atención cuanto la gente dice de su obra. La conmueve que una mujer vea una sábana como masa de pan y procura adentrarse en el mundo de esa espectadora. Unos ajos chilotes espléndidamente transparentes son cruzados por líneas que recuerdan un sobre y se convierten en añoranza de exiliados: Roser no pretendió hacer un sobre sino una construcción geométrica, pero respeta la añoranza del que estuvo mucho tiempo desterrado... Nos cuenta que en la Casa Larga se está volviendo a armar el famoso Taller 99; creado otrora por Nemesio Antúnez, él mismo se preocupa de esta nueva etapa:

—El Taller 99 fue muy importante para muchos que nos formamos allí, entre ellos, Delia del Carril, la Hormiguita, Eduardo Vilches, Luz Donoso, Dinora. En ese taller no nos enseñaron qué había que hacer, sino cada cual trabajaba a su modo. En mi caso, toda la práctica del grabado me llevó a una pintura más propia y a la Hormiga la obligó a pasar a los grandes caballos, pues nunca le cabían en la plancha de cobre y nosotros le poníamos papeles grandes. Es interesante que Hormiga empezó tan personalísima obra cuando quedo sola. Pasa un poco en las mujeres, pues su tiempo de ellas no existe, —hogar, esposo, hijos—; Hormiga se había aplazado tanto que casi no tuvo tiempo. En sus caballos hizo la historia humana con algo que conocía desde pequeña. Ahora Hormiga está muerta, pero su obra que hizo cuando muy mayor, es una obra mayor.

Contemplamos unas luminosas sandías, metáforas de lo suculento y fresco: cuerpo de mujer, lugar de semillas, fruto para compartir. A veces la sandia está «tomada» y una banderita se clava en su pulpa, como se clava la bandera en los terrenos que se toman los sin casa para erigir su cobijo. Un pedazo de pan está tomado; sobre la tela se ve una fecha: «cinco de octubre». Roser cuenta que un señor se molestó con ese cuadro; otros, en cambio, lo han aplaudido.

—Yo siempre trabajé y tal vez no tuve la presión tremenda de muchas mujeres que deben conquistar lo que Virginia Wolf llamó «el cuarto propio»; igual trataba de conciliar hijas y el mundo, pero cuando más trabajé fue cuando estuve sola... Yo llegué en el «Winnipeg» y acababa de cumplir dieciséis años —como refugiada en Montpellier—; llegué a Chile justo el día en que empezaba la segunda guerra mundial: el primero de septiembre, cuando el barco tocó Arica. Descendimos el día 3, en Valparaíso. Venía con mis padres. Ahora pienso que mamá tenía cuarenta y dos años entonces, no lo había pensado. Mi padre enfermó y murió acá cinco años después. Yo trabajaba en las mañanas en publicidad y en la tarde era alumna libre de Bellas Artes. Mi profesor de pintura fue don Pablo Burchard. A partir del grabado entré en la pintura... Tardé dieciocho años en volver a España, tengo un doble pais, porque el de la infancia no se quita.

En la conversación de Roser fluyen con naturalidad citas de poetas, menciones a obras o autores; dice al respecto:

—Las palabras son cosa maravillosa. Escoger las palabras, no hablar lugares comunes es un deber, pues ellas en el fondo significan todo y al reducirlas pierde el idioma. Mi encuentro con los escritores es el encuentro con imágenes que uno puede visualizar incluso. ¿Por qué uno no olvida una frase, por qué una palabra se carga de significado? Me importa tanto en la obra plástica como en la literatura cuanto la gente aporta, el mundo personal.

—La toma de la vida o la retorna de la vida y la idea de las animitas están aquí. Violeta Parra era animita antes de morir. Animitas son los que no se olvidan, aquellos a los que se les tiene fe. En el caso de Lihn, se dan la vida y la muerte como paralelas. Tenemos una educación tan mala hacia la muerte que se omite desde el nacimiento, pero cuando la vas experimentando y sintiendo como futuro, la muerte, bueno, es la vida.


 

Las Kariátides son presencias desafiantes: mujeres que aguantan, inmovilizadas entre el dintel y la tierra, no pueden salir porque provocarían un derrumbe. Para Roser, esas Kariátides son la fuerza moral, la capacidad de llevar un bulto y, a la vez, de crear resistencia e infundir ánimo. La pintura de Roser es luminosa, abarcadora de amplios espacios. La serenidad en el color y una luz que se podría llamar mediterránea son indicadores de sus orígenes.

 

 

En esta exposición sobresale un dramático cuadro suyo donde es evidente «La toma del poeta», homenaje a Enrique Lihn. El poeta es tomado por fantasmal figura femenina que le clava una bandera. Al fondo se ve la casa de la animita con su nombre y un luctuoso ataúd. El cuadro se prolonga en una ausencia/presencia, está en lo que ha estado:

—Siendo persona conflictiva, Enrique Lihn era rechazado por un grupo Transgresor, irreverente, no estaba endiosado. Fue muy curioso ver en su entierro a tanta gente unida de verdad. El los unió, pese a las discrepancias. El hizo de la muerte vida, porque tenía el tiempo limitado. Se acaba de publicar su Diario de Muerte, título que encierra la máxima contradicción. Aquí en mi cuadro está tomado por la muerte. Hace mucho que empecé con las «tomitas». Siempre me impresionó la humildad de la toma, la toma de lo ínfimo. Estábamos haciendo una exposición cuando hubo el golpe. Se dan tomas de dos hilos de azúcar, de unas manzanitas. Pensé a Lihn como la toma de la muerte. La muerte es una figura femenina casi espectral; le pone la bandera, que también puede ser la banderilla que se le clava al toro. La toma de la muerte es lo más grande: el sentido de la caída. En este cuadro no hay paz. Todo converge a un punto bajo el poeta. Lihn fue profético, como se puede apreciar en La musiquilla de las pobres esferas: «porque escribí es que estoy vivo». Yo también podría decir: «porqué pinté estoy viva, porque pintar es mi forma de vida.



 



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2021
A Página Principal
| A Archivo Virginia Vidal | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Roser Bru
«Presencias/Ausencias»
Por Virginia Vidal
Publicado en Araucaria de Chile, N°47-48, 1990