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          VERÓNICA ZONDEK: MÚSICA DE VÍSCERAS.
            (Otra mirada a partir de Membranza).          
          Por Damaris Calderón
          
           
          Dentro del panorama de la poesía chilena contemporánea, una de las  voces más significativas e ineludibles, es la de Verónica Zondek, que ha venido  desarrollando un trabajo sostenido en el tiempo;  trabajo diverso, vigoroso, que también se perfila en continuidades de líneas y  preocupaciones temáticas.  Descendiente  de judíos  alemanes-polacos, habiendo  residido en  una significativa estadía en  Israel, con desplazamientos a Inglaterra y Alemania, su poesía da cuenta del  nomadismo y de la intersección de referentes culturales, de un tránsito que se  asume como condición existencial. Ubicada dentro de la generación poética  chilena de los 80, donde también aparecen otras autoras relevantes como Elvira  Hernández, Soledad Fariña, Carmen Berenguer y Eugenia Brito, entre otras, la poesía de Zondek,  aporta matices particulares que van desde su  trabajo con el habla y la torsión de la palabra, hasta la percepción donde el  ojo, la mirada, tienen un papel acentuado, reafirmándose en poderosas imágenes  visuales.
 en  Israel, con desplazamientos a Inglaterra y Alemania, su poesía da cuenta del  nomadismo y de la intersección de referentes culturales, de un tránsito que se  asume como condición existencial. Ubicada dentro de la generación poética  chilena de los 80, donde también aparecen otras autoras relevantes como Elvira  Hernández, Soledad Fariña, Carmen Berenguer y Eugenia Brito, entre otras, la poesía de Zondek,  aporta matices particulares que van desde su  trabajo con el habla y la torsión de la palabra, hasta la percepción donde el  ojo, la mirada, tienen un papel acentuado, reafirmándose en poderosas imágenes  visuales.
           En la producción continuada de Zondek, otros libros han venido  después, como “Entre lagartas”, realizado en colaboración con la artista  plástica Gabriela Villegas, y “El libro de los Valles”, publicado por Lom  Ediciones. Sin embargo, quisiera centrarme aquí en mi encuentro con la poesía  de Verónica Zondek, que conocí a través del libro “Membranza”, (recopilación de  su obra hasta 1995) realizada por Cuarto Propio y Ediciones Cordillera. En el volumen  se recogen sus libros “Entrecielo y Entrelínea”, “La sombra tras el muro”,  “Vagido”, “El hueso de la memoria” y “Peregrina de mí”.  Lo primero para mí fue percibir esa “Membranza” realizada por la poeta.  Membranza: palabra que evoca , a un tiempo, la membrana ¿del corazón? , y la  remembranza, el acto de recordar (y volver a pasar por el corazón).También a  los miembros del cuerpo, pedazos, fragmentos, trozos, melodía, ¿del recuerdo? Y es que así como  la poesía para los griegos es hija de la memoria, para Zondek también se trata  de un acto de recordar, de fundación a través de la reminiscencia. En sus  versos aparecen una y otra vez las palabras “no olvido”, las imágenes de lo  perdido, lo desaparecido, lo que sólo proyecta una sombra, la que se trata de reconstruir, de aprehender, por  la palabra, “Fundo con la palabra”, dirá. Así, desde su primer libro su poesía  de desplaza en un “entre”: en una zona de  hiato, entre cielo y entrelínea, lo que no se dice o se dice por debajo de…lo  que la lengua no puede pronunciar -aunque  quisiera- lo que se amordaza. Resulta  llamativo que no se aluda a la polaridad   del cielo y la tierra sino del cielo y la escritura “entre líneas”, como  la única tierra probable, tal vez, como una existencia vital, donde la palabra,  balbuceo, escarceo, testimonio, desgarro, aullido, es también carnal. Y es que  la poesía de Zondek asume un riguroso trabajo estético y político; desde este  primer poemario hasta el último publicado,  “El libro de los Valles”, articula una marcha, la poeta es también y sobre  todo, una viajera, una caminante, que va cifrando los testimonios de su  recorrido en su propia piel. Desde el primer poema de “Entrecielo y  entrelínea”, “Donde la danza el trecho”, dice Zondek: “Nosotros pastamos  camino”. Y en la lengua de Zondek, este pareciera ser el alimento sustancial  del hombre. Hombre que también está mirado en todas sus metamorfosis,  descarnado, larva, animal, fulgor posible.   En “Entre líneas” ya los títulos van dando cuenta de una búsqueda que se  realiza en la escritura y la vida, en una búsqueda que no desemboca y sin  embargo, se prosigue. Así nos encontramos a la hablante del poemario tanteando  “En busca de salida”, preguntándose por qué somos “puro estado pasajero”,  proponiéndonos “por una vez construirnos de barro ingenuo”, “ser maleza  oriunda” donde “sufre la carne su pedazo”.   A veces en un tono de reminiscencia bíblica y de protesta contra esa  reminiscencia, realizando su propio éxodo, la  hablante  nos va mostrando el horror  humano, subhumano, donde la humanidad aparece desgarrada, trunca, rodeada (y a  veces convertida) en animal carnívoro, una imagen de desolación, frente a la  que la poeta se propone “ser maleza integral/oriunda/ sobre la faz de la  tierra”. Y es que aquí las afirmaciones de la errancia son el deseo de  enraizarse, al menos, momentáneamente; raíz  de tierra elevándose a los aires, extrayendo del humus, de la cáscara, el  impulso para la carne que reclama  su  zapato, para la determinación que convoca al pie. Y esta fijación, este  anclarse y elevarse en un doble movimiento, inmersión-ascensión, se produce a  través del canto: “Canto/ canto hasta quedar harapo/ hasta ser viento de  vientos”. Por otra parte, en “Entrecielo”, lo que se percibe no es menos  desolador: “perdemos centro”, dice la hablante desde el primer poema, “Fuerza y  choque”. Luego veremos los” Caminos equivocados”, “Detrás del infierno”, una  “luz en la ciénaga” donde, dice la hablante, “Me comieron a puro bicho/ hasta  despojarme el pellejo impermeable/ y fui lirio blanco/ en medio del paular”. No  alientan más los “Disfraces” que se descubren en el Entrecielo: “Piensa  vergüenza el peligro en su disfraz(…)Ahora/ aprisiona el aire/ y es imposible  la luz.” Después, en sus desnudas preguntas, se nos hablará de “Un cero  infinito de vacío”, de “Larvas incubadas”, de “La sonrisa personal del vacío”.  Sin embargo, en este paisaje de arrasamiento, donde el cuerpo aparece “bañado  de muerte” y “Ya no divierte el espectáculo” (que no otra cosa ha sido lo  entrevisto en el Entrecielo), quedan un profundo deseo de permanencia, de  encontrar un sentido al sinsentido, de lograr una intelección del espectáculo  de la muerte, dejando huellas, germinando en la semilla: “Quiero(…)/ escucharlo  todo desde mi entierro/ y buscar semilla(…) Quiero dejar huellas al tiempo(…) Quiero  entender ese barro en mi zapato/ esa hormiga que muere desangrada/ y enhebrar  su fenómeno al espectáculo personal.”
            
            En “La Sombra tras el  muro”, aparecen las jaulas, la ciudad-infierno, los pájaros corsarios, sin  embargo, a ellos, se contrapone otra vez la tierra, arcilla, matriz, que  “incuba al mundo”. El muro tapia- asfixia, pero arriba hay un sol que es bello,  y el hombre, en su épica existencial, en su desesperación, también es bello:  “Mas resta la ciudad/ su muro que asfixia/ y es bello el sol que adorna su  cúspide roja/ y nosotros ladramos y somos bellos.” Las imágenes de Zondek, animales, carnales, consiguen sacar del horror y  del sufrimiento, la belleza. Ha visto las sucesivas pérdidas  pero también ha visto “muertos que alumbran “  y” la épica de un pétalo”: “En pujante poro terrestre/ hay muertos que  alumbran(…) El niño acoge una flor ( es su abuelo muerto)/ Llora la carne viva.  Esa/ la desnuda epopeya del pétalo.” En el volumen se distinguen también los  poemarios “Peregrina de mí”, donde la hablante continúa dando cuentas de su  errancia y busca en la palabra, en la escritura, una patria posible,  “Vagido”,  un sobrecogedor poema sobre el  alumbramiento y “El hueso de la memoria”. En este poemario  los muertos encandilan, los grafittis vocean,  los colores, las calles, aúllan, la palabra hierve, todo fermenta y no hay  olvido posible para los muertos, los desaparecidos, porque la muerte no basta,  la palabra se vuelve llaga y el ser humano busca entonces otra vez hundirse en  la tierra, afirmándose, sembrándose, perseverando: “Con fuerza me clavo  entonces/ y de la tierra/ no/me/ mueves.”
            
            El trabajo de Zondek, en sus libros , los  concibe como una totalidad, comprendidas imágenes y palabras en su  complementariedad, así “Membranza” lleva en su interior ilustraciones de  Gabriela Villegas y su último poemario, inédito,  “Por gracia de hombre”, aparecerá con  grabados y dibujos, realizados por  el  pintor Guillermo Núñez.
          Asimismo, la portada de “Membranza”, tomada de un detalle de “Gaki  en un Cementerio” del  libro “Fragmentos  para una historia del cuerpo humano”, muestra una mano resuelta, que con  determinación sostiene un hueso. Hueso-palabra, hueso-memoria, que extrae de la  tierra, de sus antepasados, de la carnicería humana, la poesía de Verónica  Zondek, quien, en la conjunción de sus versos y esta imagen, parece reafirmar  la relación entre la muerte y el canto para sobrevivirla. Porque, ¿no es la  tibia también una flauta donde el hombre ha tocado su música de vísceras, el  horror y el esplendor de estar vivo?