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        Presentación  a Nomeolvides: flores para nombrar la  ignominia de Verónica Zondek [1]
          
          Por 
César Díaz-Cid
         
        
        
         
        
        
        
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        El  próximo mes se cumplirán justo diez años desde la primera vez que presenté un  libro de Verónica Zondek. En el 2004 se  trataba de El libro de los Valles”, también editado por Lom. Aquella cita fue en diciembre en el  Centro Cultural “El Balcón” de Puerto Montt. Fue una reunión interesante esa  vez porque yo estaba de paso en Chile y por diversas imposibilidades de amigos,  tuve la oportunidad de declarar en público mi admiración por su poesía. No fue  hasta a mi regreso definitivo a Chile que volvimos a retomar comunicación. Si  mal no recuerdo eso ocurrió con la presentación de Por gracia de hombre (Lom, 2008), invitación que recibí de Verónica  por correo electrónico. Desde entonces me avisa cuando viene a Santiago a  mostrar alguna nueva publicación y cuando coinciden las fechas me siento en una  de las sillas para los asistentes a escuchar lo que sus presentadores piensan  sobre su poesía.
                    Nomeolvides:  flores para nombrar la ignominia me da la  oportunidad para un feliz reencuentro en este tipo de ceremonias tan necesarias  para los libros. Una oportunidad para ensayar el conocido “como decíamos ayer…”
         Todo autor tiene la oportunidad de declarar públicamente,  o de guardar para sus cercanos, las motivaciones que lo impulsan a tomar un  determinado tema para trasvasijarlo a su manera de comprender y de hacer arte.  La poesía no está excluida de esta oportunidad. En especial la poesía chilena  de las últimas décadas que se aferra a la historia y a los matices del vivir  cotidiano con sus sorpresas, gratas a veces; desagradables otras. Habría que  recordar que el material al que acude el artista de nuestro tiempo muchas veces  coincide con los temas de conversación cotidiana y lo que luego resulta ser un  objeto estético es precisamente la elaboración que de este material hace el  artista. 
         Así ocurre con Nomeolvides…  que ya encuadernado aparece como un poema de mediana extensión vestido de la  voz poética de Zondek. Si comparo su poesía de hace una década, la del Libro de los valles, con este nuevo  poemario, se precisa llenar los espacios con las publicaciones intermedias que  han ido pavimentando el discurso literario de Verónica Zondek. Por eso no se  puede pasar de uno a otro sin considerar Por  gracia de hombre (Lom, 2008), La  ciudad que habito, (Kultrún, 2012) y su cercana publicación titulada Instalaciones de la memoria (Alquimia,  2013), trabajo en conjunto con el fotógrafo de Patricio Luco Torres.
         Desde ese sujeto femenino errante que busca y va dejando  huellas en El libro de los valles a Nomeolvides: flores para nombrar la  ignominia, es posible observar de mejor manera el control de los materiales  verbales que precisa el oficio de la palabra en la poesía de Verónica Zondek. Y  si se acude a la metonimia, resulta fácil usar este particular trabajo  programado como uno de los felices resultados al que aspira todo esmerado escritor.  También está ese momento de tranquilidad a la que se puede llegar si se cumple  a lo menos con dos elementos tácitos: el compromiso con el trabajo propio y ese  otro compromiso que se asume con el entorno, que se crea expectativas por parte  de sus artistas y está atento a las nuevas propuestas para verbalizar sus  preocupaciones.
        El tema amoroso y las relaciones de encuentros y  desencuentros, la poetización de las quejas ante los desdenes, los desenlaces  con o sin el beso final, han sido semillero de inspiración desde los tiempos  bíblicos. Como se sabe, la difusión de la poesía escrita en español se inicia  principalmente con el romancero que  incorpora, sin avisar, lo que siglos más tarde se sabría eran esas escuetas jarchas. Es en estas soterradas voces  femeninas donde, a través de breves frases, es posible observar a sujetos  femeninos perplejos ante el desamparo. Se lee allí el pensamiento expresado por  mujeres con su necesidad de tomar decisiones solas, con la expresada  perplejidad ante la separación, ante la ausencia prolongada. Son breves versos  donde se expresan lamentos producidos por el abandono o el olvido. 
         Lo curioso es que los poetas de palacio, que supieron  valorar la profundidad poética de estos retazos, los incorporaron a sus propias  composiciones como si hubiera necesidad de completar la historia. Pero al  ocultar el origen femenino de estas cuitas,  se masculinizó estos profundos poemas y así lo que pudo ser una simple  transcripción se volvió en apropiación que dio como resultado un producto  diferente. Aquello que ya estaba tan bien sin la necesidad de ese “no me ayude  tanto compadre” resultó en un ocultamiento de la voz de mujer que daba autoría  a esos versos. Más tarde en la época que le tocó vivir a Sor Juana ya sabemos  acerca de los castigos a los que fue condenada por atreverse a escribir con voz  de mujer.
         De esos tormentosos siglos al presente.
         La plasticidad de la voz femenina, tan característica en  la poesía de Verónica Zondek, que siempre tiene la particular virtud para  señalar espacios y adaptarse al desafío que se propone en cada libro, una vez  más destaca en Nomeolvides. La voz de  la mujer de barrio que predomina en este poema se manifiesta con su coloquial  expresión tanto para increpar a su desacomedido hombre, como para despreciar a  sus acusadores y a su ambiente. Este yo lírico busca formas expresivas que la  liberen de la embarazosa situación en la que está atrapada. Esa voz que  pareciera ser rescatada de un video grabado con un teléfono celular dentro de  cualquier bus del transporte urbano, trae consigo una intencionalidad estética  que está controlada por un sujeto poético que domina las pausas y los  imaginados tonos de habla con los que hace participar al lector con buen oído.
        
          
            No hay tu  tía
                
              Y tú
              Mentiroso
              No decí na’
              Na’
              Excepto
            abran camino
              que aquí vengo yo.
            Y también
            tócame
              venérame
              chúpamelo to’o
              aunque de dulce no tenga na’
          
        
        En esta reproducción de la palabra coloquial  presentada como verbalización poética, como ocurre con toda apuesta por dar  vida, está también latente la posibilidad de la pérdida. En este juego de  cambios de intensidad del poema se escuchan ecos de los vagidos ya ensayados en la poesía anterior de Zondek. La  articulación verbal que expresan los pasajes donde a manera de instalaciones  visuales se acomoda el lenguaje corriente, dan paso a períodos de espacios  poéticos más visibles, como ocurre en “Declaración jurada” que se inicia con estos tres versos donde se lee:
        
          
            Parir es trazar memoria
              Mujer de digo y hago
              Me enredo en esta madeja  procreativa.
          
        
        Del  hilo verbal de la conversación natural caracterizada por esa libertad que se  permite expresar al sujeto, se pasa a otro tipo de textura que admite  reflexionar sobre el polisémico brote que convoca al libro. Es la madeja procreativa generada por el soliloquio. Yo aquí  también leo pro-creativa. Por una  parte, está la producción verbal, proceso de querer parir el libro, de  terminarlo, de hacerlo realidad. Doble juego que implica destejer para volver a  emparejar la materia prima. En otra dimensión de la red de significados, está  la preocupación del sujeto lírico, la joven que se ve complicada por el destino  de su embarazo. La multiplicidad de sentidos que se articula en Nomeolvides sintetiza la energía de la  que se nutre la poesía, aquello que estimula su práctica y que ejerce en quien  lo activa el placer y el sufrimiento por el destino del resultado. Si bien el  poema apela al contexto de las responsabilidades y al cuestionamiento de la  autoridad legal que condena. También se observa aquí, como en todo el resto del  poema, ese rol en la toma de decisiones de la autora, con el ejercicio de la autoridad que resuelve dar voz a quien  debe declarar sobre la página en blanco.
        La voz  de mujer que actúa como hablante lírico en el poema representa también con su  sentir al hijo que crece en sus entrañas, pero la capacidad proteica del  lenguaje literario permite además ser testigos del proceso de gestación del  texto que va creciendo en significaciones con la complicidad de los lectores.  Por tanto en Nomeolvides hay una  doble gestación. Por una parte está la criatura del sujeto-personaje-adolescente cuyo destino y el de su hijo son inciertos. Pero también está esta otra  criatura encuadernada que es el libro, otro hijo de la escritora. De manera que  una misma interpelación puede leerse bajo varias posibilidades porque el estatuto literario así lo admite.
        
          
             ¿Por qué yo?
              ¿Por qué no él?
              ¿Por qué entregar al  juicio amarillo de Uds,
              el cuerpo mío
              La florcita esta que aún  no destornillo
              Sus pétalos tan  perfumados y rojillos?
            ¿Quién de ustedes tirará  la primera piedra?
          
        
        
        
         
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         [1] Presentación  realizada el 11 de noviembre del 2014 en El  Café Literario de Parque Bustamente, Santiago de Chile.