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Qué resta sino arder
Ojo de agua, de Verónica Zondek. Lumen, Santiago, 2019. 300 págs.

Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 28 de Abril de 2019


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La trayectoria poética de Verónica Zondek abarca desde Entrecielo y entrelinea (1984) a Una pequeña historia (2018), incluyendo ya catorce títulos. Esta latitud temporal -mas de tres décadas- y la variedad de recursos poéticos justifican y a la vez dificultan la publicación de Ojo de agua, antología que da cuenta cabalmente de esa trayectoria y de la complejidad de sus registros formales.

El orden de la antología señala consistentemente hacia una cierta figura de la poeta, modificando la cronología de las publicaciones. Parte, así, con una extensa selección de El libro de los valles (2003), de Por gracia de hombre (2008) y de Fuego frío (2016), continúa con el texto íntegro de La ciudad que habito (2012), Peregrina de mí (1993) y Vagido (1990-2012, versión reducida por la autora) y termina con siete poemas, un par de inéditos y los demás seleccionados de sus otros libros.

La selección permite, antes que nada, darse cuenta de las constantes de esa trayectoria. Los primeros textos, todos datados con posterioridad al año dos mil desarrollan tonos, temas e imágenes que el lector encuentra en poemas que en la antología aparecen hacia el final, pero que son cronológicamente anteriores. La inversión del orden hace sobresalir la continuidad, dentro del cambio, de la voz de Verónica Zondek: una poesía cruzada por los contrastes y maridajes entre lo íntimo y lo político, el yo y la naturaleza, el olvido y la memoria, la angustia y la euforia, la celebración de la vida y la constatación permanente de la muerte y el dolor.

El poetizar de Verónica Zondek, en todos los textos antologados, tiene siempre su mirar puesto en un horizonte extenso, en un espacio digno de poetizar amplio y complejo, en un universo que se dilata e incluye en sí mismo pluralidad de mundos. En términos formales, de ello resulta que sus libros son un único poema largo y no una colección de poemas, ni siquiera una reunión de poemas con algún lazo entre sí. Este aliento mayor es un rasgo singular de su obra y, en buena medida, un aspecto excepcional si se la compara con la manera más usual de hacer libros de poesía hoy en el panorama poético chileno, que es precisamente la contraria.

En estos "poemas largos" la unidad de sentido y el ritmo sigue una puntada, un metraje y una modulación muy ampliadas que dan lugar a una proliferación de imágenes y metáforas arriesgadas, estableciendo correspondencias, analogías y enlaces sorprendentes porque el ojo de la poeta está observando y conectando puntos que para el ojo y lógica trivial son invisibles. La poesía de Zondek reclama del lector, pues, la entrega a esa lógica suya, que es como un atreverse a cabalgar en un corcel alado, vigoroso y capaz de cubrir grandes distancias de sentido en pocos versos e, incluso, dentro de un mismo verso.

El símil espacial es una categoría difícil de eludir a la hora de intentar interpretar la mayoría de su obra que, al leerla, se percibe como un "peregrinar", "un pasear", un "sobrevolar" el mundo que la voz poética recorre, un recorrido que no es relatado, como se refiere un viaje acaecido en el pasado, sino que el lector tiene la vívida impresión de que está acaeciendo allí mismo en el poema, actualmente, que admite, por lo mismo, excursos, divagaciones, asociaciones muy libres, pero que se mantienen dentro de los márgenes de lo poetizado, se alejan y retornan sobre ciertos puntos e imágenes, las abandonan y retoman de un modo diverso y variado más adelante. Quizás la detención extática en ese peregrinaje -muy hermosa por lo demás- es el poema dedicado a Valdivia que, en alguna medida, es un inquerir "Quien sabe por qué/ cuándo/ por que aquí y no allá/ si tanto tanto anduve tanto/ prófuga y entera", indagar el secreto de su habitar allí, de ese morar que se demora. En ese poema sobresale poderosamente la capacidad expresiva de Zondek en su vínculo con la naturaleza, que está presente en todos sus poemas, pero que en este se despliega con una ambigüedad visual y emocional estremecedora.

Si no fuera por "Vagido" -un poema sintético, de verso corto, depurado en imágenes, de forma muy limada- el lector podría pensar erradamente que el poetizar de Zondek es la explosión de una energía concentrada que se despliega en un solo ímpetu, como se derrama descontrolada la lava volcánica. Ese núcleo interior poderoso es, sin duda, un sello de su poetizar que, si bien encuentra distintos modos de expresarse -sin perder el temblor y la agitación de que se nutre-, es siempre un arder bajo la sutil vigilancia que guarda el orden interno del poema.

Ojo de agua es, pues, una antología necesaria que permite apreciar con propiedad el lugar de Verónica Zondek en la poesía chilena.



 

 

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Ojo de agua, de Verónica Zondek. Lumen, Santiago, 2019. 300 págs.
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 28 de Abril de 2019