
         
        El despojo como apuesta
        Nomeolvides: flores para nombrar la ignominia,  de Verónica Zondek
        Por Carlos Henrickson
        
        
        
         
        
        
        
          
            
            .. .. .. .. .. . 
        No  es novedad que Verónica Zondek (Santiago, 1953) se ha caracterizado desde su  primera publicación -Entrecielo y entrelínea, publicada en las míticas  Ediciones Minga en 1984- por una constante puesta en riesgo, empujando su  escritura hasta rozar el límite del horizonte compartido de la lengua.  Lo que nos trae su último libro, Nomeolvides: flores para nombrar la  ignominia (Santiago: LOM, 2014), es de alguna forma un pliegue violento en  su trayectoria, en un salto que si por una parte confirma el desafío constante  de Zondek, por otra parte motiva una perspectiva de lectura absolutamente  distinta, en un texto que sabe entregar múltiples resistencias al lector.
         Estas  resistencias, eso sí, son de otro tipo. Zondek se mueve en Nomeolvides... en  un plano en que el habla se vuelca en la mímesis de un sujeto marginalizado: se  trata de la escenificación del abuso sobre una niña bajo la pulsión violenta de  un medio patriarcal, el cual valida su explotación, desprecia su maternidad  condenándola desde el cinismo moral y la lleva a la autoeliminación. Sin ser un  tema realmente nuevo en la literatura contemporánea -hace tiempo ya preocupada  de la reevaluación y reposicionamiento de temas de género-, la autora decide  centrar y enfocar el texto cerradamente en un desarrollo directo hasta la  obsesión, apoyándose en un registro coral que tiene como columna vertebral  sociolectos desplazados volcados de forma -en apariencia- directa. 
         El uso  de sociolectos no puede sino alejar a la expresión poética de la voluntad del  hablante propio de la poesía moderna -siendo una de las misiones de éste  precisamente redimir la voz de su compromiso con el habla, cargando al lenguaje  de un aura que haga incluso a esta habla expresión de una universalidad  posible. Son pocos los ejemplos realmente memorables de tal uso; en Chile, bien  probablemente Rodrigo Lira y Mauricio Redolés han sabido explotarlo, si bien,  tal como a la legión de sus seguidores, lo que los mueve una voluntad de ironía  extrema y de desafío a los discursos mayores, como una expresión de autonomía  cultural frente a una hegemonía paralizante de formas institucionales que  suelen aparecer como vacías de sentido. Y creo que el caso de Zondek es radicalmente  distinto.
         En  Zondek el uso intensivo de estas formas no resulta irónico. Su objetivo es la  producción de una identificación emotiva que logre suspender lo reflexivo, en  vías de una escenificación que nos haga trascender una posible voluntad de  escritura en cuanto tal, para ponernos al frente los hechos a los que el  coro de voces se refiere sin eufemismos. Para ello, los procedimientos son los  propios de una escenificación, y su carácter coral se subraya con un uso  preciso de la musicalidad del verso:
        
          
            Y también
              (pa' aclararle' bien la  película
              y por si lo han olvida'o)
              somo' do' en este cuento.
              Dos.
              Do' que despiertan al  ritmo del deseo de la carne.
              Dos.
              Do' que buscan sin ton ni  son
              do' que anhelan saciar el  novelón
                                      acariciar e irse en volón
              porque zumbido'  intermitente'
                          cosquilla' en el bajo del vientre
                          y mariposilla' que aletean
                          y suspiro' que cabecean.
                Es que...
                ¿Le' cuento una verdá' del  porte de un buque?
                No hay quien mire
                  ni quien escuche
                  ni quien responda.
                  Y quiero que sepan Uds.
                  que la' pregunta' to'as
                  mastican polvo y sacan  boas.
                Sólo me queda entonces un  abismo
                                                     un negro
                                                     un silencio
                                                     un filo mismo.
                (11-13)
              
          
        Este  fragmento -final- de la primera sección del libro (titulada Un cuento de a  dos) resulta de extremo valor para tomar conciencia de varios de los  procedimientos: el uso de las formas del habla se ve interrumpido a instantes  por una voluntad de lenguaje absolutamente distinta. Es decir, una de las  claves de la representación va a consistir en que los procedimientos poéticos  alejados de la escenificación van a tomar un elemento secundario, como índices  de un distanciamiento -que logre evitar la catarsis, en el sentido brechtiano-,  y así llevar al lector a procesos de conciencia a partir de una recepción  estética diferida.
         Para  marcar esta diferencia, Zondek solventa en las formas más puramente de habla pathos extremos, que logren revelar la trizadura entre el desarrollo de su  historia desde el punto de vista patriarcal (marcado por un deber ser sordo e impuesto, así como por la negación de la posibilidad de deseo del  personaje femenino) y la experiencia del abuso, irreductible a su comunicación.  La crítica que se establece de fondo -desde este mismo pathos extremo,  formalmente- es a la tradición de la efusión sentimental, hecho que parece  subrayar el uso paradojal del nomeolvides en el título, flor simbólica de la  pasión amorosa vivida en solitario sea por la ausencia o la muerte del amante,  y una de las figuras emblemáticas del romanticismo. En Nomeolvides...,  la imagen de la pasión amorosa se restringe a su parodia en la cultura  patriarcal de explotación del cuerpo femenino y la negación de su posibilidad  deseante, y en este sentido implica una crítica a la sublimación literaria de  tal cultura.
         La  aparente sencillez del lenguaje del libro -previa, se entiende, al trabajo  formal en la sonoridad que antes destacaba- quiere hacerse más que una  reducción mimética: el lenguaje mismo decide hacerse lengua despojada e  impotente ante la experiencia del abuso. La lengua es, en este sentido, análoga  en el despojo de su tratamiento poético al de la voz principal -protagonista,  diríamos- del desarrollo de Nomeolvides... El paso forzado hacia el  silencio y la desaparición -que no excluye un elemento interior de deseo como entrada a su proceso de inmolación- es, en este sentido, no sólo propiedad de la  “anécdota” que anima el libro, sino propiedad de la voz marginalizada. Bien  probablemente la difícil identificación precisa del sociolecto de las voces  principales -que varía entre características urbanas y otras propiamente  rurales- apunta precisamente a un desvío de la mímesis directa para hacerla  figura de la marginalidad en sentido propio; si bien esto sólo se podría  plantear como sugerencia, ya que el extremo despojo formal llega a provocar  resistencias de lectura incluso en este sentido. 
        La apuesta de Zondek es  extremadamente cara, y hay que decir que la brevedad del libro podría parecer  insuficiente para plantear todos los desarrollos implicados en su poética y su  tema -esto último en épocas en que esperamos debates decisivos con respecto a  un efectivo plano de igualdad de género en el plano jurídico. Sin embargo, la  apuesta es efectivamente ganada en el poderoso empuje de la expresión, que  llega realmente a conmover en un campo y un tema en que parece -a veces- todo  dicho y experimentado. Verónica Zondek se confirma con Nomeolvides... como  una de las voces imprescindibles a la hora de plantear la necesidad de una  renovación a la altura de las épocas, una excepción necesaria en un ámbito  literario encaprichado, si no con la endogamia de la cita, con la búsqueda de fórmulas  útiles para la parodia de mercado que es nuestra industria cultural.