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Entrevista a Verónica Zondek.
“Un testimonio más”
Por Pedro Tapia
Publicado en http://escenariocultural.com 3 de Octubre de 2017
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Escenario Cultural conversó con la poeta Verónica Zondek, cuyo diálogo se generó a partir de su libro Fuego Frío (Lom Ediciones, 2016) y las búsquedas inherentes a su oficio poético. Les ofrecemos a nuestros lectores esta interesante entrevista.
— En Fuego frío hay una relación estrecha entre los elementos fundantes y la conciencia poética. Uno de ellos es el viento: qué papel adquiere en la construcción del lenguaje en este libro.
— Este libro adquiere su experiencia medular y su lenguaje a partir de un recorrido por la provincia de Aysén junto al fotógrafo Abel Lagos, tras adjudicarnos un FONDART para llevar a cabo un proyecto que titulamos La Raíz del Viento. Este consistió en seguir al viento y sus huellas, para dejar testimonio de su materia con la escritura y la fotografía. Es con ese fin que nos lanzamos a recorrer la zona durante dos intensas semanas en el año 2007. Por eso no me extraña que hayas extraído como uno de los elementos fundantes justamente al viento. Es gracias a ese pie forzado, del cual nació un catálogo y una exposición, que, al volver, me encontré con una cantidad de apuntes, anotaciones y poemas que rebasó el contenido de ese primer impulso que los vio boquear. Recorrer esa zona donde el viento es presencia y persona, donde el fuego deja costras indelebles, donde el agua es asunto ineludible y la tierra soporta tanto las llagas del ser humano como las de los elementos -ambos naturales e imposibles de obviar- marcó sin duda, ya sea por asociación o por impacto directo, un modo de pensar y nombrar el mundo a través de su materialidad. Una cosa es ver y percibir lo que nos rodea y otra muy distinta es ver y asociar; ver y soñar; ver y re-ver; imaginar un tiempo pasado y uno por venir; encontrarnos vivos entre las fisuras de un apabullante presente que no tiene paréntesis y que tampoco parece agotarse. Materia que se transforma o reproduce y está siempre viva y latente. Y como soy un ser social además de una individuo y habito en un país con una historia determinada y también soy heredera de una tradición familiar, epocal, barrial, educacional, amorosa, viajera, libresca, etc., tampoco me fue posible dejar de ver lo que presencié en ese viaje, aquello que siempre me ha marcado. Es por eso que por ejemplo, los troncos quemados y apilados en la tierra devastada y antes selvática, disparan mi imaginario hacia esos cuerpos calcinados y amontonados en las zanjas de los campos nazis de concentración; o, que los hogares abandonados por sus ahora inencontrables moradores con su cotidianeidad intacta al ojo transeunte, me remitan sí o sí a nuestros desaparecidos inencontrables también. La porfía de los rebrotes y esos habitantes que se vuelven a instalar a sólo unos Kms. de la casa desertada en moradas idénticas e intercambiables con aquellas que dejaron quién sabe por qué razón amenazante; o, que entre los pastizales, antes bosques, abunde una fauna nueva, empuja a intuir que el mundo y la vida a secas se las arreglan muy bien sin planes quinquenales para seguir su rumbo de cambio en cambio; los sonidos del viento, del agua, de los bosques que aún restan, la tierra yerma, los solitarios habitantes, los huemules y cóndores que circulan libremente, los coipos invasores y colgados de la cabeza en las puertas de los inmuebles después de la matanza, los cementerios, los animales domésticos pastando como si nada y tanta otra cosa, conforman un abecedario elemental y profundo, a la vez que posibilitan el hecho de que uno pueda leer un territorio para anotarlo sobre el papel. Llevar esa experiencia profunda y conmovedora a la página en blanco, fue algo que me obsesionó durante una década. Fue una escritura larga en tiempo y en espacio. Pero también fue el modo en que yo fui capaz de procesar lo que había visto por una parte y por otra, la de entender (porque la lectura de los territorios y sus presencias es inagotable), en qué consistió aquello que me inquietó tanto. Porque obviamente los territorios y sus habitantes, tanto los vivos como los materiales e imaginarios, se transforman en experiencia y producen un pensamiento y una percepción poética distinta cuando se deambula con la pelusilla a flor de piel.
El viento experimentado en ese tránsito por el paisaje, continuó merodeando en mi cabeza. La pulsión de su música, ese ritmo total, se me hizo significativo e indispensable y además me di cuenta de que siendo muy distinto a los ritmos de las otras materias vivas o inertes involucradas en la palabra de este libro, en su conjunto, producen una sinfonía donde todos son necesarios. Así es como, aunque fragmentario, el pensamiento compone unos lenguajes que intentan vivir y cantar al personarse en este poemario.
No concibo otro modo de estar en el mundo que no sea a través del sentido poético (distinto al ya consabido cliché de vivir “poéticamente”), que a mi parecer, no es más que un modo de estar y actuar en el mundo con la sensibilidad y la conciencia despierta. Lo que en definitiva, evita ese estúpido adormilamiento y nos abre a la posibilidad de ocurrir entre los pliegues del mundo y las costuras de la vida. Es eso lo que impide que te conviertas en una pieza de buen funcionamiento para el sistema que así, y no de otro modo, te fagocita e instala en el rostro esa fotográfica y admirada sonrisa autocomplaciente. Es lo que te insta a resistir y a estar alerta en el más profundo significado de lo humano. Y así, gracias a lo vital de esta escritura, es que encontré los lenguajes cruzados que articulan este libro y me permiten respirar en el mundo.
— Damaris Calderón en “Un solo y grande animal que respira y existe para ser herido”, se refiere a tu poesía desde: “El conocimiento, del dolor, segrega escritura”. Cómo presientes que se desenvuelve en tu proceso creativo el acto de recordar.
— Esta es una pregunta compleja porque los procesos de recordar se ponen en movimiento a partir de asuntos y mecanismos diferentes. Están por supuesto aquellas experiencias personales o colectivas que siempre respiran en ese presente que uno habita y por lo tanto más que recordarlas, son parte activa y consciente de tu ser y estar aquí. Esas son, por decirlo de otra manera, las cosas que se encuentran en “la primera página” de lo que sería el libro de tu tiempo en esta vida. Por otra parte, están aquellas experiencias que, latentes en “ese mismo libro”, se hacen presencia a partir de asociaciones que se desencadenan gracias a imágenes, sonidos, sabores, humores, conversaciones verbales o corporales, aromas, etc., que vas encontrando en el camino. No siempre es posible discernir exactamente cómo es que los encuentras o recuerdas. Pero ciertamente hay algo que toca una fibra interna que comienza a vibrar y esta hace que se apersonen en tí recuerdos, impresiones, memorias o sensaciones que están vivas en algún sitio hasta entonces inescrutable y que intentas atrapar con el lenguaje. Y también ocurre que un hecho encadena con otro; que un pensamiento o una lectura determinada se toca y se saluda con otra y así, hace brotar todo un conjunto de vivencias que finalmente hacen de tu vida un todo inserto en un símil y que necesariamente se construye a partir de un pasado incrustado en tu interior que no por eso deja de ser también presente. A mí me parece algo inevitable, y es lo que me posibilita el caminar sobre esta tierra. De este pensamiento activo dejé evidencia directa en un libro (aunque también en otros) que se llama El libro de los valles, y creo que él da cuenta de lo que estoy diciendo ahora. No hay pasos en el aire. Las huellas de lo que nos antecedió en todas sus dimensiones y expresiones forman necesariamente parte de aquello que habitamos. Y por cierto, la poesía es un caminar entre esas aguas -que si estás viva- te mojan y te construyen, aunque quizás y a veces, no tengas conciencia de aquello.
— Se percibe al leer este poemario, imágenes y nexos con Poema de Chile de Gabriela Mistral. Desde ahí, cómo resignificas los símbolos del huemul y el cóndor.
— Nunca pensé en Poema de Chile ni en el huemul y el cóndor de Mistral durante la escritura de este libro ni tampoco durante el recorrido por la geografía. Sin embargo es obvio que sé de ellos y de ella. He leído lo que dice sobre la presencia de esos dos animales a propósito del emblema de Chile y por cierto apoyo y defiendo la reinterpretación o la dirección que le da a esa simbología. Sin embargo para mí y en este poemario, la presencia de estos dos animales es inevitable. Son reales y fueron presencia corpórea en mi deambular tras el viento. Y cuando digo reales, digo también que la realidad está ahí y que a ella me acerco, la leo y la interpreto gracias a las herramientas y el conocimiento que poseo en el minuto de ese encuentro. El huemul y el cóndor son tan inevitables como los otros actores que nombro y eso, porque los vi y me relacioné con sus presencias dentro de esa geografía. Ellos son, independientemente de que alguien los vea o no. Por eso, aunque es posible que haya alguna presencia de la mirada de Mistral, de ese más huemul y menos cóndor y también de esa, su mirada viva de la geografía y sus actores, la presencia de ellos en este poema responde a una realidad que se construye a partir de un encuentro real. La conciencia de que el mundo es una coexistencia delicada entre los reinos animales, vegetales y minerales y que todos se necesitan y se destruyen mutuamente, es algo que si lo sabía, ahora lo sé mejor y con mayor profundidad. El hecho de que hay una sabiduría escondida en estos equilibrios y que sólo podemos sospecharla, también. De ahí la necesidad urgente que tuve de la palabra. Ella nombra y crea, capa sobre capa. Así se amplía y engruesa mi percepción y conocimiento y espero, ojalá, también la de los lectores. Dialoga, consciente o inconscientemente, con todo lo acumulado por las experiencias del saber, el conocer y el pensar. Es esa sed de saber la que nos impulsa una y otra vez a la escritura, a la lectura y al habitar en la lengua viva. Curiosidad que nunca toca puerto, pero está siempre por llegar. Será que habemos algunos que no podemos sino entregarnos a ese estado “de alerta” que es lo que nos permite sobrevivir. Aunque también es cierto que “no moverse” o el estado de “un dos tres momia” puede a veces salvarnos de algún peligro y alguna muerte (simbólica o real), mientras que el que escribe (yo en este caso) no puede, no logra hacerlo. Para mí entonces, en el acto de escribir con la herida o el sentido abierto, se encuentra la complicidad que nos mantiene en o sobre la línea roja en un fino equilibrio sobre la cuerda que cruza el abismo.
— Otro aspecto que se vislumbra es un contraste entre un nuevo éxodo y la necesidad de abandono: “Mas entre tú y yo/ no otro futuro sino/ un nuevo éxodo/ un abandono/ porque el viento no cesa/ no deja que olvides/ y vuelve/ vuelve en medio de tu ida/ tu no resistir/ porque sólo buscas/ quieres/ deseas” ¿Qué podrías decir sobre esta transformación cíclica?
— Esta pregunta-comentario, es algo sobre lo que me he detenido mucho. Creo que sí, que en el movimiento o circunstancia de lo cíclico hay un sentido del volver a comenzar, del volver a plantearse ciertas necesidades, lugares, identidades, percepciones. Pero a lo que me refiero en el poema, es a ese movimiento que se produce en cada una de las acciones, pensamientos o sentimientos a los cuales nos enfrentamos. Sin embargo, esa marca del “volver a” no es exactamente cíclica porque cada nuevo comienzo se apoya sobre un cimiento enriquecido, ya sea por la experiencia propia acumulada o por la del otro asimilada, por lo que ese “re-comenzar” no es nunca el mismo ni se apoya sobre la misma materia. Hay eso sí, una inevitabilidad que es por cierto cíclica y también, una angustia profunda del no poder sino volver a comenzar sabiendo de la imposibilidad o del no retorno a ese punto que aparentemente conocemos. Y, es en ese sentido que intento decir o aproximarme a lo que tú denominas como cíclico. Finalmente somos todos herederos de ese hombre prehistórico que cambiaba de lugar en busca de la sobrevivencia, es decir, la alimentación. O también en ese formar parte de una herencia, quiéralo yo o no, de seres empujados a buscar nuevos rumbos por ser indeseados y maltratados profundamente allí donde se encuentran. No sé si esa tragedia inevitable es cíclica, pero hay un cierto patrón que existe en la memoria colectiva o individual de cada uno, que borra los tiempos y los espacios e instala y deja latente y palpitando la sensación de incertidumbre y la latencia del desastre que nos impulsará a movernos. Esa es la señora que alimenta el miedo y la inseguridad respecto a cualquier idea de progreso y certeza. Y por otro lado, creo que esa vivencia casi física de la circunstancia del desarraigo o el éxodo inminente, le da a la letra un peso enorme ya que en ella se puede habitar y encontrar aquello que no se nos puede arrebatar. Aquello que, si logras sobrevivir, puedes llevar contigo y de algún modo convertir en tu lagar acogedor y conocido. Tu tierra firme donde volver a encontrarte con el corazón de la vida. Creo que en ese desgarro o extrañamiento y en ese dolor que provoca la fuerza que desarraiga (física o no), radica la potencia de la búsqueda y el encuentro. Es ese movimiento que necesariamente produce una pérdida de energía que por otro lado, nos impulsa a recomenzar la búsqueda. No es menor, que esa letra inmersa en la carne, sea la que da pie a un nuevo sentido; y por otra parte, nos fortalezca las gamas de alertas que necesitamos para vivir. Tengo la sensación, que es eso lo que permite atesorar una cierta integridad vital que aunque muchas veces tiene tejado de vidrio, cobija del mal tiempo y renueva la fe en el mundo.
— A partir del epígrafe de Gustavo Boldrini, con el que abres tu libro: “Huesitos de ratoncitos, de pajaritos más débiles que una lechuza, de lagartijas, ratifican lo que se sabe: que la vida se nutre siempre de la vida y así pervive”. Pese a esta fragilidad, existe una pervivencia de la materia por desarrollarse. ¿Cómo se representa en Fuego frío lo frágil y voluble de las palabras?
— Creo que las palabras, el pensamiento y las emociones tienen tanta materialidad como los seres vivos o los inertes. Y, en ese sentido, los primeros son tan frágiles y volubles como los últimos. Y metafóricamente, puedo decir que se alimentan de la descomposición de aquellos que los preceden. En Fuego frío hay un movimiento que busca entender los procesos en donde la podredumbre, la destrucción o los cursos de búsqueda y cambio se nombran con la palabra “muerte” y sus variantes. Y allí entonces, debido a la condición frágil de ese natural de las muertes, es que se vislumbra que la destrucción no es total sino que más bien apunta a una transformación que en sí misma no es otra cosa que signo de lo vivo. Porque si lo vivo es aquello que encierra un movimiento, entonces todo aquello que se “pudre” o se desmiembra y vuelve a “florecer” o se convierte en otra cosa, baila en esa telaraña que mece el viento y acoge su nuevo estado para reescribir su historia. Quizás esto no es más que un espejismo, pero creo en ello a la luz de lo que he vivido y palpado. El mundo, a mis ojos, se me hace inagotable e infinito. Es eso lo que me impulsa a escribirlo e investigarlo, a dejar un testimonio más. Y es eso lo que me da la justa medida de lo humano y me entrega la humildad de ver en el/lo otro, esa belleza escurridiza que encuentro en lo propio y familiar. Extrañeza y emoción que aguza los sentidos y la inteligencia y que al expresarse en la letra propia y en la ajena, me devuelven el aliento.
Valdivia, septiembre, 2017
* Título que sugirió la autora a esta entrevista
Fotografía de Tamara Katz
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Verónica Zondek (Santiago, Chile, 1953). Poeta, traductora y gestora cultural. Sus poemarios son: Entrecielo y entrelínea (Santiago de Chile, 1984), La sombra tras el muro (Santiago de Chile, 1985), El hueso de la memoria (Buenos Aires, 1988 y 1995, y Santiago de Chile, 2011), Vagido (Museo Rayo, Roldadillo, Colombia, 1990, Buenos Aires, 1991, Santiago 2014), Peregrina de mí (Santiago de Chile, 1993), Membranza (Poesía 5 primeros libros, Ottawa-Santiago de Chile, 1995), Entre lagartas (Santiago de Chile, 1999), El libro de los valles (Santiago de Chile, 2003), Por gracia de hombre (Santiago de Chile, 2008), La ciudad que habito (Valdivia, Chile 2012), Instalaciones de la memoria (Santiago, Chile, 2013), Nomeolvides: Flores para nombrar la ignominia (Santiago, Chile, 2014), Sedimentos (Vagido y Hueso de la memoria, Madrid, España, 2015) y Fuego Frío (Santiago, Chile, 2016). En colaboración con Silvia Guerra publicó la correspondencia de Gabriela Mistral con los intelectuales uruguayos y el contexto de ellas: El ojo atravesado I (Santiago de Chile, 2005) y El ojo atravesado II (Santiago de Chile, 2007). Publicó también Gabriela Mistral, Obra poética reunida: Mi culpa fue la palabra (Santiago de Chile, 2016). Ha publicado las traducciones de Derek Walcott, June Jordan, Anne Sexton, Gottfried Benn y Anne Carson. Su bibliografía se completa con el cuento infantil La misión de Katalia (Santiago de Chile, 2002). Ha incursionado junto a artistas de otras áreas para crear y explorar en las posibilidades de nuevas expresiones. Asimismo es organizadora de coloquios, congresos y lecturas tanto en Chile como en el extranjero.