En
realidad, los cambios para un niño tienenuna significación
azarosa
ya que, o los vivecomo episodios que rápidamente se
olvidan, o
adquieren tal magnitud que se solidifican en el corazón,
se
enquistan en forma de abscesoque sangra durante toda la vida
(Epifanía de una sombra, 57).
¿Quién deja algo de lo
que ha amado si el escondite del amor no
es el afelpado y cálido
pecho sino la oscuridad del miedo,
la reticencia de la mendacidad,
el oro de la duda?
(Epifanía de una sombra,
146).
El novelista
chileno Mauricio Wacquez (1939-2000) pasó gran parte de los
dieciocho años que precedieron a su muerte escribiendo el manuscrito
de La oscuridad, narrativa ambiciosa que recrearía, en una
ficción apenas disfrazada, la experiencia intelectual y sensorial de la
vida del autor. Wacquez había publicado antes en Chile los relatos
contenidos en Cinco y una ficciones (1963) y la novela Toda
la luz del mediodía (1965), ambas obras de un aprendiz literario,
y Excesos (1971), breves narraciones que merecieron el elogio
de Julio Cortázar. Las novelas que Wacquez publicó después de
establecer su residencia en España en 1972 figuran entre las obras
experimentales más interesantes que se han escrito en español en los
últimos cincuenta años. Paréntesis (1975) presenta en una sola
oración-paréntesis, de unas ochenta páginas, el fluir de conciencia y
los recuerdos siempre cambiantes de cuatro amantes, con un ligerísimo
matiz hacia el final de una voz narrativa como magister ludi.
Frente a un hombre armado (1981) es una novela sumamente
ambiciosa, con su complejidad temporal, geográfica y lingüística, la
inversión de los papeles sexuales y el desafío de todo tabú de orden
sexual, su brillante pastiche de la novela francesa del siglo XIX, su
exploración del sueño, el mito y la obsesión, y su poderosa
presentación de la dialéctica del poder, ejercido en el sojuzgamiento
y la violencia sexuales. Ella o el sueño de nadie (1982) es un
tour de force del intelecto, un elaborado juego de espejos en
el cual un narrador privilegiado explora y comenta las perspectivas
cambiantes de sus personajes. La novela póstuma Epifanía de una
sombra (Santiago de Chile, octubre de 2000), la primera parte de
la inacabada trilogía La oscuridad, confirma que Wacquez es uno
de los escritores más interesantes del idioma español del siglo
XX.
Epifanía de una sombra está dividida en gran número
de secciones, sin numeración ni títulos de capítulos, separadas por
ornamentos tipográficos. Estas secciones recrean, sin orden
cronológico pero como una onda expansiva de una complejidad cada vez
mayor(1), episodios de los primeros veinte años de la vida de Santiago
de Warni (un apenas disfrazado Mauricio Wacquez; Warni es también el
apellido del protagonista de Frente a un hombre armado), como
niño en la región vinícola de Colchagua, como interno en el colegio de
los maristas y como adolescente descubriendo diversos ambientes
santiaguinos: la vida artística e intelectual de la capital chilena,
su burguesía, sus burdeles, su universidad. La perspectiva de este
Bildungsroman poco convencional e inacabado es de especial
complejidad: la recreación existencial del pasado por un narrador
sexagenario que escribe en tercera persona, dejando paso en raras
ocasiones y de manera casi imperceptible a un comentarista-narrador en
primera persona(2). Estos saltos, sutiles pero deslumbradores, en la
perspectiva narrativa recuerdan a las transiciones similares usadas en
la novela experimental Paréntesis. En la versión publicada de
Epifanía de una sombra hay leves indicios de una estructura:
Santiago está pilotando un Cessna al principio y al final de la
novela; las grotescas combinaciones sexuales de Santiago, Andrés y la
mulata argentina Renée (109- 17) están seguidas de una sección donde
se discuten brevemente las combinaciones del basquetbol (118- 19); una
sección que evoca la conversación y las costumbres de unas prostitutas
(353-57) precede a otra sección donde se satirizan de manera
comiquísima el habla y los usos de la burguesía santiaguina (357-69).
Sin embargo, sería arriesgado emprender un análisis demasiado
coherente de la estructura de Epifanía de una sombra: el texto
publicado no corresponde exactamente al texto mecanografiado que leí
en casa de Mauricio Wacquez en diciembre de 1999 (por ejemplo, si mal
no recuerdo, algunas escenas referentes a la vida de Wacquez en
Calaceite han desaparecido); Wacquez sufrió una embolia en la
primavera de 2000; no sabemos si la estructura final fue aprobada por
Wacquez, establecida por su compañero y secretario Francesc García
Cardona o impuesta por los editores.
La deuda a Proust es obvia
y deliberada; de ahí, el recuerdo de la cortina en la casa de la madre
de Nacho: “Aquella cortina azul es la madeleine que lo traslada a
aquel momento” (328). Desde el principio de la novela, predominan los
recuerdos sensoriales, especialmente los olfativos: “[Con referencia a
los aromas en un jardín provenzal] Es curioso que Santiago se haya
sentido siempre perseguido por los mismos olores, lo que quizás se
debía a un sistema desconocido de selectividad afectiva que lo
empujaba a buscar inevitables campos sensoriales, condicionamientos
naturales instituidos por la memoria” (14). El orégano en la cazuela
servida en un burdel provinciano transporta a Santiago a su niñez en
Ñilhue y, en un salto temporal, a su vida posterior en Calaceite,
España: “Aún no había separado la traumática imagen infantil de las
delicias que el orégano le procuró en su vida adulta, en Italia, en
Provenza, y finalmente aquí, en el pueblo, donde constituye uno de los
mejores aderezos de la gastronomía” (356). Los olores no son siempre
tan agradables; así, en un burdel: “el olor era demasiado repulsivo
para sustraerse a su deleite; estaba lleno de feromenas, pies,
sobacos, algo de pipí y alta concentración de testosterona” (332-33).
El apareamiento de un semental con una yegua asume dimensiones
mitológicas para Santiago ( “prefiguraba la raíz del mito”) y revela
la importancia del olfato y del tacto como motivos de la conducta
humana: “El olfato, entonces, y el tacto, serían para Santiago los
verdaderos órganos diferenciadores, los introductores más pérfidos de
la conducta humana” (218).
Recordando los olores de un tren
regional, Santiago proclama su intención de escribir una narración que
cubra la totalidad de la existencia, tanto de las plantas como de los
hombres:
Todos los árboles, los hombres, las mujeres, todos los trenes
-algo que viene, que está aquí-, todo el amor, las noches solemnes
del amor en París, por los alrededores del bulevar Pasteur, todo el
mar: el pálido Mediterráneo, el Canal, amarillo frente a Dieppe, el
océano negro de Arcachon o Chiloé, todos los barcos, los aviones,
que parecen ser una ficción del progreso pero que a lo más exacerban
hasta el desatino nuestra ansiedad y nuestra inexcusable
insatisfacción. Las plantas, en especial las criptógamas, de
recatados sexos, las especies que pueblan la tierra, y también las
flores, a veces aromas transportados por el aire tibio de las
grandes magnolias grandifloras, del jazmín del Cabo, de las lilas y
los pitosporos. Todo. El abanico de la amistad, abierto desde la
idolatria a la traición, los viajes, los retornos, la maravillosa
aventura de entender, la lucidez de la filosofía, y la historia,
forma despiadada de hablar del tiempo, cuya ferocidad se enmascara
en la impunidad del pasado. Parece que no hubiera culpables de los
crímenes lejanos, que la muerte dada o recibida no fuera historia,
apenas fuera periodismo. Y que los tiranos de antaño cuenten con la
benevolencia de la posteridad sólo porque no son contemporáneos.
Quiere contarlo todo. Pero, ¿cómo contarlo todo? Pretende hacer un
acto tan inmemorial como contar lo que el mundo real, imaginario,
violento, repugnante y díscolo le ha dado y es. Y no sabe contarlo,
no puede contarlo, está a punto de dar un paso hacia una mutación
alquímica y sólo ve palabras dislocadas en un mar de sensaciones
extrañas a él, ya no suyas, sino de esa incierta memoria que nade le
devuelve y al mismo tiempo se lo entrega todo: amordazado,
tergiversado, todo colmado de imaginación cuyo límite es, al mismo
tiempo, el centro y él mismo, encerrado en su costra,
individualizado, aherrojado como suele decir la filosofía de la
existencia. Inmóvil (11-12).
Epifanía de
una sombra es una novela de Chile. Santiago (Wacquez) recrea su
niñez: la burguesía rural y feudal a la que pertenecían sus padres y
parientes; la mentalidad cerrada de la vida de provincia; sus
numerosas enfermedades (tifus, meningitis, endocarditis reumática) que
le condenaron a más de un año de cama(3); la frialdad de sus padres
(su padre tenía sesenta años cuando nació Santiago Waquez)(4); el
cariño que recibía de las nanas; la dura vida del internado sin
calefacción; sus lecturas poco sistemáticas, sobre todo de novelas
francesas del siglo XIX. La pubertad trae una sexualidad creciente:
sus primeras erecciones y eyaculaciones; sus cópulas con criadas. Los
años posteriores de la adolescencia (sus útimos años en el colegio, su
vida universitaria antes de su salida para Europa al final de la
novela) se presentan en tonos menos negros. Santiago lee La montaña
mágica, Sartre, Tolstoi, Camus, Malraux, y da sus primeros pasos
vacilantes como escritor imitando la prosa sobria de Reader’s
Digest. Explora con entusiasmo los burdeles santiaguinos con su
amigo Andrés; seduce y es mimado por universitarias (las
chinchillas), por quinceañeras de la clase media en la playa de
Zapallar y por mujeres maduras, como su tía Louise; aprende arte y
música clásica en compañía de la cuarentona María; tiene una relación
sensual con su compañera de vuelo Claudia; tiene una amistad
instructiva con el vicerrector Diógenes Castillo (Luis Oyarzún);
observa desde una perspectiva satírica e ingenua las poses de la
“élite” literaria como los anticuados jubilados y
cincuenteros y el superficial Lafourcade ( 73-77, 372-73,
380-83 ); recuerda los bares santiaguinos y las canciones y bailes de
moda en los años 1955-1960 ( 345-48 ). Las alusiones poco frecuentes a
la historia chilena ofrecen un contexto casi irrelevante para la
narrativa: el terremoto de 1906 que debilitó la estructura de la casa
ancestral; la participación de sus hermanastros en el Movimiento
Nacional Socialista de Chile de González von Marée en los años 30; la
oposición de su familia a la Reforma Agraria de Frei; los intentos de
la Unidad Popular de confiscar haciendas; el apoyo dado por sus
parientes a la represión pinochetista.
El amor que Wacquez
sentía por Chile es evidente en Epifanía de una sombra: su
enumeración afectuosa de plantas, árboles y animales chilenos; la
disquisición sobre la geología chilena cuando Santiago lleva a
Diógenes en avión a Concepción (397- 99) (5); su afición a cabalgar a
pelo por el campo ( 184) (6). Santiago, estudiante universitario, se
enamora perdidamente de la capital de Chile:
Con la
ventanilla abierta, Santiago husmeó la noche santiaguina, ese olor a
cuero y bencina, a consuelos denegados, la ciudad que nunca exhibía
su verdadera cara. El aire tibio inundaba el interior del coche,
amalgamaba a los presentes en una atmósfera y una locura comunes.
Sin intención y de forma intermitente, Santiago supo que se había
enamorado irremediablemente de aquella ciudad pero que nunca podría
contárselo a nadie (326).
El sexo domina
Epifanía de una sombra. Gran parte del sexo descrito es el de
un adolescente enfermizo que descubre su propio cuerpo así como el de
los otros. Se indican las dimensiones de penes en estado de erección.
Santiago satisface a numerosas mujeres de distintas edades, desde la
Cati, de trece años, hasta las maduras burguesas santiaguinas.
Santiago constata satíricamente la preferencia de las vírgenes
chilenas por el amor ad retro, conforme a las creencias
católicas de éstas ( 78-79, 370 ) (7). Santiago el estudiante e
incipiente filósofo asiste a una orgía organizada por un artista
adinerado (384-86); no obstante, la descripción de la juerga es casi
somera, sin impacto emocional sobre el lector. Aparte de su relación
con Claudia -volando en el Cessna están “hundidos en un vértigo
jadeante, estremecidos por la sinrazón de existir, pero vivos y
jóvenes como semidioses” (379)- Santiago desprecia a sus compañeras.
Desdeña la capacidad intelectual de las lolitas que frecuentan
La Chatelaine ( pero Santiago adoraba el olor de las jóvenes, “porque
el buen olor lo aproximaba a todos los motivos estéticos que estaban
en juego en aquel grupo social” [348]). El menosprecio que siente
Santiago hacia sus amigas maduras es a la vez adolescente y puritano;
las divorciadas burguesas poseen una “inexplicable capacidad de
inmundicia, una calidadde ser puercas que no se compadecía con el afán
señorial de cada una” (361). (Notamos que la descripción de las amigas
de su hermana Rosario sigue inmediatamente la descripción de una
visita a un burdel).
Otros episodios sexuales trascienden la
curiosidad y la jactancia de un adolescente para evocar un mundo de
horror, un mundo que corresponde a las dimensiones míticas de
violencia, dominación y subyugación sexuales reflejadas de manera tan
impresionante en Frente a un hombre armado. La penetración
vaginal de la bailarina argentina Renée perpetrada simultáneamente por
Andrés Aránguiz (“Gran Pichula Blanca”) y por Santiago es retratada de
una manera grotescamente pornográfica en su obsesión por los detalles
físicos y su voyeurismo (110-17). En el internado, un chico mayor
(Vidaurre Leal) sodomiza ferozmente al joven Mina Amenábar y luego lo
golpea salvajemente con una tabla llena de clavos (151-60). (Como
comentario irónico sobre las relaciones entre el colegio de los
maristas y los terratenientes poderosos, es la víctima, y no el
violador, quien es expulsado del colegio (8).
A lo largo de la
novela se extiende el misterio del “crimen atroz,” el asesinato
acompañado de mutilación genital y anal del “ Vicho” Olavarrieta, el
hermoso adolescente amado hasta la obsesión por mujeres y, según se
explica más tarde, por hombres (“el más deseado, el más buscado por
señoras y estudiantes, por rusas y gitanas” [258]). Vicente
Olavarrieta, como Alexandre en Frente a un hombre armado, asume
en la imaginación febril de Santiago dimensiones oníricas y míticas:
“esa figura del efebo desnudo que mira el espejo de agua e intenta ser
dios” (146); “esa tez impecable, diferente a todas, que lo distinguía
como un sueño mítico” (339); (la opinión de la madre de Santiago)
“hijo del demonio debía ser, un idílico efebo demencial” (400). Al
principio, el lector ingenuo atribuirá el crimen al desquiciado y
degenerado Bautista, quien se había hecho crucificar durante la visita
de los misioneros a Ñilhue. Es el monstruoso Bautista quien, babeando,
en una escena de horror, posee analmente al Santiago convaleciente a
través de las rejas de su habitación (88-90): “El [Santiago] sentía
los churretes de esperma bajándole por las piernas, aposándose en las
baldosas, estaba lleno de coágulos y manchas oscuras y sentía, sin
siquiera saber nada, que lo que acababa de ocumr era un gran paso en
el conocimiento, un peldaño que lo iniciaba en el trágico camino de lo
milagroso” (90). Más tarde, un narrador no identificado (que no puede
ser Santiago) describe cómo se acerca una persona desconocida (que
debe ser Vicente), en estado de erección, a la habitación de Bautista
y de su compañero mentalmente retrasado, el Serraño: “Los preliminares
debían ser desmañados; él se entregaba totalmente
desnudo; y ese contacto encabritaba al hombre santo, lo ponía en
contacto con el universo de Dios” (307). El Serraño es una persona
infernal: “Criatura del Hades, ángel transgresor, víctima entre las
víctimas, el Serraño llegó hasta allí para ser utilizado, humillado,
bajo el verduguillo de niños infernales” (33). Sin embargo, este
universo monstruoso de la violencia y la obscenidad desaparece cuando
se revela el verdadero culpable, el joven voyeur locamente celoso
Wenceslao Iturriaga. En una especie de anticlímax, la pesadilla cede
el paso a la “normalidad” de la vida cotidiana cuando Santiago, hacia
el final de la novela, hace una visita amistosa al joven Wenceslao
recluido en un asilo para los perturbados mentales
juveniles.
Otro “crimen” asocia el primer amor con la
explotación sexual y, finalmente, los excesos del régimen
pinochetista. A los nueve años, Santiago se aloja con sus primos
ignorantes y rústicos en la casa de campo “Los espinos"(9). Santiago
está enamorado de su prima Beatriz Arlegui, de quince años, la cual
mantiene una apasionada relación sexual con Octavio (“Tavín”), su
hermanastro de trece años. A Tavín lo sodomizan sus primos Pascual y
René. Estos tienen el proyecto de librarlo a otro primo, el Lalo, el
cual posee un miembro viril de tamaño enorme. Santiago, consumido por
el odio y los celos(10), debe decidir entre dos traiciones: la
denuncia de Beatriz a su abuela o la denuncia de las actividades
nocturnas de los primos a Beatriz. El apareamiento de la adolescente
Beatriz con su joven hermanastro tiene para Santiago las dimensiones
espantosas de un rito religioso: “Quiso morir, como también participar
de aquel rito atroz” (248). Para Santiago, Tavín representa una
belleza arquetípica, librada al mal y a la violencia: “Lo vio como un
ente superlativo, como un arquetipo de lo bello, de lo bueno, de lo
valiente. Allí, desarmado, sin ningún amparo, entregado a la violencia
y al mal, no se defendía, entregaba su cuerpo joven a quien quisiera
tomarlo” (251). No obstante, el verdadero horror se encuentra en la
historia de Chile, en el destino de Beatriz. A la edad de treinta
años, Beatriz, denunciada por una tía, murió a consecuencia de
salvajes violaciones y torturas en el Estadio Nacional en septiembre
de 1973 (224-26).
“La oscuridad” representa la muerte en sus
diversas formas. Las tres semanas que pasó Santiago en el hospital a
los seis años con una meningitis provocan la primera meditación sobre
la luz y la oscuridad:
Tantos días,
tantas noches lo vio en esa postura yacente, inmóvil, arrebatado por
una noche sin orillas, entregado a las tinieblas como un poseso,
renuente a todo, a vivir la juventud, los días luminosos y la luz
mayor, la pubertad: sí, se ha escondido en la verdad final, en la
oscuridad de la muerte o la locura, sería un baldado, un retrasado,
un desecho de la verdad. ¿Post tenebras lux? (62).
La
costumbre de la luz condiciona, es cierto, la percepcion y el error.
La lógica no le ayuda, con su majestad, a dirimir las cosas
profundas. Por ejemplo, las vicisitudes que esa mujer vive junto a
su hijo moribundo. La costumbre de la luz es por tanto una mala
costumbre. AI verlo ahí, vuelto de la oscuridad, lo cree contaminado
para siempre, con los ojos abiertos pero ciegos, velados al
espectro, a su frívolo intermedio cromático, ojos cuya percepción
aberrante, deformada, perversa en su intención y en su fin, serán
incapaces de reproducir el mundo humano porque la vida, el amor, el
verde arbóreo, por ejemplo, son fruto de una dispersión de la luz,
de un derroche de la energía, de un infinito desgaste y movilidad.
Mientras la oscuridad, que todo lo contiene -ese espectro del negro
al negro- se niega a perder su autarquía. Los colores están allí,
sin verdadera razón, sin que a esa dispersión, la vida en fin, con
su compulsión de arco iris, no deje de parecer un desatino. El
negro, conserva, encierra, aprisiona en su tiniebla los horrores de
la contingencia, de lo imperfecto, del más y del menos. No es la
luz, como propone la teología, el agente penetrante, la agudeza, el
contorno, la idea, la inteligencia, sino el vasto tremedal donde
florece la rosa fétida, donde todo está analizado, desmontado en
suntuosos contrarios, en estados de ánimos, en conjeturas absurdas y
animales execrables.
Del negro al negro evoca un escenario
vacío entre dos horizontes, un erial en el que la materia transita
errante y sin objeto. Allí lo dejamos todo, vislumbramos algunas
cosas, unas más consistentes que otras. Vagamos infinitos por ese
instante, un fogonazo de piedra, creemos, y no una repentina
animación de la materia, un espasmo, un sobresalto irrelevante de la
eternidad sideral (63)
Cuando Santiago
recobra la salud, se produce "una verdadera epifanía, la epifanía de
la sombra" (63) (11). La luz -la vida de todos los días- puede
engañar: "Conocía lo engañosa que es la luz, el desierto al mediodía"
(87); "El sueño representa el irreparable olvido y, en esta tierra,
despertar es recordar, vivir es volver tercamente a la luz, contrario
y complemento del olvido que es morir" (170). "La oscuridad",
profundamente arraigada en nuestra sique, está relacionada con el mal,
el deseo sexual, el inconsciente, lo irracional: (12)
El pobre Príapo,
víctima de la claridad de ser hermano gemelo de Apolo, idesterrado!,
aherrojado a ser dios de los huertos, el pobre Príapo cuya
deformidad atentaba contra los principios dictados por un empíreo
cruel, que repudiaba la oscuridad contenida en el alma, en los
sueños, en los deseos de muerte que inflama el amor de los amantes.
¿Por qué había de plegarse a las severas normas de lo racional
cuando la oscuridad es una instancia mucho más intensa clavada en el
corazón del deseo? ¿Y por qué no entonces dirimir la alternativa
eligiendo las proposiciones del mal, una especie de liturgia que
englobara a todos los descontentos de la belleza, del amor, de la
luz? (236).
La muerte y la
sexualidad se asocian en la descripción de la muerte accidental del
estudiante Juanano Ansaldo(13):
Aquel frágil
muchachito ingresó esa noche en el misterio de las aguas someras,
sin saber que lo que dejaba atrás era la esencia misma de lo
incomprensible ... ¿Sabes lo que pensé cuando estábamos viendo morir
a Juanano en el camino? ... Pues yo pensé en su sexo, en la forma
como él se uniría a la muerte general ... desde ese día el sentido
menos aparente de la existencia se me ha convertido en una tontería,
en un juego macabro, en que lo único que nos salva, ahora, es el
sexo (376-77).
Las pasiones
pertenecen ai mundo de la oscuridad. “El amor” es obsesivo (“las
horribles obsesiones del amor”, 12), doloroso (“Beatriz representaría
la primera noticia del dolor puro, el medio eslabón que lo uniría a la
nada, como un testimonio del amor desdichado”, 24) y complejo: “Las
altemancias de víctima y verdugo en una misma alma prueban lo fútil de
las ideas que exigen comportamientos unívocos y dejan de lado los
momentos en que en nuestro corazón nos entregamos a la sevicia o la
protervia” (16). Santiago emplea los ardides de un cazador, no
solamente para atrapar peces y animales, pero también para atraer a
Vicente Olavarrieta con promesas de vuelos en el avión de su tío (14).
El poder sobre los otros ofrece un peligroso placer:
El deleite de
detentar el poder es lo único que justifica el asesinato. Debe haber
algún espasmo, algún cielo incomunicable, que los poderosos ocultan
esmeradamente en los pliegues más inextricables de sus conciencias.
Lo único cierto es que, aparentemente, el poder da más vida y que la
trampa en la que Santiago tenía al Vicho Olavarrieta le procuraba
tal embeleso que casi le parecía indecente ... Uno, el sometido, la
presa, como una profunda herida al aceptar algo deslumbrante que no
era capaz de rechazar; el otro, el amo, sabiendo que toda trampa es
en el fondo una forma embozada de conjurar los propios miedos
(176)
Wenceslao prefiere
el odio al amor: "Por lo menos éste se alimenta de sus propios
instintos y busca una salida, el crimen o la libertad. Pero los lazos
del amor, la abnegación, constituyen sórdidos deberes que obnubilan la
voluntad y nos hacen renunciar desde la partida"(71). Los celos
convierten a los hombres en monstruos: "Los celos, ella también los
comprendía, esos accesos irracionales de violencia asesina, de los que
ni los dioses escapaban, podían perfectamente convertir a los hombres
en monstruos, independientemente de los motivos que pudieran aducir"
(357). Santiago tiene impulsos asesinos que derivan de su pasado
enfermizo:
Lo cierto es que
las plegaduras que presentaba la personalidad de Santiago -inquieto
desde siempre por los detalles de un pasado que no asumía y
condenado a exorcizar un presente en el que ya no había enfermedad
ni movimientos nocturnos, ni siquiera tendencias al asesinato- eran
tan cerradas que sus verdaderas emociones salían en momentos muy
infrecuentes... (87).
Santiago es capaz
de crueldad y de violencia: "Santiago sabía que rozaba la crueldad y
que a veces lo dominaba una frenética violencia, un instinto natural
al daño, una hermosa incitación al dolor" (119).
El estilo de
Epifanía de una sombra es variado. En gran parte erudito y literario
en su expresión -y Santiago, como Wacquez en su conversación, emplea
palabras francesas dentro del texto español-, Wacquez reproduce
también el diálogo de la clase baja, como el de las nanas y el
de las prostitutas santiaguinas. A veces, Wacquez revela una vena
satírica ausente en sus obras anteriores; así, la descripción de la
visita de la madre de Santiago a la casa de su hija:
Misía Amanda
entró en el living de todos los livings Ley Pereira de El Gold, el
tresillo, la Tabriz azul de mamá, y en una esquina, el acceso
abierto al cmedor, algunos preceptivos Pacheco Altamirano,
procedentes de la pinacoteca del marquesado, muchos cuadritos y una
chimenea con los abrumadores objetos "monos" de las jóvenes parejas
de la clase media.
¡Mamá!, exclamó al pie de la escalera la
mejor de las hijas.Aunque arregladita, con el collar de circonio, no
se podía evitar la inmarcesible cara de pava que la adornaba en la
vida diaria.Se acercó a su madre para darle un besazo, que su madre
evitó con un tournemain y salvó in extremis su cuidadoso maquillaje,
reemplazándolo por un ósculo dado por ella en la marquesal frente, y
evitando, esto sí, el chorreo de babas que su dilecta primogénita
prodigaba en cuanto alguien sin escrúpulo se ponía a tiro
(359).
Tomaron la expedita limusina Citroën 480 CM de la
marquesa y en un periquete dieron con sus huesos en el palacio du
Pic. Allí, los chambelanes, mayordomos, ujieres, palafrenos, valets
de pied y de chambre las depositaron en la Galerie de Miroirs que
ellos llamaban más llanamente el living (360).
Epifanía de una
sombra termina con la salida de Santiago para Europa. En las últimas
secciones de la novela se hace patente un sentimiento elegíaco de
pérdida, del reconocimiento del fin de la adolescencia:
Y de pronto se
sintió extraordinariamente cansado, entregado a una negatividad que
le cerraba las puertas y lo angustiaba. Había abandonado un mundo
irrecuperable, su mundo, y urgido por lo novedoso del cambio no se
había percatado de que lo había perdido. Los ámbitos sagrados: su
nana, la tierra, el ritmo monocorde de la sangre, a veces, a la
caída del sol (388).
Aunque el narrador
recrea las emociones de Santiago, sobre todo desde la perspectiva de
un niño y de un adolescente, acompañadas por las reflexiones
filosóficas del Santiago sexagenario, se ofrece un resumen de la
historia familiar: la juventud del padre de Santiago en Francia y su
llegada a Chile desde Argelia (historia que coincide con la del padre
de Wacquez) (55-59). Hay también indicios de la vida posterior de
Santiago que iba a ser desarrollada en los dos tomos siguientes de la
Trilogía. La noticia del monstruoso asesinato de Beatriz en 1973 forma
un epílogo al relato del primer amor de Santiago; Santiago discute su
amor por Beatriz con su amigo Claude en Normandía (298).
Wacquez-Santiago ofrece también detalles de su vida en los años 90 en
un pueblo español no identificado (Calaceite): la zona rural del Bajo
Aragón en invierno (21-23); la visita de un embajador (¿Jorge
Edwards?) (84-86); el impacto de la droga y de la prosperidad en el
pueblo, las dificultades económicas de Santiago (102-05); referencias
a la vegetación y a los aromas del valle del Ebro (363-64).
La
publicación de Epifanía de una sombra es un acontecimiento de
gran importancia para la literatura chilena. Epifanía de una
sombra es un texto de una profundidad y una complejidad
extraordinarias. En un nivel, el de “la luz,” ofrece un comentario
interesante sobre los ambientes sociales y literarios del Chile de los
últimos años de la década de 1950 con todo su provincianismo. Los
retratos satíricos de la familia de Santiago-Wacquez (los
terratenientes feudales de escasa educación y cultura, la burguesía
pretenciosa santiaguina) revelan un sentido de lo cómico que
desgraciadamente no tuvo expresión anterior en la carrera literaria de
Wacquez. En un nivel más profundo, Epifanía de una sombra es
una exploración de “experiencias límites” (146), un universo de
degradación, de sexualidad animal, de explotación de otros (15), del
crimen, del instinto. El Santiago adolescente sufre la intensa
atracción de “la oscuridad” (la muerte, lo irracional), que radica en
lo más profundo de él mismo, aun cuando escoge “la luz” (la lucidez).
En muchos aspectos, Epifanía de una sombra recuerda no
solamente la memoria proustiana del tiempo perdido, a la cual se añade
una sexualidad cuya expresión había estado prohibida para una
generación anterior de escritores, sino también los romans
d’adolescence franceses de los primeros años del siglo XX
(16).
Santiago confiesa la seducción ejercida por los
escritores Radiguet y Rimbaud, “esas figuras de negros ángeles
umbrátiles” (227); a esas influencias francesas neo-románticas debemos
atribuir ciertos excesos retóricos del joven Santiago y su
predilección por la belle phrase (17). Epifanía de una
sombra es en gran parte autobiográfico (18): la familia de
Santiago, su niñez en una región vinícola, sus enfermedades, su
experiencia en el colegio de los maristas son idénticas a las de
Wacquez (19). Sin embargo, dos episodios importantes de la novela
sugieren la ficción más que la memoria recreada: la muerte de Beatriz,
que ofrece una denuncia demasiado fácil del régimen de Pinochet, y el
asesinato sádico de Vicente Olavarrieta, proyección, quizás, de los
deseos asesinos del propio Santiago.
NOTAS
(1) La estructura
caprichosa del texto está comparada con la construcción y la
reconstrucción de la casa en Ñilhue: “Las casas desfilan por la
memoria: como narrador no tengo intención de que la melancolía de la
primera casa imponga un orden estético, ni siquiera nostálgico. Aquí
todo es de quita y pon. Es preferible este sistema, que no ayuda, es
verdad, a una perfecta inteligencia del texto, pero que permite
expresar los bandazos que da habitualmente la memoria”
(14).
(2) Así: “En casa de Reynaldo, su mujer, que antes había
servido en las casas, los recibió con aquel amor que nunca he vuelto a
conocer, abriendo su casa como una forma de abrir su corazón, su
carne” (253).
(3) En sus principios, en 1983, La oscuridad fue
proyectada como novela de la “enfermedad‘‘: “Proyecto una novela sobre
la enfermedad. Yo he estado la mitad de mi vida enfermo, y la
enfermedad además es el punto más simbólico de la vida” (Interview
with Carles Barba).
(4) Cf: la autobiográfica “La casa”
en Excesos. Beatriz Arlegui aparece en “La casa” como una prima
de trece años amada por el narrador de la misma edad. En Epifanía
de una sombra Beatriz tiene cuatro años más que Santiago. Me tiene
intrigado la declaración que hizo Wacquez a Claudia Donoso: “Mi primer
amor se murió a los catorce años y te juro que desde ese momento en
adelante no he aprendido nada nuevo, excepto datos. Esa experiencia
fundó para mí un reino que no existía, el reino del amor y de la
muerte, y toda esa dialéctica la aprendí de un golpe” ( “El impulso
escéptico”, 49 ).
(5) Cf: el
texto que escribió Mauricio Wacquez para Chile Espectacular
(Barcelona: Lunwerg Editores, 1996).
(6) El caballo como
centauro tiene connotaciones míticas para Wacquez: “Animal bifronte,
factótum de la realidad, el centauro constituye la figura mito de la
especie humana. Todos lo llevan en sus sueños y le temen al amanecer”
(240-41). Cf: también la presentación del centauro como
“sombrío sueño mítico” en Frente a un hombre armado,
217-18.
(7) Práctica cultural confirmada por Wacquez al autor
de este ensayo en diciembre de 1999. No obstante, Wacquez era capaz de
exagerar en la conversación.
(8) Nótese también
la descripción divertidísima de la visita de Misía Amanda al colegio
alemán el Verbo Divino y su negativa a pagar la matrícula elevada.
Santiago comenta el escepticismo religioso de su región: “Pero
Santiago, por fortuna, había nacido en Ñilhue, en un país enormemente
hipócrita en eso de burlar las acechanzas confesionales e imponer unas
normas tan republicanas como era posible, un país nacido sin
demasiadas frustraciones medievales y mucha libertad, inclusive desde
los tiempos de la conquista del continente”(94).
(9) Cf: la
importancia de la casa de campo “Périer” en Frente a un hombre
armado.
(10) El amor da a Santiago la sensibilidad y la
lucidez: “El amor es una revelación trágica, unilateral y, las más de
las veces, secreta, sin demostraciones altisonantes ni exhibiciones
inútiles. Santiago estaba atrapado, pero el hecho de saberlo le daba
ciertas ventajas para interpretar los signos de valores similares”
(223).
(11) Cf. La
explicación que profirió Wacquez: La oscuridad, porque es la única
realidad que prima finalmente en este negocio en el cual estamos en la
vida humana. ¿Por qué la oscuridad? Porque la oscuridad es la verdad.
La vida no es más que un chispazo entre dos oscuridades. Entre la vida
prenatal y la muerte. Por eso es que el primer tomo se llama
Epifanía de una sombra, la aparición de una sombra en el
espacio" ("A lo mejor, no")
(12) En una
entrevista con Faride Zerán, Wacquez emplea el concepto de la "luz",
definida por San Anselmo, para ejemplificar su oposición a la
irracionalidad, como la de su formación religiosa con los maristas:
"Para mí es el mundo de la irracionalidad. Y como este mundo de la
irracionalidad existe, yo sé que me pierdo la mitad del mundo, de lo
irracional, de la superstición, etc. Pero, como decía San Anselmo, mi
mentor en filosofía, yo vivo en el lado de la luz" ("Los guiños de
Mauricio Wacquez").
(13) La muerte de
Ansaldo simboliza también los años de esclavitud intelectual que Chile
iba a sufrir bajo Pinochet. Ansaldo representa “la mejor tradición
intelectual de Occidente, la tradición de libertad, cosa que muy pocos
chilenos han apreciado en su justo valor. En los últimos años han
tenido que pasar por la experiencia de la libertad cautiva para que
aprecien los beneficios de ser libres. Libres para pensar, para crear,
para amar” (376).
(14)Cf. el papel de Diana la cazadora
como divinidad protectora de “Périer” en Frente a un hombre
armado
(15) Cf: la denuncia de la fuerza como mal
absoluto en el último párrafo de Frente a un hombre armado:
“Para Juan se confirmaba sin embozos que la fuerza es sólo fuerza,
que, fuera de la imaginación del sueño, no puede pensarse como
complemento o adorno de la delicia, que finalmente la fuerza no se
propone sino como mal absoluto, ineludible, para huir del cual debió
urdir un futuro en el que todos los peligros, al tiempo de amenazarlo,
se vieron exorcizados” (250).
(16) Pienso en Les
Faux-monnayeurs de Gide, en que el tío Edouard tiene el mismo
papel de guía intelectual de la juventud que tiene Diógenes (Oyarzún)
en Epifanía de una sombra. A veces también, en su intento de recrear y
de juzgar el pasado, Epifanía de una sombra recuerda la
autobiografía gidiana Si le grain ne meurt. El texto de Wacquez
tiene, claro, una complejidad y una profundidad mucho mayores que las
de sus precursores franceses.
(17) Así, el tren El Flecha es
“dueño de la crueldad que sólo tiene la belleza” (10); Los jeans de
Renée son “repugnantes como toda belleza perfecta” (106). Un desayuno
de mariscales en el Parque Forestal produce un estado de gracia:
“Escarcha de sol en la garganta, oro en la arena, la vertebración de
aquellas maravillas permitía deslindar un mundo insignificante, que se
agotaba en sí mismo, de los portentos que poblaban quietamente los
lugares de origen. El agón volvía intacto a transponer las figuras de
la heráldica privada. Eran miles de metamorfosis oníricas. Aquellos
ritos, insignificantes comuniones con el agar y el vino, darían como
resultado un estado de gracia parecido a la epifanía serena de los
días” (391).
(18) Cf. la declaración que hizo Wacquez a
Elsa Arana Freire con referencia a su obra antes de 1977: “No concibo
la novela sino como la biografía del escritor, a cualquier nivel que
se dé, desde los niveles más fantásticos de la imaginación o del sueño
hasta los más realistas de la crónica” (‘‘¿La impostura de un
escritor?’)
(19) Numerosos episodios forman parte de la
experiencia de Wacquez. Por ejemplo, Wacquez confirmó al autor de este
ensayo el suicidio de Gonzalo (“un domingo por la tarde, triste como
sólo pueden ser los domingos en Santiago, desolados, fríos, oscuros,
derrotados, inútiles, aciagos y míseros como una mala broma”, (82), la
consecuencia de los esfuerzos de un psiquiatra de poca competencia
para “curar” al estudiante de su homosexualidad.
BIBLIOGRAFÍA
Arana Freire,
Elsa. “A lo mejor, no”. El ciudadano ilustrado 1
(noviembre-diciembre 2000): 8-9
“¿La impostura de un escritor?”
[Periódico no identificado de Caracas, 1977 o más tarde],
98-99.
Barba, Carles. “Mauricio Wacquez: ‘La incomunicación del
amor moderno me parece positiva”’. El Correo Catalún,
3-111-1983.
Donoso, Claudia. “El impulso escéptico”. Apsi 245,
28-111-1988 a 3-IV-1988. 47-49.
Wacquez, Mauricio. Epifania de una
sombra. Santiago de Chile: Editorial Sudamericana, 2000.
Frente a
un hombre armado. Barcelona: Bruguera, 1981.
Zerán, Faride. “Los
guiños de Mauricio Wacquez”. La Epoca, 14-IV-1991.