Entrevista Póstuma a Mauricio Wacquez:
Frente a un Escritor
Armado
La escritora peruana Elsa Arana,
antigua amiga y vecina del escritor chileno en Calaceite, Cataluña,
sostuvo una extensa conversación de varias jornadas con Wacquez, el 30
de diciembre de 1999.
Entregamos fragmentos de dicha grabación inédita.
Por Elsa Arana Freire
Publicado en
El Mercurio, 25 de Marzo de 2001
Cuando te enfrentas a un texto verdadero, tienes que caer en
la subjetividad, que es la fuente de todo acto verdadero.
La partida de
Mauricio Wacquez a España antes del 11 de septiembre de 1973 y sus
esporádicas visitas de carácter privado a nuestro país, dejaron su
figura en una nebulosa frente a los otros exponentes de la llamada
Novísima Generación, grupo de escritores chilenos que actualmente
bordean los sesenta años. Poco antes de su muerte en septiembre del año
pasado, Wacquez logró llegar a un acuerdo con Editorial Sudamericana
para publicar, en su "Biblioteca Transversal" una extensa novela que a
la postre sería póstuma. "Epifanía de una Sombra", la primera parte de
una trilogía llamada La Oscuridad, reveló a un escritor que alcanzaba su
plenitud narrativa en la madurez de su vida. La extensa novela —a la
cual debiera seguir un segundo volumen que alcanzó a terminar— es
abiertamente autobiográfica, y buena parte de los personajes que
aparecen en sus páginas tienen sus correspondencia real. Más allá de
descubrir las claves que ayudarán a desvelar algunos episodios
importantes de la vida social y cultural de las décadas del cincuenta
hasta los setentas en Chile, su prosa trasciende con largueza la mirada
anecdótica y limitada de un memorialista o la visión nostálgica de un
cronista criollo. En esta conversación del escritor con Elsa Arana
entregamos una pequeña aproximación biográfica de sus primeros años de
vida transcurridos entre la hacienda Cunaco y Santiago, además de
algunos juicios sobre su obra literaria. Una entrevista que "en esencia
es un monólogo con algunas interrupciones y preguntas puntuales, tan
sólo aclaratorias", declara su autora.
- Eres un escritor chileno con apellido extranjero...
- Soy un
escritor chileno, pero claro, como todos los chilenos y en general los
latinoamericanos, soy más bien una mezcla de muchas cosas. Mi padre era
francés y viajó a Chile a enseñarles a los chilenos a hacer vino. Era
enólogo, de Burdeos, aunque él nació en una casa de verano en Biarritz,
de donde es la familia de mi abuela. La familia de mi abuelo Wacquez
seguramente proviene de Flandes y a su vez de familias que pertenecieron
a los tercios españoles de Carlos V. De ahí puede ser esa rareza de mi
apellido con doble v. Pero investigar demasiado en mis orígenes me
parece una pérdida de tiempo.
- ¿Tú eres hijo de una segunda camada de tu padre?
- En primeras nupcias mi
padre casó en Chile con una francesa, hija de franceses medio belgas,
cuyo uno de sus apellidos, o sea que no tiene nada que ver conmigo, es
de Warni, nombre este que yo he elegido para el personaje de mi novela
actual y de mi novela anterior (Frente a un hombre armado).
Genéticamente yo con Warni no tengo absolutamente nada que ver. Son mis
hermanos mayores (dos hombres y una mujer) que nacieron respectivamente
en 1909, 1912 y 1913, los del apellido. Los chilenos de una cierta
extracción social son más o menos impuros y mestizos. Yo soy eso, hijo
de un francés con una chilena criolla de vieja raigambre.
- ¿Y quién fue tu madre?
- Mi madre se llama Rosenda
Arellano, una mujer bastante ilustrada. Mi padre, que en realidad aparte
de ser un lector bastante bueno, nunca tuvo una preocupación por
transmitirnos este gusto que tenía por la lectura, en cambio mi madre
sí. Ella era colchagüina y fue en Colchagua donde se conoció con mi
padre. El era un señor cercano a los 60 años y fue mi abuela en realidad
la que hizo el matrimonio.
- Cómo era tu relación familiar. ¿Afectiva,
distante...?
-
Con mi padre tuve siempre una relación divina, pese a que era casi 60
años mayor que yo, pero eso no me importaba. Yo sabía que tenía una
privanza por mí. Con mi madre fue una relación maravillosa, en primer
lugar porque ella me enseñó a leer. Es de los placeres que yo conozco en
mi vida, muy lejos, pero muy lejanamente relacionado con el sexo. El
placer sexual para mí es indecoroso al lado de la maravilla que
representaba leer. Comprenderás que no podía salir otra cosa que un
enfermo de la lectura como lo fui yo. En mi preadolescencia llegué a
leer novelones como "Por siempre Ambar" o una novela que terminé
traduciéndola, como es "Salambo". Estos eran libros de la mesita de
noche de mi madre. Cuando ella sabía que había demasiada pilucha
adentro, no me los dejaba leer, pero yo me los robaba y los leía de
todas maneras. Luego leí "El Caballo Audaz" y más tarde a Vargas
Vila.
- Aparte de tu familia íntima, ¿tenías amigos,
amigas?
- Yo fui un niño muy rebelde. Tenía un círculo de amigos que no
tenía nada que ver con mi mundo social: el hijo del mayordomo de mi
padre, el hijo del bodeguero, que eran niños chilenos maravillosos, con
ojotas. A mí me daba vergüenza andar con zapatos. Y andaba con ojotas en
verano y bien peinadito. Otro problema que yo tenía, aparte del social,
era que yo era rubio, pero rubio casi blanco. Me decían rucio, caldo de
choro y gringo, que era lo que me indignaba más. Mis primos y amigos
venían de Santiago y les daba los caballos más malos y así me vengaba de
esos señoritos santiaguinos. Yo era absolutamente campesino.
El misterio del
lenguaje
- ¿Eras buen alumno en el colegio?
- No, pésimo. Estudiaba
cuando quería o cuando tenía que dar algún examen, pero nunca repetí
curso. Nunca en mi vida fui un jeune premier, por suerte. Fui destacado
alumno y el primero de mi promoción en la Universidad de Chile. En
Francia, mi diploma y mi doctorado era Bien o Assez bien. Aparte de mi
tifus, paratifus y problemas digestivos, tuve un soplo al corazón a los
13 años. Mi recuerdo es que me parece que me he pasado toda la infancia
en cama, así que ahora estoy mucho más alentado que antes. Allí fue el
estallido de mi vida, porque al mismo tiempo de convertirme en un
escritor (creo que me convertí en escritor en ese momento), me convertí
en hombre, descubrí la sexualidad.
- Siendo un hombre de letras, ¿por qué eliges filosofía en la
universidad?
-
Precisamente por eso. Para mí hay cosas que son incomunicables. Una de
ellas es el misterio del lenguaje, el misterio de la literatura. Es algo
que, como experiencia profunda, nunca fue comunicable. Es un arte que no
se puede enseñar. Si yo hubiera creído que se puede enseñar, habría
estudiado español, castellano o letras. Pero las letras son para mí un
misterio tal, que preferí iniciarme en una sabiduría, en una experiencia
y en muchas disciplinas afines. Por ejemplo, soy o me hice actor en la
Universidad de Chile, pero de noche. Y me recibí. Tuve una columna en mi
vida que fue Magdalena Lozano, mi maestra de pintura. Era una española
republicana que llegó el año 39. Con ellos empecé a estudiar la
sociología, con José Medina, un gran profesor que inventó la sociología
en Chile, la sacó de la nada y comenzó una enseñanza paralela. Yo iba a
clases de yeso, sobre todo con Israel Roa, o bien con José Balmes, en la
Facultad de Bellas Artes. Hacía cursos nocturnos sobre modelo fijo,
sobre esculturas, luego dos años de croquis sobre modelo vivo y dibujos
más rápidos, apuntes. Con mi maestra, pintaba naturalezas muertas. Es
decir, todo lo que se propone como valores de la pintura. Por cierto que
de aquella época, y por suerte, ya no existe nada de eso, Se acabó
todo.
- ¿Quiénes de tus amigos tenían tus mismas inclinaciones
literarias o vocación de escritor, en esa época?
- Están todos vivos. Algunos
han venido para acá. Federico Schopf, de origen alemán; Skarmeta, de
origen yugoslavo; Dorfman, que era de mi quinta, de mi
generación.
- ¿Estabas lejos de la generación de Enrique
Lafourcade?
-
Esa es la generación del 50. Yo los llamo la generación de los
cincuenteros. Hasta que Juan Agustín Palazuelos dio origen y nombre a mi
generación, a los Novísimos. Los Novísimos nacen porque Pepe Donoso,
para arropar a su delfín que era Juan Agustín Palazuelos, crea toda esta
generación que es Skármeta, yo y otros tipos. En un artículo de Pepe en
la revista Ercilla, yo aparezco como autor de un libro de cuentos y una
novela terminada. Me saca una foto terrible en que estoy entre estos
escritores con mi libro debajo del brazo. Auténtico. Este libro era mi
primera novela: Toda la luz del mediodía, de la cual muchos amigos
todavía me dicen: Ay, pero si esa es la mejor novela que tú has escrito.
Nunca escribirás nada mejor que eso. Entonces, lo único que piensas es
en pegarte un tiro.
La Oscuridad
- ¿Cuándo te pones a escribir "La Oscuridad"?
- El 82, hace 18 años. Pero
para escribir diariamente, rutinariamente, con disciplina, diría que
desde el año 1992. Tomo todo el material anterior y lo ordeno de alguna
manera.
- Hablemos ahora en general de tus obras.
- Hablemos de lo que he
escrito. He escrito poco. No es que sea un proyecto ad infinitum esto de
escribir poco porque ahora termino el primer tomo de una trilogía que ya
tiene 800 páginas. Así que no puedo decir que yo sea un escritor parco,
pero lo he sido hasta el momento. He sido parco y sobre todo muy
autocrítico. De los libros que he publicado no me arrepiento de ninguno.
Es decir, tengo la lucidez suficiente para darme cuenta que los dos
primeros —Cinco y una ficciones, cuentos y una novela, Toda la luz del
mediodía—, tienen todos los defectos de la premura, de la juventud. La
narrativa es un arte que necesita mucha experiencia, más que en
cualquier arte. Más que en la pintura. Y sobre todo, más que en la
poesía porque hay poetas que lo son porque lo tienen en los genes y son
tan buenos poetas, como por ejemplo Nicolás Guillén, cuya poesía, aparte
de la samba, no me dice absolutamente nada. Pero hay otra poesía que es
la poesía de los sentidos, la poesía voluptuosa, la poesía de Neruda. El
ejemplo del siglo XX es Pablo Neruda. Pero para mí, como lector de
poesía personal, me quedo con el tercer nivel, que es la de Rainer Maria
Rilke, la poesía de la reflexión, de la metafísica, de los límites de la
vida humana.
- ¿César Vallejo no se aproxima a la poesía de Rilke?
- Sí, evidentemente y más
joven que Vallejo, Enrique Lihn, que escribió aquel verso repetitivo que
termina diciendo: "porque escribí estoy vivo". La narrativa es más un
oficio o ejercicio para escritores de experiencia. Estoy seguro de que
cuando Radiguet escribió sus dos obras maestras, sólo tenía 18 años pero
una experiencia y sobre todo una inteligencia para mirar la experiencia
que lo convertía en un hombre muy maduro, escritor maduro. Las grandes
novelas se han escrito por gente que ya tenía una gran experiencia, como
por ejemplo Stendhal y para qué decirte Flaubert, o Nabokov, quien
escribió Ada a los 70 años. Se nota cuando la experiencia está
gobernando ese tipo de arte.
- Pero si no hay un primer peldaño, ¿cómo subes por la
escalera?
-
Poniendo el pie en el tercer peldaño. No te puedo decir otra cosa. Y eso
es lo que me pasó a partir de esos dos primeros libros. Cuando ya era
treintón, con un buen libro de cuentos que se llama Excesos e
inmediatamente con una de las novelas que más me demoré en escribir, del
año 68 al 75, en que se publica, que es Paréntesis, que tenía o tiene 80
páginas. Y para que te lo diga de una vez y no me vuelvas a preguntar,
todos los libros que yo escribo, o casi todos, tienen el 95 por ciento
de autobiográficos. Podrán no reconocerse muchas cosas pero yo las
reconozco y sé a qué se refieren. Trato de que los textos funcionen
independientemente de lo biográfico. No son buenos porque pertenezcan a
una determinada vida, sino porque el arte está referido a una cierta
alquimia que produce la realidad y que la realidad niega al mismo tiempo
porque está convertida en literatura. Así es que cuando yo repaso los
cuentos de Excesos, Paréntesis y luego las dos novelas siguientes
(Frente a un hombre armado y Ella o el sueño de nadie), me encuentro que
representan unos momentos definitorios de mi personalidad y de mi vida
en general. Eso no me impide inventar ciertas cosas, porque la invención
es parte del mismo juego, pero yo estaré siempre muy lejos de un genio
como Julio Verne, porque no es lo mío. En Frente a un hombre armado,
quise hacer un homenaje a un mundo anterior, en Francia. Allí se juega
con los elementos que se integran en la vida de mi padre, pero claro,
con mucha soltura, porque debía imaginarlo todo, porque tenía pocos
datos históricos. Resultó una novela bastante impresionista como es Paréntesis, o un poco menos ya, Ella o el sueño de nadie, que es una
anécdota centrada en el colegio de los Maristas, donde yo estudié. Allí
ya hay un primer testimonio de lo que va a ser la literatura para mí a
partir de eso. Es decir, un poco más entendible, realista, objetiva, que
las novelas que había escrito hasta ese momento. En toda esta visión
algo más realista de mi literatura, ésta se cuaja. Bueno, en realidad,
en esta trilogía que estoy escribiendo ahora, cuaja realmente todo. Aquí
se manifiesta casi todo lo que estaba larvado en mis escritos
anteriores, pero especialmente casi todo lo que estaba larvado en el
personaje que se llama Mauricio Wacquez.
- No utilizas, sin embargo, a Mauricio Wacquez como el relator de
primer persona.
- Claro que no. Pero está el narrador, testigo omnisciente de
casi todo. Hay un momento en que dice: "No crean que nosotros, un
nosotros vago, nos contentábamos con cosas pequeñas". Hay un hablante
que es el narrador, pero es un narrador que está muy cerquita del
personaje, del héroe de esta novela, que es Santiago de Warni, que en
realidad, el mismo Santiago no dice de Warni, sino Warni. En
Latinoamérica somos lo suficientemente libres para amarrarnos a grafías
históricas. Sería interesante en esta novela de La Oscuridad, dilucidar
quién es quién en la narrativa.
- ¿Eso a veces suele resultar peligroso?
- Por ejemplo, por los
apellidos. Ya sé que van a decir que es una anfibología de Wacquez. Pero
no lo es; es un apellido (Warni) de la familia de mi padre. La
anfibiología es lo que reemplaza a la verdad o una interpretación libre.
Y no es eso. Yo he tomado mis apellidos, perdón, los apellidos de
Santiago de Warni, de Santiago Warni, son Warni Aránguiz, que ya no
puede ser más mateo y Aránguiz es lo más chileno de los chilenos y de lo
criollo, criollísimo, del siglo XVII. Cuando uno pertenece a esa gente
vieja, tiene todos los apellidos que quiera. Allí uno tiene casi todos
los apellidos chilenos. Lo de Warni te lo digo como un ejemplo, pero en
toda la novela hay un correlato con la realidad, que no es fruto de la
imaginación.
Realidad
imaginada
- Diríamos que tu novela "Frente a un hombre armado" y también
"Ella o el sueño de nadie", son como desgajos de esta gran novela que
estás escribiendo, como partes de ella que lo reúne todo.
- Sí, claro. Hay que darse
con una piedra en el pecho. Es decir, que todas las novelas son copias
de todas las novelas. Son todas capítulos de una misma novela, aquella
que uno escribe durante toda su vida. Si no tienes un temperamento
demasiado ínclito en la política o en la historia, se te verá el plumero
de tu vida en toda la obra. Las novelas de los escritores realistas,
como por ejemplo La Colmena, de Cela, una obra maravillosa, o incluso Pascual Duarte, representan un esfuerzo por compartir la realidad vista
con la realidad imaginada y sobre todo, sentida, que es lo subjetivo. Lo
objetivo pertenece a un mundo que desconozco. Eso que los pobres del nouveau roman dijeran que la celosía es la celosía y punto, yo no lo
entiendo. Por suerte siempre existirá el filtro del escritor. Y si
quieren hacer una novela verdaderamente objetiva, terminarán escribiendo
la guía de teléfonos. Porque todo lo subjetivo es un antojo. Cuando te
enfrentas a un texto verdadero, tienes que caer en la subjetividad, que
es la fuente de todo acto verdadero.
- Cuando empiezas hace 18 años este libro que estas terminando, le
pones varios títulos. Vas cambiándolo. Pero el título genérico es uno
solo, pero ahora por su extensión y por otras razones, va a constituir
una trilogía. El título genérico es La Oscuridad. ¿Por qué La Oscuridad
y cuales son los otros títulos?
- La Oscuridad, porque es la
única realidad que prima finalmente en este negocio en el que estamos en
la vida humana. Porque la Oscuridad es la verdad. La vida no es más que
un chispazo entre dos oscuridades. Entre la vida prenatal y la muerte.
Por eso es que el primer tomo se llama "Epifanía de la luz", la
aparición de una sombra en el espacio. El segundo se llama "La costumbre
de la luz" y el tercero, "Del negro al negro", que describe un color
otoñal entre el declive de la vida y la muerte. Bueno, la luz es eso.
Sólo veinte años el del medio. El primero va hasta los 20 años. De los
20 a los 40 el segundo y de los 40 a los 60 el tercero de los libros. Y
ahí termina, pero no finaliza con la muerte de nadie.
- Según tu tesis o tu propósito, a los 40 años prácticamente se
hace la noche. Tú vas a cumplir 60 años dentro de pocas semanas y ahí no
es la noche la que te espera.
- Puede ser que lo que me
espera es la noche y si no quieres hacer cualquier gesto de entusiasmo,
corre por tu cuenta y riesgo. Yo no me sumo a la exaltación de la vida.
El hecho de cumplir los 60 años no invalida la realidad del negro al
negro. Ya hubo un negro y va a haber otro negro que no sabes cuándo
llega. Puedo escribir diez libros entre medio, a lo mejor. A lo mejor
no.
Mauricio Wacquez falleció el 14 de septiembre
del año 2000 a los 60 años de edad.