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UNA CANCIÓN DEL «PALEOLÍTICO MODERNO»
Prólogo a la edición ecuatoriana del libro Construcción civil de Willy Gómez Migliaro
ganador
del V Certamen de Poesía Hispanoamericana «Festival de la Lira» 2015
Por César Eduardo
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Este libro resume en un verso su postura: «ser el paleolítico moderno». Con él nos ubicamos en el territorio de un cataclismo, en el fracaso del proyecto occidental de la Ilustración. Nuestra sociedad es una calamidad, un fracaso, la prehistoria de un futuro que nunca sabremos si llegará. Esta c(s)ima histórica, más que un punto de llegada, anuncia el punto de partida de una angustiante realidad, revela la llegada de una deriva apocalíptica. Verso tras verso, asistimos a la construcción de un proyecto destinado a quedar inacabado. Poema tras poema, somos testigos de la construcción de una ruina, de un edificio fragmentario que será piedra inaugural de un futuro aterrador, porque lo vemos reflejado en nuestro presente. Somos el detestable futuro de un pasado que anhelamos.
Ese proyecto de la modernidad se ha expresado en nuestro continente de diversas maneras, y una de las más importantes ha sido la fundación de los estados nacionales, conformados en torno de la matriz homogeneizadora y colonial de la hispanidad. Dentro de cada uno de nuestros países, existen cientos de pueblos y nacionalidades ancestrales, integradas por la razón o por la fuerza a los territorios dibujados originalmente por manos imperiales. Se habla con orgullo de nuestra ancestralidad, pero la desconexión entre los aparatos estatales y la realidad cultural provoca que cada tanto exploten ollas de presión por todo el continente, en forma de guerras civiles y conflictos armados fratricidas. Y el Perú no ha sido la excepción. Este libro se escribió también como una respuesta a esa situación.
Construcción civil se levanta como el testimonio de una anhelada restauración de la patria, quizás imposible de lograr del todo: las heridas profundas, más que dejar cicatrices, abren agujeros negros imposibles de llenar. Los nuestros son países esencialmente rotos. Gómez Migliaro decora su edificio poético con referencias a las culturas milenarias de su natal Perú, y las combina cada tanto con otras de orden pretendidamente universal, aunque en el fondo no son más que recurrencias a la autoridad occidental, europea. De ahí que la sintaxis disuelta, el ritmo quebrado, la semántica confusa de sus poemas sugieran una escapatoria de ciertos cánones de la poesía lírica. La tragedia de los desencuentros de la modernidad americana se vuelve carne en los poemas de este libro.
Este libro matiza su postura con otro verso: «la construcción como manantial». Si las utopías de la nación, más que guías de convivencia, son imposibles autoritarios y violentos, la labor del poeta consiste en dar de beber a los sedientos: a los que necesitan recordar y toman de los ríos del pasado, y a los que necesitan olvidar y toman de las aguas del Leteo. Todo proyecto humano tiene esta doble faz, parece insinuarnos el poeta: construye en la misma medida en que destruye. La naturaleza humana se sobrepone al temor de su mortalidad entregándose a su destino inapelable: la devastación. El poeta atestigua la impericia de su especie para sobrellevar su condición mortal y, en su desesperación, evita la llegada del silencio, sugiriendo, callando.
El poeta insiste en su misión simultánea de testigo y promotor de realidades: «y crecen las aguas de un río sin nombre / martillamos sacamos cuerpo de un amor que se lleva el abismo». Lenguaje roto, balbuceante, pero no porque el poeta haya buscado deliberadamente una sintaxis experimental, pretenciosa, sino porque la realidad imaginada en el poema y observada mediante las palabras se encuentra en continua disolución. Si leemos el poema como si fuera un agente que edifica realidades, los objetos inventados aparecen exentos de una sintaxis constreñida, porque pretenden ser sonidos y vocablos originarios. Si leemos el poema como si fuera un testigo que denuncia la realidad que observa, los objetos enunciados aparecen también ajenos a una sintaxis limitada, porque denuncian una consistencia que se pierde mientras se la nombra. El lenguaje en este libro es un protagonista por necesidad, no por fingimiento.
En cualquier caso, el poema aparece como un río en plena extinción, que gotea sus últimos fluidos sobre la torrentera del silencio. Y se titula Construcción civil, porque cada palabra opera como un ladrillo, cada poema como una habitación. Construcción, porque se edifica un fantasma sonoro en la memoria: un poema. Civil, porque pretende una utopía ajena al bullicio de la violencia y el sinsentido: alguna verdad. Dice el poeta: «YO INGRESÉ A LOS TEMPLOS modernos al bosque al coro de niños». Este libro es un templo pagano, donde se le rinde culto a la posibilidad de convocar al otro, a los otros, desde la sugerencia, desde la invitación a conformar una comunidad sin los límites fratricidas de las banderas y las naciones. La construcción civil de una posibilidad.
Con todo, no se trata de una poesía social: es poesía civil. Su compromiso está en la edificación de una ciudad sonora, donde la ciudad amada, donde el terruño destruido, como marcas de agua en la página, es ya una ruina, aun antes de vencer el embate del tiempo. Los poemas, como las ciudades, están hechas para durar cuanto dure el tiempo de quienes las observan, las habitan, las pronuncian. Una vez instaurado el silencio, el desierto entierra la piedra, y el caudal del olvido se lleva por delante la obra de los hombres y las mujeres. Sólo el olvido edifica, sólo el vacío construye: «donde no habla la desesperanza / y el mundo ignora un fenómeno futuro». Paradójica condición la del poeta, Sísifo de la memoria: recordar para escribir, escribir para olvidar.
Quito, 8 de mayo de 2017