Proyecto Patrimonio - 2019 | index  | Willy Gómez Migliaro      | Autores |
         
        
          
          
          
          
          
          
          
          
          
          
          UN MANANTIAL DE NOSOTROS SE FUE DE PASADO
          
            Por Willy Migliaro
            
        
          
            
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Te acercaste a la noche de tu  partida, y sobre el recuerdo cuidadoso de redes de pesca quedaron las  plantaciones de molle, y abajo, el río que te hubiese gustado cerrar en su  primer recodo violento. Nadie supo de las pantallas y del arranque en las  pizarras cuando el ojo manchó solo conversaciones nocturnas aquí en la escuela  provincial. Debimos habernos dirigido hacia cualquier laberinto y su origen del  silencio donde el ofrecimiento no hiera al animal, de nuevo, envuelto en una  frazada. Al amarrar las maletas con todas las pruebas fotográficas y los  premios, hacías ofrendas al amor. Acerquémonos, dijiste, curemos al que llora  con lo que nos sobra. Hemos aprendido a ser cortinas o a tapar, lo mismo fue en  las derivas de los mil movimientos que nos quedaron de costa si de la amplitud  de un valle se trató. No es la perseverancia del talento la recompensa. Sin  embargo, yo estaba lejos de ser, en promedio, un sentimental desprovisto de  malicia en una historia de regreso a las ciudades. Enflaquecí como para  impedirme amar calladamente y recogerme en mi camino hacia el mismo asombro de  nada a la salida de un gran paseo de nuestras decisiones fantasmas de la  separación. Sobre todo quedó una constante orilla. Uno orilla sobre la luz del  día y trae sus fracciones si nos falta una sucesión alarmante de los  estiramientos de las piernas para saber nada sin medida al tacto. Somos el  vertedero de agua o la suma de base en esa monstruosidad. Degradé al concebir  el corte del morado o el negro en contraste con luces previsibles de tu  historia personal. Bota de madera fina o faldas que tapaban mi espesor en una  secuencia de quien regresa del amor. Hubo un núcleo, es cierto, y no comenzó en  ese ascenso donde atravesé un campo. Algo pasó entre nuestras presentaciones.  El cuerpo y sus cárceles de tienda en tienda no trajeron habitaciones  continuas. Todos juntos detrás de la chapa y la profundidad de la mirada donde  se desvestían. Las piernas sobre los hombros debajo luego el vientre y sus  dobles, encima la designación de triángulos y un movimiento del descubrimiento  de tu elevación. Por el gran vuelo me elevaste, dije. Vimos un caracol herido  como quien advierte un gran morir. Y todo el detalle estuvo allí. Ninguna  respuesta del acto aconteció a sus principios de reflectores. Hablamos de un  momento en que morí entre pantallas de la niebla o de la contención de nuestros  afectos en la próxima vida. Ya no hubo brillantez en la decisión de asomarnos a  nuestras certezas. Espejos falsos en la madrugada, no para recordar sino para  olvidar la sangre  en nuestras palabras negras como un film o una puesta del sol ante nada de  alargar paisajes y las miles de cosas simbólicas en las que debimos vivir desde  las marcas del nacer. Precisamente el resultado de nuestros castillos se secó  en la lengua intemporal de una ciudad futura o un tema esencial de romántica  broma. Los campos fueron, de nuevo, láminas de vuelo medio temblorosas o tal  vez eso nos arrojó a la fosforescente y sonada niebla de Lima, o quizás atrás  donde no vimos la historia de una espalda y sus formas sobresalientes de  aversión en su tamaño. Trajimos las herramientas: alicates, martillos,  gutaperchas y centímetros de pistas. Trajimos la des-versión. Un manantial de nosotros se fue de pasado. Y quién nos  escuchó? Fue el fracaso deslumbrante de sacar cuerpo. Ahí estaba la réplica del  animal en la costa y toda su playa donde hicimos el plan con astillas que  salieron de nuestras mentes intratables con palabras color agua. Languidecieron nuestros cuerpos antes de la llegada de  la primavera en el campo. A la deriva encontré identidades oscuras en el hogar  del resplandor donde los guisos o el arroz con pollo o el pulpo al olivo dieron  rienda suelta a la orgía de nuestros besos lanzados por fantasmas épicos. Qué  distancia existe hoy? Cielos, canta la lluvia en estos campos de la flor de  sunchu. Hay algarabía o un árbol en casa de los músicos cuyas canciones ya no  tienen palabras. Lloré en verdad cierta finitud. Lloré amargamente y nunca nada  será ya suficiente. Me queda el hundimiento de la dicha y sigue siendo inaudible  si dejo caer nuestras palabras ya no demasiadas creíbles en su espectáculo  lingüístico. No demasiado clarividente cuando llegó el bautizó en las faldas  del Cerro San Cristóbal. La humildad tenía techos, la pobreza medias ventanas.  La familia y su inmaculada esfinge de yeso tienen su propia disolución y una  escena en el coro entre el reclamo del primer actor que llegó en un taxi y nos  dijo que su madre lo había expuesto al ridículo. Ese niño abrazó a su padre y  este señalando un árbol de olivos dijo que vendría. No era eso, ¿escena de  ruido del viento, una accesibilidad de las cosas frágiles? Si hubieras dejado  la traducción de una imagen de la lengua y sus  levantamientos la intratabilidad hubiera seguido su progreso. Resultó evidente  la venida de otro niño y sus constelaciones. Ellos me buscan en mi amor como si  yo hubiese perdido objetos verdaderos no ya de desde la prisión de mis  inhabilidades, sino desde el jardín que me ha partido un dios pobre toda la  noche. Todo se veía bien el día que alzamos un pedazo de cedro y decidimos  purificación de padre, excepción de madre en su lecho de río hablador. La  partición y el retorno invisible de otra intimidad relevante entre la  experiencia de tu experiencia al probar la quemadura en el deseo de tus ojos  que me llevaron más allá o ahora negro estéril al cruzar la cordillera de los  andes. El extremo de lado nos duele cerca del mismo campo. Hubo enredos en  nuestras presentaciones o la forma más elevada de ti permanece en su próxima  abstracción. Es hermosa esa presencia. Ahora es lluvia y se engancha en la  ansiedad no como recuerdo sino como consonancia de los encubrimientos. Cómo  sentimos tanto amor? Deletrea una amargura instintivamente y haces de mí otro  inclasificable. Mañana vendrán, dices. El cuerpo está allí en las escuelas del  campo con aulas destartaladas. Busco el martillo. Golpeo los equivalentes a  este dolor. Qué es ese afecto del pasado que ata el cuerpo en su retrospectiva  de Herkovitz? Apenas bajo el rayo de luz que se adviene, y se ama lo que no se  sabe en una primera iniciativa. Reorganizar la oscuridad y su forma impune  siempre al volver de un mundo de caracol. Para traer mi piel corta debo  descubrir otro cuerpo que se alargue. Yo quería decir el paisaje del lado  existente no una destrucción sucedánea de sus intervenciones y repliegues.  Predominó un azul de nuestras soledades dejándote mis líneas negras y llenas en  el crecimiento de la hierba. Ahí llegué cubierto por el amor de un mismo  derribado en sus informes de pino y molle o en el corte de las ramas de los  duraznos en Caicay y la palabra tiempo donde susurraban los capulíes y la  lluvia del verano. Tiempo de todos traje en mi ola espumosa de nada en su  lenguaje. Susurraron los pájaros y las huidas breves de corrientes del río  Vilcanota. Allí el sapo cantó, luego los grillos bajo cáscaras resbaladizas de  melocotón abandonaron sus asuntos sin resolver. Lo que dejé sin decir se dibuja  sin pronunciación. Solo un dorado absoluto del instante como todo lo que no  hicimos despliega sus manchas. Lo que no dimos. Todo lo que no fui o lo que no  seremos se dibuja en un fantaseo medieval de queja pura o de leyenda y  enfrentamiento de baja intensidad. Fantasear una supuración de heridas, eso  conquista y suena a viento de vanas consecuencias. Dos respiraciones y ya está.  Hemos sorbido un poco de sopa de cebollas en un trago que acapara las mentiras  o el engaño de nosotros mismos. El mundo tenía una cubierta herencia de colonia  y de brillo cuando moríamos doblemente en la intercepción de nuestro purgatorio.  La traída de nuestros muebles fue a parar a la basura. Tuvimos plegarias entre  quejas y afectaciones, y regresamos los cuadros del matrimonio de mi padre  siempre hermoso desde la mirada. Recogiste debajo de una mochila verde las  camisas de cuello ancho y los cuadernos de anotaciones de nuestros gastos  mutuos. Una canción empezaba: me sorprende una respuesta de iglesia y las  violetas han crecido como están en su hacer agua de nunca recibir ninguna  respuesta. Qué es eso? Qué dijiste? Lo que yacía en nuestro traslado no fueron  sino neumáticos que se desliaron sobre una pradera imaginaria, y tus labios  fruncidos tenían ventanas y a través de ellas conocimos cierta escritura de  estallido perpetuo encriptado en una delineación de luz que conoce pocos  amigos. O eran muchos en la bienvenida. Definitivamente el amor traía sus  cristales de procreación cuando no bajamos nada de ese camión de mudanzas.  Primero el envenenamiento que ilumina, después nuestros alimentos de filetes de  pescado fresco y mariscos revueltos con arroz, o el seco de carne ardiendo  siempre en nuestra vieja cocina a gas. Uno se conoce por esa introducción del  mundo, claro, uno delinea bien esos cristales que trae el amor. Y mi miseria?  Algún silencio la creó, no obstante, sobre un finito denso de autocompasión  como dicen que eleva tristemente la tierra seca a las ortigas al otro lado de  nuestros campos. Y dónde quedan? Con las justas queremos creer a quien me trajo  a ti desde su muerte. Me atrevo a decir que él era un poeta torpe del fuego. Me  trajo a ti su muerte cuando ardía la miseria de dos en la introducción de otro  mundo sin pensar. Él fue una despedida de presentación para tu culpabilidad.  Abramos el suelo de quienes partieron, no están aquí cuando nos acostemos por  un rato y la niebla primera enfríe geranios y desprenda aroma el levantamiento.  Así anduvimos con toques de esperanza y la experiencia exterior redefinió un  sol en el cuerpo apegado a sus colores. Movió miradas de nada en la misma  experiencia y como requisito un paisaje desde las emergencias al dar fin a  nuestras presentaciones en la conducción del orden en sus ceremonias con  espejos y semicoros. Una paciencia diurna en un paseo por la casa nueva que se  construyó frente al mar, luego una estancia en Chaclacayo y el canto de los chicos  en su estrófica y usual alegría. Ningún otro sentido en la cualidad del hombre  y la ciudad con familias divinas cayendo de otras bocas. Al fracturarnos anda  una ansiedad rumbo al juicio o a la conciliación de quién rompe al hijo mayor o  quién llena al menor. Controlé la decisión oscura de un juez en tu mirada  cuando firmamos los documentos con cierta ligereza de borradores en un lenguaje  que prefirió despejar un sitio para uno. Luego a mi rincón de dignidad real y  su atmósfera de Jerusalén con un rival espiritual al quitarnos la vida en la  división del cielo sin ese amor que me dejó con mis autodefensas. Te busqué en  la música doble que roza el cuerpo una y otra vez con el primer amado y su  valle marchito. Era necesario un juicio sin la ofensiva de la venganza abriendo  esas nubes apocalípticas o la blancura de los retazos de ambas partes. Era  necesario la huida a la certeza de un campo entre la muesca de dolor frente a  cualquier acto tempestuoso. No había mucho por hacer, digamos, un tiempo  necesario en ese mes de marzo rumbo a Caicay. El tiempo de los melocotones y  las manzanas o las ramas rotas de los blanquillos que lloraron mi cuerpo en una  curvatura de media estación. Digamos los perros y la consecuencia de no poder  continuar en la división del abismo protector de un amor que deviene en  incompletitud. Están creciendo las suplantaciones de uno en la conquista de  saber nada en el trance, en el aire más alto y en el poder de acercarnos a  ninguna definición de mis inhabilidades.
        
        
         
         
        Fotografía superior de Estefanía P. Lanfranco