Respecto al reciente poemario de Willy Gómez Migliaro titulado Manantiales, intentaré ofrecer algunos alcances para sumergirme y ver desde la mirada del sujeto lírico que traza una geografía demasiado diversa y rica. Inicio, entonces, esta sumersión mencionando algunas conexiones significativas que he encontrado en Manantiales, poemario que me ha sorprendido gratamente y me reafirma la opinión del camino de Willy Gómez Migliaro que transita por altos paisajes mentales y creativos.
Estas conexiones que señalo inician citando algunos versos del poemario, a manera de ancla u orilla desde donde asirme:
“hay contención en el espacio real/ Se detiene la montaña en una escena/ de cambio de cielo, de árbol hecho en su espera/ y la probabilidad de descubrir/dependencias” (“El sello de las avispas”).
La primera conexión que quisiera señalar es la idea del campo como paisaje que conecta diferentes realidades, entre ellas la realidad de la ocurrencia de la poesía a través del despliegue del pensamiento. El Yo de los poemas traza un recorrido por diversos lugares: montañas, ríos, caminos, manantiales y diversos actos y objetos que acontecen: pienso en los poemas titulados: Las excavadoras, Los ciruelos, El impuesto, El sello de las avispas, por ejemplo. Y diversos actos relacionados con la vida campestre y sus materialidades.
A la vez, ese recorrido desde la contemplación es atravesada por el pensamiento que conecta el acontecimiento, los actos cotidianos, como picar el culantro en actos de lenguaje. El campo es también semántico, significativo, comunica un mundo del interior que atraviesa el paisaje y lo transforma a través de las intercalaciones del viaje del pensamiento como filtro, realidad paralela o la manera como se interviene, disgrega, reafirma esa otra realidad de las palabras que conectan o alteran un orden, es el otro paisaje de este campo mental. Cito: “Cuando me entregaron la boleta de pago/ me abrí a otro campo de estados totalmente nuevos/ y llegaron a ser viajes hacia un valle de los muertos/ aunque el drama resultaba agua… (“Triángulo de las hojas de coca”).
Me parece super interesante la manera de refundirse en el paisaje y ser no solo lo que se mira sino incorporar sentidos diversos y diálogos con ese paisaje, a manera de una filosofía del espacio rural y sus dinámicas. Pienso en la mirada de descubrimiento que va desplegando el viajero, pienso en la mirada quebrada por los pensamientos y las emociones que recirculan los significados de esos paisajes. De pronto, el ser puede partir una montaña, puede ser atemporal o ser ese río que mira.
Otra conexión que quisiera resaltar en este poemario se vincula con esta cita: “el personaje descentralizado construyó un puñal de la ternura para con las cosas” (en “Los ríos profundos de José María Arguedas”)
Esta idea de dotar a las cosas y el movimiento que estas despliegan en los actos propios de lo doméstico, una manera tierna de ser en la realidad es una conexión importante, vital en este poemario. El diario vivir nos sumerge en una interacción con las cosas, una suerte de baile para hacerlas actuar en nuestro desplazamiento existencial. El personaje que no se encuentra en un centro, que no se encuentra parte de, se conecta con la sencillez de hacer cosas cotidianas y poetizarlas y darles ese viaje mental necesario que ya habíamos mencionado. Hay una premura por mistificar cada acto, cada situación vale intervenirla. Un puñal de ternura en las cosas puede ser una intervención que las despoje de cierta monotonía, que las retorne al disfrute primordial, a la inocencia de hacerlas en mérito de disfrutar el instante, tan necesario ese detenerse en estos tiempos de fuga.
Una tercera conexión significativa la inicio con esta cita: “El resultado del lenguaje se borró en la lengua intemporal de ese mundo andino sin resolver o su tema esencial de visión romántica o avance de negaciones” (en poema “Un manantial de nosotros”). A lo largo de todo el poemario hay una suerte de reflexión sobre la temporalidad: la idea de futuro, pasado, presente se mira en una dimensión distinta, alejada de barreras cronológicas. A su vez, se reflexiona sobre el funcionamiento del lenguaje que le hace conectar con lo que va expresando. No es un lenguaje que entra en crisis, es que los significados se desplazaron, se subvierten o se entrelazan en esa diversa y compleja mirada del hablante. Ya no hay un centro, ya no hay un solo lenguaje, hay diversos materiales que uso para construir/destruir este mundo y crear otros en este. El mundo andino no es ya solo un paisaje místico, una suerte de epifanía, es un mundo que se recompone y descompone a merced de la intervención de este hablante, como si fuera un dios que, al cerrar los ojos, al dejar de decir, origina el fin del mundo o el encuentro entre el Hanan pacha, el uku pacha, el kai pacha y el hakaq pacha.
Perdonen me detenga aquí, hay un rebalse de sentidos que desde mi tiempo es costoso seguir expresando. Sin duda, hay mucho más qué decir, más inquietudes sonoras, más orillas de significado que reconocer en Manantiales. Mi sumersión no culmina, deja abierto un ojo de agua para que ustedes se internen y miren, alucinen, recreen, transformen este rito del viaje mental, de viaje de la lengua y del viaje como experiencia vital por los campos de este y otros mundos.
Cierro citando un verso, entre muchos, que me ha conmovido y que aporta revelaciones sobre las alturas en las que se vuela: “Están creciendo las suplantaciones de uno en la conquista de saber nada en el trance, en el aire más alto y en el poder de acercarnos a ninguna definición de lo que debe cerrarse” (final del poema “Un manantial de nosotros”).
Referencia:
Benavides, V (2022). Viajero de mundos. GRIMA. Revista de Literatura editada en la ciudad de Ica y Lima, Perú para la difusión de la literatura. Año 3. Número 3. Abril de 2022.
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A propósito de «Manantiales» (Editorial Ícata, 2021) de Willy Gómez Migliaro
Por Virginia Benavides