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Manantiales de Willy Gómez Migliaro

Por Miguel Ildefonso



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En la tradición moderna de la poesía, en la poesía escrita en español, obras que han tenido como tema la ciudad del Cusco o una zona del Cusco, podemos señalar al famoso Alturas de Macchu Picchu que está dentro del libro Canto general del chileno Pablo Neruda. En esa línea, también podemos leer los poemas de Luis Nieto Miranda como Canto al Cusco y a sus Piedras Sagradas o su Romance de la Barbaracha. Y a Odi González con Valle sagrado y La escuela cusqueña. Saliéndonos un poco de esta línea poética que retrata la realidad y, a la par, la mitología cusqueña, en el umbral de otro lenguaje, hallamos a Pablo Guevara con Hotel del Cuzco y otras provincias del Perú y el reciente Qosqo Raymi.

Pero, acercándonos más a la propuesta de Manantiales (Edirotial Ícata, 2021) de Willy Gómez Migliaro, tenemos La mano desasida, canto a Machu Picchu de Martín Adán. Si en el libro de Neruda nos encontrábamos con el ensalzamiento del Ande, con la exaltación del poder, con la recuperación de la historia y el júbilo ante la vastedad del imponente paisaje de la construcción humana; en Adán, en cambio, hay una vía hacia lo interior, tanto del poeta como de las cosas representadas en las piedras del gran coloso. A Adán lo mueve el desasosiego metafísico, la gravedad de lo perenne y la angustia del tiempo.

La línea, sin embargo, que une el libro de Adán, publicado en 1964, con el libro de Gómez Migliaro de este 2021 en plena pandemia, no va tanto por esa mirada o dialéctica que deconstruye al ser; sino, por el acercamiento al lenguaje barroco, por el desasimiento del lenguaje. Desasimiento que proviene de desasido, de soltar, de soltar el lenguaje.

Cuando leemos Manantiales lo primero que nos llama la atención es cómo está escrito. María Esperanza Gil en su ensayo Un lugar aparentemente vacío: notas sobre La mano desasida, de Martín Adán, dice, a propósito de la articulación lingüística del poeta barranquino: “La poética de Martín Adán parece desplegarse sobre el espacio de una constante paradoja: el lenguaje construye una zona vacía en apariencia, por medio de la cual es posible expresar lo inefable”. Y más adelante añade: “Adán parece buscar la desarticulación de la estructura lógica del lenguaje, al incluir en una misma proposición un sentido y su contrario convirtiendo a la paradoja en la estructura que sostiene todo el discurso poético.”

Esa zona vacía, en Manantiales, la podemos reconocer desde su ubicación en la geografía cusqueña; pues aquí ya no se trata de tocar los grandes monumentos, sino de transitar por los pueblos ubicados en los alrededores del ombligo del mundo. Caicay, Chumbivilcas, Paucartambo, Urubamba, son los manantiales de donde brota ese lenguaje que, si bien está alejado del quechua, tampoco es del español estándar. Pues estamos en otra zona verbal, en otro tipo de discurso, aun dentro de lo que conocemos como poético.

Para entender el porqué de este discurso, María Esperanza Gil, en aquel ensayo, decía sobre el sentido del lenguaje alterado en Adán: “También para Wittgenstein, más allá de la experiencia del silencio, es necesario lanzarse contra los límites del lenguaje, cambiar sus reglas y sus leyes a la búsqueda de un lugar excéntrico respecto de la lógica cartesiana que rige el lenguaje común.”

Estamos, entonces, en Manantiales, en los pueblos excéntricos o periféricos respecto de los grandes monumentos cusqueños. Estamos en el flujo de un lenguaje que busca trasgredir los límites, ya no del lenguaje, sino del discurso, de las construcciones conocidas u oficiales o burocráticas del lenguaje poético.

En La mano desasida se problematizaba el tema del ser y del escribir; pero en el libro de Gómez Migliaro los temas son muchos más y brotan inesperadamente como queriendo abarcar una realidad más compleja. Contrario al símbolo de la piedra de Adán, aquí la realidad se escapa, se mueve incesantemente, es por eso que la mirada del poeta insiste en capturar los instantes, se fija principalmente en los pequeños detalles; pues aquí lo particular o lo individual está fijado más que por la palabra exacta, por el deseo de ser nombrado sabiendo que no puede ser nombrado. Y es que el poema no pretender nombrar las cosas, pues nombrarlas significaría poseerlas. El lenguaje poético está desasido, quizás desde que se acabaron los grandes relatos como se decía que sucedió luego de la caída de ese otro monumento llamado Muro de Berlín.

Sintetizando, no se puede nombrar la piedra, aquella metáfora absoluta de Adán; porque solo poseemos las ruinas de un gran discurso de poder. Y es por eso que el poeta se ubica en esa zona excéntrica, incluso del lenguaje; no hay un “mi” para el poeta, sino hay un “su” de un otro que se complace en fijar el precio lenguaje.

En una suerte de transliteración que une varias disciplinas, como la sociología, la historia, la filosofía, la antropología, el poeta va abarcando distintos temas, configurando una narrativa lírica o, como dice él, “una ficción en la subjetividad”. A respecto el crítico David Abanto, en Manantiales: la expresión radical de «un lenguaje futuro de la necesidad voraz de otro paisaje»,afirma: “Lo particular en las composiciones de Manantiales es que la ‘memoria pictórica’ pertenece a un cierto aspecto de los recuerdos relacionado con lo cotidiano, la rutina, el día a día, y no con aquellas memorias que se plasman en nuestra mente por tener una significación especial para nosotros.”

Por eso, lo que se relata aquí no es algo que pueda ser contado como épica, como aquello que mueve una novela o un cuento, como aquello que empujara a José María Arguedas escribir Los ríos profundos. Aquí es la visión de un poeta ante una realidad inasible por su indefinición; se trata de un poeta que, como Mallarmé, da iniciativa a las palabras, es decir, se inserta en el fluir del discurso poético permitiéndose a sí mismo ser llevado por la corriente del río de ese lenguaje, por esa sucesión espontánea de imágenes y lugares.

Se trata, también, de la tragedia de un país, quizás cansado ya de su propia tragedia o, mejor dicho, de la retórica de la tragedia. Estamos “en un país que ya hemos desconocido”, nos ubica el poeta, por eso mismo, mediante estas fracturas de versos largos, de un yo escindido, desasido, donde hay un “su” posesivo pero atado a una realidad que no se define. Y es que, también, como dice el poeta, es porque “el viejo orden político/ nos lleva a decir un poder de ilusión destructivo”.

Si separamos las primeras cinco letras de la palabra Manantiales diría “manan”, palabra quechua que significa “no” en español. Podríamos entrar al libro cruzando este umbral, también; pero excedería la intención de esta breve reseña.

 

 

 



 

 

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