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        UNA RESPUESTA / UN POEMA DE MI AMIGA MONTSERRAT ÁLVAREZ  
        
          
        
          
        
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        La siguiente  entrevista a mi amiga Montserrat Álvarez, que inicialmente iba a salir en el  Clarín de Argentina, fue boicoteada por el mismo entrevistador que tuvo miedo  de publicarla. Imagino otros intereses, pero siempre hay miedo a esa lucidez y  fuerza con que la poeta suele responder.   Pedí a la autora de  Zona Dark, darme la  exclusiva para difundirla. Previa conversa siempre placentera, la presento  junto a un poema inédito y potente que ha tenido a bien cederme. 
         Willy Gómez Migliaro 
          Centro de  Lima, junio de 2017.
        
          MONTSERRAT  ALVAREZ 
          (Zaragoza, España, 1969)
         Premio de poesía  en los Juegos Florales de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1990, y  Premio Poeta Joven del Perú, 1990-1995. Estudios de filología inglesa en la  Universidad de Zaragoza y de filosofía en la Pontificia Universidad Católica  del Perú, en la Universidad Católica  de Asunción, Paraguay, y en el Instituto Superior de Estudios Humanísticos y  Filosóficos (ISEHF), Asunción. Correctora para diversas editoriales y diarios  en Paraguay. Ha publicado Zona  Dark (poemas), Lima, 1991, Doce esbozos haitianos y un cuento  andino (cuentos), Asunción,  1994, Espero mi turno  (¿nouvelle?), Editorial El Augur, Asunción, 1996, El Poema del Vampiro ("diálogo  platónico-gótico"), Editorial Arandurá, Asunción, 1999, Underground  (poemas), Arandurá, Asunción, 2000, Alta suciedad  (poemas), Bala perdida,  Ediciones El Billar de Lucrecia (México, 2007) Es una de las voces más interesantes de la poesía  peruana e hispanoamericana. Actualmente vive en Paraguay.
         
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        — ¿Cuál  es la situación de la literatura paraguaya actual?
          — Antes de dar mi testimonio, debo indicar mis  flaquezas: vine a Paraguay muy joven, he vivido aquí desde entonces y no puedo  comparar el mundo cultural y literario paraguayo con otros; y vine en parte  huyendo de –sé que esto dará pie a burlas, pero es verdad y es un dato que  influye en ese testimonio– la fama, muy precoz en mi caso: no solo no me  interesa el renombre, sino que mi ideal –quizá tímido o cobarde; quizá,  posibilidad más oscura, meramente misántropo– es el anonimato –de hecho,  escribo, pero hace años que no publico (salvo artículos, porque vivo de ellos)–.  Lo primero me impide exponer mis observaciones como un «caso», dado que ignoro  si se trata de una ley; lo segundo, por falta de empatía con ambiciones que no  entiendo, puede dar a tales observaciones cierta dureza. Dicho esto, Paraguay  fue para mí –pero tal vez cualquier país lo hubiera sido; por la primera  flaqueza dicha, no puedo saberlo– el lugar del desengaño y del hallazgo:  desengaño del mundo literario y cultural, hallazgo de mi modo de hacer  literatura, que solo puede ser al margen de ese mundo. Actualmente soy una  escritora, por decisión propia, absolutamente marginal. 
         No veo, francamente, talentos ocultos en la,  para mí, predominantemente cuantiosa e insípida producción literaria de  Paraguay (quizá sea así en todas partes); sí un constante reclamo de  visibilidad y una abundancia de quejas, siempre imprecisas –de hecho, mendaces–  por su falta. Falta que no existe: por el contrario, la promoción de escritores  de todo género (literario), edad y sexo, de parte de sus grupos y amigos –con  reciprocidad: promoción mutua–, y de parte de los medios en general y de los  centros culturales, academias o asociaciones –como el Centro Juan de Salazar o  la Sociedad de Escritores, que exaltan y publicitan a varios, por ejemplo–, para  mí la resume bien el dicho: «Mucho ruido, pocas nueces». 
         La política paraguaya es tradicionalmente  clientelista y mafiosa, estructurada como un sistema de alianzas para beneficio  mutuo y de lealtades y compromisos basados en el intercambio de respaldos y  favores, y esto incluye la política cultural: amigos o aliados se aplauden  entre sí frente a un público que no tiene acceso a otras visiones y reciben el  refuerzo de una prensa y unas instituciones movidas por los mismos mecanismos.  Las redes sociales, como en todas partes, para la mayoría solo potencian los  espejismos; las alternativas que podrían brindarles a los espectadores y  lectores son percibidas por muy pocos, y precisamente por los que ya tienen de  por sí suficiente lucidez como para sospechar o saber que lo que se presenta  como literatura paraguaya no necesariamente es tan interesante como se cree. 
         Hace unos años, el Correo Semanal, suplemento  del diario paraguayo Última Hora, publicó una serie de reportajes a diversos escritores;  no conservo esas hojas, por desgracia, pues eran un penoso ejemplo de estas  imposturas: afirmaciones sin sustento, acusaciones no verificables contra  enemigos nunca nombrados –acusaciones vacías, pues, pero que, por ello mismo,  nadie podía desmentir– que supuestamente habrían excluido a esas personas,  según ellas mismas, de algún espacio, y toda clase de infundios emitidos para  crear una ilusión de heroísmo sobre sí mismos por los propios escritores y  supuestas víctimas; algo por demás indigno, y, sobre todo, ridículo. Sin datos,  sin investigaciones, sin nada. Pero el sistema descrito funciona tan bien que  muy pocos –incluyéndome, tal vez cinco personas– nos reímos aquella vez de esos  reportajes –que, sin embargo, eran y siguen siendo muy cómicos–. Este es un  ejemplo de las manipulaciones procedentes de los escritores considerados «emergentes»  –los presentó así el redactor de aquel diario–. Cuando tomé hace tres años la  posta de la dirección del Suplemento Cultural del diario Abc Color, este  suplemento formaba parte de ese sistema –era, en realidad, vocero suyo–, del  cual yo no formo ni formaré parte nunca; mi posición es extraña, por  absolutamente marginal; por eso, al asumir yo este puesto laboral, naturalmente,  cundió la alarma y los señores de la Sociedad de Escritores, la Academia  Paraguaya de la Lengua, etcétera, utilizando todos los contactos, poderes y  recursos, formales e informales, a su alcance presionaron a los directivos y  dueños del diario para que me sacaran del puesto. Este es un ejemplo de las  manipulaciones procedentes de los escritores considerados «consagrados». 
         En realidad, no son dos bandos opuestos: unos  fueron lo que son los otros, que serán en breve lo que estos ya son. No hay  renovación, sino continuidad: son todos, para mí, en suma, la misma cosa. 
         Cuando hablamos del golpe de Estado que derrocó  a Stroessner en 1989 decimos golpe y no revolución: de una revolución se espera  que no deje en pie la estructura de poder sobre la que se basa el régimen que  derroca. El golpe que derrocó ese régimen la dejó en pie con sus herramientas  de legitimación, osamenta de la sociedad local. La prensa, la educación, el  estado, la cultura tienen la marca de hábitos heredados que son parte de las  estructuras del poder en Paraguay, donde la censura ya no es ante todo estatal,  sino social. Los grupos literarios «oficiales» y los «emergentes» buscan lo  mismo: acaparar espacios, visibilidad, premios, viajes, etcétera; no hay entre  ellos una diferencia estructural, sino mercadotécnica. Bajo las aparentes  oposiciones del mundo literario, mero juego de superficies, los diversos grupos  –con los muy promocionados pero que se autoproclaman excluidos a la cabeza– son  iguales. Nadie desea ser dueño solitario pero absoluto de sus ideas. No entrar  en grupos que respalden y excluyan en Paraguay es ser un outsider. A un muerto que haya vivido así se lo homenajea, pero a  un vivo se lo descalifica, y nadie ve los mecanismos por los cuales cabe  hacerlo sin que parezca indigno. Así fue con Rafael Barret, que ensalzan  paradójicamente aquellos cuyas políticas de grupo, sean parte de grupos con  poder, lo sean de grupos movidos por la ambición de tenerlo, favorecen y  excluyen por conveniencia. El mundo cultural paraguayo es un sistema gregario  de favores mutuos. Pero el precio de la libertad, publique uno en la prensa,  hable en los bares o alce en la web sus ideas, es no aceptar más respaldo para  ellas que su nombre. Por eso elijo la marginalidad. Elegir la marginalidad es  vivir en oposición al sistema político, artístico, intelectual y al tipo de  relaciones sociales que marcan históricamente la cultura local. Es duro. En  Paraguay, pensar y opinar de manera individual se percibe como una insolencia. 
         Esto es lo que puedo decir acerca de lo más visible  –que no «invisibilizado», como se pretende– de la literatura paraguaya. Hace  poco, aprovechando el tema en auge del centenario de Roa Bastos, hubo un  congreso de literatura paraguaya en Buenos Aires. Por cierto, un modo que  tienen muchos escritores paraguayos de fomentar el odio del público contra  personas como yo es atribuirles posturas inexistentes; así, por ejemplo, a  propósito de este centenario parece que en mi caso muchos escritores paraguayos  se dedicaron a decir que yo detesto a Roa Bastos. No hay hecho ni dicho mío que  permita afirmarlo (lógicamente, porque no es cierto; y si lo fuera me  encantaría decirlo), y, sin embargo, mentiras como esa son sostenidas y  promovidas por el sistema literario y cultural de Paraguay. Los escritores  paraguayos son, en general, menores e irrelevantes (repito: tal vez esa sea la  mayoría en cualquier parte), y su medianía termina por envilecerlos mucho.  Volviendo a ese congreso porteño, como siempre, lo organizó un grupo de aliados  para presentarse en el exterior y hablar de sí mismos y de los suyos. Y, también  como siempre, el público no tenía información alguna a su alcance para poder  comparar esa versión con otras y, cuando menos, relativizarla, con lo que habrá  pasado por verdad absoluta. Sin embargo, para hacer una melancólica confesión,  el público es (para mí) decepcionante también: tendría, creo yo, que darse  cuenta de la pobre calidad de lo que en general es tan celebrado de esta manera.  Algunos lo hacen, pero, como los que escribimos (y quizá aquí tendría que  sentirme culpable por no publicar, al cabo) al margen del sistema (solo conozco  otro caso, actualmente, de un individuo así, aparte de mí; y es amigo mío), son  una excepción muy rara. Supongo que tal vez sea natural; quizá siempre y en  todo lugar las cosas hayan sido así. Quizá otros antes que yo se han visto en  situaciones de marginalidad necesaria, sea forzosa o deseada, sea ambas cosas.  Quizá el grueso de los escritores de todo tiempo y lugar ha sido, en general,  menor e irrelevante; quizá a esa mayoría también su medianía habrá terminado  por envilecerla. Quizá lo que sucede es que no recordamos, al pasar las décadas  y los siglos, a todas las personas que se habrán comportado de esa manera.
         
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                AMOUR FOU 
                Cada uno en su asiento
                  o de pie en su lugar
                  la ciudad recorremos
                  deseando llegar pronto
                  ligeramente incómodos
                  entre extraños molestos
                En el fondo
                  tenemos mucho miedo
                  de sabernos
                  reunidos aquí
                  en esta humilde luz
                  contra la noche
                  En el fondo
                  tenemos mucho miedo de  sabernos
                  como grandes amantes reunidos
                Como grandes amantes reunidos 
                  en el pliegue del manto de un  dios ciego
                  Como polvo de estrellas  reunidos 
                  bajo esta luz fugaz nos  desconocemos
                  Porque es muy breve el tiempo  concedido,
                  evitamos mirarnos
                  Porque es muy breve el tiempo  concedido,
                  amor tal en los ojos 
                  sería sangre
                Podría destruirnos
                  Así que vamos graves 
                  como veinte astronautas que se  encuentran 
                  en extraño planeta
                  y de amor tal 
                  que todo desintegra 
                  no se miran siquiera
                  Y surcamos las calles 
                  deseando no llegar 
                  no tener que perdernos 
                  tan fuera de la luz del  colectivo 
                  que nos congregó a todos, 
                  pasajeros,
                boleto en el bolsillo
                  El módico milagro
                  que pronto quedará 
                  para siempre perdido
                  No tocar ese timbre no tener  que bajarnos
                  –hasta nunca–
                  en nuestros respectivos  paraderos
                Inédito
                  Paraguay, junio de 2017