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          Nuevas Batallas de Willy Gómez Migliaro
        Por Heiner Valdivia 
        
        
          
            
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Nuevas Batallas (Mantis Editores, 2017)  reeditado en México, es un poemario que habla sobre la deconstrucción de ese  ideario político-social de un ciudadano frente a su  propia historia individual, bajo elementos  fragmentarios, es la idea de salirse de una polis moderna, que busca ensoñarse  hacia el retorno de esa Ítaca Moderna, y es así como se re-lee y re-oraliza, no  se añora en la nostalgia, sino que habita en las márgenes o los límites propios  de esta ciudad. La ciudad, como ese  constructo de modernidad heredada de la  ‘Quadrivia Romana’, es un concepto de cuadratura en la que se formulaba el  ideario social de una ciudad, específicamente en las ciudades erigidas a lo  largo de la conquista española, en tanto que el cuadrado era una idea concreta  sobre lo funcional, la potestad y lo orgánico de vivir bajo los límites  preestablecidos de un orden o una ideología.
constructo de modernidad heredada de la  ‘Quadrivia Romana’, es un concepto de cuadratura en la que se formulaba el  ideario social de una ciudad, específicamente en las ciudades erigidas a lo  largo de la conquista española, en tanto que el cuadrado era una idea concreta  sobre lo funcional, la potestad y lo orgánico de vivir bajo los límites  preestablecidos de un orden o una ideología.
        Frente  a ello, el ciudadano ilustre o no, es el corpúsculo más pequeño dentro de esta  sociedad y polis, por el que la ideología se enquista entre sus venas y su  manera de pensar, y re-hace a un ser en la semejanza de otros como él. Y el  pervivir, respirar, caminar bajo las mismas calles, avenidas de ruidos y gente  sin rumbo, hacen del poemario una polifonía que nos hace ver a los distintos  aspectos de la ciudad con lo más íntimo del poeta; y ahí se escucha a la  indignación de lo público, la memoria y el hogar. Ante eso, la máscara urbana  de poseer un yo  ante los demás, nos hace  etiquetarnos bajo un nombre para desempeñarnos con fruición y funcionalidad  orgánica dentro de esta ciudad, y es así, que este cuerpo se vuelve un ser  político, pero escrito con la irrisión constante y el tedio de transitar los  días al lado de una ciudad.
         Se  habla también de deshilar el laberinto, pero con el lenguaje, desestructurar lo  colectivo para re-escribir, primero lo íntimo, y luego lo cotidiano, en ese tedium verbae, para luego terminar por  el hogar, lo colectivo y el país. En este proceso de desestructuración o  depredación de los sentidos sobre lo fundacional del lenguaje, se establece una  postura política-anárquica, para terminar luego con el proceso interno del  lenguaje, y parafraseando a Derrida que nos decía:  “Y  la escritura se inscribe siempre en esa periferia que rechaza el territorio de  la vida y sin embargo, está atada a ella por el lazo del lenguaje”;  sean éstas sus propias batallas personales o colectivas, el poema en esta  ocasión, es de un gran aliento oral y a la vez de una tonalidad urbana, redunda  esa perspicacia histórica que contiene a sus propias fases, hacia le  re-edificación de su propio ideario, la de un ciudadano que fue marginado por  ese vínculo social, pero adoptando una postura de un testigo que retorna hacia  su centro.
        Ya en  su segunda parte, el poemario se encuentra en una perspectiva más filosófica,  de poemas más breves, limitando a la crónica urbana con el aprendizaje de esta  re-estructuración del individuo, y aquí partimos a la subtextualidad del  poemario, en donde el referente imaginado nos habla de desestabilizarlo todo,  partiendo del lenguaje mismo o de su habla poetizada, y marca así, esa fina  crítica hacia la alienación, la conciencia política y la tragedia intrínseca  del poeta, desde una mirada limítrofe que se regurgita hacia adentro, hacia un  interior que de por sí solo ya no se puede sostener.
        Y estas  son las nuevas batallas personales del autor, y a veces, se puede indagar sobre  el dolor y la memoria de lo perdido, del asombro frente a la familia, de la  corrupción política frente al acto personal, pero hay que hacerlo,  desarticulando primero lo oculto, lo subterráneo a la palabra misma, a lo  impredecible que tiene esa capacidad del lenguaje de asombrarnos, pero  partiendo desde su habla antes que de su escritura. Por lo que el acto de un  ciudadano también se vuelve su manifiesto propio, su filosofía profana ante la  vida, que re-funda su vida ante lo colectivo, su mirada de hombre  neo-occidental en re-estructurar su ideario propio, re-haciendo y deshaciendo a  la vez a ese nuevo ser que inicia su periplo o sus propias batallas personales,  contra todos y contra él mismo, contar los ismos, las ideologías, los dogmas  que habitan en la fe. Y aquí se ve ese nihilismo soterrado, ese decantar las  cosas a una manera particular del autor, en esta suerte de metafísica del  desasosiego, de un existencialismo asfixiado por esa no-identidad que tememos  re-encontrar o re-conocer en cada uno de nosotros mismos.