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Waldo Rojas: La poesía, un espacio para la realidad

Por Carmen Foxley
Texto de presentación de "Waldo Rojas, un recital poético", lectura ofrecida en la Sala Ercilla de la Biblioteca Nacional de Chile,
en Santiago, el 1º de agosto de 1997.

 

 

 

La aparición de la Antología Poesía Continua, a más de treinta años de la publicación de los primeros libros del autor, abre la oportunidad de emprender la lectura de una obra ya constituida y hacerlo con cierta perspectiva. Pienso que es hora de leer la poesía de Waldo Rojas con detención y así poder bosquejar una evaluación que contribuya a situarlo en el contexto de la poesía chilena.

Desde luego que este trabajo no puede hacerlo una sola persona. Cualquier lectura es limitada y provisional. Sin embargo, en diálogo con muchos otros, esa lectura podrá alcanzar el relieve necesario y los matices que contribuyan al conocimiento.

En esta ocasión quisiera plantearme tres preguntas que me gustaría que ustedes hicieran suyas, de modo que juntos o separados sigamos pensando a fin de conseguir el esbozo de una respuesta que sirva de base para una reflexión.

La primera es: ¿a qué se refiere el poeta cuando ha dicho que el creador podría tender un puente entre el lenguaje, el sujeto y la realidad?

La segunda es: ¿será cierto que una poesía tan compleja y lúcida como ésta, nacida en aquellos años fascinantes de entusiasmo y despliegue de las utopías, como fueron los años sesenta, no se refiera en absoluto a la realidad contingente?

¿Será posible que no se dé testimonio de esa exaltación histórico-cultural, como lamentó la crítica hace algunos años? ¿Y si las condiciones de esa realidad histórica afloran indirectamente en su poesía, que es lo que pienso, es acaso posible rastrear huellas de la experiencia histórica incluso en los años posteriores?

Y por último, ¿cuáles son los cambios que se operan en la trayectoria de esta producción que ya tiene diez libros a su haber? ¿Cuáles son las señales de transformación respecto a los códigos inaugurados en obras anteriores?

Son muchas las preguntas para el poco tiempo de que disponemos. Pero, movida por el estímulo de esta invitación, quisiera dar algún espacio a las últimas obras del autor, y eso hace que me extienda.

Un paréntesis al pasar a propósito de la pregunta sobre la autoexigencia de cambio que asume todo escritor de la modernidad. Recuerdo una entrevista de Oscar Sarmiento, un profesor chileno de una Universidad norteamericana, en la cual le preguntaba a Waldo Rojas acerca de sus relaciones con el poeta Enrique Lihn. En el curs0 de esa conversación, Waldo Rojas cuenta que en una ocasión preguntó a Enrique Lihn por qué había dejado de publicar después de la aparición de La Pieza Oscura. Entonces Lihn le había contestado: "Estoy tratando de escribir otra cosa. No escribo poesía porque se me ha vuelto demasiado fácil", Lihn era alguien de verdad exigente consigo mismo, inclinación que Waldo Rojas comparte desde su diferencia, como es la de trabajar en el marco de una gran condensación verbal, la que exige de vuelta mucha atención y participación del lector.

Para responder a la primera pregunta, propongo que el "puente oculto" entre el lenguaje, el sujeto y la realidad está inscrito en la configuración del lenguaje poético. Porque esta es una poesía que espera que el lector descubra el entramado de un lenguaje que se constituye como vía de acceso a una realidad imposible de nombrar sin operar transformaciones. De ahí los desplazamientos del sujeto, las piruetas de la focalización, la mirada puesta en los efectos del comportamiento humano, las intervenciones en citas del lenguaje común y en los textos de la literatura o la cultura. Sin olvidar los recursos fónicos, gráficos y semánticos, los cuales exigen atención a los presupuestos de una significación no dicha, entre muchos otros artificios.

Desde luego que los textos no disimulan las dificultades o la imposibilidad de nombrar una realidad que sólo se deja presentir, conjeturar, o se vislumbra como una alternativa, ni ocultan la dificultad de desplegar una imagen que pueda atrapar las oscilaciones, resonancias o límites abismantes del sentido. Para mí, la mayor belleza de esta poesía está, justamente, en su tránsito por zonas fronterizas, bordes imperceptibles en los que se descubre una gran tensión y una energía latente disponible, para quien se abra a su contemplación.

Ustedes van a escuchar, ahora, al poeta. Es una experiencia sumamente interesante, porque los sonidos y el ritmo son el imán que atrae la atención sobre el sentido, en el curso mismo de su constitución, y lo transforman en puertas de ingreso a la sensorialidad de una poesía que se juega en la constitución de una imagen, cuyo primer plano es la percepción.

Y es así como del llamado del texto a nuestro oído pasamos al que hace nuestra vista, hasta involucrarnos en la recepción desde nuestra corporalidad. "Yo hice de tu cuerpo cadena de hallazgos / porque tú nunca sabes nada", se afirma en un poema primerizo.(1) Es un modo de recepción programado por el texto para desencadenar igual participación a nivel de la imaginación, la que va configurando imágenes sensoriales y una visión agudamente sensitiva de una realidad inventada. Porque a lo largo de toda la producción del poeta nos encontramos con una escritura que tropieza con los restos de la experiencia cultural o del lenguaje, a los que transforma sobreimprimiéndoles una visión que los desdibuja a la vez que les reasigna un sentido. Los textos de Waldo Rojas cuentan con la memoria, que el lector posee sin saberlo, de las implicancias abiertas por la imagen.

Es un modo de lectura en el que resuena y se hace presente la estrategia de construcción de unos textos que se postulan expresamente artificiosos y opacos. Es una opción propicia para desencadenar la función estética, al mismo tiempo que la función social y cultural, sin evitar la incertidumbre y la inestabilidad del sentido, pero posibilitando una versión inédita de la realidad humana.

Es una poesía de esbozos, rayados y retorcimientos, orientados a atrapar instantáneas en equilibrio inestable entre zonas limítrofes, desdibujadas o disueltas en fragmentos contrastantes, múltiples o reversibles, negándose a cualquier intento reductor.

Es indudable que la concreción de imágenes inesperadas como ésas ponen en evidencia el hueco dejado por la razón en su intento de dar cuenta de la realidad. Y siembran la sospecha sobre su supuesta objetividad y sobre nuestro hábito cultural de representarla miméticamente. Por otra parte, el desplazamiento y dispersión del sujeto al relacionarse con el mundo ponen de manifiesto la fragilidad del enfoque centralizador de la modernidad. De ahí el tono de indagación y perplejidad constante de esta poesía, y los desplazamientos continuos desde el punto de hablada, lugar tradicional del control del discurso, a diversos y poco habituales puntos de percepción sensorial. Ni la razón, ni el alma, sino el cuerpo y la memoria son los agentes de una renovada relación con la realidad.

Pienso que éstas son algunas de las modalidades que adopta el trabajo de escritura de estos textos para aventurarse en la apuesta de intentar tender un puente entre el lenguaje, el sujeto y la realidad. Es el modo de volver a "atar los cabos rotos" que han quedado después que alguien "dinamitó los puentes entre el sueño y la vigilia", y porque el mundo se ha venido "andamio abajo". Es parte de la situación desencadenante de una opción escritural, que no ha cesado su búsqueda desde que el poeta escribiera el poema "Alguien debió atar los cabos rotos", en 1964. Y había que intentarlo, porque cansados "de hurgarnos el alma" y seguir "no sabiendo nunca nada", mientras la "terrible razón" bosteza por ahí, no hay puentes que permitan incorporar una realidad que ni el lenguaje comunitario, ni tantas introspecciones subjetivas han podido nombrar.

Respecto a la pregunta sobre las huellas de la contingencia, puedo decir que en un trabajo que publiqué en 1991 (2), intenté demostrar que en Príncipe de Naipes y Cielorraso, obras publicadas en los años anteriores y en pleno período de gobierno de la Unidad Popular, respectivamente, se abre una indagación sistemática respecto a las modalidades del comportamiento social y cultural de los chilenos. Son rasgos que se pueden inferir desde los efectos de sentido, en especial de los sobreentendidos, los que dan pistas sobre "lo que del hombre queda adherido a las palabras''.

Pienso que Príncipe de Naipes aborda ese desafío al destacar imágenes que inscriben carencias y privaciones de la sociabilidad, Por ejemplo, la indiferencia, la miseria y el abandono en que viven muchos seres, y la repudiable pasividad frente a síntomas de muerte. Es posible inferir también señales inhibidas de una violencia que se hace patente, incluso en el sonido del lenguaje. Se agrega la percepción de síntomas de impotencia y degradación, coexistentes con la nostalgia empecinada de vuelo espiritual, además de señales de disociación entre la experiencia interior y exterior, entre presencias, ausencias y omisiones en el actuar humano. Es la versión crítica de un mundo cegado, ocupado entero en la auto contemplación y el escepticismo. Y aún más, desde ciertos lugares comunes citados, se pasa revista a actitudes y modos de actuar negativos del chileno. Captamos su pesimismo, cierta inercia, y fatalismo, además de un estoico "aguante", y una tendencia a la improvisación y al exceso, que se manifiestan en el ámbito de un mundo estrecho, ceñido a los límites del propio cuerpo, cuarto, plaza o mente. Es una imagen lúcida de ciertas condiciones de la sociedad y la cultura de los años sesenta.

En Cielorraso, también se ponen en evidencia ciertos conflictos sociales imperceptibles en la cotidianeidad, lo que enriquece la imagen de las condiciones sociales inhibidas. Este libro se publica en la época de la Unidad Popular. En ese contexto se percibe un mundo lleno de contradicciones. Está el contraste entre el acoso y la defensa, dos fuerzas que se enfrentan como dos poderes en tensión. Puede deducirse que, por un lado, la sociedad apuesta a un orden natural, previsible y ahistórico, que tranquiliza a muchos, y por el otro, surge el deseo de acceder al orden histórico. Sin cambios eso es imposible. Habría que revertir la opción de lo predeterminado, lo inevitable, y lo inmóvil, por una actitud de disponibilidad y apertura a las alternativas y a lo que sobreviene, como posibilidades instintivas de futuro. Al final vislumbramos que el cuestionamiento y la inquietud cognoscitiva podrían crear posibilidades de cambio e inserción en el tiempo y la cultura. Adelantándonos a contestar la pregunta sobre los cambios, es interesante observar los que se producen en las imágenes que organizan cada libro. En Príncipe de Naipes, por ejemplo, el lugar emblemático es el círculo, espacio cerrado pero no estático, pues gira en redondo sobre sí mismo, mirándose mirar. En Cielorraso, el lugar es el espacio mental, en el que se producen sobresaltos, delirios, pesadillas y alucinaciones situadas en zonas limítrofes entre el sueño y la realidad, imagen que tal vez quiera aludir a las incertidumbres voluntaristas del proyecto de la Unidad Popular. Si nos detenemos ahora en el libro El Puente Oculto, la imagen emblemática es la de una ciudadela, lugar de autodefensa y sobrevivencia, adecuada para aludir a similar atmósfera de los años posteriores a 1973. En la ciudadela del poema, la vida se ha detenido, todo proyecto y deseo han sido suspendidos, y se tiene la sensación de no encontrar salida. Se vive alerta pero impotente en medio del Carnaval de la muerte, arrinconado e incapaz de razonar. Sin embargo, algo imperceptible persiste, cierta tensión entre posibilidad de vuelo e inmovilidad. En general se sienten voces, rumores, "borboteos" intraducibies, y mucha frustración.

En Cifrado en la Villa Adriana, conjunto de poemas que retiene las impresiones que deja una visita a las ruinas de una antigua residencia de Adriano, en las afueras de Roma, las imágenes redundantes son las ruinas y el agua, símbolos de la historia y del brotar de la vida, abismos de mediaciones y pérdidas que, en este caso, nos separan del sentido. Son manifestaciones que borran sus huellas, imágenes de un espacio de ocultamienro del sentido. Son desechos ignorantes "del sabor de las raíces", es decir, de las materias que pueden dar fundamento o energía a la vida. Aunque en el agua del poema parece que subsistieran latidos, presagios y reflejos de los que surge "la imagen rota de una imagen rota y rediviva", el agua es un abismo que excluye al observador, a pesar de estimularlo a hurgar en su propia mirada.

La siguiente publicación de los años ochenta es Almenara. Un libro que se desencadena desde la imagen de unas señales de alerta que se encienden en lo alto de torres de vigilancia, las que aquí son el emblema de los tiempos de vigilia de la década del ochenta. El libro entero se despliega por yuxtaposición de fragmentos de escritura muy condensados. Parece ser la forma adecuada para concretar la imagen de unos instantes que permiten avistar los cauces de la temporalidad y de la vida, dilucidar los enigmas del bosque, lugar donde podría florecer la vida. La imagen del bosque da unidad a los fragmentos, y va configurando una suerte de relato. El del tránsito por las horas del amanecer, atardecer y anochecer en el bosque, en la época del Otoño, y las impresiones que deja. Son horas de tensión y paradojas, tiempos en que la transparencia parece inalcanzable, aunque se tiene la transitoriedad al alcance de la mano. El frío y la oscuridad son fronteras irreversibles de esa circunstancia, pero la esperanza está en que el amanecer suele abrir puntos de fuga luminosos; son instantes efímeros de una tregua que permite vislumbrar un sentido, y su casi instantánea disolución. Lo que queda es la perpetuidad y un reflejo objetivado del sujeto inscrito en la interpretación, además de su lucidez temporalmente fechada.

En Deriva Florentina la imagen de la ciudad "presta su lenguaje" a los poemas. De Florencia, "ciudad luminosa expatriada en el crepúsculo", se desprenden sonidos y rumores. La impresión es que ese espacio tiene "un pie en el ayer y el otro en el hoy" sin abandonar "su escolta sombría". Se le percibe como una "ciudad discorde", sin un centro, y en su vacío apela a lo de afuera. En contacto con ella se reaviva la incertídumbre, y por contraste, el deseo de sentirse parte de los tiempos, aunque esa ciudad sólo entregue "ecos desprovistos de sustento duradero", y deje al hombre en soledad. Y así es como acabada la experiencia florentina, "sólo tu cuerpo reanuda contigo una mutua avidez de confidente". Comprendemos que lo único que queda es la actividad de interpretación, una forma de resistencia de la creatividad a los embates de la realidad externa.

Siguen los poemas de Fuente Itálica, publicados en 1991. Es un conjunto de textos escritos al regreso de varias estadías en Italia. Pienso que éste y el libro florentino configuran instancias de tregua en el horizonte de aflicción que se lleva consigo, a la vez de crear espacios de lucidez concentrados en la reflexión sobre el quehacer poético. Es un ademán reflexivo que ha estado siempre presente, pero que en este libro ocupa un lugar predominante. Y así vamos hilando en la lectura los fragmentos que nos permiten acceder a una visión de la poesía.

Se reconoce que la contemplación estética es un tiempo de tregua, que aligera el dolor recordado. Que es una actividad libre de presiones en la cual todo es conjetura, perplejidad, encuentro efímero de hechos y de imágenes, donde, desde el desposeimiento, se bordea un secreto. Por otra parte, el agua sin cauce de las fuentes de la Plaza Navona vuelve equivalentes la situación de vida y el oficio de la escritura. En ambas esferas nos movemos con la ilusión de atrapar "lo uno en lo múltiple". Pero en la realidad histórica esto no parece posible, porque es sólo "un horizonte irredento que aguarda" el retorno a la palabra del poeta, quien a su vez espera ser liberado por la poesía de su condición de "germen infructuoso".

Respondo por último a la pregunta sobre los cambios que se operan en la obra del poeta. A grandes rasgos quisiera destacar que, desde la producción de los años ochenta, el poeta experimenta en el límite de los géneros. Almenara inaugura el intento de deambular por una zona limítrofe entre el poema y el relato, y los poemas italianos adoptan el lenguaje de las notas de viaje, las que se escriben, no al paso, como en los poemas de Enrique Lihn, sino desde la memoria. El desfase entre el tiempo de la experiencia y el de la rememoración es indispensable para desdibujar ambos y transformarlos en una versión interpretativa. Es interesante porque el lenguaje se abre así a la diversidad, rehuyendo todo enfoque único o excluyente.

Ya he mencionado las transformaciones de las imágenes emblemáticas que concretan constantes de los tiempos históricos referidos. En general, la obra presenta rasgos que se mantienen con variables. Sin embargo, después de los ochenta, se nota un discurso más deshilvanado que no esconde su carácter de boceto, que se orienta a la gestación de una interpretación. Y pareciera que el lenguaje adquiere mayor movilidad que la que la que tenía cuando activaba los señalamientos entre textos de un mismo libro, en los años sesenta. Creo que los últimos libros no intentan esconder su carácter transitorio y móvil, incluso en su diagramación, como ocurre con la versión de Almenara de esta antología, en la cual se han suprimido los espacios en blanco, que hacían resaltar el carácter epigramático renovado de estos poemas. En los últimos libros se ha acentuado el escepticismo respecto a las posibilidades del lenguaje para representar la realidad. La convicción es que ni el poeta ni el hombre pueden ser espejos neutros de los hechos. Ambos son agentes de interpretaciones parciales, y la realidad no es otra cosa que lo que de ella se percibe o recuerda. Hay que agregar que, a medida que avanza la producción de Waldo Rojas, parece desaparecer la posibilidad de situarse a uno u otro lado de la verdad, como se afirmaba, tal vez irónicamente, en un poema de El Puente Oculto. En los últimos textos es más evidente que para Waldo Rojas sólo hay interpretaciones. Desde esa convicción; el trabajo del poeta se inserta en un espacio compartido con otros creadores y críticos de la modernidad, entre los cuales se asoma la imagen de Heidegger. Y agrego, para terminar, en esta poesía la actividad de interpretación no se despliega a fin de constituir la imagen de algún ser esencial, sino la del hombre visto en su condición temporal e histórica, cosa que afluye en cada libro, desde el inconsciente del poeta.

 


 

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NOTAS

Los libros de Waldo Rojas aquí citados corresponden a las ediciones siguientes:

Principe de Naipes, Ediciones Mimbre, Santiago de Chile, 1966 [Reedición bilingüe español/francés: Prince du Jeu de Cartes, prólogo de Jaime Concha, traducción de Robert Guyon, Ediciones Grillom, Paris. 1985].

Cielorraso. Ediciones Letras, Santiago de Chile, 1971.

El Puente Oculto, Ediciones «LAR» (Literatura Americana Reunida), Madrid. España. 1981.

Chiffré á la Villa d'Hadrien (Cifrado en la Villa Adriana), traducción francesa de A. Uribe E., Parler Net, Paris, 1984.

Almenara, Ediciones Cordillera, Ottawa, Canadá, 1985.

Deriva Florentina, La Furnia de los Filósofos, Publicaciones del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Ginebra. Suiza, 1989.

Fuente Itálica, Editorial Universitaria, colección Los Contemporáneos. Santiago de Chile, 1991. Poesía Continua, (antologia 1965-1992), Santiago de Chile, Ediciones de la Universidad de Santiago de Chile, 1995.


(1) Waldo Rojas, "Alguien debió atar los cabos rotos", en 2 poetas de la ALCIN, Ediciones Mimbre, Santiago, 1964.

(2) Carmen Foxley, "Horizonte perceptivo y cognoscitivo en dos obras de Waldo Rojas" , en Seis poetas de los Sesenta, Editorial Universitaria, Santiago, 1991.


 

 

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Waldo Rojas: La poesía, un espacio para la realidad.
Por Carmen Foxley.
Texto de presentación de "Waldo Rojas, un recital poético",
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