Waldo Rojas: Poética y estética de un impenitente imprescindible Por Rony Núñez Mesquida, Escritor y Columnista Le Monde Diplomatique Chile y
Alberto Moreno, Poeta y Editor
El poeta venezolano Joel Linares Moreno, en su maravilloso poema “Oración de un impenitente (o impertinente)” nos interpela con la vehemencia de una lluvia, como dijera Nicanor Parra, con los siguientes versos: “Hoy no me arrodillo /me cansé de tanta pleitesía, /de tanto ruego/de tanto por favor angustiado. /Hoy vengo como tu imagen - según dices /como tu creación, como tu hijo, por eso, ni siquiera te voy a buscar en las nubes, /te quiero mirar frente a frente”.
Hablar del poeta Waldo Rojas[1], es remitirse a una generación de artistas e intelectuales que, mientras aún bramaba el fuego en los vestigios de un Palacio de la Moneda bombardeado, enfrentaron con valentía mirando a la cara a la felonía y, apuntando a sus ojos de sangre le contestaron: “Hoy no me arrodillo”.
Su retorno a Chile, nos obliga a retrotraernos sobre esta reflexión. En sus propias elocuentes palabras, sobre lo que significó el golpe de estado para Chile recuerda: “Yo pasé varios meses, después del golpe, en Chile. Hasta prácticamente mayo del año siguiente. Y en ese período fui testigo de lo que estaba sucediendo y a pesar de la falta de información general y del peligro, había que tratar de informarse. No solo peligro para uno, sino para el informante también. Me di cuenta rápidamente de qué modo la dictadura había puesto en pie una serie de dispositivos que pondrían todo en cuestionamiento: la libertad de palabra, la libertad de reunión, la prohibición de todos los partidos políticos, de toda actividad sindical, de toda manifestación pública”[2]
II.- “Una voz cristalizada”.
Conocí a Waldo Rojas y a su señora Regina Godoy en su departamento en Barrio Lastarria en enero de 2024. El motivo de su visita era la presentación de su libro “Poesía continua (1966-2017)”, publicada en la editorial del Fondo de Cultura Económica, que se realizó en la Sociedad de Escritores de Chile SECH, quien lo volvió a recibir cual hijo pródigo en un salón repleto.
Esta obra, que a mi juicio ya es parte de las antologías poéticas más importantes de la historia de la poesía chilena reciente, recopila lo mejor de su obra poética, desde “Príncipe de Naipes” (1966) hasta “Cercanas lejanías (Selección, 2017), la que nos llega como un bálsamo en medio de un contexto nacional distópico.
Como consigna Carmen Foxley (quien prologa el libro) sobre la calidad de la obra poética de Rojas, concluye: “Quisiera destacar la gran lucidez del poeta acerca de algunos modos de manifestación de la experiencia estética de los poemas”. [3]
Esta cita dialoga en plena sincronía con la opinión de Fernando Pérez Villalón quien afirma: “Su poesía se caracteriza por un rigor y una sobriedad poco comunes en nuestra frecuentemente más desaforada tradición literaria, aliados a la intensidad y perfección que confieren la corrección cuidadosa y la concentración, sin que ello resulte para nada en una pérdida de intensidad, sino más bien en una cristalización de lo vivido en objetos opacos que se resiste a cualquier lectura ansiosa por dejar de lado el modo en que se dicen y llegar a ese espejismo, “lo que dicen” y “de lo que hablan”[4].
Ambas opiniones son reflejo de las propias reflexiones que hace Waldo Rojas sobre su obra: “El poema va creciendo solo por su propio dinamismo y tiene que ver con el peso de la palabra”.[5]
La conversación en su departamento junto con el poeta y editor Alberto Moreno, quien gestionó la reunión, rápidamente se sitúa en las errancias, el exilio, su relación privilegiada con artistas como Raúl Ruiz o Armando Uribe, las reuniones en su departamento en París (ciudad en la que vive hasta el día de hoy), donde llegaban lo más granado de los artistas e intelectuales del exilio chileno de la década de los setenta.
Su voz pausada nos deleita con algunos de sus versos:
“Oscura labor de los amaneceres: sembrar el fruto mustio en la semilla. Por ellos llega al padre la impiedad del hijo Errante. A su llamado se hiende a la vera de su cuerpo la frontera irreversible y el frío habla más claro en su voz de mordedura.”[6].
O estos versos del poema “A este lado de la verdad”, que nos sorprenden cuando el alba ya despunta en Santiago:
“A este lado de la verdad. Verdor y landas, descorro yo la gasa pálida, contemplo el estupor de lo que veo como desde adentro de una pulsante llaga…”[7]
Esta velada inolvidable nos regala esta entrevista que a continuación se reproduce.
III.- Entrevista al poeta chileno Waldo Rojas: “El exilio de la lengua no es sólo temático”
1.- ¿En qué contexto literario se forma la generación del 60?
R: El término y el concepto de “generación” eran ya entonces corrientes en Chile, por ejemplo, a propósito de aquella del 38, y ya se hablaba de la del 50. La del 60, en tanto figura corriente de lenguaje, tomará cuerpo a partir justamente del Encuentro literario organizado en 1966 por el Grupo Trilce y con el sostén institucional, y financiero, de la Universidad de Valdivia.
2.- Volviendo a tus primeros pasos en poesía, ¿Cuáles o quienes fueron tus principales influencias? Has escrito de tu admiración por Rubén Darío.
R: Alumno del Instituto Nacional y presidente de la Academia de Letras de dicha institución escolar, yo fui temprano lector de literatura, gracias en parte a la magnífica biblioteca del colegio institutano, así como de nuestros profesores, no sólo de Letras. Fui en efecto lector frecuente y admirativo de Darío, que su paso por Chile se inscribe en lo que será la poesía propiamente moderna.
3.- ¿Cómo afecta tu relación con la literatura -y con la poesía en particular- llegar a Paris, y no regresar a Chile?
R: Mi exilio en Francia ha tenido de ver, ciertamente, con mi relación no solamente con la poesía y la literatura en general. Llegado a Francia como exilado político en 1974, sólo pude volver de paso a Chile, y por breves días, en 1986, y con documentos franceses. En todos esos años ejercía mi oficio académico en la Universidad de Paris-Sorbonne. Pude retornar con alguna frecuencia en los años siguientes de la dictadura, pero también en aquellos de la frágil vuelta a la democracia institucional, como este mismo año, por ejemplo.
4.- ¿Cuál es tu reflexión acerca del cruce entre literatura y exilio? ¿Cuánto ha cambiado con el tiempo?
R: La literatura, sobre todo aquella ligada de cuerpo y alma a la poesía, es una forma de exilio respecto de la lengua, llamémosla ordinaria. Algo he escrito teóricamente, sobre ese tema. El exilio de la lengua no es sólo temático. Entre la literatura y la vida, digamos ordinaria, existe una cierta autonomía de aquella sobre esta última. Es un tema complejo sobre el que ya he escrito algunas páginas.
5.- Es reconocida tu cercanía profesional y artística con el director de cine Raúl Ruiz. ¿Como surge esa amistad?
R: Ruiz y yo fuimos tempranamente amigos, y muy estrechos, sin estar de acuerdo en todo. Yo fui a su demanda su testigo de matrimonio, compañero de su mesa y el de la mía, además, y desde temprano, modesto colaborar de su obra fílmica; autor, por ejemplo, de la letra de tres boleros incorporados a uno de sus filmes.
IV.- “El Príncipe de naipes”.
Abandonamos el departamento de Waldo Rojas ya de mañana. Como si fuéramos Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim, saliendo de la casa de Vicente Huidobro en el Santiago de la década del 30 del siglo pasado, caminamos por la Alameda hacia el primer café abierto, teniendo plena conciencia de haber escuchado a uno de los mejores poetas chilenos vivos.
Alberto, luego que la taza humeante se encuentra a su frente, saca de su bolsillo el libro de Rojas y recita algunos versos de “Príncipe de naipes”:
“Helo aquí, barquiembotellado en la actitud de su gesto más corriente, es el soberano de su desolación, sus diez dedos los únicos vasallos. Silencioso como el muro que su sombra transforma en un espejo, nada cruza a través de la locura de este príncipe de naipes, este convidado de piedra de sí mismo, el último en la mesa —frente a los despojos— cuando ya todos se han ido.”[8].
No hay más nada que pedir. Cambio y fuera….La defensa descansa.
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Notas
[1] Nacido en Concepción el 22 de agosto de 1944, Waldo Rojas es poeta, ensayista y profesor universitario. Asistió al Instituto Nacional entre 1954 y 1962, y fue director de la ALCIN (Academia de Letras Castellanas del Instituto Nacional). Más tarde, estudió en la Universidad de Chile, donde ejerció como traductor, redactor y crítico literario del Boletín de la Universidad de Chile. Como autor, pertenece a la Generación de poetas de 1960, a la cual él mismo bautizó como “Promoción Emergente”, entre cuyos integrantes se encuentran autores como Gonzalo Millán, Floridor Pérez, Jaime Quezada, Óscar Hahn, Omar Lara y Federico Schopf. Entre sus libros de poesía se cuentan Agua removida (1964), Pájaro en Tierra (1966), Príncipe de naipes (1966), Dos poetas de la ALCIN (1967), Cielorraso (1971), El puente oculto (1981), Chuffré á la Villa d’ Hadrien (Cifrado en la Villa Adriana, 1984), Almenara (1985), Fuente itálica (1990), Deriva Florentina (1993), la antología Poesía continua (1995) y el poemario Deber de urbanidad (2001). Además, publicó el libro de crítica Poesía y cultura poética en Chile (2001).Actualmente reside en Francia. (Fuente: https://www.revistaaltazor.cl/waldo-rojas/)
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