Por Víctor Campos Publicado en CINE Y LITERATURA, 11 de septiembre de 2019
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Un análisis a la obra del poeta y traductor chileno (entre otros de Vicente Huidobro, hacia y desde el francés), como símbolo de los temas que inspiraron a la notable generación literaria de los 60: la voz de un individuo lírico y su tarea de sondear lo real, en una compleja tentativa que se bifurca en ese descifrar posible e hipotético, de unos tiempos especialmente convulsos.
“La poesía rescataba a sus heridos de los dientes para adentro;
de los ojos para afuera lo único real eran las moscas” Waldo Rojas
A fines del pasado año (2018), la editorial Fondo de Cultura Económica publicó la antología Poesía continua (1966 – 2017), volumen de la colección Tierra Firme que constituye una gran panorámica de la obra poética de Waldo Rojas y que permite revisitar la evolución progresiva de una de las voces más decidoras y complejas de la generación de los años 60. Doscientas páginas de un trabajo que se inaugura con Príncipe de naipes (1966) y que finaliza ofreciéndonos una inédita selección hecha al caso, titulada Cercanas lejanías (2017).
Acontecen en esta poesía las preocupaciones, inquietudes y fijaciones que asaltaron a los jóvenes poetas de la década de 1960. Waldo Rojas, Oscar Hahn, Gonzalo Millán (entre otros) debieron arrostrar un crudo agotamiento de la figuración original. Mientras que la camada de la década precedente había resuelto estratégicamente sus conflictos mayores frente a una telúrica tradición que constantemente les asediaba, la generación de los años 60 se hallaba en un contratiempo de cariz más agudo. Ya no solo se tendrían que determinar a partir de las grandes voces de una impetuosa poesía proveniente de la primera mitad de siglo, sino que además lo harían a partir de los poetas que resolvieron directamente aquellos problemas de influencia.
La lectura generacional que Waldo Rojas realiza sobre La pieza oscura (1963) es sustancial para comprender el vínculo de ambas generaciones contiguas. Existe una admiración por la manera en que Lihn logra aunar sintéticamente el verbo nerudiano junto al decir parriano, respuesta que supuso un equilibrio pero además un escepticismo ante dos maneras de escribir antagónicas y muy propias de la época. Aquel conflicto sobre grandes influencias ya superado hizo que la camada de los años 60 no se viera en la necesidad de apostar por una poesía dramática, experimental o de obsesiones vanguardistas que promoviese una disrupción en el paisaje literario. Más bien, sucedió que adoptaron variados elementos dados por los poetas inmediatamente precedentes para su propia escritura. De esta forma, no existen diferencias radicales en el cambio de década en las composiciones poéticas, mas –claro está- están presentes las inquietudes propias que atañen a una determinada hornada a la hora de gestar una apuesta señera.
Así es posible hallar el manierismo como una resolución esgrimida por la escritura de estos poetas, producto de no existir una necesidad sustancial de superar radicalmente graves complejos de tradición, sino más bien de clausurar o continuar aquellos senderos abiertos por Enrique Lihn, Jorge Teillier o Armando Uribe, por nombrar a los conocidos. El simbiótico vínculo que Waldo Rojas –por ejemplo- establecerá con el primero aludido será evidente a lo largo de su obra: diálogo asumido en el tono reflexivo, en la exhibición necesaria del oficio de escritor enfrentado a loreal y en la autoconciencia plena de lo que significó en ese tiempo la composición de un poema.
Una extraña enunciación bajo un frecuente nosotros que a veces refiere a poetas, otras a la “humanidad” en un sentido genérico, y otras a la figura de la pareja amorosa es lo que primero salta a la vista en Poesía continua. El hablante dislocado goza en su pluralidad irremediable y enuncia sin más opción que de aquella fragmentaria condición. El yo se deja habitar por lootro y se impersonaliza. Mas, latiendo desde un inicio la advertencia, aquí la impersonalidad y su consecuente distancia devienen identidad, una solidez premeditada al momento de la enunciación del sujeto. El hablante (que es uno y todos a la vez) caído en su lucidez, reconoce que vincularse con lo real solo puede ocurrir por medio del “reflejo de los puentes”, de allí la necesidad que Rojas tiene de situarlo distanciado y polivalente: “cuasi réplica de mí, desdoblamiento brumoso”, sentencia la voz en uno de los poquísimos poemas en donde el yo —aparente— hace gala de su primera persona.
La mirada de este hablante que con frecuencia se posa en lugares marcados por el pasado, posee un fuerte rasgo que denominaría de acomplejada. Se trataría de: “la mirada del ojo furtivo, demorosa, pensante”, la que aquí se nos enseña con todos sus conflictos. Ya no se trata únicamente de reflexionar sobre el problema que al poeta contemporáneo como individuo le suscita al mirar una realidad afectada por un sinfín de factores que la devienen líquida y deformada, sino que además esta manera acomplejada por la que opta el sujeto para observar y enunciar dicha realidad ya da cuenta por sí misma de las problemáticas vinculadas con su representación artística.
En paralelo, durante la primera mitad del siglo XX, se ha desarrollado todo un trabajo con la abstracción visual que dejaba en entredicho el frecuente problema de la imposibilidad de retratar lo real por parte del artista, estableciendo una evidente crisis de la representación y optando por la recreación de nuevos universos. Waldo Rojas se antepone a dicha crisis por medio de la autoconciencia y su consecutiva capacidad de rodear lugares y objetos, concentrándose en evocar las sensaciones inusuales que estos poseen: “Todo el abatimiento del amanecer/ en el claro del bosque: para una sombra plácida/ cuántos umbrales/ animosos”, sentencian unos versos claros al respecto.
Otros elementos que dan cuenta de la problemática enunciación en Rojas son el uso de una peculiar sintaxis y ritmo. Pienso respectivamente en los poemas Yesterday: “Ayer se llama hoy día tu lozanía vetusta,/ ayer llamarán a tu bisoña decrepitud” y Elgrito: “A alguien esperan las sillas de este sueño/ en las gomosidades de panal de la duermevela./ Alguien tendría que ocupar su lugar en la mesa, al fondo de la sala,/ aparejada como para el banquete al que el Anfitrión invita/ con el mejor gesto de su cara desconocida”.
Las referencias históricas y culturales abundan en las páginas de este volumen, cruzadas con la vivificación de espacios propios de una cotidianidad plena en sus dimensiones que recuerdan los límites de lo real; cruce que permitirá gestar necesarios contrastes. La deriva del sujeto por lugares de Europa como la Torre Eiffel, la Catedral de Canterbury, el Sena, Rotterdam (y otros más), lo situarán en un perpetuo movimiento de desarraigo. Dotado de una agudeza analítica como lo constatan los versos de Una noche del príncipe: “En el sentido aún más sinuoso,/ prolonga el oído resonante presagio./ A un momento de neutralidad de dudosa energía, equilibrio de fuerzas se establece en el centro”; el hablante vagará por un recorrido evocado desde un pasado sobre el que ni ruinas quedan, salvo la palabra como recreación inaudita de sus monumentos: “Pacto de la noche y de las Ruinas:/ muros de sombra renacen tallados en la sombra./ Reviven los ecos de las defenestraciones”. Locuaz es también al caso la paráfrasis que Rojas realiza al soneto del poeta francés Joachim du Bellay: “No buscas Roma en Roma, aunque Roma te encamina/ paso a paso/ hasta la Plaza de los Ríos Cardinales”. Así rezan los versos del poema Piazza Navona y que constatan la experiencia del lugar en la deriva del hablante y en el deber de urbanidad que se arroja a sí mismo como consecuencia de sus limitantes y única posibilidad de desentrañar la realidad: moverse con ella, tratar de seguirla con la mirada.
Así, la utilización de estos recursos admitirá un trabajo que pierde toda servidumbre y que perfilará la certeza de su autonomía: forma y fondo, espejos y símiles, en peso y profundidad. La prioridad ya no reside en el solo manifestar, ni tampoco en la prefiguración ociosa de vagos arabescos de palabras. No hay gratuidad en la presente obra. El sujeto retornado de la confusión, aterriza vislumbrando las grietas de todo discurso y orden, y cómo estas han dibujado la nueva geografía de las ciudades y de las vidas humanas. Este cruce equilibrado da otra respuesta al por qué del uso de una sintaxis y ritmo peculiares: “como si fuese claro que a fuerza de palabras oscuras/ lograras vislumbrar lo que la Palabra apenas da a entrever”.
Asistimos, en suma, por la voz del individuo a su tarea de sondear lo real, tentativa cada vez tornada más compleja, reduciéndonos a pensarla solo en su desciframiento posible o hipotético. Toda esta poesía se topa con una “realidad [que] recobra su nivel constante”, mas puntualmente con el desafío de coincidir con mencionado nivel. Concluye así el hablante absolutizar la inmanencia: elementos intrascendentes son sustantivizados como propios (ejemplos son “el Río, símbolo de nada” y “Días Insubstanciales”) conjugando una ironía pero también una verdad.
La voz que oímos del poema con su muy frecuente actitud apelativa o referencial gesta una muralla de niebla respecto de sí misma. El nos —producto de su impersonalidad y pluralidad— se camufla en una amalgama que no admite taxonomías categóricas, pero que en ningún caso yace aturdido o despistado. Como curioso contrapunto final, existen en este conjunto notable de poemas, algunos con un marcado estado originario: pienso principalmente en Dormida o Rosa gris, que permiten ampliar mucho más el panorama del registro rojiano y, en consecuencia, entender la poesía de Waldo más oblicua y compleja de lo que nos puede parecer. Aquí recorremos aquellos: “restos que se alimentan de restos” —en palabras de Lihn—, mas como constituyentes de una poética rotundamente autónoma y viva, pese al agotamiento o al escepticismo indisolubles de la reflexión escritural contemporánea.
Víctor Campos (Iquique, 1999) es estudiante de segundo año en la carrera de pedagogía en castellano y comunicación con mención en literatura hispanoamericana en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Fue partícipe en el Taller de Poesía de La Sebastiana, a cargo de los poetas Ismael Gavilán y Sergio Muñoz realizado el año 2018. Actualmente cursa el Diplomado de Poesía Universal de la ya mencionada universidad y es ayudante del proyecto «Poéticas postdictatoriales. Memoria y neoliberalismo en el Cono Sur: Chile y Argentina», dirigido por el doctor Claudio Guerrero.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
«Poesía continua (1966 – 2017)», de Waldo Rojas:
“Senderos desgreñados, raíces laboriosas”
Por Víctor Campos
Publicado en CINE Y LITERATURA, 11 de septiembre de 2019