Waldo Rojas: "Si hay una expresión latinoamericana general es la del bolero" El bolero, seducción y clave, Waldo Rojas.
Mundana Ediciones, Viña del Mar, 143 páginas
Por María Teresa Cárdenas Maturana Publicado en REVISTA DE LIBROS de El Mercurio, 28 de enero 2024
Dice que le está fallando la memoria, pero recuerdos, datos y anécdotas fluyen en esta conversación sin obstáculos. "El problema es con los nombres de personas y de libros. Y no quiero que se me olviden", afirma con honestidad el poeta Waldo Rojas (Concepción, 1944). Pero ahí está Elisa Godoy, Eli, su compañera de toda la vida, artista visual, profesora de arte e hija del escritor Juan Godoy (1911-1981), para apuntalarlo cuando es necesario. "Me he transformado en la secretaria del caballero", dice con gracia, sentada frente a él en su pequeño y acogedor departamento de la calle Mosqueto. Hace más de una década que pasan aquí una temporada para luego volver a París, donde hace 50 años tuvieron que empezar una nueva vida. Hoy, precisamente, abordarán de nuevo un avión, pero a diferencia de ese primer vuelo, ahora viajan juntos.
Acá compartieron con familia y amigos. Y Waldo Rojas participó en actividades públicas, como una lectura de poesía en Valparaíso y la presentación, en la Sociedad de Escritores de Chile, de El bolero, seducción y clave (Mundana), un libro que empezó a gestarse, sin que lo imaginara entonces, cuando su amigo Raúl Ruiz planeaba su primera película, "Tres tristes tigres" (1968).
"Estábamos en un bar en Valparaíso, y de pronto entró un joven con una guitarra a cantar boleros. Era Ramón Aguilera, muy popular entonces. Raúl inmediatamente se interesó en él y le pidió sus datos". Se encontraron más tarde en Santiago y Ruiz le habló de la posibilidad de una película. Parte de esta se filmó en la casa de Waldo y Elisa, en la calle Argomedo. "Tenía tres pisos y había el espacio suficiente; ahí llegó Aguilera con un guitarrista y otro músico".
La poética del bolero
Además de la casa, Ruiz le pidió que compusiera una letra de bolero. "Yo le dije 'mañana te la traigo', pero no era tan fácil. Tardé una semana, después de volver sobre las letras que yo conocía y otras que no conocía, y conversar con el músico, que era nada menos que Tornas Lefever, decano de la Universidad de Chile. Y en uno de los pianos que había en la facultad empezamos a organizar sobre la base de mis letras un primer bolero".
Finalmente fueron tres, a los que se sumó más tarde el que le encargó la cineasta Valeria Sarmiento, esposa de Ruiz, para su película "Amelia Lopes O'Neill" (1991), "A raíz de esta me interesé en el tema y pensaba escribir algo, pero no para publicarlo inmediatamente, Comencé a tomar notas, e investigando se me vino a la cabeza la idea de hacer un histórico del bolero en términos de la poética, es decir, sobre lo que las letras podrían ofrecer como comprensión de la voluntad literaria. Y reuní más de trescientas letras".
El resultado es este libro, en el que su autor revisa la trayectoria del bolero, con sus tendencias, intérpretes, transformaciones, influencias y letras, incluyendo una buena cantidad de fragmentos. Al final se encuentran las notas y lo que a esas alturas todo lector espera: las letras de sus cuatro boleros: "Voy a morir sin tu amor", "Busquemos un camino", "Cuando te encuentro" y "Te vas de mí", así como las circunstancias y derivas de estas composiciones.
—¿Cómo se despertó en usted ese gusto por el bolero?
—Siendo muchacho, cuando tenía 12,13, 14 años, el rock ya estaba de moda, pero en los bailes que se organizaban en los patios de las casas siempre había un momento en que se pasaba del rock al bolero, porque el bolero se bailaba apretadito.
'Era la conquista'', aporta Elisa, quien ilustró bellamente el disco compacto "Tigres y boleros", con las cuatro piezas musicales.
"Claro, era inevitable —confirma Waldo Rojas—. Además, había toda una retórica verbal de las frases del bolero en la conversación habitual, en serio o en broma. El bolero formaba parte, y yo creo que todavía, de una forma de cultura popular y menos popular también, puesto que buena parte de los compositores de boleros son gente muy culta".
Mujeres compositoras
—En el análisis de las letras usted destaca la particularidad del lenguaje del bolero.
—Hay un léxico, que no es de uso ordinario. En general, muy en general, en el bolero el cantante, cuando es hombre, es alguien que no se portó muy bien y está tratando de arreglar la cosa. Por eso es este lenguaje no usual, culto, con palabras complicadas, pero detrás de eso se puede decir que hay esta intención de reparar un comportamiento no muy brillante.
—¿Existen puntos de encuentro con la poesía?
—Sí, puesto que se trabaja sobre el lenguaje. Y si bien es cierto que en mi poesía no hay un parentesco inmediato, hay una preocupación por el lenguaje, una búsqueda de sentido. Uno de los hallazgos del libro es la gran cantidad de mujeres compositoras y la suerte que corrieron en un principio, "Hay toda una sociología del asunto, porque hasta un momento dado las autoras de letras no podían aparecer como tales, puesto que era mal visto que las mujeres hablaran así. Entonces la letra aparecía con el nombre del músico", explica. "Pero eso se solucionó rápidamente, por la misma popularidad de los temas. Hay tantas compositoras como compositores de boleros, y eso la gente no lo sabe". Entre ellas, María Grever, autora, por ejemplo, de los archiconocidos "Júrame" ("Júrame, que aunque pase mucho tiempo/ no olvidarás el momento en que yo te conocí") y "Te quiero, dijiste" ("Muñequita linda,/ de cabellos de oro,/ de dientes de perlas,/ labios de rubí...").
"Como en el caso de aquellas poetas mayores —escribe Rojas en su libro—, las mujeres del bolero asumieron temprano una voz discursiva reservada, en materia amorosa, al hombre, sustituyendo al desmayo de la aceptación más o menos pasiva y silente de la entrega, un papel activo, verbalmente explícito e inequívoco, imperativo y conminatorio".
El libro también consigna el origen de la palabra en España y su paso a Cuba y luego a México. "Es allí donde realmente toma cuerpo el bolero, musical y poéticamente", asegura. Y en su expansión destaca la puesta al aire de La voz de América, cuando los aparatos de radio recién empezaban a ser conocidos. "De la noche a la mañana, esta música se hizo popular y la gente empezó a comprar radios para escuchar boleros", cuenta divertido.
En este largo camino, el bolero "pasó a ser un elemento cultural", influyendo también en la literatura. "Hay una temática del bolero incorporada a la narrativa —señala—. Tiene un estatus literario. Y ambas cosas coexisten. Está la sensibilidad amatoria, de todas maneras. Hay cosas que uno quisiera decir y las puede decir con el bolero. El bolero es un fenómeno lingüístico, literario, cultural, sociológico y musical, por supuesto".
Otro factor que es importante, señala, "es el baile, porque a diferencia del tango, donde hay un duelo entre el hombre y la mujer en la pista, en el bolero se permite incluso mejilla con mejilla, sin que haya nada detrás; o sea, hay una relación de cuerpo, de corporalidad. Es un estilo, es una manera de decir algo".
—¿Es un género propiamente latinoamericano, que no podría darse en otros países?
—Claro, en el sentido de que está apoyado en la lengua castellana y en unas ciertas tradiciones literarias. Y que está dentro de una mentalidad, también. El machismo, la imagen de la mujer, la falta, la culpa. Si hay una expresión latinoamericana general es la del bolero, sin duda.
Después de este ensayo y de la antología Poesía continua. 1966-2017 (FCE, 2018), Waldo Rojas prepara un nuevo libro y se encuentra próximo a conmemorar sus 80 años de vida y 60 desde la aparición de su primer libro,
Agua removida, Es quizás una hora propicia para los recuentos, desde esa época en la que él bautizó a su generación, la del 60, como "promoción emergente".
—Yo tenía un poco de temor de la palabra generación, que ya había tenido un espacio demasiado amplio y significaciones muy diversas en la historia literaria de América Latina. Ortega fue el primero que hizo una ciencia del concepto de generación y él mismo volvió más tarde a poner las cosas en su lugar, a evitar que eso se transformara en algo como una retórica.
Y destaca: "En Chile, respecto del fenómeno poético en los sesenta, sucedió algo muy particular y es que el primer gran encuentro de poesía fue auspiciado por la Universidad (Austral) de Valdivia, y en las invitaciones que se extendieron, por sugerencia y proposición de los jóvenes poetas de ese momento, estaban los poetas mayores en la primera fila, a diferencia de lo que pasaba en el resto de América Latina, que cuando había una actividad de ese orden, los jóvenes mandaban a pasear a los viejos". Se refiere al emblemático encuentro celebrado en abril de 1965 y organizado por el grupo Trilce.
La suya es una generación que reconoce la tradición, pero que, paradójicamente, experimenta de manera directa el quiebre de esta, con el golpe de Estado. "Por supuesto, es una generación que no llega a cumplirse como tal en el tiempo; fue suspendida, por así decirlo, por la violencia que conocemos".
"Ahí hay profesores"
El mismo día del Golpe, Waldo Rojas fue despedido de la Universidad de Chile. Elisa era profesora en un liceo. El día 13 allanaron su casa a balazos. Ellos ya no estaban, pero Elisa cuenta lo que supieron más tarde: "No fue al azar que llegaron; una vecina nos denunció. El bus venía y la mujer se puso delante y les dijo 'ahí hay profesores'. Hasta el día de hoy me choca esa acusación".
En esos días en que evitaban volver a su casa, Waldo Rojas tuvo que viajar al norte con Pablo Perelman y Silvio Caiozzi, para hacer una película. El financista era un hombre de negocios, de derecha, que necesitaba con urgencia arreglar su situación tributaria. "No recuerdo muy bien cuál fue la estrategia para llegar al norte, pero los militares estaban de acuerdo, a condición de que hubiera control militar de lo que se estaba filmando. Efectivamente, ciertos días había que bajar a Calama a hacer presencia con los militares, que nos contaban las barbaridades que habían estado cometiendo", recuerda. Estando allá se produjo un malentendido que les posibilitó la salida a Francia. Elisa le respondió una carta a un hermano de Waldo, que ya estaba exiliado en Panamá, diciéndole que él no le podía contestar en ese momento porque estaba en el norte haciendo una película. Pero el hermano entendió otra cosa: "Agarraron a Waldo y lo tienen en Chacabuco". "Entonces le escribe a Raúl, que estaba en París, y Raúl inmediatamente ubica a un poeta francés, amigo de Waldo, y le cuenta lo mismo. Y es él quien hace todo por sacar a Waldo de Chile; vendió su auto, compró el pasaje, consiguió una invitación oficial (de la Normal Superior de Señoritas), movilizó todo. Y Waldo partió solo, en mayo. A mí me sacaron en agosto".
No tuvieron hijos, pero Elisa viajó con su perro, don Chuma, que se convirtió en un emblema. "Todos los chilenos estaban fascinados. Era como un pedazo de Chile", cuenta ella. Y Waldo Rojas agrega: "Le llegaban cartas de chilenos de todas partes de Europa".
Doce años después solicitaron la nacionalidad francesa. "Sirvió el hecho de que los dos éramos profesores, Waldo estaba trabajando ya en la Sorbona y yo en una escuela de arte, y sin más preámbulo nos dieron la nacionalidad". Ese año pudieron volver por primera vez a Chile; lo hicieron con papeles franceses.
Ninguno militaba en un partido y, por lo mismo, quedaban fuera de los beneficios que estos conseguían para los exiliados de sus respectivas tiendas políticas. "Raúl y Valeria tampoco estaban en partidos. Nosotros éramos amigos de nuestros amigos; conservábamos la misma amistad que teníamos acá —explica Elisa—. Llegaba, por ejemplo, Jorge Edwards y naturalmente veía a Raúl y nos veía a nosotros; Enrique Lihn lo mismo. Germán Marín, Gonzalo Millán, Oscar Hahn...".
El escritor y su alumno
La poesía ha acompañado todos estos años a Waldo Rojas, pero de manera solitaria. "Mi relación particular con lo que ha sido mi poesía no ha estado vinculada a grupos, ni ha sido colectiva, en el sentido de formar parte de una corriente o tendencia. No es que no me interesara, sino que no estaba en el modo como yo desde muy temprano había concebido la posibilidad de escribir".
Eso fue en el Instituto Nacional, donde dirigió la Academia de Letras Castellanas e hizo amigos que conserva hasta hoy, como el poeta Manuel Silva Acevedo, y otros que ya partieron, como Carlos Cerda y el periodista Pepe Carrasco, asesinado en 1986. Ahí, además, fue alumno de quien se convertiría en su suegro.
—¿Puedo preguntarles cómo se conocieron?
—"Es muy simple, el escritor se encontró con su alumno y me lo llevó a la casa", dice Elisa.
"Después de las vacaciones yo tenía que volver a Santiago, ya estaba en el Pedagógico —recuerda el poeta—. Los buses paraban en la plaza Almagro y cuando estoy bajándome del bus veo que viene don Juan Godoy, que había sido mi profesor en el Nacional. Él no se acordaba para nada de mí, por supuesto, pero yo me acerqué y le dije 'don Juan, permítame saludarlo'. Estaba medio penqueado el viejo".
Godoy ya estaba viudo e invitó al joven Rojas a su casa. "Don Juan se pegó una ducha, se cambió de ropa, se arregló y me dejó ahí".
Se casaron un año después, en 1966. Ese día, el novio se quedó dormido y llegó atrasado a la Municipalidad de San Miguel. Es probable que se haya disculpado con un bolero.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Waldo Rojas: "Si hay una expresión latinoamericana general es la del bolero".
"El bolero, seducción y clave", Waldo Rojas. Mundana Ediciones, Viña del Mar, 143 páginas.
Por María Teresa Cárdenas Maturana.
Publicado en REVISTA DE LIBROS de El Mercurio, 28 de enero 2024