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El poeta como cazador furtivo
Poesía continua, (1966 - 2017) Waldo Rojas, Fondo de Cultura Económica, Santiago, 2018
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 2 de Septiembre de 2018
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La trayectoria del poetizar de Waldo Rojas reclama una reflexión en sintonía con una sutileza que se encarna en la materia de cada verso y es parte de la naturaleza de su visión de la realidad y de la manera como el poema intenta capturar esa visión, reflexión imposible de desplegar dentro de las limitaciones que posee una reseña periodística. Poesía continua es una antología que da cuenta, en efecto, de más de cinco décadas de un ejercicio constante, sereno y unitario de una poesía que anida en lo fugitivo, lo plural, lo inminente, lo que permanece retirándose o lo que se retira permaneciendo.
Es cierto que su poética no trasluce una subjetividad desgarrada o no parece construida para la expresión de las peripecias de una cierta emotividad, pero ello tampoco, de ningún modo, significa una ausencia de una peculiar mirada, de un mundo interior singular y matizado. Al contrario, "lo continuo" de esta "poesía continua" es ese flujo personal, movedizo pero reconocible como el de un mismo poeta desde Príncipe de naipes (1966) hasta Cercanas lejanías (2017). La dimensión transversal de esta antología radica, por ende, en una manera de estar en el mundo y ante el mundo del yo poético caracterizada por una rica cualidad contemplativa.
Podría decirse, arriesgadamente, que la poesía de Waldo Rojas corresponde a una intransable percepción heracliteana del ser y acontecer, dentro de la cual la palabra poética hace pie en el intersticio fugitivo de lo que fluye, jamás cediendo a la tentación de lo rígido, de la cosa y el mundo vistos como lo consistente, inamovible, cerrado e imperecedero y que puedan ser, por lo mismo, aferrados por el habla de modo definitivo y total. El poeta es un cazador furtivo, cuyo ojo se posa en el parpadeo, el aleteo, la inminencia, la sombra o la luz crepuscular que se desliza, la meditación de las horas, de la fugacidad del tiempo: el tránsito del instante, el dejar de ser y el llegar a ser. Desde ese ángulo se entiende la presencia recurrente del agua como símbolo y cifra a lo largo de toda su poética, agua que en sí misma es inasible, distinta y la misma en un río o en otro, en este mar o en aquel, en un arroyo, en la lluvia, en las lágrimas, en el rocío, fluyendo en un curso, agitándose en un oleaje o encerrada en un estanque.
La poesía de Waldo Rojas, sin embargo, aunque está abierta a la dimensión simbólica arraigada en el mundo del arte y de los sueños, no permanece en la abstracción de lo alegórico, sino que se plantea con una especial finura y atención hacia la materialidad precisa de las sensaciones. En este rasgo la poética de Rojas se aproxima a algunos conocidos géneros de poesía japonesa.
Se podría decir que toda su poesía es un intento de conversación con el mundo en su singularidad más concreta, irreductible a lo único e inmóvil. La realidad para Rojas es una suerte de elocuente balbuceo cuyo idioma el poeta busca inscribir tentativamente en el poema. El poeta de estos poemas se halla siempre atento a ese decir que, a la vez, viene de modo permanente y se retira con la consistencia de un eco, de una resonancia que se pierde por lejanos pasillos, por los recovecos de la memoria y de la sensibilidad, por entre los escombros de lo ruinoso. La fisura por la que se infiltra su palabra poética es, pues, la que resta delgada y precaria entre el completo enmudecer y el decir que clausura y limita.
La poesía de Rojas no es, en consecuencia, la melancólica celebración de la nada y el aniquilamiento, sino un enfrentamiento con la muerte y su séquito, pero no a partir de la afirmación voluntariosa de una completitud de sentido: a partir, en vez, de la vibración fulgurante de lo que acaece y se sostiene en medio de la precariedad como ese "primer/ copo/ de/ nieve/ de la temporada pálida" que se "acuna sin cautelas" "leve temblor" en la telaraña prendida de un balcón urbano, del bello poema final de la colección.
La visión poética de Waldo Rojas -que esta antología recoge de modo ineludible- tiene una correspondencia en recursos poéticos ajustados con oficio y levedad, una aliteración, por ejemplo, que agita su versificación, como el parpadeo de una luz sobre el flujo del agua, o el imaginativo y preciso empleo del oxímoron que atrapa lo breve que perdura y lo elocuente que enmudece, "chasquidos de tiempo", imágenes poderosas que resisten a convertir en "éxtasis" su "perplejidad", a que en su palabra "brille todo su peso en voz" y, en cambio, "presta oído a la confidencia silente de los ecos del carmín/ sobre la palidez de las losas".