Proyecto Patrimonio - 2015 | index | Waldo Rojas | Autores |

 



 


Waldo Rojas: El poeta que escribía boleros

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 29 de Marzo de 2015

 


.. .. .. .. .. .

Sucedió en 1966, el mismo año en que Waldo Rojas (Concepción, 1944) publicó Príncipe de naipes, libro en el que Enrique Lihn apreció una singular "poesía psicológica y somática" y "una escritura de la existencia". El profesor Juan Uribe Echevarría, director de Extensión de la Universidad de Chile, invitó a Rojas a dar una charla. En ese momento el poeta leía en francés a Lautréamont y lo eligió como el tema de su conferencia. "La sala estaba llena de gente joven", recuerda. "Me presentaron, empiezo a leer y todo el mundo saca papel. 'Lo estoy haciendo el descueve', pensé. Estaban tomando nota. Terminé mi conferencia con un sentimiento de éxito total. La gente se fue y llegó la secretaria con un documento que tenía que firmar para que me pagaran. 'Bastante público', le dije. 'Sí', me respondió ella, 'lo que pasa es que aquí hay unas clases de taquigrafía y vienen a ensayar'. Eso me dio una lección de modestia hasta el día de hoy", afirma.

Con igual modestia, Rojas aceptó ofrecer una lectura en la Sociedad de Escritores de Chile durante su reciente viaje. Entre el público estaban compañeros de la "promoción emergente" del 60 (así la bautizó), como Manuel Silva Acevedo, Jaime Quezada y José Ángel Cuevas. Los dos primeros habían sido integrantes del taller que dio Enrique Lihn en la Universidad Católica a partir de 1968. El autor de La pieza oscura eligió a Waldo Rojas como secretario. Por el taller pasaron Juan Luis Martínez, Raúl Zurita y Gonzalo Millán, entre otras jóvenes promesas. "Lihn y yo tomábamos nota durante las sesiones; la idea, que no llegó a cumplirse, era publicar un libro. Pero vino la elección de 1970 y eso cambió todo, porque mucha gente empezó a pedir otras cosas de esas reuniones. Para decirlo en corto, la revolución. Todo el mundo la quería a condición de estar a la cabeza", asegura Rojas.

Los 60 fueron para el poeta una época de intensa actividad creativa. Raúl Ruiz, al que había conocido en Concepción durante una escuela de verano organizada por Gonzalo Rojas, le pidió escribir letras de boleros para "Tres tristes tigres" (1968), donde también hizo un papel secundario (al igual que en "Palomita Blanca", filmada en 1973). Así nació el disco "Tres tristes tigres", grabado por Ramón Aguilera, quien interpreta los boleros en la película. "El LP desapareció rápidamente de circulación. Ni yo conservo una copia. Con el golpe perdí todo, incluso mi biblioteca. Tenía casi cinco mil libros y estos son todos los que me quedan", dice en su departamento de calle Mosqueto, indicando un estante en el que no hay más de 200.

Rojas escribió entre septiembre y octubre de 1973 su último poema antes de partir al exilio: "A este lado de la verdad", publicado junto a otros versos en Guadalajara, el año 1976, por su amigo Germán Marín, y luego incluido en El puente oculto (1981), editado en Madrid por Omar Lara. "A este lado de la verdad, verdor y landas,/ descorro yo la gasa pálida,/ contemplo el estupor de lo que veo/ como desde adentro de una pulsante llaga,/ o es que veo que me miran mientras digo/ lo que hago y callo lo que muerdo...", escribe el poeta.

Junto a su esposa, llegó a Francia en el verano de 1974. Profesores amigos le consiguieron trabajo en la Université de Paris I (Panthéon-Sorbonne). Lo que comenzó siendo un reemplazo se convirtió en una larga carrera como académico de Historia. Se jubiló después de 41 años. En Francia se reencontró con su amigo Raúl Ruiz. Pocos saben que Waldo Rojas tuvo un rol esencial en la producción francoholandesa "El techo de la ballena" (1982). Sucedió que apenas llegó a los Países Bajos, el equipo de filmación se rebeló por la mala calidad de la comida y amenazó al director con abandonar el rodaje. Desesperado, Ruiz llamó a Rojas y le pidió irse inmediatamente en tren con su esposa para cocinar. Le pagaría lo mismo que a los actores principales. "Así fue como durante 27 días preparamos cada vez un menú distinto", recuerda.

"En Chile uno levanta un poeta y sale una piedra"

No fue fácil volver a escribir poesía, reconoce. "El verdadero exilio es el de la lengua. No basta con saber nombrar en otra lengua, saber saludar y a veces incluso agradecer, como fue mi caso. La pérdida de la familiaridad de la lengua es inhibitoria. Yo pasé muchos años sin poder escribir versos. La opción de integrarse a la lengua francesa era el modo de subsistencia en ese momento. Claro que también hay un efecto positivo: al adoptar otra lengua por la necesidad que fuere, y del modo como fuere, la lengua nativa se hace todavía más cálida. Es una suerte de reencuentro permanente con la infancia. Siempre he estimado que una de las razones por las cuales no he escrito nunca en francés otra cosa que discursos es por la presencia de la lengua materna en el sentido más propio de la palabra: con la ternura, el calor, la cercanía maternal. Esa lengua tiene laberintos, recodos, significaciones que no están en los diccionarios y que son intraducibles".

Recuperó la voz poética gracias a los viajes. "Fue la incitación de este sentimiento al mismo tiempo de extrañeza, sorpresa y nostalgia del viajero, de encontrar otra realidad, sobre todo en las ruinas, que siempre me han atraído por su poder de evocación y de misterio", afirma. En Italia lo deslumbraron las del emperador Adriano. De esas impresiones surgió Cifrado en la Villa Adriana (1984), libro bilingüe editado en París por Armando Uribe Echeverría. Luego vinieron Fuente itálica (Universitaria, 1990) y Deber de urbanidad (Lom, 2001), tributo a la Ciudad Luz.

-¿Por qué hay tantos años de diferencia entre sus libros?
-Escribo permanentemente, pero termino muy pocos textos. La mayor parte va a dar al tacho de la basura, porque no tengo ningún apuro en publicar. Toda mi obra se puede reunir en un pequeño librito. Reviso mucho, lo cual se ha vuelto un hábito algo pernicioso. Hace diez años estoy trabajando en un libro que se titula "Cercanas lejanías", que escapa de la metapoesía y mi tendencia a problematizar el lenguaje. Es un texto más directo y personal, una especie de reencuentro con el yo.

-¿Lee poesía chilena actual?
-De manera muy intermitente, porque no llego a comprender lo que está pasando. Uno levanta un poeta y sale una piedra. Percibo un exceso de publicaciones y una tribalización de la actividad poética. Al mismo tiempo veo que hay nombres que han vuelto a la superficie. Me gusta Bertoni, que no tiene nada que ver con mi poesía. Me gustó siempre, a pesar de que no lo conozco. Está además toda la tradición de la familia Rubio. Yo conocí a Alberto. Era un tipo francamente agradable y un gran poeta. Aún conservo la primera edición de La greda vasija. De su nieto Rafael creo que tengo casi todos los libros. Me gustan mucho. Tiene sonetos perfectos. A pesar de eso su poesía no es arcaizante, está vinculada con un ambiente y un modo de comprender las cosas.

-¿Qué opina de la vigencia de Nicanor Parra?
-Parra nunca se bajó del Olimpo. Nos bajó a todos, pero él se quedó un ratito más. Llegó a los 100 años. Cualquier cosa es meritoria a esa edad. Ojalá le den el premio Nobel, yo estaría muy contento. No se lo van a dar, por supuesto.

-Lo mencionan a usted como posible candidato al próximo Premio Nacional de Literatura.
-Debe ser una broma. A mí no me han llegado comentarios. Soy una persona a la que no le interesa meterse en esa fotografía. No ando detrás de eso ni ha sido nunca mi objetivo dar los pasos siguientes. Porque no es cosa que alguien lo diga. Ahora tiene que ir uno al Premio Nacional y no el premio a uno. Yo soy absolutamente incapaz de hacerlo.





 

Proyecto Patrimonio— Año 2015 
A Página Principal
| A Archivo Waldo Rojas | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Waldo Rojas: El poeta que escribía boleros
Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 29 de Marzo de 2015