Por Jaime
Quezada
Publicado en Revista Ercilla, Santiago de Chile,
Año
XLIX, Nº 2395.
24 de junio de 1981.
"El puente oculto", Waldo Rojas.
Ediciones Literatura
Americana Reunida
Madrid, 1981. 115 páginas
Perteneciente a una generación no bien conocida
en el medio literario chileno actual, y que él mismo llamó -por la
década del sesenta- de los "emergentes", Waldo Rojas (1943) es hoy
un autor hecho a la medida de un lenguaje poético en plena madurez.
Su reciente libro, El puente oculto, viene a corroborarlo y
a dar testimonio de un permanente oficio que asume con vocación y
rigor. Nacido más para el vuelo que para el arraigo, el
autor no pierde sus raíces originarias con sus lugares natales a pesar
del París en el cual ahora vive: "Ah, estas Viejas Piedras que parecen
dar cita / a todo el mundo a mis espaldas".
En no más de cien páginas se reúne una obra
poética de quince años de parco e intenso trabajo. No se trata, sin
embargo, de una antología. Más bien un libro ordenado cronológicamente
desde la fecha bautismal de Príncipe de Naipes (1966), su primer libro
en exigencia de poeta, y Cielorraso (1971) para concluir con poemas
escritos en los últimos años en el aquí y en el allá. El puente es
un enlace o relación entre lo ya publicado (aunque siempre con nada
o pocos lectores) y lo inédito guardado en cerrojo con doble llave.
Esta atadura de épocas casi no se advierte, pues una perfecta armonía
de escritura y texto va de página en página hasta el final. Más que
un puente, en el sentido gráfico, esta poesía se hace así círculo,
en un todo unitario y concéntrico.
Memoria y
cerrojo
Bajo este puente no es agua la que corre, sino
una memoria constante. Y una memoria que deja al margen el recuerdo
o la nostalgia ("el rodar de un tiempo apenas día, apenas noches")
para hacerse paradoja e irrealidad, sueño y permanencia. La atmósfera
de un Enrique Lihn, en el poema La perpetración, por ejemplo, orienta
esa temática real-irreal de la memoria. Y es precisamente el autor
de La pieza oscura (1963) quien inaugura este Puente oculto con una
hipótesis prologal cargada de referencialidad. Llaman la atención
en los poemas de Rojas la obsesión por un lenguaje de espejos (y no
a la manera de Carrol) que delata "mi puro gesto agio" o la narcisista
mano desnuda. También la sutil ironía -mascarada final-, el antifaz,
el dorso de la luz.
Lo
oculto en el libro de Waldo Rojas tiene, a su vez, una significación
de cerrojo, de amurallado y de laberíntico: "mi deseo transfigurado
arde por entre galerías ciegas" o "leo en la oscuridad una escritura
de tientos". Las connotaciones, presentes y contingentes de esta poesía
tienen sus fundamentos en el entrepaño más que en el paño,
en el reverso más que en el verso,en el contrafondo
más que en el fondo, en el traspatio más que en el patio, en
la sobrevida más que en la vida.
De los poetas
chilenos de su generación -Pérez, Lara, Silva, Millán, entre otros-,
Waldo Rojas ha mantenido una escritura más cerca de lo simbólico y
conceptual que de lo lírico y emotivo. Las citas y referencias a otros
autores ( Eliot, en especial ) son un buen indicio de una escritura de
texto sobre texto o poesía sobre poesía: "Palabras que están claras
pero en una jerga incierta y que yo no diría si no fuera a propósito
de las palabras". Aquí nada queda entregado al azar, todo tiende a
cumplir un objetivo, como el mismo autor lo señala. Es decir, una
poesía en lucidez, certera y culta.
Buen puente para la poesía chilena de esta hora constituye la obra de
Waldo Rojas, más que oculto, silencioso. Y un reencuentro con un autor
que continúa en la línea de la mejor tradición poética del
país.
[Descarga gratuita]