WALDO ROJAS
 
 


Príncipe de Naipes
(1966)

Ediciones Mimbre
Santiago de Chile 1966


 

Príncipe de naipes

Helo aquí, barquiembotellado en la actitud de su gesto más corriente,
es el soberano de su desolación,
sus diez dedos los únicos vasallos.
Silencioso como el muro que su sombra transforma en un espejo,
nada cruza a través de la locura
de este príncipe de naipes,
este convidado de piedra de sí mismo, el último en la mesa
-frente a los despojos-
cuando ya todos se han ido.
Aquí se detuvo la soledad de la adolescencia con un fuerte silencio
retumbante,
y aquí yace él sobre sus ojos como el único brillo:
.......... un Arlequín de Picasso, se diría, pero menos sublime
.......... y con la espada de Damocles en la mano.

Él es el Príncipe del Naipe, "después de mí un Diluvio de agua
hirviente,
... y aun todas las aguas errantes del planeta
que nunca nadie llevará hasta mi molino".
 

 

Ajedrez

Antonius Block jugaba al ajedrez con la Muerte junto al mar
sobre la arena salpicada de alfiles y caballos derrotados.
Su escudero Juan, mientras tanto, contaba con los dedos las jugadas,
sin saberlo,
en la creencia de que lo que contaba eran peregrinos de una extraña
caravana.

(Y a mí que no me gusta el ajedrez sino en raras
circunstancias.
Yo, que pude luego de perder estruendosamente una partida
beberme una botella con el ganador y sostenerle el puño en alto).

Pero Antonius Block sin duda era un eximio ajedrecista
no obstante haber perdido el último partido de su vida.
Antonius Block, quién volvía de las Cruzadas, no tuvo en cuenta
que a Dios no le habría gustado el ajedrez
aun cuando de veras hubiera algún día existido.

Afortunadamente todo esto sucedía en una sala de cine.
El mundo en miniatura en tres metros cuadrados a lo más.
Los otros personajes han pagado las consecuencias al terminar la función.

Sería bueno sostener ahora que el ajedrez está algo pasado de moda.
A pesar de la costumbre por los símbolos
y de los cuadraditos blancos y negros irreconciliables
en que se debate la vida

....................................... a coletazos.

Moscas

Vivíamos la tarde de un domingo abrumador.
Era verano en el hemisferio que pisábamos, según el orden de los astros.
Enredados en el ocio paseábamos de silla en silla a tropezones.
Era Verano por la tarde y el resto del cuadro lo ponían
las moscas.

Había un Universo disperso por la pieza:
....................................... botellas vacías,
hojas de algún diario, un plumero impotente entregado al polvo,
y bostezando hasta quejarse ardía el aire por los cuatro costados.

"No hay peor poema que el que no se escribe", me dije callado
gritándome al oído,
y lo único real, consistente en sí mismo, eran las moscas.
Muchas moscas, torpes moscas cayéndonos encima en arribos
sucesivos y despegues.

Ardía el aire por los cuatro costados y nos sobraba un par de brazos,
estaban de más las piernas y todo el cuerpo era lujo inútil,
artículo suntuario adquirido a la fuerza
en virtud de la artimaña de un hábil vendedor.

Saltimbanquis del aire, trapecistas, migajas de un gran demonio pulverizado,
esas tiernas, sucias moscas, diminutos ídolos del asco universal.

No habíamos sobrevivido a nuestra fábula feroz:
un joven matrimonio derretido sobre el suelo, melaza pura
a merced de un día de Verano, a merced de la estrategia
de las moscas.
Y era domingo como cien veces más fue domingo en los veranos
desde aquel día,
y desde cada día en que el sol encendía el aire
y un zumbido tañía en los vidrios y crecía una inquietud por todas partes.
Algo que desde afuera penetraba, un cierto líquido agresivo,
un licor cáustico que diluía la carne o la memoria,
algo que le pasaba al tiempo no nos tenía conformes.

¿Quién detiene el cauce de las cosas y los hechos
en este punto, como un puente que se desploma,
mientras pasa el día mutilado arrastrando los miembros trabajosamente?

No hay peor poema que el que no se escribe, me dije,
entretanto
la poesía rescataba a sus heridos de los dientes para adentro;
de los ojos para afuera lo único real eran las moscas.

 

 



 

 
 


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