El grito
"Quién es el que permite que estos
viejos
caballeros ronden en nuestros sueños."
FRANZ
KAFKA
A
alguien esperan las sillas de este sueño
en las gomosidades de
panal de la duermevela.
Alguien tendría que ocupar su lugar en la
mesa, al fondo de la sala,
aparejada como para el banquete al que
el Anfitrión invita
con el mejor gesto de su cara
desconocida.
Insiste el convite de la mano, impulsa más bien,
empuja
hacia unos platos vacíos, las botellas
transparentes,
el barniz de las paneras.
Si no
para el que sueña,
...................
¿para quién el gracioso ofrecimiento de la nada
que relumbra al
centro de esas viandas?
Pero
la muda invitación -mueca vacía- así se vuelve acoso.
Trábase en
el gesto la defensa del Dormido,
atáscase en la voz que muy lenta
se reflota
y profiere en su boca un torpe agitarse de
cadenas.
Estalla mudo entonces el aldabonazo de su grito,
brinca a
la ventana del tul flotante a merced del oleaje de su eco.
Saltan
las aldabas del salón aterrador,
astillado el mármol del tieso
cortinaje, y al conjuro del hierro
craqueteado
astíllase
asimismo toda cosa de madera.
El
hollejo del gesto invitante logra el suelo,
en tanto el polvo de
los muebles y los zócalos
desciende,
como cruza la profundidad
el ahogado.
Limpio el grito se abre paso
y lo están oyendo
ahora el dormido y su consorte
en medio del loco agitarse de las
sábanas:
............................................................. ¡Qué hay! ¡qué
hay!
Visitar a los enfermos
La abrumadora mayoría de sus sensaciones está diciendo lo
suyo.
Y a su turno, lo suyo es ese cuerpo rígido como un
icono
del que fluyen y confluyen, gota a gota, aire y
sangre,
sangre y aire.
Lo suyo es el desorden de las horas, la
fecha que vivimos y no vive,
tensa noche de un perro
guardián.
Cerraron la casa de los naranjos y los
limoneros.
Frescas musgosidades revienen los
dinteles.
¿Veremos al Cuerpo erguirse entre los suyos,
abominar
del guiso de la noche, aterrorizar con insultos al
cochero?
Las palabras que me guardo serán lo que
sucede:
pregunta el pobre cuerpo en cada mueca, y a cada temblor
de las frazadas
aferra y suelta como un profeta el báculo
tribal.
"La
mano, dame la mano..." es lo que calla y adivino,
y lo que coge
es el veredicto de un brazo que se niega.
Un florero abigarrado
hiende el blancor reinante.
Se desentiende del ambiente un
rezumarse de rosas.
Silencio, piden voces.
Nadie hable, por
favor. Parece que rezara.
Y
piensa el Cuerpo:
..... Habrá quedado sola la Casa
de los Limoneros.
..... Ya oigo crujir
las gruesas puertas, saltar
.....
españoletas y aldabones a la premura del hierro.
..... Silenciarán al perro a golpes de
cadena,
..... se llevarán sólo monedas
en desuso,
..... un botín de recuerdos
de familia.
Aire
enrarecido se respira a la hora en que el batir de la puerta
ha
acallado los rumores.
Negro de humo y aceite mezclados a la brisa
del trébol invernal.
Se hacen blandos los muros como
almohadas,
y empavonado de lechosidad
se aquieta el vidrio
grumoso de la puerta del cancel.
El Cuerpo es aun alguien a quien
algo sucede, aunque sólo en lontananza
de sus fuerzas.
No
podría negarse a los signos salvadores.
El
Enfermo está abrazándose a las estatuas heladas.
Una noche del príncipe
A Germán Marín
La
fuerza del cerrojo en los entrepaños de la puerta
y el incierto
ascender de madera caminada en la escalera.
De por medio, un
mundo de fuerzas reversibles.
La atención del ojo bloquea la
conocida oscuridad.
En un sentido aún más sinuoso,
.......... prolonga el oído resonante
presagio.
A un momento de neutralidad de dudosa energía,
.......... equilibrio de fuerzas se establece
en el centro.
Esto es,
..........
la estabilidad vacilante del poder del tiempo
.......... mantenido a raya,
.......... un entreaguas pulsante,
entre el
dato exterior de los sentidos y su escritura
.......... en la tabla rasa,
y el poder de
agostada fuerza con que el sueño y sus figuraciones
.......... defiende la diezmada
fortaleza
.......... reducida ahora al
atalaya y las almenas,
.......... al
nerviosamente transitado patio de la cisterna,
estremecida la
dotación de sus guardianes
..........
a cada golpe pasmoso, ritmado, relojero,
del poderosamente
impulsado Ariete.