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«Carta de los muertos para el uso de los vivos» de Wladimir Zambrano
Fondo de Animal Editores, 2020

Por Paúl Puma



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Hubiese —una amiga me ha dicho hace algún tiempo que la palabra y el sentido de “hubiese” no existe—, hubiese querido empezar este texto con alguno de esos poemas que Wladimir Zambrano suscribe en esta contundente Carta de los muertos para el uso de los vivos. Pienso que es, desde varios puntos de vista, un acierto editorial para Fondo de Animal Editores (ese apetecible y cada vez más interesante sello a cargo de Ernesto Carrión). Empero, el propio Wladimir, entiendo, podrá esbozar aquí mismo, en esta plataforma virtual, algunos de sus artefactos que utiliza como nuevos poemas que son absolutamente atractivos para el lector común, no solo para el crítico, desde varias funcionalidades con que se activa el mecanismo de la literatura verdadera. Una verdad que es dicha y que existe porque se la visibiliza en un entorno adverso que pretende mostrar en una vitrina seudo y/o para-literaturas que son trabajadas en el vacío de cualquiera de los pivotes que voy a mencionar bajo los postulados de Grinor Rojo en su artículo Identidad y Literatura[1] que tanto uso con mis alumnos en la cátedra universitaria de Literatura Hispanoamericana:

En un contexto en el que el canon es un sofisma y únicamente se constituye, si la palabra sirve,  “a partir del amiguismo, compadrazgo, argolla o troncha de cuasi intelectuales” que se asilan en sus “mecas” académicas, aparece la realidad como diría Mario Bellatin[2], en el acto de poner el cuerpo en la escena literaria o en la plataforma del papel físico o virtual.

Dicha realidad habla desde la vitalidad consciente (para no hablar de una poesía de la experiencia que se quiere “armar hasta los dientes” bajo una corriente insípida y triste por su “patetismo retrógrada en uno que otro autor que cree que ha inventado el agua tibia”, me refiero a uno que otro autor que se ha enraizado en la institucionalidad educativa superior para emprender en una imaginaria tradición  basada en lobbies o marketing o relaciones intercambiables o compromisos adquiridos que jamás comprenderán a los reales autores como Zambrano, porque sus “criptas egocéntricas” no admiten otra academia que la suya.

Ojo que, como una suerte de pie de página, diré que dichos “parásitos institucionales” no permiten incluir en sus pensum a autores multi-premiados como Ernesto Carriøn, por ejemplo, pero sí conceden homologación por trayectoria a productores de eventos artísticos (lo cual no está mal) como una forma de subyugar –yo considero que por temor y envidia– el trabajo de una literatura real por viva, por libre, por inmanente al escritor que, como dice Villoro hijo (Feria del Libro de Quito, 2015), se comunica con su grupo de lectores, más allá de los propios premios o de las amistades.

Sin embargo, allende del discurso que empleo y que repara en su propia causticidad desde la crítica literaria, porque para ella nos estamos preparando, aparece la Pérdida y la tristeza de una noche (la muerte en el libro de Wladimir) plagada del valor que encarna contar, mientras se palpa las cicatrices de aquello que se amó (la abuela, a quien se dedica este libro) que siempre estuvo y que por una epi-pandemia, ya no estará jamás, salvo en el lenguaje que es un acto poético liberador trascendental del pánico, como diría Alejandro Jodorowsky[3].

En el perfil interno de la abuela se distingue un collage fantasmagórico, pero preciso de la desolación o de la soledad, pues, la voz poética aparece como un llanto ahogado en el momento en que el autor, su voz poética, pierde a su pre-progenitora y en su inteligenciada expresión no revela un patetismo sino, más bien, el misterio de lo inexplicable que bien reseña Roberto Juarroz por ejemplo cuando realiza su Arte poética, cito:

¿Es posible definir la poesía? El poema como organismo incompleto. La palabra y el silencio. Renuncias de la poesía mo­derna. Necesidad e intensidad de la pa­labra en el poema. La poesía es reco­nocimiento del absurdo y antiabsurdo. El poema ante el abismo de la condición humana. El reconocimiento total de lo real. Poesía y filosofía. Disponibilidad del poeta. Poesía y experiencia de la muerte. La poesía como forma perece­dera y como presencia. Poesía y arte. El poeta y su visión del mundo. Poesía, conocimiento y sabiduría. El budismo Zen. La mística. Posibilidad de una sín­tesis de los alcances del hombre. Cien­cia y humanidades. Necesidad de un pensar mayor. Poesía, reconocimiento y creación de realidad. Poesía y metafísica. Poesía e idealismo. La poesía como mi­rada desde los límites y el poeta como vidente. Heidegger. La fundación del ser por la palabra. Revés, antítesis y bús­queda de una tercera dimensión poé­tica. Lo irracional y lo más que racio­nal. La poesía ante la ética, la estética y la gnoseología. Toda poesía es una ética profunda. ¿Es la poesía un “con­suelo”? Una aventura necesaria” (p. 8)[4] fin de cita.

Hay en este pavoroso libro un muro que separa lo poético de su bastardía (excusas por esta palabra que bien atina a dilucidar lo que vivimos hoy): la muerte de la abuela, su búsqueda, la misión de uno de los familiares, la represión en el manejo de los cadáveres en el sur de Guayaquil, la muerte en soledad pura de un amigo homosexual del autor, cuyas imágenes se reproducen en la prensa como infografías de un periodismo ignorante (quién supo al fin la suma de muertos por COVID 19 en el puerto principal cuando esta ciudad fue denominada como la Wuhan de Ecuador por algunas fuentes periodísticas internacionales) periodismo ignorante, decía, pero absolutamente doloroso que se recupera en el libro.

Entonces, vuelvo a Grinor Rojo, aparecen en el lector e intérprete de la tragedia cuyo fin es la luz (pues el libro de los muertos es para el uso certero de los vivos), aparecen en el crítico, términos como conciencia o personalidad, aquilatando un sentimiento que se arguye en el pensar como si se “domase un potro insoportablemente salvaje” que encuentra como metafísica la literatura, cito a Rojo (p.3):

También en literatura hablar de identidad es hablar de autenticidad. En esta ocasión se tratará del vínculo que mantienen cierta clase de textos con respecto de un fundamento al que se juzga respetable por no importa qué motivos y a que se subentiende que esos textos tendrían que serle fieles. Una literatura sin identidad es así una literatura “inauténtica” y una literatura inauténtica es una literatura que está siendo fiel con cualesquiera que se presume que son sus obligaciones de comportamiento (p. 6).

En el caso del libro que hoy nos congrega en esta Feria Internacional del Libro de Guayaquil tridimensional (porque hasta avatar se han creado para visitarla), la virtualidad de la propia palabra se vuelve arcilla en manos de Wladimir por esa sabiduría con la que aterriza en la tragedia cuasi cómica, pero siniestra, que vivimos hoy (mascarillas con diferentes motivos, trajes de astronautas para no tocar o hablar con otros, en fin, para no morir, como si esto fuese un episodio más de “Black mirror” o una de las películas creadas por Charlie Brooker mientras el autor inglés ingresa una monedita en una cabina para encontrar un cuerpo de hombre o de mujer desnudo a la espera de satisfacer a su cliente, pero sin que su rostro pueda verse, sino de otro modo, más escondido para evitar ese polvillo u esa espora que pueda contagiarle de la vrai fatalité. Posteos de muertos “como si fueran un número de una calculadora dañada en las manos de un pésimo profesor de estadística”).

Nada de patetismos. Hasta ahora no se sabe dónde están algunos de los cadáveres desaparecidos de Guayaquil o Quito o el Ecuador, tal como en el inicio de esa novela El anatomista de Federico Andahazi[5], sino que allí el personaje principal Mateó Colón usa los muertos para autopsias con fines científicos (es decir para salvar vidas) y en el caso de nuestro país ya la política más sucia y dañina ha hablado por sus intenciones mercantiles.

Por eso quizá el libro de Wladimir nos recuerda para siempre todxs esos enfermxs que no querían, que no quieren ir al hospital porque ahí es más segura su muerte. Por eso, quizás el libro de Wladimir nos graba en la memoria una estética singular, fuera de serie que se sirve incluso del diálogo de filósofos y que, desde mi sencilla perspectiva, debe cincelarse en la tradición de nuestra poesía ecuatoriana más allá de sus usos y de su post género (testimonial, epistolar, de crónica), apto y lúcido para “destrozar el miedo a patadas”, el miedo al Silencio, el miedo a las otredades que ahora nos conmueve, el miedo a hablar o a decir o a gritar, mediante ese postulado de Terry Eagleton[6] que entiende a la literatura como una violación o una forma violenta de romper con el lenguaje para formular Algo (lo parafraseo a mi gusto) donde se despeña la literatura original.

Literatura original por representacional, porque sobrepasa la barrera de una verdad que puede ser “nuestra verdad”. Literatura de la tenacidad y la longanimidad que esboza en su trazado lírico una disolución de la experiencia en un lenguaje diferente y específico aquerenciado más allá de la “futilidad de poemarios estúpidos sin ton ni son”, de publicaciones dignas de ser quemadas en serie o en piras bajo la mirada de sus progenitores institucionales o burócratas serviles de planes de desarrollos económicos y estratos elevados. Literatura de la independencia, de la subalternidad (para incluir a Deleuze y Guattari y su Arte menor[7]), del olvido y de la marginalidad contra la hegemonía y el intervencionismo de los otros. Literatura del compromiso con la propia intersubjetividad que destruye lo frívolo y se consolidará, seguramente, en las membrana de los ojos de una nueva generación de escritores de lo GROOVE o de la ranura donde habitamos quienes entendemos a ese oficio de leer-escribir-vivir-leer-escribir-vivir y reflexionar como una extensión de nuestro ser o de lo que últimamente llaman, nuestro senti-pensar en pos del INVENTO REAL Y VERDADERO.

Quito, septiembre, 2020.

 

 

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Notas


[1] Rojo, G. (2001). Identidad y Literatura, REVISTA DE SOCIOLOGÍA. No.  15, Chile.

[2] Bellatin, M. (10 de julio de 2014). "Me siento escritor, cuando voy desescribiendo" (Entrevista de Alicia Ortega), UASB.

[3] Josorowsky, A (2004), Psicomagia, Madrid: Siruela.

[4] Juarroz, R (Primera edición, marzo de 1980), Entrevista Poesía y creación.  Diálogos con Guillermo Boido. Buenos Aires: Ediciones Carlos Lohlé.

[5]  Andahazi, F (1997). El anatomista. Buenos Aires: Editorial Planeta.

[6] Eagleton, T. (1983). [¿QUÉ ES LA LITERATURA? en] Una introducción a la teoría literaria (véase: https://goo.gl/Lhilsf).

[7] Gilles Deleuze y Félix Guattari (1975). Kafka. Por una literatura menor, Madrid: Arena Libros.


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Paúl Puma
(Quito, 1972) Escritor y crítico literario ecuatoriano. Docente de la Carrera de Pedagogía de la Lengua y la Literatura. Doctorando en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Alicante. Miembro del Comité de Lectura de Editorial Alfaguara (2005). Publicó en poesía: La teoría del absurdo (V.A., Premio FACSO, UCE, 1994), Los Versos Animales (1995), Eloy Alfaro Híper Star (2001), Felipe Guamán Poma de Ayala (Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit de Poesía, Editorial Planeta, 2002), Pi, (2010), Paúl Puma: Antología Personal (2011), Mischa, (2012), Filamentum (Mención de honor Juegos Florales, Ambato, 2013), B2, Editorial Cascahuesos (Premio Universidad Central del Ecuador, 2016), Sharapova (Premio Gobierno de la Provincia de Pichincha, 2017) y Popeye (Crearen Salamanca, 2020). En teatro: El Pato Donald tiene Sida o cómo elegir los instrumentos de la desesperación (Beca Montefiridolfi, Florencia, 1996), El príncipe infeliz (2005), Mickey Mouse a gogo (Premio Joaquín Gallegos Lara, 2017), El tesoro de los Llanganatis (2017). En cuento: La mancha mongólica (SurNumérica, 2019). En novela: Un leve resplandor llamado Claus (Edinun, 2019). En crítica literaria publicó: Exponentes del Teatro Ecuatoriano Contemporáneo (2013), Breve acercamiento a la ensayística de Miguel Donoso Pareja (2013), Literaturas del Ecuador (co-edición Pumaeditores, Ianua Editora de Toledo España, 2017) y El Teatro del Absurdo en Ecuador (Universidad Andina Simón Bolívar, 2018) Y en Filosofía: La voz reivindicativa de Gamaliel Churata y José María Memet desde la filosofía andina (Revista Cátedra, 2020).



 

 

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