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        La  evocación y la proximidad de la muerte 
            en Obra  completa de Ximena Rivera
        Por  Greta Montero B.
        
        
        
        
          
        
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        En esta publicación tenemos la posibilidad de conocer la  poesía de Ximena Rivera, más allá de su pura presencia y apariciones en  aquellos lugares del Puerto, donde leía sus textos, a través de una voz con la  que descarnadamente, a vista de todos sus oyentes, viajaba al fondo de sí misma  y por obra y  magia de las palabras, siempre emergía con un rostro diferente  desde cada poema. En la primera parte del libro sus interlocutores son varios,  pero en su mayoría se trata de mujeres. La madre y la hija, por ejemplo, como  receptoras y emisoras de las huellas de una permanencia en el pozo de su pasado  vertido hacia el presente, en que los roles de género son asumidos  alternadamente como padecimiento y resistencia, bajo la sombra de un amor  inescrutable, muchas veces ennoblecedor, pero sucio de nostalgias y deseos  escindidos. A partir de “Melodía de arena”, Pepe es el objeto lírico que se  suma a los otros (u otras), que deambulan en sus versos, y suscitan la  evocación que genera la ‘anécdota’ en que se suelen sostener los textos. Los  poemas de Ximena Rivera se encuentran marcados principalmente por la mirada  apostrófica de su Otro u Otra hacia la propia interioridad que, a su vez,  también se evidencia en la forma de múltiples hablantes.
magia de las palabras, siempre emergía con un rostro diferente  desde cada poema. En la primera parte del libro sus interlocutores son varios,  pero en su mayoría se trata de mujeres. La madre y la hija, por ejemplo, como  receptoras y emisoras de las huellas de una permanencia en el pozo de su pasado  vertido hacia el presente, en que los roles de género son asumidos  alternadamente como padecimiento y resistencia, bajo la sombra de un amor  inescrutable, muchas veces ennoblecedor, pero sucio de nostalgias y deseos  escindidos. A partir de “Melodía de arena”, Pepe es el objeto lírico que se  suma a los otros (u otras), que deambulan en sus versos, y suscitan la  evocación que genera la ‘anécdota’ en que se suelen sostener los textos. Los  poemas de Ximena Rivera se encuentran marcados principalmente por la mirada  apostrófica de su Otro u Otra hacia la propia interioridad que, a su vez,  también se evidencia en la forma de múltiples hablantes.
         En “Collage en miniatura” este ejercicio se diversifica. Hay  una voz que intenta reconstruir, mediante el silencio y la introspección, el  origen de sus viajes poéticos, en los que se ambiguan las cualidades  intrínsecas del mito cristiano, personificadas y alienadas en sus visiones  terrenales. Así es como encontramos a una serpiente sin oficio, un verbo que no  sabe modularse, un ángel que se percibe utilizado en función de lo accesorio,  antes que en la objetivación de sus atributos   esenciales.
         En “Puente de madera” la poeta se somete a una temporalidad  que descentra los momentos que se suceden entre lo que se remite a lo ya vivido  y las urgencias expresivas del acontecer inmediato, materializadas en su  escritura, que se extienden desde la paradoja metafísica hasta la sumatoria del  día a día y su rutinaria ocurrencia, evidenciadas en el consumismo de  sujetos que adoptan para sí íconos, en la  forma de imaginarios dioses, que personifican aquellas depreciadas ambiciones  que aspiran al reconocimiento social y artístico en las que desgranan sus  vidas. 
        
           Al morir perdemos 23 gramos.
          ¿Entonces, qué hay en nosotros que 
            pesa 23 gramos? (2016: 101)
        
        En los versos de Ximena Rivera, el tiempo que se intra-vive  y la identidad que se supone llevar a cuestas, como parte del hecho de  co-existir, lidiando con las presencias externas o internas que conviven con la  itinerancia de las horas que la aprisionan, más la continua desavenencia entre  la palabra y el silencio justo, se construye a partir del frondoso y laberíntico  árbol de la memoria, cuyo cuerpo, rama sobre rama, continuamente crece hacia la  tierra, poblándose de las raíces y arterias que se alimentan de la savia de los  ausentes hasta hacerse poemas.
        
           Cuando  se sueña 
            El bus es una baba de caracol serpenteando en el  camino
            Las nubes nos sobrevolaban 
            Las nubes eran cuervos de otro linaje
            Eran cuervos absolutamente blancos (Ídem: 112-113)
        
        Observamos, en el fragmento anterior, al cuervo sobrevolando  al sujeto. Es una representación del cielo en la forma de un pájaro amenazador  que revolotea sobre una imaginación que vive en los márgenes de la palabra y  las plurales versiones de lo que habitualmente es aceptado como lo real. Es la  imagen del cuervo, en su simbología más oscura, que se configura en la  representación de la hablante, desplazándose dentro de una cúpula neutra, poblada  de nubes blancas, en una superposición de entidades sobre su cráneo de ser  pensante, expuesto al continuo cambio de un estado a otro, cuyo acceso a la  comprensión y fugacidad del tiempo asume una ritualidad al borde del poema o  ‘un monólogo imaginario’ cada vez más cercano a la muerte.
         En la hablante de Ximena Rivera podemos ver cómo, poema tras  poema, la desintegración de su yo alterno se manifiesta de un modo cada vez más  implacable. Hay una mano que por obra y arte de la palabra, y las ausencias que  la rodean,  la descentran y envejecen, la  arrinconan y, gradualmente, se apropian de su cuerpo para hacer de él un objeto  olvidado. Hay una débil y concesiva resistencia, mediante la resignificación de  su nombre desdoblado de sí misma, que intenta re-anudar los fragmentos de su  identidad y la nominación de los objetos del entorno, sin lograr acceder más  que a una existencia nebulosa dentro lo otro o la Otra, que aun siendo ella  misma la mira como a una extraña, apropiándose de cuanto posee, borrando, poema  tras poema,  las certezas de su auto  percepción. 
        
           Ximena y su sombra.
            Esto se traducirá 
            que Ximena al ser imagen de su sombra es su  sombra misma
            esto podría significar que su sombra se ha  revertido en Ximena
            y al ser Ximena la figura de su sombra
            que ha de ser a su vez la sombra misma
            Ximena por un momento es Ximena misma
            Y su sombra ella y otros como ella. (Ídem: 104)
          
        Más adelante leemos  también:
        
           y luego añadió: “No, dime, ¿cómo te llamas?”
            como si el nombre ahí no fuera una cosa oblicua
            como si no fuera un sombrero
            él preguntaba por mi nombre
            y era evidente que preguntaba
            por un cristal o por un demonio o por un pez que  brillara.
            “Respondo al nombre de Ximena”,-susurré-.
        
        La sombra y el sombrero son nominaciones de la hablante que  se busca, que siempre se espera, pero la forma de estos objetos, oblicuos como  el cristal, como un demonio o un pez que brilla, en definitiva deviene en un  solo rostro: el de una Ximena que sea la voz de la persona hecha poeta que ella  espera encontrar. Este poema nos recuerda aquella parte de la obra de Samuel  Beckett, Esperando a Godot, donde  Estragón y Vladimir, hurgan, buscando frenéticamente algo desconocido en su  sombrero, en el cual podrían encontrar cualquier cosa, incluso podrían encontrarse  a sí mismos y, así, romper la impronta mental de esperar −¿por la eternidad?−a  un  Godot que nunca llegará a su cita con  ellos. 
         Como poeta el oficio de Ximena Rivera consiste en des-nombrar  lo ya nombrado y acercarlo o alejarlo de su objeto dentro de una espacialidad  determinada. En este sentido, el fragmento citado viene a ser una definición de  su poesía, en relación a la búsqueda de las señales escritas y los diversos  modos de abrir nuevas perspectivas para resignificar las palabras que son su  material de trabajo y, vivencialmente, para resignificarse a sí misma y a las  materialidades que la rodean.
        
           Después,  no sé cuándo
            trepó  una hormiga por mi cara
            atestiguando  mi rostro, la hormiga comprendió que mis ojos 
            eran  dos horizontes abiertos en el piso
            comprendió  que eran dos túneles donde podía caminar
            sin  temor a que alguien la aplastara. (p.114)
        
        En este fragmento, desde la  perspectiva casi invisible de un insecto que camina sobre ella como si caminara  sobre una superficie inerte, la hablante busca redescubrirse en la evocación  cercana de su cuerpo,  a través de  la mirada de este  Otro, dejándose tocar por el paso del tiempo  como una manera de constatar que efectivamente aún existe.
         Los inéditos del 2013,  titulados “Casa del reposo”, no son más que la confirmación gradual de que el  acabamiento está allí, como una presencia inconmovible, esperando por las  personas y fábulas con que ha pretendido distraerla la hablante. Es una casa  que ella compara con una madre maligna que abusa de su poder, obligándola a  cumplir deberes, horarios y haciéndola objeto de maltratos. (Esta madre  abusiva, ¿será la poesía, serán los editores que no tuvo, serán los  destinatarios de su poesía?).  Esta casa  es un lugar donde está obligada a permanecer como aquellos sujetos sociales,  que al no ser ya productivos para su medio,   sólo deben esperar su sentencia y destrucción física definitivas. 
         Acá no sólo se trata de una única persona que padece el  abandono, sino que a la vez es un sujeto colectivo, en tanto que compara su  propio destino con el destino de tantos otros chilenos que se destruirán (o  serán destruidos) hasta desaparecer en las mismas circunstancias que ella. Su  solo recurso para resistir los estragos de la muerte es la evocación, pues en el  recuerdo de lo ya vivido, al filo del tránsito sin regreso, quizás permanecerán  no sólo las verdades e insignificancias de su paso por  este mundo, sino también los primeros entusiasmos e ilusiones que sostuvieron  su alto oficio de poeta, junto a la humana carga de sus afectos y aversiones.
        
           Yo,  por mi parte, tengo la noción de que recordando tendré un poco de sanía, pero  recordar siempre ha sido decir la verdad y no creo que seamos capaces de  nombrarla aquí. Si tan sólo esta gente, estos extraños cantaran, pero no, sólo  miramos el vacío. (Ídem: 131)
        
        Así, la hablante de estos poemas busca atajos contra la  locura, contra la incertidumbre de lo desconocido, en el recuerdo descarnado de  aquello que pudo haber amado o estuvo junto a ella, en una vida donde la  plenitud no existe más que en la posibilidad de verbalizar al sujeto prisionero  que lleva consigo, pero que habita en un medio ingrato e indiferente ante la  necesidad individual de trascender a lo perecedero. 
         La destrucción de esta realidad y la impiadosa muerte que  entra y sale de los poemas de Ximena Rivera, gradual pero inexorablemente, se  fue apropiando de su cuerpo, sin dobles intenciones, sin importar lo que la  poeta hiciera o esperara de ella. El tiempo, traducido como el recuerdo  constante de aquello que se acumuló como entidades significativas en el  transcurso de su vida, hoy son las señales y el redoble constante de lo que  ella escribió para sí misma y para quienes quisieran leerla. Creemos que Ximena  Rivera, más lúcida que nunca, al saberse cerca del final de la existencia, con  todas sus fuerzas se aferró más que nunca a la poesía. Ella tenía la seguridad  de que los amaneceres no son eternos y que la vida, sin siquiera avisarle, de  un día para otro seguiría su curso sin ella, hasta la lectura siguiente de  alguno de nosotros de sus poemas.
         
        Referencia
          Rivera, Ximena. Obra Completa. Santiago de Chile:  Ediciones del Cardo, 2016.