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La evocación y la proximidad de la muerte
en Obra completa de Ximena Rivera

Por Greta Montero B.


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En esta publicación tenemos la posibilidad de conocer la poesía de Ximena Rivera, más allá de su pura presencia y apariciones en aquellos lugares del Puerto, donde leía sus textos, a través de una voz con la que descarnadamente, a vista de todos sus oyentes, viajaba al fondo de sí misma y por obra y magia de las palabras, siempre emergía con un rostro diferente desde cada poema. En la primera parte del libro sus interlocutores son varios, pero en su mayoría se trata de mujeres. La madre y la hija, por ejemplo, como receptoras y emisoras de las huellas de una permanencia en el pozo de su pasado vertido hacia el presente, en que los roles de género son asumidos alternadamente como padecimiento y resistencia, bajo la sombra de un amor inescrutable, muchas veces ennoblecedor, pero sucio de nostalgias y deseos escindidos. A partir de “Melodía de arena”, Pepe es el objeto lírico que se suma a los otros (u otras), que deambulan en sus versos, y suscitan la evocación que genera la ‘anécdota’ en que se suelen sostener los textos. Los poemas de Ximena Rivera se encuentran marcados principalmente por la mirada apostrófica de su Otro u Otra hacia la propia interioridad que, a su vez, también se evidencia en la forma de múltiples hablantes.

En “Collage en miniatura” este ejercicio se diversifica. Hay una voz que intenta reconstruir, mediante el silencio y la introspección, el origen de sus viajes poéticos, en los que se ambiguan las cualidades intrínsecas del mito cristiano, personificadas y alienadas en sus visiones terrenales. Así es como encontramos a una serpiente sin oficio, un verbo que no sabe modularse, un ángel que se percibe utilizado en función de lo accesorio, antes que en la objetivación de sus atributos  esenciales.

En “Puente de madera” la poeta se somete a una temporalidad que descentra los momentos que se suceden entre lo que se remite a lo ya vivido y las urgencias expresivas del acontecer inmediato, materializadas en su escritura, que se extienden desde la paradoja metafísica hasta la sumatoria del día a día y su rutinaria ocurrencia, evidenciadas en el consumismo de  sujetos que adoptan para sí íconos, en la forma de imaginarios dioses, que personifican aquellas depreciadas ambiciones que aspiran al reconocimiento social y artístico en las que desgranan sus vidas.

Al morir perdemos 23 gramos.

¿Entonces, qué hay en nosotros que
pesa 23 gramos? (2016: 101)

En los versos de Ximena Rivera, el tiempo que se intra-vive y la identidad que se supone llevar a cuestas, como parte del hecho de co-existir, lidiando con las presencias externas o internas que conviven con la itinerancia de las horas que la aprisionan, más la continua desavenencia entre la palabra y el silencio justo, se construye a partir del frondoso y laberíntico árbol de la memoria, cuyo cuerpo, rama sobre rama, continuamente crece hacia la tierra, poblándose de las raíces y arterias que se alimentan de la savia de los ausentes hasta hacerse poemas.

Cuando se sueña
El bus es una baba de caracol serpenteando en el camino
Las nubes nos sobrevolaban
Las nubes eran cuervos de otro linaje
Eran cuervos absolutamente blancos (Ídem: 112-113)

Observamos, en el fragmento anterior, al cuervo sobrevolando al sujeto. Es una representación del cielo en la forma de un pájaro amenazador que revolotea sobre una imaginación que vive en los márgenes de la palabra y las plurales versiones de lo que habitualmente es aceptado como lo real. Es la imagen del cuervo, en su simbología más oscura, que se configura en la representación de la hablante, desplazándose dentro de una cúpula neutra, poblada de nubes blancas, en una superposición de entidades sobre su cráneo de ser pensante, expuesto al continuo cambio de un estado a otro, cuyo acceso a la comprensión y fugacidad del tiempo asume una ritualidad al borde del poema o ‘un monólogo imaginario’ cada vez más cercano a la muerte.

En la hablante de Ximena Rivera podemos ver cómo, poema tras poema, la desintegración de su yo alterno se manifiesta de un modo cada vez más implacable. Hay una mano que por obra y arte de la palabra, y las ausencias que la rodean,  la descentran y envejecen, la arrinconan y, gradualmente, se apropian de su cuerpo para hacer de él un objeto olvidado. Hay una débil y concesiva resistencia, mediante la resignificación de su nombre desdoblado de sí misma, que intenta re-anudar los fragmentos de su identidad y la nominación de los objetos del entorno, sin lograr acceder más que a una existencia nebulosa dentro lo otro o la Otra, que aun siendo ella misma la mira como a una extraña, apropiándose de cuanto posee, borrando, poema tras poema,  las certezas de su auto percepción.

Ximena y su sombra.
Esto se traducirá
que Ximena al ser imagen de su sombra es su sombra misma
esto podría significar que su sombra se ha revertido en Ximena
y al ser Ximena la figura de su sombra
que ha de ser a su vez la sombra misma
Ximena por un momento es Ximena misma
Y su sombra ella y otros como ella. (Ídem: 104)

Más adelante leemos también:

y luego añadió: “No, dime, ¿cómo te llamas?”
como si el nombre ahí no fuera una cosa oblicua
como si no fuera un sombrero
él preguntaba por mi nombre
y era evidente que preguntaba
por un cristal o por un demonio o por un pez que brillara.
“Respondo al nombre de Ximena”,-susurré-.

La sombra y el sombrero son nominaciones de la hablante que se busca, que siempre se espera, pero la forma de estos objetos, oblicuos como el cristal, como un demonio o un pez que brilla, en definitiva deviene en un solo rostro: el de una Ximena que sea la voz de la persona hecha poeta que ella espera encontrar. Este poema nos recuerda aquella parte de la obra de Samuel Beckett, Esperando a Godot, donde Estragón y Vladimir, hurgan, buscando frenéticamente algo desconocido en su sombrero, en el cual podrían encontrar cualquier cosa, incluso podrían encontrarse a sí mismos y, así, romper la impronta mental de esperar −¿por la eternidad?−a un  Godot que nunca llegará a su cita con ellos.

Como poeta el oficio de Ximena Rivera consiste en des-nombrar lo ya nombrado y acercarlo o alejarlo de su objeto dentro de una espacialidad determinada. En este sentido, el fragmento citado viene a ser una definición de su poesía, en relación a la búsqueda de las señales escritas y los diversos modos de abrir nuevas perspectivas para resignificar las palabras que son su material de trabajo y, vivencialmente, para resignificarse a sí misma y a las materialidades que la rodean.

Después, no sé cuándo
trepó una hormiga por mi cara
atestiguando mi rostro, la hormiga comprendió que mis ojos
eran dos horizontes abiertos en el piso
comprendió que eran dos túneles donde podía caminar
sin temor a que alguien la aplastara. (p.114)

En este fragmento, desde la perspectiva casi invisible de un insecto que camina sobre ella como si caminara sobre una superficie inerte, la hablante busca redescubrirse en la evocación cercana de su cuerpo,  a través de  la mirada de este  Otro, dejándose tocar por el paso del tiempo como una manera de constatar que efectivamente aún existe.

Los inéditos del 2013, titulados “Casa del reposo”, no son más que la confirmación gradual de que el acabamiento está allí, como una presencia inconmovible, esperando por las personas y fábulas con que ha pretendido distraerla la hablante. Es una casa que ella compara con una madre maligna que abusa de su poder, obligándola a cumplir deberes, horarios y haciéndola objeto de maltratos. (Esta madre abusiva, ¿será la poesía, serán los editores que no tuvo, serán los destinatarios de su poesía?).  Esta casa es un lugar donde está obligada a permanecer como aquellos sujetos sociales, que al no ser ya productivos para su medio,  sólo deben esperar su sentencia y destrucción física definitivas.

Acá no sólo se trata de una única persona que padece el abandono, sino que a la vez es un sujeto colectivo, en tanto que compara su propio destino con el destino de tantos otros chilenos que se destruirán (o serán destruidos) hasta desaparecer en las mismas circunstancias que ella. Su solo recurso para resistir los estragos de la muerte es la evocación, pues en el recuerdo de lo ya vivido, al filo del tránsito sin regreso, quizás permanecerán no sólo las verdades e insignificancias de su paso por este mundo, sino también los primeros entusiasmos e ilusiones que sostuvieron su alto oficio de poeta, junto a la humana carga de sus afectos y aversiones.

Yo, por mi parte, tengo la noción de que recordando tendré un poco de sanía, pero recordar siempre ha sido decir la verdad y no creo que seamos capaces de nombrarla aquí. Si tan sólo esta gente, estos extraños cantaran, pero no, sólo miramos el vacío. (Ídem: 131)

Así, la hablante de estos poemas busca atajos contra la locura, contra la incertidumbre de lo desconocido, en el recuerdo descarnado de aquello que pudo haber amado o estuvo junto a ella, en una vida donde la plenitud no existe más que en la posibilidad de verbalizar al sujeto prisionero que lleva consigo, pero que habita en un medio ingrato e indiferente ante la necesidad individual de trascender a lo perecedero.

La destrucción de esta realidad y la impiadosa muerte que entra y sale de los poemas de Ximena Rivera, gradual pero inexorablemente, se fue apropiando de su cuerpo, sin dobles intenciones, sin importar lo que la poeta hiciera o esperara de ella. El tiempo, traducido como el recuerdo constante de aquello que se acumuló como entidades significativas en el transcurso de su vida, hoy son las señales y el redoble constante de lo que ella escribió para sí misma y para quienes quisieran leerla. Creemos que Ximena Rivera, más lúcida que nunca, al saberse cerca del final de la existencia, con todas sus fuerzas se aferró más que nunca a la poesía. Ella tenía la seguridad de que los amaneceres no son eternos y que la vida, sin siquiera avisarle, de un día para otro seguiría su curso sin ella, hasta la lectura siguiente de alguno de nosotros de sus poemas.

 

Referencia
Rivera, Ximena. Obra Completa. Santiago de Chile: Ediciones del Cardo, 2016.


 

 

 

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