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El nombrar y la aparición de lo otro en la poesía de Ximena Rivera

Por Natalí Aranda Andrades
Publicado en
Tensiones del Pensar. Materiales para un diálogo entre la filosofía y la poesía en Chile 
Jorge Polanco Salinas; Martín Ríos López Editores.
Cenaltes Ediciones, Viña del Mar, 2016



.. .. .. .. ..

Estas palabras intentan ser un acercamiento de  carácter fenómeno-lógico a la poesía de  Ximena Rivera[1], más específicamente, a ciertas imágenes que aparecen y se  repiten constantemente en su poética y que son obsesiones que marcan finalmente su hacer. Las imágenes de la noche, el silencio, dios, la idea de lo sagrado y  la existencia de un supra-lenguaje determinan el cauce del actual ensayo, ya que son asuntos que incitan y despliegan posibilidades de  reflexión. De tales imágenes surgen temas como la dualidad,  el quiebre, el reconocimiento o el nombrar, momentos centrales en algunos de los poemas que pretendo analizar.

El método fenomenológico para el estudio de la imagen poética tiene como antecedente al filósofo francés Gastón Bachelard, pero en este ensayo no profundizaré en su filosofía, sólo extraeré de él su método por lo pertinente que me parece para introducirme en la poesía de Ximena Rivera. ¿Cómo entenderé el estudio fenomenológico dentro del contexto del ensayo?  En primer lugar lo comprenderé como un método que “nos lleva a intentar la comunicación con la conciencia creante del poeta. La imagen poética nueva —¡una simple imagen!— llega a ser de esta manera, sencillamente, un origen absoluto, un origen de conciencia”[2]. La imagen viene a ser el puente que une o nos comunica con la conciencia creadora, es el fenómeno que nos traslada de manera inmediata a ese instante inicial, ese origen desde el cual surge esa intuición primera, que desemboca finalmente en la palabra. Personalmente, no creo en ninguna definición o taxonomía en relación a lo que es poesía, pero pienso que cuando estamos ante una imagen que refleja  su momento inicial, nos encontramos frente a lo que puede ser denominado como el fenómeno poético. En este sentido, Bachelard nos da a entender que la imagen es anterior incluso a todo pensamiento, por eso el concepto de origen absoluto, las palabras o el pensamiento vienen a ser la forma de entregar ese momento que está en el origen. Momento que es como un relámpago abriendo la oscuridad, iluminando las sombras y originando nuestra conciencia, pero esa  conciencia dura lo mismo que el relámpago, siendo la imagen poética el intento de detener ese instante, esa huella que deja la luz, tan precaria y tan débil frente al instante que la ha originado. Escribir es observar la  huella, seguirla sabiendo que es signo de la ausencia, como lo pensó Derrida.

El problema del origen es central en la  poética de Ximena Rivera, como se verá después en los poemas elegidos o en las palabras sobre lo sagrado y el supra-lenguaje; creencia que la poeta aborda desde el problema del origen, un supra-lenguaje que al igual que el relámpago otorga e ilumina la persistente oscuridad de la conciencia.

“¿Cómo una imagen, a veces muy singular, puede aparecer como una concentración de todo el psiquismo?”[3]. Una síntesis de la conciencia, donde los elementos no se entregan de forma aislada, sino como una epifanía que encuentra su destino en la  palabra. En muchas de las imágenes construidas por la poeta se logra esa concentración y esa síntesis, además de  un grado de  nitidez tal, que el lector parece acercarse a ese inicio, padeciendo el origen. Como si la imagen lograra atravesar el aspecto subjetivo del poeta y se incorporara en nosotros, en una  captación instantánea de  nuestro propio psiquismo. Algo hay allí que no tiene que ver con un aspecto netamente objetivo del poema, que trasciende el conocimiento de los nombres y objetos que se utilizan en la construcción de la imagen. Una especie de conciencia colectiva que nos ayuda a entender de manera común ciertas cosas. ¿Será el fenómeno poético una forma de dialogar con aquella conciencia?

Para iniciar este intento de análisis me introduciré en la poesía de Ximena Rivera y en un fenómeno que es transversal a muchos de sus poemas: el fenómeno de la dualidad. Este fenómeno es consecuencia de la acción de nombrar y de reconocerse como sujeto que nombra. Esta acción genera la separación de lo nombrado de su contexto, de  todo lo que lo  circunda. Nombrar es arrancar o extraer al objeto de su estado de igualdad o unidad; un estado de continuidad se quiebra en el instante en que algo es revestido de signos.  Porque nombrar es remarcar sus diferencias con lo otro. Cuando nos identificamos con un nombre, con un rostro, aparece el yo y con ello la conciencia fragmentada, conciencia también de lo otro como aquello perteneciente a otra dimensión, a otros nombres. Por eso saberse existente es reconocer que existe un mundo. El lenguaje distingue, clasifica, relaciona, compara y circunscribe a los elementos a una cierta dimensión existencial. Viene a ser el espejo donde la conciencia se mira a sí misma y se entiende a partir de  la diferencia.

El primer poema de Ximena Rivera que suscitó la reflexión anterior se denomina ‘El nombre'[4].

Entonces sentí
un miedo sencillo
por la primera persona
que me llamó vástago
en la soledad de la noche.

Ximena Rivera habla de una primera persona, un primer sujeto que al nombrar rompe con un mundo igual a sí mismo. Como un verbo primario que quiebra la nada inicial, un estado roto por la voz, por una boca que al abrirse rompe con la unidad. Nace una conciencia que ya no se identifica con esa  oscuridad total. Un logos  que al nombrar la nada, la  distingue de sí, la deja fuera. El primero que nombró la noche la dejó fuera de sí misma, fragmentada; la noche se miró en su nombre y se reconoció otra. Contestar al llamado de alguien es también estar un poco  afuera, saberse sujeto y objeto a la  vez. Saberse contenido en la mirada de otro,  como un espejo que deja en evidencia el desgarro, la dualidad constante en la que habita el individuo.

"Desde que Dios dijo/ yo soy/ Moisés tuvo conciencia/ que se movía”[5] Dios viene a ser el espejo de Moisés, dice ‘yo soy’ y es así como lo otro, que no cae  dentro de la idea de  yo, también adquiere existencia, porque se mira a sí mismo a partir ese otro que lo nombra, que lo hace existir.

Continuando con el primer poema, el verso ‘en la soledad de la noche’ remite a la idea de inicio, a un momento en que late algo que está por venir; es expectación pura. Además la imagen de la noche hace germinar la idea, lugar o instante en que las cosas pierden sus determinaciones, no hay nitidez de las  formas, no hay partes, sino una totalidad que esconde toda diferencia. La soledad es parte esencial de la noche, ya  que es solo ella, solo un elemento que abarca todo, que esconde en la sombra a los cuerpos.

Ximena  Rivera  siente  miedo,  un  miedo  primario  por  aquella persona que al abrir su boca instauró su descendencia, que al  decir ‘yo soy’ tuvo conciencia de la otredad.  Pero no es cualquier miedo, es un miedo sencillo que queda dentro de los márgenes de lo narrable, no es un miedo sublime, si es que se puede hablar de tal categoría. La poeta va  hacia el lugar de  aquella conciencia fundante y siente un temblor sencillo,  tal vez porque ese  momento iniciático no le es ajeno. Lo  sublime es aquello que traspasa nuestros límites, es cuando nuestro logos  se ve impotente ante la inmensidad, pero aquí es miedo sencillo lo que Ximena Rivera  siente por aquel que ha fragmentado la noche. ¿Y esa  persona o conciencia que la llamó vástago también habrá sentido miedo en la soledad de la noche? ¿Miedo de otro que lo nombró o  de sí mismo?

Los siguientes versos pueden seguir abriendo esta exégesis acerca de la dualidad que supone el nombrar. El poema lleva por nombre ‘Panfleto contra la cultura’ [6]

Ahora bien
la iniciación puede  verse
como un regreso guiado

Una vuelta a uno mismo
no al que fue  o al pasado, sino al ahora.

La iniciación como un regreso a uno mismo, a  eso que es anterior a la separación. En estos versos entra la variable tiempo, al indicar Ximena Rivera que el regreso no ocurre en el  pasado, sino en  el ahora. Es importante detenerme en este  hecho.

Cuando el pensamiento entra en un momento determinado, ese momento ha dejado de ser, comienza su ‘ha sido’. El presente es aquello que sucede mientras no exista un pensamiento relativo a él, la unidad sólo se logra en el ahora y en ella no hay recuerdo ni nombre. Para Ximena Rivera el ahora “es una inmovilidad que transcurre”, verso del mismo poema. ¿Dónde está  su inmovilidad, donde está lo movible? Tal vez la palabra ‘ahora’ sea  el momento de inmovilidad de aquel tiempo presente, mientras su verdadera naturaleza, lo que no cae  en un nombre, sigue siendo la movilidad. Las palabras que siguen a continuación en el mismo poema, dan una claridad mayor.

...abarca al ahora antes de la separación
antes de lo falso o verdadero
antes de lo bello o lo feo
antes de lo bueno o lo malo
antes de la otredad
antes de la fragmentación [7].


Estos versos van dando mayores luces acerca del análisis fenomenológico que intento. Volver a ese momento antes de la otredad, antes de que las cosas se dividieran en contrarios, a ese instante de unidad que no es un momento del pasado, que no tiene un origen lejano en el tiempo, sino que es del presente; el ahora es el tiempo que por su naturaleza es anterior a la fragmentación. ¿Se puede hablar de tiempo cuando se entiende que la unidad es una característica propia del ‘ahora’? El tiempo transcurre, se divide en horas, meses, años; al parecer la división es una característica esencial de él. Entonces, si el ahora es unidad, tal vez se deba dar un tratamiento distinto, ya que es un concepto donde el pensamiento en relación a la temporalidad no ha fragmentado su naturaleza unitaria. El ahora transcurre como todo concepto que haga referencia al tiempo, pero transcurre sin divisiones, sin nada que sea diferente a sí mismo. A partir de esto parece tener sentido decir que el concepto ahora es más cercano a algo espacial que temporal. No es que el espacio no se encuentre dividido en objetos o en materialidades que le dan su fragmentación, pero no es una fragmentación entre lo que ha sido o será, sino dentro de lo que ocurre en un mismo instante. Si escucho caer la lluvia, mientras escribo estas palabras y siento el aroma a pan tostado que viene de la cocina, todo esto está sucediendo simultáneamente, si digo ¡AHORA! en esa simultaneidad de acontecimientos lo que hago es unificar todos los fenómenos que ocurren en el espacio. Es en este sentido que, repito nuevamente, necesitamos otro tipo de acercamiento al concepto de tiempo cuando nos referíamos al ahora o al instante. Tomaré a Bachelard y su tesis de que “la poesía es una metafísica instantánea”[8] . Para este autor el poeta destruye la continuidad del tiempo, la mirada normal que se tiene respecto a él, por eso habla de que el tiempo de la poesía no es horizontal, sino vertical. “El tiempo no corre. Brota” [9]. El poeta al darle verticalidad al tiempo, lo vuelve un ahora, un instante donde no hay un anteceder o suceder, ya que ambos ocurren en un mismo momento. El tiempo vertical es el tiempo detenido para ver transcurrir la totalidad del espacio, por eso brota todo a la vez, un instante sin una conciencia fragmentada por el tiempo.

“El poeta es entonces guía natural del metafísico que quiere comprender todas las fuerzas de uniones instantáneas, el ímpetu del sacrificio, sin dejarse dividir por la dualidad filosófica burda del sujeto y del objeto...”[10]. Hay varios puntos en estas palabras. El análisis filosófico se mueve dentro de esa separación, el pensamiento en general es así, no está dentro de la dimensión de uniones instantáneas, de ese ahora donde habita la intuición del instante. La intuición, pensando en otros autores como Bergson, es ese conocimiento del objeto como una totalidad, donde la separación entre sujeto y objeto no está del todo clara. Un conocimiento inmediato que no distingue completamente la mirada de lo mirado. Cierta clase de poesía, la que sirve de ayuda al metafísico según Bachelard, se aproxima o deja ver con mayor nitidez ese encuentro inicial, ese instante de verticalidad donde ocurre la epifanía. ¿Podría ser comprendido ese encuentro inicial, intuitivo y directo como una experiencia directa o, tomando las palabras del filósofo japonés Kitaro Nishida, ‘experiencia pura’? Me parece interesante observar este concepto de Nishida a la luz de los versos de Ximena Rivera. La idea de Bergson o la idea en general de intuición como un momento en que no se distingue totalmente sujeto y objeto, tiene similitudes con la idea del pensador japonés.

Aunque la idea de experiencia pura va mucho más allá de lo que dice Bergson. Cuando se habla sobre la experiencia se da como supuesto la presencia de una conciencia que distingue, hay un pensar en relación a lo observado o experimentado. Al adjudicarle el adjetivo puro a la experiencia, Nishida quiere dejar claro que es aquella que no se ha visto adulterada por ninguna clase de pensamiento, es así que “la experiencia existe no porque haya un individuo, sino que un individuo existe porque existe la experiencia”[11]. No es que exista un sujeto separado del objeto que conoce, como si estuviese fuera de la misma experiencia, sino que el encuentro entre ambos elementos, entre individuo y mundo es una unidad en la experiencia pura; el sujeto también se experimenta a sí mismo en ese encuentro, por eso toda distinción se desvanece. Para poder entender de mejor forma esta idea es necesario contextualizar el pensamiento de Nishida, teniendo presente en primer lugar que él es un filósofo que intenta conciliar el pensamiento filosófico occidental con la tradición espiritual de oriente. En pocas palabras, conceptualizar y explicar de manera sistemática ciertas elaboraciones que poseen características más intuitivas y espirituales. ¿Cómo ligar esto con Ximena Rivera? Tal vez tomando el concepto de experiencia pura y extrapolarlo a palabras y versos de la poeta. La experiencia pura como ese instante “antes de la separación/ antes de la otredad/ antes de la fragmentación”[12], como ese lugar al cual se regresa cada vez que no hay una conciencia que nombra y conceptualiza al mundo, cada vez que no existe una conciencia fragmentada. La experiencia pura es el lugar del origen, aclarando que este origen no es temporal, no es un momento en la historia del universo, sino que es un comienzo que se repite cada vez que la diferencia entre sujeto y objeto se desvanece; es, finalmente, la experiencia del ahora. ¿Esa clase de experiencia puede entregarse en palabras, en algún nombre o solo el silencio la hace permanecer pura? ¿Estaremos condenados al silencio, ya que todo hablar precisa separación? “A esta altura sospechamos/ que no es verdad/ que un poema se escriba con palabras”[13]. El poema como aquel lugar del encuentro entre sujeto y mundo, lugar de inmanencia, donde no hay una exacta separación; espacio que se hace cargo de las formas del silencio. Con la lectura de un poema sucede una especie de acercamiento al silencio, como si aquellas palabras también callaran. Pienso que el poema es un ‘no decir’ que intenta “decir con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome” [14]. El poema o la imagen poética como anterior a la palabra o al pensamiento; la imagen como experiencia pura, el lugar del origen. 

“La fantasía del origen/ es creer que todo está en silencio” [15] , nos dice Ximena Rivera. ¿Hay un hablar en aquel origen? ¿Una conciencia verbalizando al mundo y a sí misma? Antes de detenerme en estas preguntas es relevante hacer notar que la poeta no ocupa el pasado del verbo ‘ser’ sino su presente. Un ‘está’ que indica que el origen siempre se encuentra aconteciendo. Ahora bien, aquello que se encuentra presente, negando al silencio, es un elemento central en la poesía de Ximena Rivera: el agua. 


Como un pequeño dios  primario
contemplando lo que veía en la noche,
sintió el enigma:
¿Qué es la vida?

Algo que va y viene, le dijo la marea:
entonces, otro sentir palpitó en su  corazón.
Sintió la presencia de las aguas y,
desde entonces,

besó la arena,
besó las rocas,
y de cuando en cuando

atrapa un poco de mar
y se conmueve [16].


El agua como el lugar de lo sagrado, la sonoridad del origen. “Bajo mis pies había agua”[17]. El agua, el río, el mar, son imágenes que tienen una conexión con lo sagrado, con la figura del inicio y de dios.

Aquí el mar es la imagen de la vida y del carácter efímero de la misma. Hasta el mismo dios primario se conmueve de esa característica al atrapar un poco de mar.

En el poema, todo se inicia con la pregunta ¿Qué es la vida? A partir de ella esa conciencia que pregunta sintió la presencia de las aguas. Al principio fue el verbo y este verbo surgió como pregunta. Pero el agua es anterior incluso a ese verbo, por eso es un origen absoluto, ya que contiene en sí a la conciencia primera. El agua, siempre el agua, como aquello que va dando forma a las cosas o aquello que toma la forma del mundo. El agua al caer toma la forma del encuentro, de aquello que espera su caída.

Siguiendo con la idea de lo sagrado, la  palabra poética no se separa de aquel fenómeno. Así lo dice en una entrevista Ximena Rivera “lo sagrado es la placenta de cualquier imagen” [18]. Lo que la poeta explica a partir de estas palabras es su creencia en un supra-lenguaje, donde las imágenes poéticas vendrían a  ser expresiones de un texto que está por sobre los textos particulares. La poesía de  Ximena  Rivera  es  un  encuentro  con  lo  sagrado,  desde  allí  surge su palabra. Es la placenta que mantiene la comunicación entre la conciencia ‘creante’ del poeta y ese supra-lenguaje. Recuerdo las palabras de Bachelard sobre la imagen como algo anterior al pensamiento. En ambos  hay connotaciones metafísicas que no se pueden obviar. Es  así que en Ximena Rivera,  por ejemplo, la figura de dios está presente. El agua y  dios como elementos que se repiten constantemente, en la  búsqueda del encuentro con aquel lenguaje que está sobre el lenguaje de  todos los días. Esto puede relacionarse con las palabras de la filósofa María Zambrano al decir que la poesía es “encuentro, don, hallazgo por gracia” [19]. La poesía como don, totalidad que brota en un instante, la poesía como encuentro, no como búsqueda, asunto relegado a la filosofía que precisa método. La poesía es hallazgo de lo inmediato, nos dice Zambrano. Tal vez aquí se encuentre lo sagrado, esa experiencia pura que es la intuición del instante, un ahora sin fragmentación, sin nombre todavía. ¿Será esa la  placenta de cualquier imagen?

La poesía de Ximena Rivera está constantemente traspasada por connotaciones metafísicas. Hay compromisos ontológicos evidentes con ciertas cosas que caen más en el  plano de la creencia que de la experiencia. Como la temática de aquel supra-lenguaje, que se mueve completamente en el dominio de la creencia, incluso la poeta se define a sí misma como un ser creyente, alguien que cree en lo sagrado de la poesía. Cree en el don, en el hallazgo. La poesía tiene esta posibilidad, este andar sin un camino definido, un andar errante que sin buscar encuentra. La poesía tal vez sea un pensar que no busca la verdad, como construcción discursiva propia de cierta filosofía, sino que se encuentra con la realidad y realidades, con aquello que no cae en un discurso netamente conceptual y racional, “hay algo en el hombre que no es razón, ni ser, ni unidad, ni verdad”[20]. Y ese algo se dice en poesía. El poeta al perderse en la multiplicidad del mundo logra una unidad que no está por sobre él, una unidad no trascendente, sino como parte de toda experiencia no conceptualizada todavía. La experiencia directa es la imagen no dada en un concepto, porque conceptualizar es delimitar, es colocar sobre la totalidad unos límites divisorios para adueñarnos teóricamente y materialmente de las cosas. Pienso, en este mismo sentido, que la poesía no se adueña de nada, no ejerce ningún tipo de violencia sobre la realidad o realidades, la deja ser, se pierde en ella; la poesía no ejerce, lo que Zambrano denomina, violencia teórica. El poeta es un enamorado de las cosas, ama cada cosa en lo que es, no abstrae, sino que singulariza. “Y quién le consolará al poeta del minuto que pasa, quién le persuadirá para que acepte la muerte de la rosa, de la frágil belleza de la tarde... de eso que el filósofo llama las apariencias[21]. El ensayo Filosofía y poesía de la filósofa española es un diálogo con Platón y su condena a los poetas, ya que ellos están enamorados de aquellas apariencias, enamorados de las sombras de la caverna. Según Zambrano, el poeta no busca esa unidad abstracta y universal, sino que se pierde en la unidad actual, la que liga completamente al sujeto con el mundo, se pierde en esa experiencia. La poesía como ese intento de volver a ese instante, la imagen poética como el puente para volver a esa inmanencia, a eso que late constantemente en lo efímero. ¿Dónde queda ese supra-lenguaje para Ximena? Tal vez ese lenguaje es el hablar propio de esa inmanencia, de esa unidad sujeto-mundo que se da en la experiencia directa o pura, como diría Nishida [22], puede ser que ese supra-lenguaje se encuentre más ligado al silencio, a un silencio sagrado, ya que no es verdad que un poema se escriba con palabras.

Ximena dice: “Sí, allá está aquí/ y no hay nada que decir/ y, sin embargo, cuando todo el mundo se ve/ el mundo inevitablemente habla” [23]. Estos versos son parte del poema que trata sobre el momento anterior a la fragmentación, poema comentado en páginas anteriores. En estos versos hay una continuación de la misma idea, como por ejemplo en ‘Sí, allá está aquí/ y no hay nada que decir’, Ximena hace referencia a ese momento anterior a la separación, donde allá está aquí, donde el ayer está en el ahora. Momento en el que hablar es innecesario, porque hablar supone el quiebre de aquella igualdad, nombrar es quitar de ese estado de unidad a los contrarios. Si digo aquí el allá se vuelve un punto lejano, si digo ahora el pasado toma presencia, pero si callo y me quedo en la indeterminación algo sucede, ya no soy quien precisa decir, sino que es el mundo quien habla. El mundo habla a través de su supra-lenguaje. Estos versos aclaran un poco más esa creencia en un lenguaje desde el cual nacen los otros. Ver todo el mundo sin fragmentación del espacio ni el tiempo, como una especie de Aleph que contiene en sí todos los puntos del universo. ¿No será la imagen poética una especia de Aleph? Vuelvo a la pregunta-afirmación de Bachelard sobre cómo una imagen en su singularidad puede llegar a ser una concentración de todo el psiquismo. A través de la imagen aquel supra-lenguaje se comunica con la conciencia ‘creante’, la imagen es la síntesis de una realidad, de un universo. Nombrar es tratar de hacer que aquella imagen caiga en el lenguaje de todos los días. ¿Será esa la labor del poeta? No creo que exista una labor determinada, pero si  sólo me quedo dentro del universo poético de Ximena Rivera, me atrevo a afirmar que su labor es  escuchar ese mundo que inevitablemente habla, de esas imágenes que inevitablemente llegan a su conciencia. Ximena Rivera observa al  Aleph  y lo escucha, deteniéndose en el sonido del agua, el hablar  originario.

 


 

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Notas

[1] Nacida en Viña del Mar, el 3 de junio de 1959. Cuatro libros publicó en vida la escritora: Delirios o el gesto de comprender (2001), Una noche sucede en e! paisaje (2006), Puente de Madera (junto a 13 poetas jóvenes, 2010) y Poema de agua (2011). Parte de su trabajo se encuentra recopilado en revistas y en las recopilaciones Antología de la locura, de Miguel Edwards en 1994; Revista Libertad 250, Nº 3, de Ennio Moltedo Guio en 1995, quien también la antologa ese mismo año en Valparaíso, versos en la calle y, al año siguiente, en Breviario de las poetisas del litoral; Valparaíso, versos en la calle, de Juan Cameron en 1998; Historia de la poesía en Valparaíso, de Alfonso Larrahona en 1999; Recital Poetas en la Ciudad, de Arturo Morales en 2002, y, en Poéticas de Chile, de Gonzalo Contreras en 2007.
[2] Bachelard, Gastón. La poética de la ensoñación. FCE, México, 1982, pag. 10.
[3] Bachelard, Gastón. La poética del espacio. FCE, México, 1975, Pag. 9.
[4] Rivera, Ximena. Obra reunida. Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2014, pag. 63.
[5] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pag. 71.
[6] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pags. 97-98.
[7] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pags. 97-98.
[8] Bachelard, Gastón. La intuición del instante. Ed. FCE, Ciudad de México, 1987, p. 93.
[9] Bachelard, Gastón. La intuición del instante. Op. Cit., pag. 96.
[10] Bachelard, Gastón. La intuición del instante. Op. Cit., pag. 100.
[11] Nichida, Kitaro. Indagación del bien. Gedisa editorial, Barcelona, 1995, p. 18.
[12] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pags. 97-98.
[13] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pag. 72.
[14] Pizarnik, Alejandra. "Árbol de Diana." 1962. Ed. Ana Becciu. Buenos Aires, Editorial Lumen, 2002, p. 115
[15] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pag. 122.
[16] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pag. 76.
[17] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pag. 56.
[18] https://www.youtube.com/watch?v=l4dBMP-RpFE&t=1s  [consultado el 22 de agosto 2015] Minuto 5: 10'
[19] Zambrano, María. Filosofía y poesía. Ed. FCE, Ciudad de México, 1996, p. 13.
[20] Zambrano, María. Filosofía y poesía. Op. Cit., pag. 25.
[21] Zambrano, María. Filosofía y poesía. Op. Cit., pag. 34.
[22] Nichida, Kitaro. Indagación del bien.Op. Cit., pags. 41-49.
[23] Rivera, Ximena. Obra reunida. Op. Cit., pag. 99.


 

 

 



 

 

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