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El reverso de Valparaíso en la poesía simbólica de Ximena Rivera[1]

Por Sergio Pizarro Roberts

Publicado en WD40, Revista de poesía, ensayo y crítica.
N°1, Valparaíso, invierno de 2020




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Desde un inicio la poesía de Ximena Rivera se me ofreció como una perturbadora y estimulante invitación para abandonar mis hábitos lectores en aras de recorrer los complejos mecanismos verbales e imaginativos con que la poeta doblega la huera realidad, su insípida sustancia, y percatarme sorprendido de un lenguaje que me transportaba al sueño de esa realidad, a la vigilia de ese día y, en último término, al reverso de lo que aparentemente estaba leyendo en el poema.

Alejada de toda contingencia, la escritura de su obra no me condujo a los empeños reivindicatorios feministas, hoy tan en boga por necesaria y justa causa. Más bien, el discurso de la hablante de los poemas de Rivera me llevó a un lugar que parecía olvidado en la poesía chilena de fines del siglo XX e inicios del XXI, fechas en que la autora publicó específicamente entre 1994 Antología de la locura y 2013, con su póstumo Casa de reposo. Me llevó, digo, inesperadamente de regreso a las obsesiones metafísicas de nuestros grandes poetas de principios del siglo XX.

El crítico Naín Nómez ha manifestado en su Antología crítica de la poesía chilena que después de la tradicional, aunque imprecisa, clasificación generacional de los poetas en Chile, hay una menos recurrida como la clasificación temática, también inexacta, que distingue entre aquellos autores con una obra proclive a lo metafísico (o místico) y los que reaccionan a esa postura con un discurso más social (o realista). Se trata de dos tendencias que coexisten, más o menos pacíficamente, en la historia de la poesía chilena. En ese entendido, Nómez explica la estética de Pedro Prado bajo el sesgo de una preocupación metafísica, mística y panteísta, conformándose una antípoda con la obra de Carlos Pezoa Véliz que acuña en su imaginería poética el sentir social emergente. Concluye que ambos se instalaron como los jefes indiscutidos de dos visiones poéticas en cuyo arco se iban a desarrollar todas las tendencias escriturales de comienzos de siglo XX.

Me da la impresión que la poesía de Ximena Rivera no se va a incomodar si, dentro de ese arco, la sitúo más cerca de Pedro Prado cuando nos dice admirablemente que “el reposo y la identificación / con el cielo inefable / es solo ya / cuestión de pájaros” en el poema que justamente se titula “He dejado de creer en Dios”. Y hay un vuelo pagano cuando su hablante desciende a los infiernos del Hades griego, siguiendo una larga huella de textos literarios que han representado el cruce de la frontera que separa la vida de la muerte. Esa afanosa colonización de la invisibilidad que vemos en La epopeya de Gilgamesh; en el descenso infernal de Psique en El asno de oro, de Apuleyo; el mismo descenso de Orfeo en Ovidio; la muerte y resurrección de Lázaro en La Biblia; o Virgilio en la Divina Comedia de Dante Alighieri, por dar los ejemplos más afamados. En el caso de Ximena la hablante también nos habla desde la muerte y en ese insólito lugar de enunciación reflexiona y acota: “veo que algunos / quisieron más luz / al pasar por el umbral de la muerte”; una expresión sorprendente si lo que se acostumbra a representar con la muerte es la oscuridad, el silencio y la soledad. Entonces leemos la pregunta que esa misma hablante profiere: “¿no has pensado / la posibilidad de que el hades sea / otra clave de tiempo en el poema?”, interrogación que deriva en otra pregunta que yo me formulo: ¿es realmente metafísica esta poesía? ¿no será que el hades y la muerte son otra cosa de lo que creemos leer en el poema? Es lo que decía más arriba cuando aludía al reverso de lo aparentemente leído que subyace a esta poética. Entonces si cuando en el poema se menciona el hades y en realidad se está insinuando otra cosa ¿a qué se refiere la hablante cuando en el resto de su obra poética alude a la casa, a Pepe, a Valeria y a Valparaíso?

Con estas preguntas me atrevo a sugerir que el trabajo de Rivera se lea en clave simbolista, porque intenta “manifestar una experiencia sobrenatural en el lenguaje de las cosas visibles, y en los que casi cada palabra es un símbolo, ya que está utilizada no según su uso corriente, sino por la asociación que evoca una realidad más allá de los sentidos”, según la definición que nos enseña la teórica del simbolismo Anna Balakian.

En el poema “Lo bello y lo triste” Rivera dice:

Usted, después, lee
tarde
no sé qué sombras
no sé qué cuerpos de mi memoria
tenemos todavía su nombre
distinguido en las letras
que no es nuevo sino derivado,
como un vaso de hermosas líneas,
aunque vacío.

En este fragmento, a mi juicio, se contiene el arte poética de Ximena cuando se dirige a nosotros, los lectores, y nos induce, casi pedagógicamente, a leer su textura poética como las señales de un abismo interior. En un gesto similar al de Baudelaire, que también interpela al lector, Ximena nos devela una poética que al mencionar a Dios, la eternidad, la muerte y el hades no lo hace bajo una inspiración trascendente o de elevación supraterrestre sino que describe los paisajes que percibe con su vista interna. Aquí vale la pena detenerse en un verbo muy poco conocido: de todas las acepciones que dicen relación con la vista y los ojos, al desusado verbo “columbrar” se le defi ne como “ver desde lejos una cosa sin distinguirla bien” o, en una segunda acepción: “rastrear o conjeturar por indicios”. Cuando el poema alude a Dios ¿está en verdad el texto refi riéndose a una deidad supraterrestre o nuestra vista lectora nos engaña al no diferenciarla nítidamente? Columbrar la realidad es verla sin distinguirla con precisión, es aceptar una ambigüedad que acomoda a una lectura simbolista cuando evoca en el poema una realidad que puede ser otra. En el fragmento seleccionado la hablante nos dice que ‘después’, es decir, cuando nos sumerjamos en el resto de los poemas, no estaremos leyendo en realidad lo que se describe sino que sus ‘sombras’. ‘No sé qué sombras’ dice la hablante que tampoco lo tiene claro. No sabe ‘qué cuerpos de su memoria’ surgirán y, por último, que los nombres que se distinguen en las letras son derivados, lo que es lo mismo a decir que serán resemantizados o resignifi cados, volviendo las palabras a su estado embrionario de signos potencialmente polisémicos. En otro poema fi nalmente remata al decir que: “las sombras / como una vieja verdad / nacían del fondo de las cosas”.

Entonces ¿qué es la casa o a quién se refiere cuando en algunos poemas habla de la madre, de la abuela, de Valeria o de Pepe? ¿Corresponden a personas reales o son ficciones alteradas de la realidad? En el poema “Delirios o el gesto de responder” el personaje Valeria invita a la hablante a pasar a su casa y esta, al entrar, piensa: “yo supongo que vi / mas, ¿qué cosa vi?” y sigue “vi que nunca el ángel del sueño / sobre el alma / tomó la forma deseada, / vi que nunca el deseo de la neblina / sobre la casa / tomó la forma deseada”. Por ende, la casa ya no es propiamente el habitáculo de la intimidad sino una invención cuya ficción sobrepasa el rango semántico asignado al vocablo y emerge esta nueva realidad, exclusivamente en el texto poético, y no del todo delineada; estamos de lleno en la dimensión simbolista de la poesía. Y vuelvo a citar:

La casa está poseída por una deidad benévola, la pintamos de un rojo oscuro, casi ladrillo. Es un color tranquilo y estable, antes las paredes eran blancas de un blanco perturbador y fabulante. Así, en nombre del presente y del pasado, hemos ido por Valparaíso todo el día la amable sonrisa de Pepe es un dibujo y no depende del croquis ni de la bebida ni de los alimentos. Es más bien el encanto de la fugacidad.

Vemos que la casa no es la casa, que la persona nombrada en verdad es una máscara de cercanía aparente y que las calles y la ciudad en que todo ello ocurre no será la mímesis del puerto que se llama Valparaíso. ¿Qué percibimos entonces cuando leemos la palabra Valparaíso en el poema? El crítico porteño Adolfo de Nordenflycht nos sale al encuentro para ayudarnos con la categoría del “imaginario diferencial” que instituye dentro de su densa e imprescindible labor crítica del campo cultural de Valparaíso. Dicho imaginario es diferencial precisamente porque se aparta o separa de la categoría que distingue entre el imaginario nacional y el imaginario colectivo local. La poética de Ximena Rivera no se configura, de este modo, como la representación fidedigna de un territorio, sino todo lo contrario, apuesta a una distancia simbólica con el referente porteño y desde esa posición aporta una mirada inédita de Valparaíso que, finalmente, nutre al imaginario nacional con ingredientes que sólo pueden surgir desde una perspectiva regional o perimetral. Desde su locus de enunciación que es Valparaíso, como periferia cultural en relación al centro hegemónico de Santiago, la obra de Ximena, sin embargo, ha sido omitida por los procesos de canonización que distinguen entre campos dominantes y dominados en relación al mayor o menor capital cultural que detentan, y esa ausencia no hace más que desdibujar los trazos de un mapa cultural en constante formación.

Se trata de una cartografía inestable y permanentemente incompleta si recordamos la ausencia de la obra poética de Juan Luis Martínez, por ejemplo, o la posmodernidad de un Valparaíso en llamas, en la obra de Eduardo Correa, que genera el contraespacio de un puerto heterotópico, según el lenguaje de Foucault, o la poética escatológica de Rubén Jacob que interroga la tradición poética nacional al instaurar en su obra la presencia de un paradójico hablante muerto, en consonancia intertextual con el poeta T.S. Eliot, o en este caso, la estética simbolista de Ximena Rivera que dialoga explícitamente en sus poemas con Rimbaud y Mallarmé.

Estas miradas que han sido omitidas por el impulso homogeneizador de una cultura nacional administrada desde el centro hegemónico de la capital acusa las consecuencias de su desprolija generalidad al obviar, intencional o casualmente, aquellas producciones poéticas que, en el caso de Valparaíso, aportan los ingredientes irrefutables de un imaginario nacional más cabal y fidedigno.

Es por esta razón que el ensayista Ismael Gavilán reflexiona acerca de la antología poética, ya no como una simple enumeración generacional o temática de poetas, sino como un género crítico o ensayístico que contempla métodos de análisis o reflexión literaria. Respecto a lo que dicho autor pretende con la potencialidad crítica de una antología regional, no es precisamente que sea representativa de la ciudad o región desde la que es emitida (Quinta Región de Valparaíso en este caso), sino que ambiciona ser comprendida

en su afán recopilatorio y organizativo, como una lectura de la totalidad nacional desde una perspectiva que de modo consciente o azaroso se articula a manera de descentralización, periferia o provincia frente a la capital o centro, queriendo instaurarse como una opción válida de comprensión general del fenómeno poético y no como un mero rastreo o clarificación de un lugar o zona determinada del país.

En otras palabras, la antología regional debe aspirar a diluir el monopolio de los significados poéticos para repartirlos en un escenario que no represente la fragmentación en paralelismos que se disputan por el poder de la palabra, sino que acoja todas las lecturas necesarias para la aprehensión de una realidad en permanente mutación.

Valparaíso, en la obra de Ximena Rivera, es un referente que sirve de umbral para desquiciar el signo y entrar a otras zonas de significado. Ese es el mérito definitivo de toda buena poesía: ampliar el rango epistémico de aquello que el lenguaje consideraba cerrado o clausurado y, en ese entendido, Ximena nos ofrece recorrer el reverso de un Valparaíso inquietante cuya extraña intimidad causa más desasosiego que acogida cuando advertimos que era familiar sólo en apariencia, tal como ocurre en esta última cita de un poema suyo con el que cierro mis palabras:

Mi abuela acuña nombres en un libro grande: es un trabajo privado. Luego mira maravillada la profundidad del espacio celeste, y comprende lo tremendo del asunto. Se envuelve en su chal y guarda silencio; las polillas, debido a la luminosidad y brillantez de la tela, se estrellan contra ella, también en silencio. Mi abuela enmudece y comprende lo tremendo del asunto. Cavila, y yo escucho cómo mi abuela enmudece doblemente su silencio. Luego, aborda un viejo automóvil que la llevará al centro de la ciudad. Mi abuela me mira, y comprende lo tremendo del asunto. Luego, el automóvil ahuyenta a unos perros de pelaje rizado a causa del aliento húmedo de la neblina.


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[1] Ponencia expuesta en el I Encuentro Regional de Escritores y Poetas de Valparaíso “Ximena Rivera”, en el Parque Cultural de Valparaíso, el 23 de noviembre de 2019.

 

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Fotografía superior: fotograma tomado de la entrevista realizada por Silvia Murua (2013)
https://www.youtube.com/watch?v=l4dBMP-RpFE

 



 

 

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