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Irse dejando la huella de la escritura
[A propósito de la poeta Ximena Rivera (1959-2013)]

Gladys González
Publicado en Grifo, N°30, noviembre de 2015



.. .. .. .. ..

Siempre vuelvo los ojos en torno mio, y he sentido
ahora una monstruosa, una indescifrable apariencia,
rodeada, sitiada por otras apariencias, tan
incomprensibles: todo tan feroz, tan desgraciado,
quizá como yo misma.


Ximena Rivera sube las escaleras del edificio estilo neoclásico en que vive junto a Pepe. El edificio y su antiguo esplendor se observan silentes frente al gran ventanal de cada piso, frente al olor a tocinería y comida de gatos. Las escaleras y sus peldaños de mármol aguardan el paso de Ximena, su vaivén y la estela de humo que deja su cigarrillo. Tiene la voz ronca, a veces herida por esa súbita agudeza de tono que deja el tabaco. Abre la puerta del último piso. Ahi vive. Doblamos por el pasillo hacia la derecha. Su habitación huele a limpio, a la limpieza antigua de la cera y la virutilla prolija. Va hacia un mesón y calienta té con canela en ramas, su especialidad. Se ríe como una niña, una niña que escribe en ocasiones desde las sombras y otras desde la iluminación. Ximena dice que le gusta leer sobre magia. Me da un libro de Vallejo y me presta otro de tarot. Nos preparamos para salir a caminar, ella vierte agua fria y café en una botella plástica. Toma sus cigarrillos y su banano. Escoge una chaqueta, todas son llamativas. Bajamos la escalera. Ximena cuenta historias, habla de Rimbaud, de Stella Diaz Varin.


Mi abuela acuña nombres en un libro grande:
es un trabajo privado. Luego mira maravillada la
profundidad del espacio celeste, y comprende lo
tremendo del asunto. Se envuelve en su chal y guarda
silencio; las polillas, debido a la luminosidad y
brillantez de la tela, se estrellan contra ella, también
en silencio. Mi abuela enmudece y comprende lo
tremendo del asunto. Cavila, y yo escucho cómo mi
abuela enmudece doblemente su silencio. Luego,
aborda un viejo automóvil que la llevará al centro
de la ciudad. Mi abuela me mira, y comprende lo
tremendo del asunto. Luego, el automóvil ahuyenta a
unos perros de pelaje rizado a causa del aliento
húmedo de la neblina.


Estamos frente al Hospital de Quilpué. Ximena está decidida a curar su pie y dejar de fumar, me da los últimos cigarrillos que le quedan para que los guarde y nunca se los devuelva. Está nerviosa, no sabe qué va a pasar. Tomamos agua mineral, miramos a las personas que entran en emergencias, hubo un choque, una balacera, una redada y apuñalados. Hay mujeres enojadas y una niña muy enferma. Esperamos por horas, comemos galletas. Pasamos a urgencias. La enfermera nos atiende bien. Intento llamar la atención del recepcionista y del médico de turno. Comento que mi mamá es médico. Me miran de otra forma después de eso, a Ximena también. Tomo la actitud de quien tiene el mundo en su mano. Funciona. Me siento aliviada, Ximena también. Nos miramos y nos da risa. Pido un teléfono para llamar más tarde y saber de ella; no me pueden entregar un número, pues nadie atiende consultas personales de enfermos que estén internados. Piden fármacos para la hipertensión, voy a comprarlos. Visito a Ximena. Ella se pone contenta. Se hizo amiga de sus compañeras de habitación. Yo sé sobrevivir, soy una chica de barrio. A veces está muy cansada, otras alegre. El olor del hospital es fuerte, los médicos le dijeron que quizás le cortarían la pierna. Dice que de tanto gustarle Rimbaud se convertiría en él. Y ríe. Demoran en hacerle un examen, finalmente logra que lo realicen. No deberán cortar su pie. Es una gran noticia. Pronto le darán el alta. Podremos continuar con los planes del libro y las presentaciones en Santiago. Le hago una promesa. La trasladan a Peñablanca mientras está convaleciente.


Todo tiene su secreto, su raíz blanca o su raíz
negra, colores que no hacen falta para construir
un arco iris. Sin embargo, algo no marcha en
nosotros. Esto es lo mismo que decir «algo
no marcha en el universo», porque no existe
la forma verbal (aunque el tiempo exista) que
resuma el tiempo viviente que somos y no
somos; y ya se sabe que el silencio y la mentira
no hacen girar el mundo. Tampoco tenemos la
certeza de que el mundo gira con la verdad. La
cadena cruza y gira y sigue, la lámparo brilla,
una muchacha se despreocupa y abraza a su
muchacho. Yo me llamo Ximena, la cadena
cruza y gira y sigue.


Ximena es enterrada en el Cementerio de Playa Ancha, aparecen los amigos y los que nunca la visitaron. En el Hospital de Peñablanca contrajo una infección intrahospitalaria. Septicemia. Una cruz de madera, un plumón. El hombre que lanzó tierra sobre el cajón en que ella está escribe con él su nombre. Flores, canciones. Su hijo.


Si mi poesía va a durar o no va durar [...] si me
preguntaran ¿cómo se publica aqui en Chile? o algo
así. Yo estoy un poco enojada, ¿enojada por qué?, por
resentida no más, porque no soy una poeta realmente
reconocida, soy reconocida en Valparaíso y en ninguna
otra parte más, soy pobre, por lo tanto, ni siquiera
tengo autoediciones. He tenido que estar al vaivén de
cuando... cómo diría yo, realmente logré ser vendible,
entonces se interesaron en publicarme algunas cosas.
Pero no me quita el sueño contestar esa pregunta. No
sé cómo se publica aqui en Chile. Yo creo que no me
interesa. Y si se publica en un cuaderno escrito con lápiz
Bic, me parece notable, notable, realmente notable.
(Entrevista del año 2013 a Ximena Rivera Órdenes dada
a Silvia Murúa y grabada en video por Radye Silva)


La poesía de Ximena es Ximena. Ella no muere. Es solo un estado más que ha cruzado por ella.


Yo sueño volver a la tranquilidad
sin arcángeles furiosos
y sin el tiempo que hace daño,
ya se me pasará, Nanita
y seré entonces la misma de siempre
la de todos los días.

 

 



 

 

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