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A
Jorge Torres Ulloa, de nuevo.
ZuRdos
& ReveRsas
Inicio final: secos de academia
y lenguajeo de diestra y de razón derecha, volvemos a lo nuestro, a leer
con la siniestra. No hay síntesis, ni genealogía, ni parentela.
Ni rizomas que se extienden hasta el hastío. Sólo una dosis, la
necesaria cancha semántica para calmar el curioseo. Van casi en el mismo
estado que los encontramos, real o virtualmente, en Santiago, México, La
Paz o Buenos Aires, blasfemando al revés, el lenguaje secreto del izquierdo.
Hermanos y hermanas de costado, borroneando con un cuarto de puño lo que
escriben de reversa.
Variaciones Ñurdas
Confesión
de mano siniestra: hay un ojo y dedo izquierdo que dota de sentido a todo esto.
Ya se sabe: zurdos (skaios, mancini, gauché, Linkisch, left-handed), construcción
de largos lustros. Anormales, frente a lo que se asume "natural". Obtusos,
de mal augurio, de torcido, de
extranjero, de torpe, de lo sucio y defectuoso. La mano diestra lo bendice. Con
la diestra se persignan los creyentes; a la diestra se sientan los que heredan
el reino divino, a la izquierda, el fuego eterno. La mano izquierda, la impureza.
El diablo es zurdo. Los espíritus malignos acechan desde el hombro izquierdo;
hay que arrojar sal por aquel hombro para espantarlos. Escanciar vino con la zurda,
mala suerte. La ciencia recta asegura que existe una relación entre lo
zurdo y los defectos de lenguaje. Ahórrese el que el hemisferio izquierdo
(que controla la mano derecha) manduquea, entre otros, el lenguaje, el habla,
la escritura, la lógica y la mierda. Ahórrese, lector, que el hemisferio
derecho (que controla la mano izquierda), mueve el hilo de la música y
el genio. Confesión de la Derecha Ciencia: la mano derecha como norma,
la siniestra es una deficiencia, un traumatismo del nacer.
Lástima
que no sea verdad tanta belleza. Toda poesía, se dirá, es zurda,
en su alterante sentido de la (sin)razón. Ejercicio este, pues, de pleonasmo.
Sin embargo, valga esta distinción sólo como hipótesis de
trabajo: cada vez y con más brío, la poesía y sus poetisos
son los mendicantes del poder derecho, los granos quebrados con que se acompaña
el bocado mayor, que termina en la traquea de la diestra normalidad disciplinada.
Y de haber nacido zurdos, la porfiadad "re re realidad" se encarga de
amarrarle la siniestra para escamoterar torpemente con la derecha lo que el mandamás
no pudo.
Aquí, pues, algunas precisiones ñurdas: la ideología
"poética", aquella que está enteramente circunscrita por
la metafísica (en su ambición trascendental) y el humanismo (en
su rol de perla del pensamiento burgués) es, paradojalmente, pensada como
el género literario más sumiso a la restricción (retórica,
prosódica) y más propicio a la expansión soberana de un "decir",
gracias al cual el poeta (inspirado, sensible) exprime sus jugos más íntimos.
De este hecho, la poesía detenta un doble privilegio: género "noble",
debido a la habilidad técnica que ella pareciera requerir; discurso "verdadero"
y "milagroso". Concepción que encierra, acaso, una "autenticidad",
la del poetiso, reducido de un sólo golpe a una figura propia de tan ramplona
metafísica -su "interioridad" síquica-, y lo rentable:
sus poder mágico que ha de tocar las humanas fibras.
Para tal ideología,
el significante es siempre secundario y el poema siempre la manifestación
parousíaca de una esencia trascendente, aquello que la lengua "traduce".
Lejos de considerar el trabajo formal que compromete al "género"
poesía como una puesta en juego del sujeto en su propia lengua, este trabajo
no es definido sino como una técnica, no significante en sí
misma, destinada a asegurar, en las condiciones más eficaces ("buena"
comunicación) y más estéticas (comunicación aderezada
de tropos) la transmisión del contenido transmitido por el poema.
Esta
es la doxa que hoy la zurda cuestiona, o al menos lee para-dóxicamente,
ofreciendo en estos ejemplos, un transcurrir paralelo. Aquello que le es extraño
a la doxa es siempre lo más asombroso, nos dice el pseudo-Longino. Inevitable,
acaso la atracción de los imanes. El significante, en este caso, es la
diablura. Allí pusimos ojo y oído, lanzamos sal, no sobre el hombro,
sino directo al caldo del sentido. Aquel sentido que es una sobre-creencia, un
exceso: el exceso del ser sobre el ser mismo. Se trató, entonces, de acceder
a este exceso, de cederlo.
La cuestión fue, entonces, cómo
mostrar esa íntima alteridad, leerla, mostrándola, des-cubrirla,
ir a través de una inveterada búsqueda de aquello que falta, de
una realidad que se siente como falta, constatar violentamente una realidad que
a la poesía le falta o que le falta poesía. Exponiendo esta falta,
todo deviene en espectáculo abusado. El poeta desciende, los sentidos desarreglados,
sus significaciones delirantemente multiplicadas, a mal-escribir. A zurdear, a
obturar las fallas del sujeto, del humanismo, descubriendo su misma alteridad,
su propia extranjería, en el instante inquieto en que denuncia, quizás
sin quererlo, el bluff de lo "natural" universalizado. Para que la pregunta
indentitaria volviera a surgir, la sed volviera a no ser escasa, las tribus se
encontrarán cotejando sus lenguas; el poema, el objeto hecho de hacerse
a sí mismo, hiciera hablar el nos, de algún modo.
ZurdA
Mérica
Leemos y con ello propugnamos una dinámica al revés
entre estos poetas burlonamente actuales. No digamos nuevos, sólo
es nuevo lo que se ha olvidado, repetiría Torres. Una lógica no
tan sólo referida a la forma del ser, sino también en los ejes fundamentales
de su escritura. Existe una noción de diálogo que permea no sólo
la escritura y las lecturas, sino se transforma en una conversación estética
que se extiende como eje. Un cardán que acompaña, que vertebra estas
compañías. Según el lúcido Arturo Carrera, un rasgo
distintivo común a todos los poetas de los ochenta y noventa se revela:
el quiasma o cruce constante de teorías de las percepciones cotidianas,
donde el humor, lo grotesco, el lirismo ironizado, el absurdo entre el horror
y la risa asimilan toda distorsión y la devuelven multiplicada. Un acercamiento
al lenguaje absolutamente despreocupado nos trae el sermo plebeius y lo
instala tranquilamente en el poema. "Hablas, incluso, tensadas como por un
realismo clásico, sí; sólo que en esa realidad forzada volvemos
a encontrar la sobrenaturaleza de la poesía y su modo de activar ese real
a punto luz -a punto nieve."
El oído es un órgano al
revés; sólo escucha el silencio (Juan Luis Martínez); el
ojo no podría ver el sol si no fuese en cierto modo un sol (Plotino). Oído
y ojo, en aquel desarreglo, descubren así apropiaciones de la lengua que
son apropiaciones vitales; asombro puro. Y en esta polaridad de visión
y abandono, de conocimiento e incertidumbre, en esta apertura letrada y des-bocada
de ojo y oído vimos yacer, subyacer, la invitación pertinente a
esa lectura que inflama al texto, lo abrasa en la libertad en que él consiste
y que él mismo convoca y exige de parte del lector. Una vez el acto consumado,
el texto no vuelve jamás -para un mismo lector- a recuperar sus mismas
virtualidades iniciales: no se suscita la imaginación ni se apela a la
libertad ajena impunemente (Waldo Rojas).
De allí en adelante, difícilmente
podríamos responder a la usual requisitoria de hablar de estos poetas impersonalmente:
los que presentamos se nos adentraron de algún modo, oblícua, extraña
e intensamente en un castellano como apenas visto. En esa continuidad de proyectos
escriturales diversos, vitales, recargados de trucos y velos, vimos recorrer,
fuimos recorriendo, en ambos cursos, los trazos de las cosas al adentro. Y sucumbimos
a esta necesidad de zurdear, de leer y mal-escribir; volvimos a enfrentar la blancura
cóncava de otro modo.
Creemos que la poesía de estos poetas
lejos de domesticar, imbrica la fuerza de nuestra propia sensibilidad, al darnos
una sensación de animación diferente a la provocada por la poesía
del pasado o mejor, del presente paralelo. Es ésa quizás la razón
de nuestra elección: la revelación de una potencia desconcertante;
la energía de la desesperación; el brío; lo que bien pudiera
hacer al papel empalidecer de tanta audacia. Así, los que acompañan
vuestra lectura, ya escribiendo "alverre" o entonando un tenue beat
de época, están para un sólo par de oídos. ¿Representativos
de qué? Por favor, no nos pida seguir por el camino recto(1).
Mas,
Siniestros.
Y sí. Toda antología es producto de
la mental lectura; de una forma de lectura, entendida como oficio del que devora.
Manducar para luego, cenar con boato lo que se regurgita. Acto carnal y fruicioso:
clavar el ojo, limar el diente; y luego, el desparramo. Diseminar vocinglero aquello
que se ha zampado con gozoso misterio. Separar, escoger de entre lo que se ha
digerido. Como hurguetear en el hedor, los basurales, en busca de un zinc contra
la intemperie, o flores, de cierto tipo, que irán a dar a las manos del
converso seducido.
Toda antología debería ser un ramo que
plantee sus preguntas. ¿Pero puede una antología representar una
conciencia, en este caso la de cada lector? Se quisiera que cada lectura fuera
recoger uno de esos mágicos nenúfares cerrados que surgen de golpe,
envolviendo con su cóncava blancura una nada. Y con ello, formar ése
ramo impune.
De algún extraño modo, esta antología
roza con ese logro, pero de atrás: más que representa, refracta
y purifica nuestra conciencia, nuestro vagabundeo de poeta insatisfecho. Porue
ambulantes de hurgueteo, creíamos conocido el territorio. Nada más
derecho.
El quinto patio estaba lleno, poblado de "tórcidas"
figuras que querían cogotearte. Gritos maduros, porfiados de ánimo
y rasguño. A pesar de habitar un mismo vecindario, un mismo trabalengua,
las islas eran el pasillo de nuestra andanza. Hubo que salir a (a)saltar, como
se pudiera, la intemperie. Encontrar otro modo. Partir por filamentos, filigranas,
rumores, señales apenas señaladas. Comenzar por la extrañeza
del amigo, los pálidos lectores conocidos, apropiarnos de su voracidad,
ir tanteando la mirríada de textos que surgían, preferir, sopesar
de contrario. Levantarse con la izquierda, para caminar errático. Un zurdeo,
que se hizo seña y sino, pero que convocó el entusiasmo de todos
los mojados.
A tal empresa muy pronto se le unieron nuestras propias obsesiones,
el ardor de la propia comisura y nuestros (des)pre-juicios, nuestra resistencia.
Y fuimos a dar con este mapa: el de los rincones. Dígalo lector: los poetas
no somos necesariamente los lectores ideales de otros poetas. La lectura del poeta
es un acto perverso: el poeta lee para su insatisfacción. En ello, reconocemos
nuestra imparcialidad, nuestra oblicuidad de ojo, nuestra cojera de hemisferio
tieso, que necesariamente adjetiva nuestro hacer. Hay algo más terrible
y maravilloso que ser devorado por un dragón; es ser un dragón,
nos cargosea Borges. En ello estamos, y tan inermes.
Antologar es reducir.
Ilusoria eficacia del paneo. Pero el encuadre ya se sabe, se rebalsa. Así
pues, enemigo lector, quizás estas son las sobras del obturador que no
tiene diafragma ni exposímetro, para que vea el calor que está en
lo oscuro.
Por la mala conciencia (objetiva), nos acercamos al también
perverso sentimiento de lo incompleto. Acaso sea esa suerte de indefinibilidad,
y hasta de indefendibilidad (de fragilidad), propio a toda antología, lo
que a nuestros ojos la vuelve una empresa zurda, no-natural, extraña. Por
ello mismo quisimos reclamar un interés impune: el que ella sea absolutamente
reemplazable por la siguiente; pero que al ser exclusiva, no excluyente, se sutrajera
a la serialidad productiva de aquellas que la preceden y las que vendrán
a suturarla, a corregirla.
Hemos leído de ésta manera; fue
éste el oficio inicial. He aquí lo que queda. Ahora, no quedará
más que preguntarse qué dirá, en la otra orilla, el lector
-enemigo, prójimo, hermano- de tan delicado monstruo siniestro.
LOS
PERPETRADORES
Valdivia (Chile), París, Enero, 2005.
(1) Aunque
no necesariamente en este sentido, pueden consultarse las siguientes muestras
y antologías Latinoamericanas de poesía " joven " o en
su momento " emergente" : Julio Ortega, Antología de la poesía
latinoamericana del siglo XXI. El Turno y la Transición (México
DF: Siglo Veintiuno Editores, 2001); Ramon Cote, Diez de Ultramar. Presentación
de la joven poesía latinoamericana (Madrid: Visor, 1992); Arturo Carrera,
Monstruos. Antología de la poesía joven argentina (Buenos
Aires: FCE, 2001); Jorge Cabezas Miranda, Novísima poesía cubana.
Antología (1980-1998) (Madrid, Ediciones del Colegio de España).
Zur
Dos, antología poética. Los 30 latinos. Por Osvaldo Aguirre
Zur
Dos. Nuevas
voces de la irreverencia. Por Carlos Battilana