Proyecto Patrimonio - 2007 | index | Yanko González Cangas | Autores |
González
Cangas, Yanko: Metales Pesados
El
Kultrún, Valdivia, 1998, 72 p.
Leonardo
Piña Cabrera
Santiago, Septiembre 6 de 1999.
Siguiendo el mandato de la denominada línea etnográfica
radical, la más rupturista de las corrientes interpretativistas,
González Cangas en Metales Pesados, hurga en las calles
de la gran urbe por los sueños y desvelos de sus habitantes
más olvidados, esto es, sus transhumantes jóvenes, quienes,
articulados por aquél como originales sujetos de estudio, hurgan
en
él, por el ojo y lápiz que los mira y escribe retornándole
con ello, el gesto de la observación/interpretación
de que son objeto. Se vale para ello, del espacio abierto por la reunión
de esfuerzos venidos desde la antropología y la poesía,
obviando así, la necesidad de responder al estatus científico
de la una con la estética y profundidad de la otra, y sin que
ello signifique ligereza en su tratamiento y/o falta de rigor escritural
en su puesta a punto sobre el papel.
Así las cosas, la pregunta instalada por el ya muerto poeta
Juan Luis Martínez en torno al hecho de qué se observa
cuando uno se observa observar, viene claramente dibujada en la
solapa de sus textos, en especial si se tiene que tras los vidrios
de sus prismáticos agazapada está la imagen del Otro
interpelando al Uno en la idea de sacudirse el rol de informante
clave que nunca solicitara. En la forma de notas a pie de página,
entonces, o con el eco del desgano y/o incertidumbre, manifiesto o
no, de las respuestas que muchas veces se obtienen en terreno, las
voces de sus ficcionados personajes cobran vida al punto de inquirir
por el sentido de la propia del autor y, por su través, también
por la de sus lectores.
A la par de ello, el no resuelto cuestionamiento acerca de la posibilidad/imposibilidad
del acto cognoscente que consigo traen las Ciencias Sociales, y que
en el libro viene de la mano de las muchas citas que incorpora, sin
ser menor, por supuesto, queda en entredicho por la sensación
de respuesta que su no formulación trae. Si consigue o no aprehender
lo real, si algo de ello trasuntan las páginas de su esfuerzo,
queda relativizado por el alcance de la imagen del antropólogo
retornando al sitio que lo viera irse: "Sí/ -a
este respecto le contesta Mediano, una de las voces de su singular
etnografía- es cierto que nos rascamos el paquete en la
pura esquina/ pero para qué andar gritando/ para qué
picarla de engomado/ tu anduviste igual/ ¿qué de las
3 de la tarde en adelante?/ puro echarte en la solera/ entonces/ para
qué funar esta movía/ para qué funarnos/ para
qué picarla de aahh/ somos los más locos/ a todo hendrix/
no pasa/ ahí no maís/ para qué cartelear a tus
sociates/ qué/ te dan monedas/ te mueven motes/ te caen mejores
zorras/ el lafurcade regala tu libro en cuánto vale el chou?".
Situada la duda en torno al asunto de la observación, planteado
el (des)encuentro y golpeado casi por el Otro culturalmente diferente
que, abrumado por su presencia, crudamente le deja caer su malestar
("... Es decir/ no me cuesta nada sacarte una lonja húmeda
por Buzón Preguntón/ Es decir no me cuesta nada enterrarte
el tenedor/ ... "), el autor, antropólogo y poeta,
o más bien, antropólogo poeta, se defiende, no sin antes
morderse el labio de la boca que otrora amasara las palabras de su
destierro: "Ya que en los canales hiervo con el tarrerío
de jureles/ -responde aún con el ruido fresco de la puerta
cerrada, en su cara- quién piensa volver a remasticar La
Conserva de la Esquina?/ no espero para nada/ que me salven los que
una vez llenaron de neo los pulmones/ pensaron que llegaría
pidiendo agua/ ardiente de vereda en vereda/ como si fuera yo/ el
único cabrológico de la Tormi/ no sapa dana con el arrastrerío/
Me quedo solo al final de la panamericana/ Otros serán el busco
mi destino/ los sujetos de mi observación participante/ la
reconocida equivocaión de mi ojo ciego".
Más pausado, y con el desasosiego de los propios dolores aprendidos
en la pura esquina, González Cangas ensaya su salida
a la luz de las palabras de Mary Shelley que a la postre le sirven
como título de un poema: "Quien Añade Ciencia
Añade Dolor". En éste, como en otros, sus palabras
pulsan los látidos del hombre o mujer que todo antropólogo/a
(o poeta) calza consigo, y que a fuerza de formación disciplinaria,
ha ido olvidando:
"El LOGO se inyecta entre la tribu/ nada tiene que grabar/
sino su sombra/ nada tiene que mirar/ sino su ombligo/ el
/LOGO
no usará el pretexto de la Observación Participante
para
chuparse todo/ La estrangulación de sus pulmones será
hoy el tope/ para confesar lo
abierto del cedazo/ la tremebunda torsión
.. . . . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. ..
.. .. .. . .. .. .. .. . /del iris
Nunca la manada ordeñó tanto zipeproles/ que el LOGO
sorbió cual orilla eu playa/ objeto-sujeto/ todo en Emperaire
con arcadas muy licuado:/ la
horda manda/ seguir al último candil de noite/ la horda inclina
por fin su lengua/ y
descifra al precario traductor que aquí yace
BUITREADO"