Zur Dos, antología
poética.
Los 30 latinos
Por Osvaldo
Aguirre
Página12,
Buenos Aires. 19 de enero de 2005.
A falta de un fantasma, toda clase de espectros, de voces, de poses
y de actitudes, dice Edgardo Dobry, recorren América latina.
Son, propone, los autores de la “última poesía”, los
que aparecen reunidos en la antología Zur Dos, los integrantes
de “la banda de la poesía latinoamericana”, según los
llama el chileno Sergio Parra. La selección, realizada por
los también chilenos Yanko González y Pedro
Araya, reivindica la confrontación y la polémica:
tiene en cuenta, se advierte, a escritores que no se confunden con
“los mendicantes del poder” y la poesía tal como se la entiende
en sentido convencional.
Zur Dos reúne a treinta poetas nacidos entre 1961 y
1975: seis argentinos, seis chilenos, tres peruanos, dos costarricenses,
dos cubanos, dos dominicanos, dos mexicanos, dos uruguayos, dos venezolanos,
un boliviano, un ecuatoriano y una nicaragüense. Hay autores
con varios títulos publicados, premios prestigiosos y difusión
en Europa y Estados Unidos, y también poco conocidos y sin
libro propio, como el chileno Nicolás Díaz Badilla,
uno de los poetas más interesantes de la recopilación.
González y Araya escriben un prólogo-manifiesto y Dobry,
poeta y crítico rosarino residente en Barcelona, el epílogo.
Los antólogos no definen los límites temporales de la
“última poesía”: se incluyen textos publicados desde
1984 en adelante y asimismo inéditos. Consignan, asimismo,
breves fichas biobibliográficas de los autores.
En una antología las elecciones significan tanto como las
exclusiones. Hay una doxa, dicen González y Araya, que estos
zurdos (palabra que aquí nada tiene que ver con la izquierda
política) cuestionan: aquella para la cual “el significante
es siempre secundario y el poema siempre la manifestación parousíaca
de una esencia trascendente, aquello que la lengua ‘traduce’”. La
afirmación habría tenido más contundencia si
se hubiera identificado a los textos o escritores que representan
esa supuesta opinión establecida (Dobry dice que no existe
o es inorgánica). En abstracto, suena a vulgata académica.
El título del libro es un juego de palabras que alude a la
geografía y “tacha desde el origen cualquier expectativa de
univocidad”. Al margen de lo que queda legítimamente afuera
por el programa que se invoca, sorprende al menos la ausencia de escritores
colombianos y la exigua entrada del movimiento poético cubano.
La performer uruguaya Lalo Barrubia (seudónimo
de Rosario González) marca uno de los puntos fuertes de la
recopilación pero su compatriota Gabriel Peveroni, con
poemas quizá interesantes para un libro personal, no la acompaña
en el mismo nivel y plantea dudas respecto a la representación
oriental. El gesto vanguardista del único boliviano, Juan
Carlos Ramiro Quiroga, cuyos poemas se leen de arriba hacia abajo
y de derecha a izquierda, parece anacrónico. En contraste,
salta a la vista el predominio de poetas chilenos y argentinos. En
el epílogo –una reflexión sólida sobre el objeto
en cuestión– Dobry afirma que el libro no expone una tendencia
hegemónica. Pero la coincidencia de los problemas que se asumen
y las respuestas que se proponen, ciertos rechazos y adhesiones compartidas,
permiten observar en esa mayoría el núcleo de Zur
Dos.
El objetivismo prosaico
A diferencia de lo que ocurre en otras antologías, donde el
que elige los textos está afuera del campo de exploración,
los recopiladores son aquí parte interesada en el asunto, son
contemporáneos de aquellos a los que examinan. Es cierto que
difícilmente pueda haber inocencia o neutralidad científica:
un poeta de una generación, al seleccionar a los de la siguiente,
más bien propone su descendencia. Yanko González
es autor de Metales pesados, texto de ruptura en la poesía
chilena reciente; esta labor se complementa con intervenciones críticas
fuertes (Sergio Parra, ha dicho, es “viejo crack de esta generación”)
y, junto con Araya, traducciones de Charles Bukowski (una lectura
importante en varios de los poetas reunidos) y otras selecciones de
poesía chilena. Edgardo Dobry está en la misma
situación. Además de su producción poética,
publicó en 1999 Poesía argentina actual: del neobarroco
al objetivismo, ensayo que constituye el telón de fondo
del epílogo que escribe ahora.
En aquel ensayo, Dobry examinó los orígenes y las características
del objetivismo, movimiento que desplazó al neobarroco de la
escena poética nacional y se apoderó, incluso, de una
de sus banderas, la obra de Néstor Perlongher. Cuatro
de los autores que reunió bajo ese término están
en Zur Dos: Fabián Casas, Washington Cucurto,
Juan Desiderio (con poemas de La Zanjita, un libro al
que se ha leído como condensación del conjunto) y Martín
Gambarotta. Los otros dos argentinos incluidos en la antología
son Laura Wittner, también adscripta virtualmente a
esa corriente, y Romina Freschi, quien en cambio plantea una
poética que intenta volver sobre formas de vanguardia. Dobry
observó que el neobarroco “fue un movimiento que abarcó
a toda Hispanoamérica y que incluyó a muchos poetas
radicados fuera de su ámbito nacional” mientras “el objetivismo
de los (años) noventa, en cambio, tiene un acento marcadamente
nacional, cuando no nacionalista”. Este tipo de literatura aparecía
definido como “una poesía prosaica, en el límite inferior
del versolibrismo, escrita en una lengua que incorpora lo coloquial
y los clichés hasta sus grados más bajos”.
Esas premisas pueden encontrarse con mayor o menor aproximación
en muchos de los poetas de Zur Dos. “Intento ser lo más
objetivo posible, incluso objetivista”, dijo en un reportaje el chileno
Germán Carrasco, en una muestra de afinidad. Es significativo
que la antología incluya sólo un poeta de filiación
neobarroca, el dominicano León Félix Batista,
y por añadidura un autor “contaminado”, ya que reivindica la
apropiación de recursos de la narrativa. Pero Zur Dos
permite visualizar no la internacionalización del objetivismo
–que por cuestión tácita de principio no formuló
una teoría– sino una cercanía, una serie de puntos de
contacto entre lo que escriben poetas más o menos jóvenes
de América latina. La Manoseada, el primer libro de
Sergio Parra, se publicó en 1987; ese texto “abrió suficientemente
el intersticio para que otros autores santiaguinos y de provincia
dejaran caer su verbo”, según una reseña de Yanko González,
y mostró características hoy generalizadas: la parodia
de las referencias cultas, la canción y la frase callejera
como sustrato y la atención hacia personajes marginales, mediada
por Bukowski y Raymond Carver, y de la que Zur Dos ofrece una
magnífica muestra en el poema “Las buenas cosas estaban a flote”.
Encuentros y desencuentros
¿Qué vincula a los autores de la antología?
“Me arriesgo a decir –dice el costarricense Luis Chaves– que la relación
tiene que ver con la aproximación a la escritura. Si bien el
espectro de los registros es amplio, se escucha una suerte de murmullo
común, un conjunto de voces que habla de la poesía como
quien habla del clima, de una banda pequeña, de un partido
del equipo del barrio”. No hay, por otra parte, una posición
teórica aglutinante: “Más bien creo que las relaciones
se dan por la contingencia. Es cierto que los vínculos serán
más estrechos si se comparte un concepto estético o
una opinión sobre el hecho poético, pero también
sucede que se termina entablando relaciones con escritores con los
que se coincide en un tiempo y espacio particular. No me adhiero a
eso de sobredimensionar las opiniones sobre la poesía”.
A la misma pregunta, Sergio Parra responde: “Desde mediados de los
años 80, la vinculación con los poetas antologados en
Zur Dos ha estado marcada por las feroces dictaduras, y luego,
a fines de los noventa, por el neoliberalismo depredador. Todo esto
entre el rock, el comic, el desempleo, el cine, el sida, el callejeo,
ha marcado una poesía de desenfado, desencanto y de un intimismo
honesto y descarnado”. Sin embargo, “toda ruptura está bajo
sospecha, creo más en una continuidad de la poesía latinoamericana.
No veo huerfanías en los poetas de Zur Dos, gran parte
de ellos están conscientes de sus tradiciones. Aquí
ningún poeta arranca con los tarros, todos pertenecen a la
banda de la poesía latinoamericana”.
La antología permite articular nuevos recorridos: Casas,
Chaves y el venezolano Arturo Gutiérrez Plaza
coinciden en la reelaboración de episodios mínimos donde
las revelaciones pueden apuntar o brillar por su ausencia, como muestra
el último en “Almorzando en un Burger King”. En la misma
línea se destaca “Cruzando el puente de Brooklyn”, notable
poema donde Rocío Silva Santisteban relata el reencuentro
de dos hermanos. En la vereda de enfrente, Lalo Barrubia, el
mexicano José Eugenio Sánchez y la chilena Malú
Urriola representan, en términos de Dobry, “una línea
antipoética y postvanguardista, en una posición de acérrima
lucha contra el mito del artista esotérico poseído por
la musa”. El peruano Lorenzo Helguero y el ecuatoriano Edwin
Madrid –dos de los mejores poetas de la antología– se aproximan
por el recurso al humor y la tematización de la propia escritura,
aunque con distinto signo: a través de un par de sonetos, Helguero
sitúa cierta misión poética, mientras en Madrid
el poeta es un personaje rabelesiano, que sufre estoicamente la compañía
de mujeres feas y gordas. Malú Urriola acentúa esa perspectiva:
las cuestiones literarias, dice, son huevadas y “los poetas se odian/
toman juntos pero se odian/ a quien le importa/ que se maten”. Una
mirada completamente diferente de las de la cubana Damaris Calderón
o de Germán Carrasco, quien en “Hay gente que roba en la iglesia”
cita “En una estación del Metro”, poema clave de Ezra Pound,
como guiño para el lector especializado.
La nicaragüense Tania Montenegro puede ser otra de las
revelaciones que propone esta antología para el lector argentino.
Su poema “El ñatazo” construye una historia sobre la ambigüedad
sexual, que oscila entre el juego y lo siniestro (logra un efecto
parecido en otro texto, “Ojos grandes curiosean”, donde relata una
alucinación infantil de la muerte). Aquí se arma otra
línea, que conduce a otros dos excelentes poemas: “El cemento”,
de Malú Urriola, crónica de reviente (“Me perdí
en Buenos Aires, ebria, me hallaron en un/ Bunker/ bailando en medio
de travestis,/ un hombre pensó que yo era un muchacho”) que
cierra con un encuentro (“Deslizó su mano hasta tocar la mía/
nos parecíamos a una breve imagen del abandono”) y, en otro
tono, “La chica de la vuelta”, de Laura Wittner.
El chileno Jaime Luis Huenún escribe una poesía
en busca de un pasado familiar, donde la referencia a la poesía
universal (de Tu Fu a César Vallejo) se asocia con el propósito
de recuperar la tradición mapuchehuiliche que conoció
no por experiencia directa sino por transmisión oral. La búsqueda
del lenguaje ancestral –un lenguaje en extinción– se filtra
en la materia de sus poemas, como se lee en “Ceremonia del amor”,
especie de reconstrucción de una fábula originaria.
En “Cerrado por duelo” la repetición de un principio de verso
en cada estrofa imita la forma de la plegaria (o más bien de
un canto fúnebre), donde los “signos huecos y blancos de un
lenguaje roído” y la “sucia escritura dispersándose
al viento” evocan esas palabras perdidas que ahora son un desafío
para la imaginación. La belleza, ese viejo valor de la poesía,
se desprende claramente de “Cisnes de Rauquemó”, un viaje en
busca de hierbas medicinales.
Sin poseer casi ninguna de sus características más comunes,
Huenún es quizás quien mejor representa la “última
poesía” por su reinvención de la lengua común.
Los escritores son en definitiva siniestros en el sentido freudiano,
nombran aquello desconocido que afecta a las cosas familiares y conocidas
desde tiempo atrás. Lo umheilich es aquí el lenguaje:
un repertorio que viene de la calle, de los marginales, de la memoria,
que trae las voces y las formas de uso de sus hablantes y toma las
estructuras de la canción, del relato, del guión. Y
también de la poesía.
En Boceto Nº 2 para un... de la poesía argentina actual
(1998), una evaluación que vino a recortar el campo, Martín
Prieto y Daniel García Helder dijeron que sólo por razones
prácticas era posible “detener el panorama en la frontera,
justamente hacia la cual y desde la cual tiende a irradiarse en condiciones
naturales, todo lo bueno, lo fructífero y real que porta la
lengua”. Zur Dos abre la frontera y confirma esa presunción:
más allá hay caminos nuevos para la poesía argentina.
Muchos de los poetas de Zur Dos son también editores
o han intervenido en acontecimientos fundacionales de la “última
poesía”. Carlos Augusto Alfonso fue uno de los seleccionadores
de Retrato de grupo (1989), antología que inauguró
la discusión sobre la joven poesía cubana; Germán
Carrasco preparó una antología de poesía
chilena, publicada por la revista Vox, de Bahía Blanca;
Luis Chaves, Romina Freschi, Martín Gambarotta, Jaime
Luis Huenún, Sergio Parra, el dominicano José
Alejandro Peña y el venezolano Daniel Pradilla editan
revistas y/o portales de Internet.
Luis Chaves es coeditor de Los amigos de lo ajeno, revista
que ha publicado a la mayoría de los poetas incluidos
en la antología. “Para el momento en que salió
el primer número, en la segunda mitad del ‘98 –recuerda–,
en Costa Rica se conocía muy poca, por no decir ninguna,
poesía latinoamericana que no fuera la de aquellos publicados
por las dos o tres editoriales de distribución masiva
de poesía, si es que eso existe. Por ejemplo, el poeta
más joven de Argentina era Gelman, el de Perú
Cisneros, el de Nicaragua Martínez Rivas, el de Chile
Nicanor Parra. Queríamos acercarnos y acercar la poesía
de gente que no participaba de los circuitos de las editoriales
grandes. Queríamos mostrar la poesía que nos gustaba,
que en general estaba muy alejada del concepto tradicional de
la poesía como arte sublime”.
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Lorenzo Helguero
Shame Dean
Nunca
amor
me
has
abrazado
tan
fuerte
como
ahora
que
nos
estamos
cayendo
de
la
moto
Sergio Parra
Soy la del barrio
La más manoseada del centro de Santiago
La menos besada del país
Tengo la sonrisa más dulce
Entre todas mis amigas de la calle
y las piernas más arqueadas que la Marta Mateluna
Aún mantengo mi acento sureña
Canto de memoria los temas de Julio Iglesias
Leo a Cortázar
Hago el amor con un muchacho
de la cuadra que escribe poesía
Soy la más femenina de Chile
(LA QUE DUERME CON CAMISON BLANCO)
(EN LOS BASURALES DEL HOMBRE)
Luis Chaves
Estuve en colegios
privados
Lupe cocina de lunes a viernes
el fin de semana la dueña de casa
prepara sus exóticas recetas
las de verdad.
Lupe plancha, dobla la ropa,
encera los pisos donde se reflejan
sus duras piernas nicaragüenses.
La familia se levanta de la mesa
para que la nica cene sola
la comida que ella misma adobó.
De noche Lupe no cierra la puerta
para que el señorito de casa entre,
de lunes a viernes,
a manosearle torpemente las nalgas.
El fin de semana,
con su novio de Bluefields,
es el turno de las sesiones profundas,
las de verdad.
Lalo Barrubia
La pobrecita
(fragmento)
Pobre señora
ya todo terminó
Cómo lo ve señora
ya todo terminó
(...)
Que no sabe si debe dejar de fumar
porque entonces engorda y se pone a llorar
y le queda espantosa la mini violeta
aunque aumenta las tetas y eso no está mal
que no sabe si debe volverlo a llamar
porque el tipo ya sabe y entonces qué tal
En su acuario se mete queriendo aceptar
que murió la canción y que el tiempo murió
que el teléfono calla
y que el tipo está lejos tomando pastillas antidepresión
Como lo ve señora
ya todo terminó
que quizá el viejo amigo fue el que le contó
lo que ella había hecho detrás del telón
aunque ya estaba muerto en sus otras vidas de niña
perdida
y la sangre volvía a su corazón
Corazón corazón
Y que tanto pasado le queda pesado
tirada en la ruta haciendo autostop
su sonoro costado ovillado apagado
volviendo al soldado de hacer los mandados sacando
fiado y pidiendo perdón
Y la tarde se fue
y el invierno acabó
Se acabó el chocolate y el té se acabó
se acabó la botella y el lío acabó
Se acabó la semana y el fin de semana
y se le dio la gana de fingir que no
Como lo ve señora
ya todo terminó
Ya todo se acabó
ya todo terminó
Pobre señora
ya todo terminó.
Laura Wittner
Epigrama
Dijiste algo y entendí mal.
Los dos reímos:
yo de lo que entendí,
vos de que yo festejara
semejante cosa que habías dicho.
Como en la infancia,
fuimos felices por error.
Arturo Gutiérrez Plaza
Buenos vecinos
Sé que tras esta pared
mi vecina escucha lo que pienso.
Por eso pienso en voz baja
sin comprender del todo lo que digo.
Intuyo que la imagino desnuda,
sola sobre su cama,
pensando en lo que pienso tras la pared.
Tampoco yo alcanzo a escuchar
lo que ella piensa.
Lo hace bajito,
como yo, entre las sábanas.
'Zur Dos',
lo último en poesía Latinoamericana
Edgardo Dobry
Toda zurda supone una derecha, una norma de la que se desvía,
una afirmación solemne de la que hace mofa. Pero la norma
se perdió, la derecha no existe o es inorgánica,
espasmódica, las belles lettres se desdibujaron
y borraron.
Pascal escribe: "Como la verdadera naturaleza se ha perdido
cualquier cosa puede ser naturaleza". Y Lezama lo corrige:
"Como la verdadera naturaleza se ha perdido, hay que inventar
una sobrenaturaleza". Hay que mutar ahí 'naturaleza'
por 'poesía' y pensar hasta qué punto la poesía
'verdadera', la poesía 'bella' ha desaparecido del mapa,
salvo como ese lugar de silencio, de negatividad en que la belleza
ya no existe pero persiste su exigencia: diana contra la que
siguen disparando los poetas jóvenes del mundo, no convencidos
todavía de que el enemigo se ha retirado de la palestra.
Estos zurdos son una muestra ().
La multiplicidad está asumida ya por los autores del
troquel en la tipografía del título: 'ZurDos',
donde el Sur representa todo el subcontinente latinoamericano
y donde el 'dos' tacha desde el origen cualquier expectativa
de univocidad.
Un juego al que quizás se podría agregar, antepuesto,
la partícula ab (de aborígenes, abollados, abrumados,
pero no absueltos): Ab Zur Dos. Es decir: 'asombrosos, raros'.
() Raros en la nueva escena de un panorama poético que
parecía haber agotado sus posibilidades y tendía
a amoratarse en el aire viciado de los proyectos ya demasiado
cumplidos.
Hay gestos vanguardistas todavía, como en el boliviano
Juan Carlos Quiroga, cuyos poemas deben leerse de abajo arriba
y de derecha a izquierda, o en el chileno Novoa, cuyos textos
dibujan un bloque cuadrado dentro de la página. Está
el peruano Lorenzo Helguero, quien después de parodiar
a Kavafis escribe unos muy interesantes sonetos inspirados en
Darío y en Vallejo.
Hay fogonazos de la sorpresa, tan americana también,
ante la rareza del origen propio, como en el ecuatoriano Edwin
Madrid, quien en 'Una teoría' construye un curioso monólogo
interior de un sujeto colectivo que sería la raza misma
remontando la historia de su sangriento melting pot.
(Fragmento del crítico literario publicado en el diario
El País)
'Zur Dos'
Paradiso Ediciones, coloca en 256 páginas, a 30 poetas
de casi todos los países de América Latina, en
una antología de poesía de poetas nacidos desde
el 1960.
Los antólogos -los poetas chilenos Yanko González
y Pedro Araya- nos recueran volver a leer con la siniestra.
"secos de academia y lenguajeo de diestra y de razón
derecha, volvemos a lo nuestro, a leer con la siniestra. No
hay síntesis, ni genealogía, ni parentela. Ni
rizomas que se extienden hasta el hastío. Sólo
una dosis, la necesaria cancha semántica para calmar
el curioseo. Van casi en el mismo estado que los encontramos
en Santiago, Barcelona, México, La Paz, Temuco, Quito,
París o Buenos Aires, blasfemando al revés, el
lenguaje secreto del izquierdo. Hermanos y hermanas de costado,
borroneando con un cuarto de puño lo que escriben de
reversa".
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