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Yanko González: crítica de la conciencia chilena
Lectura de Alto Volta, libro del poeta Yanko González: declive del Sustantivo Chile y algunas
comparaciones odiosas con la tradición argentina.

por Damián Selci
Revista Planta Nº 12, diciembre de 2009
http://plantarevista.com.ar

1- La existencia de Chile

El 20 de septiembre pasado, en el Centro Cultural Pachamama, Yanko González leyó algunos poemas de su libro Alto Volta (Ediciones Kultrún, 2007). El marco lo daba una prolongación porteña –organizada por Cristian De Nápoli– del Festival de Poesía de Rosario, que había terminado el día anterior. La lectura de Yanko González fue de las mejores; tiene un estilo tradicionalmente conocido por su ritmo rápido y su volumen altísimo. Estábamos sentados adelante de todo, en un sillón largo, con las piernas estiradas entre los veladores. Llegando al final, Yanko González leyó el siguiente texto:

la belleza es griega. pero la conciencia de que sea griega es argentina. nada es, todo se otrea.

El público, básicamente argentino a excepción de algunos poetas de distintas nacionalidades (un peruano, un dominicano, un belga y una alemana que habían estado en Rosario y que participaban, también, de la extensión Pachamama), se divirtió con la referencia argentina del poema. No es común que un poeta porteño, cordobés, entrerriano, bahiense o rosarino use la palabra “argentina”, y menos todavía que lo haga un poeta extranjero; menos todavía, por cierto, que lo haga con un sentido crítico (“todo se otrea”), y menos que menos, que se atreva a leerlo ante los implicados directos… De todas formas, y previsiblemente, la palabra fue tomada con gracia: “argentina”. Osvaldo Lamborghini la usaba para reírse: escribía “¡Argentina, Argentina!” y al instante “¡Albania, Albania!”. El público, educado en estas aliteraciones, festejó el poema de Yanko González como si fuese un chiste. Pero en buena medida la rareza del gesto no se disipaba con la aceptación humorística; quedamos interesados y después de algunas gestiones pudimos conseguir Alto Volta. Es un libro de tamaño considerable, tiene un prolijísimo trabajo de edición y en la primera página incluye la leyenda “1998-2005”, lo que da para pensar en un tiempo de composición largo. Buscamos el poema de la belleza y lo encontramos… un poco distinto:

la belleza es griega. pero la conciencia de que sea griega es chilena. nada es, todo se otrea.

Comprobamos, entonces, que Yanko González había escrito una cosa y leído otra. Esto sería anecdótico si no tomáramos en cuenta lo que significa el sustantivo “Chile” y sus derivados (patria, país, tierra, pueblo, etc.) en el contexto de la poesía chilena. Como es sabido, desde Neruda en adelante, pasando por Enrique Lihn, José Ángel Cuevas, Gonzalo Millán y llegando a Pablo Paredes, casi no hay poeta que no se refiera al Chile en algún verso, cuando no en la mayoría, y a veces, en todos. Las causas históricas de este nacionalismo literario pueden ir de una voluntad general whitmaniana hasta la presencia activa del Estado en la subvención de proyectos de escritura y edición, mediante becas, concursos, festivales, etc. Lo importante es que para un lector argentino, esta recurrencia no podría ser más extraña. El itinerario de la poesía argentina es convencionalmente ignorado por el Estado, sea cual sea el gobierno, y las palabras “argentina”, “patria” o “tierra”, sólo aparecen parodiadas, o con un matiz ridículo, como en el caso de Argentino hasta la muerte (1963), título de un libro de César Fernández Moreno que, incluso con toda la buena voluntad, jamás podríamos tomarnos en serio. Definitivamente, el nacionalismo no tiene la menor representación en la literatura argentina, salvo que nos remontemos a los proyectos de Lugones y los debates del Centenario, que aparte de viejos parecen simulados. Además, la liturgia de la Patria, la Nación, etc., tiene para nosotros un distintivo olor campesino-militar, dado que el peronismo no pudo, después de sucesivos derrocamientos, imponer la idea de que el nacionalismo podía ser también económico. La última dictadura usó la palabra “Patria” para destrozar la estructura productiva del país y para desmejorar cualquier perspectiva de crecimiento social, beneficiando a la burguesía agraria y propiciando la subsunción del modelo a la exportación de materias primas, de acuerdo a las necesidades geopolíticas de los países centrales. Por todas estas razones, a las que podrían añadirse todavía unas cuantas, la poesía argentina no tiene hoy la menor oportunidad de usar seriamente una palabra manipuladora y mentirosa como “Argentina” o “Patria”. Y esto es lo que explica, a la vez, la primera perplejidad del lector argentino frente a la poesía chilena. Después de leer por centésima vez locuciones como “mi país” y “ay Chile”, descripciones del desierto de Atacama, odas a los minerales y a la luna pendiente sobre la marea del Pacífico, le quedan dos alternativas. Una, basada directamente en la propia experiencia, es el hartazgo o el desdén por un patriotismo que sólo podría trasuntar una ingenuidad abrumadora y antiliteraria. Otra, también basada en la experiencia, es la envidia: después de todo, más allá de Allende y Pinochet, con su socialismo democrático y su particular manera de secuestrarse y asesinarse, los chilenos tienen un país, un punto de referencia nítido que habilita formas incluso épicas de la escritura, y como es sabido, la gran poesía occidental nació con la épica: Homero… Es para estremecerse. Para nosotros, nuestro país es impronunciable, para ellos el sustantivo “Chile” tiene la misma disponibilidad que la luna en la poesía romántica. Desde este punto de vista, los argentinos, al lado de los chilenos, parecemos gitanos. Por supuesto, hay maneras de encontrarle una vuelta positiva al destierro metafísico, pero la ironía, además de “productiva”, es muy cansadora. Para mal de males, nuestro autor de exportación, Borges, escribió un artículo, “El escritor argentino y la tradición”, donde abiertamente defiende el buitreo de temas europeos, la simulación periférica y el recurso entristecedor a los tigres, los espejos y la Enciclopedia Británica.

2- La conciencia de la belleza

Con este panorama ideológico de trasfondo, el gesto de Yanko González se enrarece todavía más. Por un lado, una comprobación: nosotros, argentinos, no podemos acudir a nuestro país cuando escribimos poesía, pero Yanko González puede referirse tanto al suyo como al nuestro. Es más: puede intercambiarlos según el auditorio. Se nota entonces una primera y gigantesca operación crítica: ¿cuántos poetas chilenos están en condiciones de sustituir el adjetivo “chilena” por “argentina”? No tantos, precisamente en virtud del nacionalismo literario antes mencionado: Chile no se negocia, es santo y seña de una percepción poética singular y reconocible, cifra de un pueblo y su territorio, etc. Pero resulta que Yanko González escribió esto:

la belleza es griega. pero la conciencia de que sea griega es chilena. nada es, todo se otrea.

Este poema está estructurado con tres aserciones. La primera dice: la belleza es griega. Es una idea fácil de entender, sabemos que los griegos son el pueblo de la apariencia bella, y por lo tanto, los constructores de las primeras formas expresivas del espíritu, entre ellas la poesía. La segunda aserción dice: pero la conciencia de que sea griega es chilena. Esto involucra una dificultad adicional, dado que se redefine y niega la aserción anterior. En el nivel del ser o la sustancia, la belleza es griega, pero en el nivel de la conciencia o subjetividad, la belleza griega es lo que es para la conciencia chilena. O sea, hay que tener una cabeza chilena para que la belleza sea griega. O extremando un poco, solamente a un chileno se le ocurre que hay una belleza y que, para peor, es griega. La tercera aserción aclara definitivamente el asunto: nada es, todo se otrea. Lo que significa, simplemente, que la belleza no “es” (no corresponde al nivel del ser o la sustancia), sino que solamente puede existir en el otreo, en la mutación y la equivocación de la conciencia, que presupone una sustancia con la única finalidad de superarla. Este inocente poemita incluye, entonces, una crítica fulminante a la sustancia poética chilena. Básicamente, lo chileno no aparece como una cosa firme, un Sustantivo Puro con la potencia de una piedra, sino como una conciencia, o sea, como una modalidad de praxis interpretativa, sujeta al engaño y demás. Yanko González pone en entredicho la palabra distintiva de toda una tradición poética; uno de las citas del libro corresponde a Roque Dalton, quien dijo: “¿Chile? Depende…” Por su incredulidad, este poema de Yanko González es casi perfectamente argentino; se entiende que haya podido intercambiar las referencias en la lectura del Pachamama.

3- El invento de una nación

Chile no es algo absolutamente innegociable, no es sustancia primigenia ni pura afirmación: Chile… depende. Entre otras repercusiones en el frente interno, este escepticismo le habla directamente a la envidia argentina que comentamos antes: parafraseando el poema, se puede decir que el país es Chile, pero que la conciencia de que sea Chile es argentina. De todas maneras, esto no significa que en definitiva Chile sea una convención al mismo nivel que las propuestas schwobianas de Borges. Nada es, todo se otrea; pero hay otreos y otreos, y calcular esa diferencia podría tener su interés. Ante el dilema tercermundista de cómo tener una tradición literaria sustentable cuando el idioma mismo viene de otra parte (más precisamente de Europa), la respuesta de Borges fue: agarremos lo que sirva de los centros de poder occidental y despreocupémonos de ser argentinos, eso va a venir por decantación. La “operación” borgeana consiste en proceder como si la tradición europea fuese nuestra, sin más. Los chilenos fueron un poco más arriesgados: lo que impostaron fue, no su actitud individual ante Europa, sino su propio país. Borges se inventó como ciudadano europeo, mientras que los chilenos se inventaron como Nación. El otreo chileno fue mucho más arriesgado y productivo que el visado para escribir ficciones internacionales que consiguió nuestro autor canónico. De hecho, la tradición poética chilena es riquísima, es verdaderamente una tradición, mientras que la solución de Borges no sobrepasó la esfera individual: solamente le sirvió a él. Basta con ver el renuente fracaso de los escritores borgeanos que todavía nos persiguen con exóticas historias de prosa global. Mientras tanto, del otro lado de la cordillera, Alto Volta tiene la oportunidad de recoger esta cita de Enrique Lihn: “Todas las lenguas extranjeras me inspiran un sagrado rencor”.

4- La conciencia práctica

Alto Volta es un libro que impone sus condiciones de lectura desde el diseño. El sistema de paginación no es numérico sino alfabético. Las hojas son grandes y están generalmente ocupadas por un poema de Yanko González y citas de autores como Lihn, Lévi-Strauss, Auden, Mistral, Leopardi y Leonhardt, entre muchos otros. En la mayoría de los casos, las citas hablan, o de Chile (Carlos Leonhardt, cura jesuita de principios de siglo XX, escribe contra la pereza, la mugre y la maledicencia del campesino chileno), o de temas relacionados con la idea de nacionalidad (Giacomo Leopardi dice que las acusaciones de un ciudadano contra sus compatriotas quieren ser específicas, cuando la verdad es que en todas partes la gente se queja de lo mismo). Estas frases constituyen un sistema en sí mismo y colindan con los poemas, no explicándolos, sino mostrando un abanico de lecturas donde se destacan la poesía y la antropología. Yanko González da clases de esa segunda materia en la universidad y además considera que ciertos textos de Lévi-Strauss, Geertz y Lewis son “hermanos de la poesía” (cf. entrevista en http://www.letras.s5.com/yg211105.htm). La mixtura disciplinaria tiene dos efectos compositivos muy fuertes en su obra: por un lado, el interés temático en las “tribus” (es decir, segmentos sociales diferenciados cultural y políticamente), por otro lado la premisa de esas tribus tienen, ante todo, una lengua. Metales pesados (Ediciones Kultrún, 1998) es el libro que recoge directamente esta confluencia, y la propuesta lingüística es lo suficientemente extrema como para al lector argentino le resulte un desafío entender el habla particular del grupo de jóvenes chilenos desclasados de finales de los 80 (los que funcionan como soporte diegético en la investigación literaria). Alto Volta, en cambio, y de acuerdo a lo que nota acertadamente Cristián Gómez, consiste en “la puesta en escena de la falsa conciencia cívica, caricaturizada en el discurso interesadamente ecológico y otros en que se mezclan arribismos de toda especie” (cf. artículo en http://www.letras.s5.com/yg2412071.html). Por ejemplo, esta prosa corta:

exagera. se engola y opina expone. un caso que dice es emblemático. su argumento avanza y se interrumpe así mismo con una chanza. por lo general inentendible. por lo general ofensiva. cantinflea driblea dobla. sube el tono logra hacerse entender pide perdón por la insistencia. colabora con frases como “no es óbice para no festejarlo”. “la gallina es la estrategia del huevo para hacer más huevos”. pone comas cuando es cuestión de estilo. su ansiedad lo hace ganar peso. imita a la cajera hablando con la cajera. no se le ocurre nada más que comprar frutos secos que ir al médico por su gastritis. por sus problemas sebáceos por su bruxismo. quiere usar lentes y no los necesita. pide la palabra y cita erradamente a george simmel a germán arestizabal. no le prestan atención. cuenta sus problemas con paradigmas epistemológicos que no ha traducido bien. llama la atención. logra que le sigan una idea pertinaz y antojadiza que se rehúsa a desarrollar según confidencia por falta de bibliografía. por falta de buenas bibliotecas por falta de buenos editores por falta de buenos investigadores por falta de locales nocturnos. en conciertos de cámara tararea golpea la butaca delantera. con su pie con el programa con su llavero. lo eligen para comités insignificantes. que cultura que extensión que operación deyse. acepta. le regalan una entrada al cine. la extravía.

La coordinación sintáctica del párrafo está dada por los puntos; no hay comas para dividir las predicaciones (“se engola y opina expone”) y los circunstanciales aparecen uno al lado del otro (“con su pie con su programa con su llavero”). El estilo es un clímax permanente de impaciencia y acusación, está al borde de la trompada. Hace pensar en el famoso principio de La piel de caballo, “¡¡¡Agárrenme que lo mato!!!”. En este fragmento de prosa, como en otros con los que hace serie, Yanko González detecta formas comunes aunque no obvias de la falsa conciencia cotidiana (académica, laboral, cultural), y los procedimientos que usa (aliteraciones, anáforas, asíndeton, etc.) tienen la doble función de describir al personaje y atropellarlo. Por supuesto, el discurso de los personajes, entrecomillado o no, es la mejor vía de acceso a una conciencia; de acuerdo a la formulación marxista, “el lenguaje es la conciencia práctica”, y Yanko González muestra en acto, a velocidad máxima, el esplendor y la miseria de las conciencias chilenas.

En resumen, y retomando un poco las ideas anteriores, lo que Alto Volta viene a decir es que un país no existe más que para las conciencias que lo modulan y manifiestan en expresiones cuya tipicidad no está del todo cristalizada. O dicho de otra manera, un poco más abarcativa: no se tiene un país, se tiene la conciencia práctica de un país, y como toda conciencia práctica es lenguaje, lo que se tiene es un lenguaje y las maneras de hablarlo. Esto es una postura materialista en literatura. Yanko González reúne discursos sobre Chile (antropológicos, literarios, orales) y construye una forma artística que los lleva al estado de ebullición. Un gesto así no podría dejar de tener consecuencias al interior de la tradición poética donde se inscribe. Después de un libro como Alto Volta, parece difícil reencontrarse con un poeta chileno que pueda referirse a su país como a una sustancia primigeniamente dotada de poesía o grandeza. Pero en realidad, esta idea habría que invertirla: Alto Volta aparece precisamente porque el Sustantivo Chile ya no puede garantizar una productividad elegíaca ilimitada. Creer en Chile es cada vez más difícil. Finalmente, el país-isla, rodeado por un oceáno, una cordillera, un desierto caliente al norte y otro frío al sur, autosustentable en su cosmovisión y su moral, atravesó la dictadura de Pinochet y entró al mundo, en calidad de mera nación latinoamericana, hacia 1990, con el gobierno de la Concertación.

 

 

 

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Yanko González: crítica de la conciencia chilena.
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comparaciones odiosas con la tradición argentina.
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