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Yanko González y Alto Volta, su último poemario:
"EL POETA ES UN TÁBANO EN EL CULO DEL CABALLO"

Por Macarena Gallo
The Clinic. Jueves 27 de marzo de 2008

 

 

 

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- Cómo es tu vida en Valdivia?
-Al salir del internado, del Barros Arana y la Quinta "Anormal", evité como pude la parálisis que me producía el apelotonamiento comunal santiaguino. Aunque entré a una universidad que hedía aún a flato pinochetista, una parte importante de excomulgados estaban activos y pensantes y en cierta medida daban continuidad a las huellas de Luis Oyarzún, Jorge Millas o el grupo Trilce.

- ¿Quiénes?
-Sujetos enterados y amoblados intelectualmente, nacidos o crecidos allí, como Jorge Torres, Germán Arestizábal, Maha Vial, Clemente Riedemann, Oscar Galindo, Ricardo Mendoza, Luis Ernesto Cárcamo-Huechante, entre muchos, le daban a Valdivia, al menos literariamente, un espesor curioso en el Chile ochentero y noventero, al punto de existir varias revistas contraculturales, más de tres editoriales de poesía y una agitación que permanece. La propia Universidad Austral se fue volviendo más porosa académica y políticamente. Al terminar antropología y partir fuera de Chile, no me cupo la menor duda en volver allí, siempre como una opción política de "descentrarse': Al margen de todo federalismo demodé y de la apostasía provincial —tan cool en la escucha intelectual- Valdivia sigue siendo un espacio anómalo para estirar los huesos.

- ¿Por qué tardaste diez años en publicar este nuevo libro?
-No he hecho de mi musa una ramera. Así como no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo, yo persisto en el gerundio de estar escribiendo, corrigiendo circularmente o desechando "lo escribido”: Metales Pesados, mi anterior libro, lo publiqué también después de diez años de machacarlo. A veces me arrepiento de haber editado todos los textos, pero entonces creía ingenuamente que podía llegar a ser alguien publicando finalmente un libro. En todo caso, aparte de la lentitud, la obsesión por la vigilancia escritural y, sobre todo, mi sentido del ridículo, soy de los que se cansaron tempranamente de la fertilidad impostada, de la productividad destinada a saturar y a ganar nombradía por la vía de la insistencia. En cierta medida esta parquedad se transforma en un arte poética también, porque es una lucha contra la ansiedad, haciendo economía del ego y de las medallitas por las que babean tus compañeritos de curso estando en circulación permanente. Y aún así, no me he salvado de ser un juntaletras al que siempre le sobrarán poemas en un libro como caries fétidas en la boca.

"LOS ESCROTOS Y ÚTEROS PATRIOS"

- ¿Por qué te interesó el racismo y la xenofobia para incorporarlos en Alto Volta?
-El libro adquiere sentido viviendo en Valdivia y después fuera de Chile. Se fragua a fogonazos. Uno de ellos es el estallido de violencia racista en El Ejido, pueblo andaluz cuyos habitantes persiguieron, golpearon y aterrorizaron a la población inmigrante -mayoritariamente musulmana magrebí- durante varios días de furia xenófoba. Mismísimos días en que leía algunas cartas de la Mistral cuando era cónsul en Madrid. En una de ellas, Gabriela escribía "analfabeto como los árabes vecinos, tan lamentable casta'. Con ese eco cruel comenzaba a ver las caras de esas "castas" acorraladas y hambreadas en una Europa de oro, que tenía a balcánicas, subsaharianos, magrebíes y ecuatorianos, trabajando bajo las miles y miles de hectáreas de invernaderos plásticos; subempleados y mal pagados o lisa y llanamente perseguidos, ahogados o abandonados a su suerte. En fin, un nuevo proletariado articulado en torno a la extranjería. Pensarse allí obligaba a arriesgarse a jugar con la antropología personal; "entrarle" a la ajenidad para ir y volver al ombligo propio ¿qué cresta pasaba en este Chile sabidamente multicultural? Con las palabras de la Mistral a cuestas, la revisión de fuentes históricas, orales y literarias, se fue tejiendo un plan macabro para interrogar los escrotos y úteros patrios sobre varias caras de la exclusión, no sólo las de clase, sino también, y fundamentalmente, las provenientes del catecismo nacionalista, territorial y racial. El plan era siniestro estéticamente también, se trataba, al fin y al cabo, de hiperbolizar el cómo las diferencias se transforman en desigualdades.

- ¿Por qué Alto Volta? ¿Qué relación tiene ese país contigo?
- El título alude a un territorio africano que a fuerza de Estado intentó ser identidad nacional -Alto Volta-, pero que a poco andar se diluye y se recrea con la revolución de Thomas Sankara, transformándose en Burkina Faso. Rehabilitar Alto Volta como un espacio nómade y especular, que padece de estas xenofobias y xenofilias, amplifica el absurdo: no sólo los símbolos están sujetos a ser resemantizados (himnos, banderas, bailes, "comidas y bebidas"); sino también algo tan estructural como lo es el territorio y su apego mórbido y uso excluyente.

¿Qué queda de un país que desde 1984 dejó de llamarse? ¿Desaparecen por decreto sus identidades? En todo caso, la historia de Alto Volta, como parte de los dominios coloniales franceses y sus pueblos originarios acomodándose a un Estado atroz, es otro libro de poesía, interminablemente trágico. Y esa clase de libros han tenido que ver siempre conmigo.

- ¿Somos más racistas en Chile que en otras partes?
- Imagínese que le contestara esa paradoja... Justamente porque un "no" implica de algún modo mi etnocentrismo y un "sí" mi xenofobia, es que decidí escribir Alto Volta. A lo lenguaraz, sólo puedo referirme a ciertas especificidades de nuestros prejuicios. La dosis de racismo en ciertos espacios geoculturales de Chile tiene la particularidad de operar a través de la xenofilia, es decir, a través de un camino más largo y torcido que consiste en amar a ciertos colectivos para posibilitar el odio a otros. Pololeamos desde mitad del siglo XIX con los germanos y en el XX con los franceses mientras masacrábamos a mapuches y a peruanos; explotábamos a los chilotes, depreciábamos a los mestizos y echábamos a patadas a los gitanos...

"CHILE, PAÍS DE SEREMIS"

- En Alto Volta citas a varios y reescribes un poema entero de Claudio Bertoni. ¿Quién te llama la atención?
- Mmm. Ese poema titulado "gremio", tiene más histeria que historia, data de varios años y estuvo destinado a desquitarme, precisamente, de dos gremios que en su egotismo pontificaban esencialismos y determinismos sobre lo que era de "verdad" la poesía, sobre lo que era "objetivamente" la ciencia, o sobre cómo realmente se explicaba el relativismo o la homeostasis cultural. Supongo que es un alegato a través del robo sistemático, porque reescribo un poema que, a su vez, Bertoni reescribe basándose en un texto de un poeta inglés, si no recuerdo mal, de fines del siglo XIX. "Dame ese retrato mío que tienes en la cabeza" es una manera caballera de insultar los estereotipos y las caricaturas sobre el otro, poniendo como caníbales en serie a las madres y padres que explican la otredad, como Lévi-Struss, Margaret Mead, Malinowsky y otros próceres menores. Claro, como usted conspicuamente lo lee, en ese juego caníbal, el hablante también se come a Bertoni, que se comió, a su vez, al poeta inglés... Pensándolo bien tiene razón, casi todo Alto Volta es una comilona cuya única ensalada es el rencor.

- ¿Los antropólogos te han discriminado por hacer poesía?
- Supongo que mis colegas ortodoxos tienen cierto respeto por lo que hago o ya nos habríamos peleado a patadas hace tiempo. Muy de cuando en vez cruzamos algunas palabras sobre el tema, con decoro. Además, como Chamfort, me trago cada mañana un sapo para estar seguro de no encontrar algo peor antes de acabar el día... Pero en realidad, las cosas han cambiado en la antropolo­gía en relación hace diez años, incluso han salido oportunistas haciendo tesis doctorales a costa de sangre ajena sobre "antropologías literarias y poesías trans­disciplinantes". Por lo mismo, he abandonado la preocupación por recalcar y joder sobre el anarquismo epistemológico, la hermenéutica radical que supone toda representación antropológica o de vociferar en contra del fundamentalismo neopositivista. Escucharme decir eso ya me aburre, por lo que desde hace tiempo escribo e investigo sin preocuparme por rendirle cuentas a los Comisarios de la Antropología Internacional y leo con libertad esa magnífica antropología hispanoamericana del siglo XIX que fue la de los costumbristas, dialogo cuando puedo con Miguel Barnet o vuelvo a José María Arguedas.

- ¿Qué te parecen las arremetidas del poeta Germán Carrasco en contra de moros y cristianos en Chile?
- A Germán, como a Lalo Barrubia, José Eugenio Sánchez, Malú Urriola, Sergio Parra, Fabián Casas, entre otros, lo incluimos en una antología que perpetramos junto a Pedro Araya titulada "Zur/Dos. Última Poesía Latinoamericana", que se editó en España y Argentina el 2005. Lo incluimos no sólo por tener libros de poesía notables, sino también porque su poética no renunciaba a lo que creíamos fundamental desde el punto de vista de la antología: el poeta es un tábano en el culo del caballo. En ese sentido cumple, desde mi punto de vista, la responsabilidad zurda, siniestra, que le cabe a todo sujeto que ara la palabra en un campo de concentración vigilado por interdictos. Disculpe el parafraseo a Schopenhauer, pero si el médico ve al ser humano en toda su debilidad y el jurista en toda su maldad, el poeta tiene el mandato de verlo en toda su estupidez.

- ¿Qué te parece el cliché que dice que Chile es tierra de poetas? ¿Es tan así?
- ¡Ja! Usted quiere escucharme decir leseras... Uff. Intuyo que muchos Estados en su catecismo patrio, tienen un par de evangelios, unos hit, digamos, que no se cansan de imponerlo en los oídos. Una de esas cantinelas fetichistas es la de utilizar y ensalzar a sus poetisos como hacedores de identidad, una suerte de ventrílocuos por medio de los cuales habla el Estado para imponer Nación. Estos muñecos de palo nos cuentan por qué somos mismidad o por qué somos distintos a los que quedaron al otro lado de la frontera en la repartija del territorio o porqué somos civilizados y no salvajes como los que persisten en quedarse en "nuestros" latifundios forestales. Esos cánticos de originalidad nos dan la sensación de unidad cultural, simbólica, emocional, que es finalmente lo que necesita todo Estado para asegurar su existencia una vez que el uso de la fuerza pierde legitimidad. Con el respeto que me merecen sus obras ¿No le parece a usted curioso como el gran Zurita se arturopratiza? ¿no le parece escandaloso como Gonzalo Rojas se O'higginiza? Sospecho que en otros países estos ventrílocuos han quedado en desuso como traductores o intérpretes privilegiados de la identidad, pero en el nuestro siguen conservando su boato, su santería laica, por lo que gozan de cierto respeto republicano y algunas chauchitas para sobrevivir. Esos ingredientes bastan para que sigamos reproduciéndonos, al menos eso es lo que informan las estadísticas sociales: si en el censo de 1992 éramos trece millones trescientos cuarenta y ocho mil los poetisos, para el 2002 aumentamos a quince millones ciento dieciséis mil. Hay que advertir que estas cifras han mutado, porque para el bicentenario hay indicios claros que los documentalistas visuales, los mandarines del cine y SEREMIS nos duplicarán... Sí, para el 2010 podrá usted preguntar tranquilamente por el cliché: ¿Chile, tierra de Seremis?

PAYASOS LLORONES

- ¿Cómo funciona la institucionalidad cultural en nuestro país?
- Como le acabo de decir. Se seremizó... Horrible aliteración, pero "sinceramente seremizóse". Y disculpe la majadería, pero si los partidos políticos han perdido la legitimidad ideológica, moral, incluso afectiva, de ser los mediadores entre el Estado y la sociedad civil, difícilmente quedan en el seno de los mismos sujetos preparados técnica e intelectualmente para enfrentar uno de los espacios más mordaces de la modernidad, como el artístico. La imagen de dicha institucionalidad es justamente la de un Seremi inteligentonto, trotón mental, que repite durante horas y horas el significado del ítem "gastos de operación" en un proyecto.

- ¿Cómo así?
-Los suples y ñiples, como el proyectismo y la "fondarización" de la cultura, es una manera oblicua de maquillar la impresentable distribución del ingreso en el país. Se trata, además, de un chorreo controlado y focalizado a los productores culturales, aquellos potenciales e históricos respondones y amplificadores del malestar. De ahí la tragedia vicaria: o somos bufones cortesanos o payasos llorones de circo emperifollado. Se trata, entiéndame bien, no de eliminar los fondos y la concursabilidad idónea -que por lo demás nos ha salvado a muchos en el descampado-, sino de corregir y ampliar esas políticas que, en rigor, son meros programas.


Fotografía: Ignacio Traverso



 

 

 

 

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Yanko González y Alto Volta, su último poemario:
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