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Versos para no ser manada
Metales pesados. Yanko González Cangas. Editorial El Kultrún, Valdivia, 1998. 76 págs.
Por Milton Aguilar
Las Últimas Noticias, sábado 3 de octubre de 1998
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En los bajos de Valdivia, en los aciagos días de septiembre de 1994, Yanko González Cangas, presentaba una antología de jóvenes poetas de La Unión. Ahí señalaba, que en esos talleres "las neuralgias arreciaron. Todo corría por Williams, por Rimbaud, Ponge, Teillier, Pound, Marcial. Cardenal huyó muchas veces alarmado. Parra insistíaen quedarse hasta las 8. Sor juana nos convidó cigarros. Al Huidobro lo dejó la micro". Ese mismo espíritu está presente hoy con su libro "Metales pesados", que reúne las unidades poéticas El triángulo, Emperaire y Ceré mi sita. Es un verdadero uppercut a cierta poesía salvaguardadora de los valores eternos de la lírica, curiosamente escrita por jóvenes, que tienen el corazón envejecido por el soneto y las tradiciones decimonónicas.
Frente a esta insulsa propuesta, Yanko González despliega un imaginario transgresor y violento que recoge el espectáculo urbano con una fuerte carga de la cultura de los medios de masas: televisión, video clip, el cine, la música (el heavy metal como heredero del hard rock): Los Hip-Hop recién escuchan/ El wurlitzer siempre tarrearon/ el compact o la doble cassetera/ Recién escuchan la aguja que ronca entre los surcos (...), retomando el habla impura de la lengua inserta en el territorio del barrio o la marginalidad urbana. Obviamente resuenan los ecos de Enrique Lihn, Clemente Riedemann y Gonzalo Millán, en poetas jóvenes como Felipe Moya, Nicolás Díaz Badilla y Rodrigo Lira.
La enumeración caótica y plena de ironía de que hace gala el autor, nos pone frente a un poeta de nuestro tiempo, que con una difícil sencillez expresa con certeros y breves trazos un resumen del entorno, que se abre a las perspectivas de una textualidad contemporánea; que no desdeña nada, y que por el contrario suma a sus textos lo grande y lo pequeño del mundo, su épica y su minimalidad. En una prosa que no es poética, sino que un proema al estilo de los surrealistas, nos habla de la violencia y del olvido, como preludio de un encantamiento. Recuperando y transformando el desprecio hacia la cultura oficial, su imaginario poético se funda en la experiencia directa, en el detalle concreto, en el idioma peculiar de los bajos fondos, y en la libertad formal: Te violamos Paté cumbia/ Nosotros los roba-tapa de los esteichon (...). En este sentido, desafía una infinidad de elementos que se consideran intocables: como sustituto de la solemnidad emplea la blasfemia sin ambages; el egotismo anárquico, las frases irónicas se convierten en apóstrofes directos; reemplaza la dicción elegante y la textura consistente por superficies ásperas y un lenguaje tan confianzudo, que para la mayoría es considerado obsceno: -Ella tiene el sabor de un lápiz/ A mina chupado seis para la una en el colegio- Dice no/ que ella es cruda(...).
Resulta manifiesto que provocando un efecto desconcertante, Yanko González explota su propia experiencia marginal e inmediata, en lugares y momentos determinados, como respuesta al malestar social de la sociedad actual.