Aún hay realidades universales, válidas en todo tiempo y espacio; por ejemplo, el errar, y más precisamente, la errata: "Podemos afirmar, casi sin cavilar que, al igual que en los rollos de papiro, los códices de pergaminos, los libros impresos o libros electrónicos, 'hay erratas en las tablillas cerámicas sumerias', como lo expresó el ensayista mexicano Gabriel Zaid".
Quienes lo afirman son los antropólogos y poetas Yanko González Cangas y Pedro Araya Riquelme. Lo hacen en El agua verde del idiota (FCE), un ensayo histórico y cultural sobre la errata ("Equivocación material cometida en lo impreso o manuscrito", dice el diccionario), como la que le da título al libro, un verso de Neruda que debía decir "El agua verde del idioma".
Los autores reflexionan sobre el significado humano de estas equivocaciones (o aciertos) que, a contrapelo de lo que podría creerse, han aumentado con el avance de la tecnología, en particular con la automatización de estos procesos.
González y Araya sortean el principal peligro al escribir un libro como este: caer en la casuística, que agota; en cambio, logran entretejer los casos, hacer un texto que nos lleva, errantes, a leer sobre demonios, constituciones, erratas fecundas y vitales, rebeliones ortográficas, castigadores y corruptores, fisuras institucionales y hasta la errata como pensamiento material.
Tutivillus o Titivillus se llamaba el demonio al que el medioevo atribuía los chascos que cometían los escribas. El demonio, no lo olvidemos, era letrado, y entonces la escritura de por sí tenía algo de mal.
Seguro fue el diablo el que metió la cola en 1631 cuando apareció una edición impresa de los diez mandamientos en la que desapareció un "no", de modo que Dios mandaba: "Cometerás adulterio". Fuera o no el diablo, Carlos I de Inglaterra envió a la cárcel a los impresores reales Robert Barker y Martin Lucas por regalarle al mundo la que empezó a conocerse como la "Biblia maldita".
Otro caso: Camilo José Cela, que llegaría a ser Premio Nobel de Literatura, y que fuera censor franquista, fue parte del grupo de parlamentarios constituyentes elegidos para redactar la nueva Constitución española. Logró, por ejemplo, que donde se habla de la bandera, se sustituyera "gualda" por "amarillo". Y que se incorporaran como sinónimos "español y castellano", con lo que "asestó un golpe a los nacionalismos históricos".
La corrección de la escritura, o la denuncia de errores, tiene algo de pulsión controladora, de restringir lo que se escribe y sobre todo quién lo escribe. De ese tipo de cosas se va dando cuenta el lector mientras avanza en El agua verde del idiota. O de que la errata hace al poeta (lo dice un libro escrito por dos poetas). Y de que la imperfección es la perfección humana: "La psiconeurología parece indicarnos que de alguna forma nuestro cerebro ha previsto el fallo y ha decidido no pensar de modo perfecto desde el comienzo, puesto que paraliza
nuestra imaginación y razonamiento", leemos. O sea que a veces podría ser un error corregir un error.
Si no sonara cursi, habría que decir que la vida es una errata. Y que el miedo a la imperfección y al error es miedo a la vida, o en todo caso, a lo humano. "Voy a morir un día de una errata", escribió Juan Ramón Jiménez. "Hay que tener cuidado con los libros de salud, podemos morir por culpa de una errata", advirtió Mark Twain.
"Si el error fuera simplemente una cuestión de una coma equívoca aquí o una palabra incorrecta allí, no sería gravitante, pero los errores sustentan nuestras vidas, nuestros mundos", dicen los autores. Una errata puede poner en riesgo la institucionalidad, como en el caso de la "Biblia maldita" (o "Biblia del adúltero") o de alguna otra ley mal redactada.
Puede haber errores intencionales, sabotajes, subversiones: cuando los nazis ordenaron a unos prisioneros polacos forjar el infame letrero que recibía a los prisioneros en Auschwitz —"El trabajo libera" (Arbeit macht freí)—, los obreros soldaron al revés la letra B de la palabra Arbeit (trabajo); "era una especie de malicia que nos daba satisfacción", dijo Jan Liwacz, uno de ellos, en 1965.
El agua verde del idiota es también, cómo no, un ensayo sobre la escritura, incluso de la escritura como forma del tiempo, y al pasar nos entrega bellas definiciones sobre el afán de registrar; por ejemplo, "querer participar de la contingencia del mundo". "Abandonada la caza del sentido unívoco o 'correcto' de cifrar, es decir, librados a la errancia y al errar, tal vez podamos acercarnos a otra comprensión de lo que significa escribir —o 'fabricar' un objeto escrito— y leer".
En el último capítulo, titulado "Fuera de la cárcel del alfabeto", González y Araya especulan sobre la posibilidad de erratas en la escritura maya y rapanuí. Hay rastros que permiten afirmarlo, además, claro, del hecho de que toda empresa humana yerra. Sin embargo, el misterio de esos registros permanece, al menos en el caso maya, por la acción correctiva de ciertos hombres.
La pira debió ser gigante. El jueves 12 de julio de 1562 en la plaza principal de Maní, un pueblo en Yucatán, el obispo franciscano Diego de Landa reunió a cientos de prisioneros mayas para que observaran cómo el fuego quemaba la idolatría, ese error, ese asunto diabólico: "5.000 ídolos de distintas formas y tamaños, 13 piedras grandes que servían de altares, 22 piedras pequeñas de varias formas, 197 vasos de todas dimensiones y figuras". Y también "27 rollos de signos y jeroglíficos", anotó el religioso.
¿Cuántas erratas, cuánta vida, cuánta humanidad desapareció con la destrucción de esa y otras escrituras? Vaya error, o vaya corrección.
Como promete el subtítulo, es un conjunto de asedios culturales e históricos -en la amplia variedad de la cultura escrita- al mundo del gazapo, deteniéndonos en algunas obras clásicas de la modernidad temprana, otras muy singulares salidas de las prensas novohispanas,
hasta muchas obras literarias del siglo XIX y XX, espejo de conspicuas autorías que convirtieron a la errata en su aliada, su obsesión, su némesis o su fantasma —como Eça de Queirós, Vallejo, Clarice Lispector, Neruda, Rosario Castellanos, Juan R. Jiménez,, Derrida, Mary Ruefle,
Cervantes, Shakespeare, Valery Larbaud, Machado de Assis, entre una treintena—. Pero estos asedios no se agotan ahí. Nos interesó darle porosidad y apertura tanto referencial como contextual a buena parte de los problemas y casos que tratamos, entendiendo la errata
inscrita en la amplia pluralidad histórica, cultural y material de las prácticas escriturarias. Debido a ello, podrán encontrarse no solo con gaffes en códices y folios literarios, sino también, en biblias, textos jurídicos, mapas, grafitis, letreros emblemáticos del nazismo u otras escrituras expuestas (estelas Mayas o tablillas rongo-rongo rapanui), que conviven con un abanico complejo de tecnologías de producción escritural, arraigadas a una cosmovisión y a procedimientos que nos ayudaron a comprender la poliédrica vida social de la errata:
desde el cálamo a las virguerías del arte tipográfico; y de estas a la linotipia o la “esfera de escribir” usada por Nietzsche. Tras estas tecnologías y la suma de materialidades anexas, convergen una serie de actores —amanuenses, copistas, correctores, cajistas, prensistas, editores, traductores, libreros, autores, programadores, entre otros— que nos resultaron esenciales para desentrañar el yerro escrito. Al final de este hilo les confidenciaré el origen del título, pero antes quiero subrayar -como lo hacemos en el libro-, que el gazapo muchas veces habita en uno mismo, “agazapado” y como una bestia hambrienta de pronto sale para traicionarnos. O bendecirnos. Porque, “¿cómo puede errar un poeta si no hay poeta, solo poema?” Tanta buena poesía tiene un precio.
Después de todo, como reza el proverbio hindú, no hay un prado perfecto hasta que no cae sobre él una hoja para romper su soberbia. ¿Y el título? “El agua verde del idiota” es una errata cometida por una reconocida editorial argentina en contra de un verso de Neruda (“el agua verde del IDIOMA”), que para el vate fue muy, muy dolorosa. Descubrimos, entre varios meandros, que este error (o resplandor), para suplicio del Nobel, sigue vivo en muchas antologías… Les dejo el índice del libro:
Y también, la cariñosa fajita (que en el mundo de la edición se le llama pomposamente “blurb”) que lxs amigxs del FCE le hicieron, con mucha fe, al libro. Ojalá que no decepcionemos esas lisonjas. Ah Si me envían por aquí alguna bella, amarga, chusca o corrosiva errata que hayan descubierto en sus tantas lecturas y retenido en sus largas memorias, prometemos investigarla, cavilarla y ensayarla para elaborar una segunda edición actualizada y aumentada
Un abrazo y otro más.
El agua verde del idiota: La errata cultura e historia
Sus autores Yanko González Cangas y Pedro Araya Riquelme nos cuentan sobre su nuevo libro y su extensa investigación
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com ERRAR ES UMANO.
"El agua verde del idiota", Yanko González Cangas y Pedro Araya Riquelme.
FCE, 2023, 301 páginas.
Por Juan Rodríguez Medina.
Publicado en El Mercurio, 31 de diciembre de 2023