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        Yanko González Cangas: 
          “Uno no tiene que sufrir para ser poeta, la adolescencia es suficiente sufrimiento para todo el mundo”
        
          Por Ernesto González Barnert 
          Publicado en https://www.cineyliteratura.cl/ 26 de Agosto de 2019
            
            
            
        
          
            
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Uno de los autores fundamentales de la poesía  chilena de los últimos 30 años, conversa desde Inglaterra (donde vive) con el  Diario «Cine y Literatura» acerca de su quehacer creativo a lo largo de una  trayectoria -cuestionada por él mismo-, en un diálogo que también se extiende a  través de las coordenadas tanto existenciales como estéticas, por las cuales ha  dirigido una bibliografía escasa en número, pero influyente en el concierto de  las letras nacionales. Más aún, luego de la reciente publicación de su corpus  «Objetivo general».
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        Quizás uno de los mejores libros de poesía en lo que va del año es Objetivo  general (Lumen, agosto 2019) de Yanko González  Cangas (1971), volumen que reorganiza su poesía a la fecha, insiste en dejarse  leer como una especie de “obra gruesa” o página en construcción, evitando la  lectura museal de su obra y dando cuenta de ser una de las voces chilenas más  jugadas, sorprendentes y hábiles del parnaso local y latinoamericano, aún en  plena búsqueda y exploración de sí mismo a través de las voces con que arma y  da cuenta en cada volumen de sus indagaciones particulares, intelectuales,  sociales.
         Pocos logran como Yanko mantener una  obra que más allá de sus exploraciones específicas en cada libro –que a la vez  son la suma de muchas voces–, tener tal  consistencia en su entramado  intelectual, sin perder un ápice de lirismo y brutalidad. Porque algo que la  obra de Yanko sabe es de la violencia imperante en el retrato general como  particular de la sociedad(es) más allá del discurso bienintencionado o  cultural.
consistencia en su entramado  intelectual, sin perder un ápice de lirismo y brutalidad. Porque algo que la  obra de Yanko sabe es de la violencia imperante en el retrato general como  particular de la sociedad(es) más allá del discurso bienintencionado o  cultural.
                      Objetivo general corresponde con todo lo que esperamos en cada lectura de Yanko, lo  sitúa en la primera línea como ya algunos lo sabíamos, con su destreza  intelectual, dominio de la tradición poética, la ironía brutal que despliega en  cada poema o libro. El sesgo socarrón a los discursos imperantes desde una  actitud nómade y fronteriza.
         Sin duda, el poeta radicado actualmente  por estudios en Inglaterra, con su ventrílocuismo verídico, poético, capta  inteligente en cada poema, su belleza tanto como la brutalidad intrínsica de  cada asunto sin perder un metadiscurso de fondo, de alcances éticos, políticos  y sociales. Y nos lega un primer apronte sustancial, decisivo, único,  ineludible.
        —¿Qué significa en lo personal un libro  como Objetivo general en  tu trayectoria poética? 
          —En mi caso me cuesta hablar de  trayectoria, si por ello entendemos un trazado que tiene un principio, algunas  estaciones intermedias y una suerte de final o destino buscado. Lo digo porque  precisamente el título hace referencia a eso, a aborrecer esa noción de  sentido, en su doble acepción, orientación y significado. De hecho, no quiere  ser una antología, más bien una suerte de arqueo de mi obra que a través del  título hace un auto escarnio de lo conseguido, de “lo logrado” hasta ahora,  porque aunque la tentación de ver este oficio como una “carrera”,  hiperproductiva, de esas siempre ascendentes y lineales, colmada de  publicaciones y medallas siempre está al acecho, yo he publicado poco, muy  espaciadamente y sólo cuando he creído probable aportar algo. Ahora, demás está  decir que esto último no tiene valor en sí, ni superioridad moral o estética  alguna, sólo es cómo yo he vivido la literatura. De ahí que esa sea la burla  de Objetivo general, la  evidencia de lo apenas conseguido o el despropósito de una meta que  ilusoriamente se quiere alcanzar. Por lo mismo, Ernesto, yo no creo mucho en mi  trayectoria, más bien en algunos de mis meandros, donde he sido feliz y libre  escribiendo. Ahora, claro, a nivel emocional, amical, siempre es una alegría  poder convocar a más lectores debido a que mis libros tienen escasa  circulación. La colección Lumen, dirigida brillantemente por Vicente Undurraga,  es una de las mejores cosas que ha pasado últimamente en nuestro país desde el  punto de vista de la divulgación y dignificación de la poesía chilena. En ese  sentido, Lumen viene a redoblar el excelente trabajo que ha venido haciendo  Matías Rivas en UDP desde hace ya largo tiempo.
        —Citas a Jack Spicer  diciendo «la poesía termina en una soga». A propósito del libro con que  abres Objetivo general,  ¿te interesa más el suicidio o el ahorcamiento? 
          —Como es una suerte de obra  reunida, Objetivo general contiene libros de distinta época y distintos afanes. Lo curioso  del libro a que te refieres –Elábuga– es que es un libro que abandoné al poco tiempo de profundizar en su  escritura. Al cumplir 40 años en 2011, les regalé a mis amigos, en una edición  de escaso tiraje, un adelanto de 10 poemas de lo que sería a futuro una obra  más o menos voluminosa y finalizada. Como sabes, el libro trata de un tipo de  suicidio, el ahorcamiento, cuestión no muy feliz de abordar si además lo único  que quieres es ahorcarte y, en un estado cada vez más lamentable, no pasas de  romper tu fotografía. En su momento comenté lo suficiente sobre Elábuga porque llevaba bastante tiempo dándole soporte investigativo y  hasta hice un texto ensayístico paralelo, como guía de escritura, y lo presenté  en un encuentro de Escritores de Monterrey. Pero lo concreto es que no pude  continuar con el libro porque me hacía absolutamente desgraciado. Así es que lo  tiré. Años después, hacia el 2017 cuando Vicente me manifestó su interés por  ese libro y mi partida a Inglaterra, probé con mucha cautela retomarlo para  corregir o proseguir su escritura.
         El momento era otro y la perspectiva  del tiempo me liberó de varias cosas, obviamente del dolor, pero también del  “plan” que se suponía tenía el libro originalmente, que era traducir con más o  menos acierto la construcción cultural del ahorcamiento como un procedimiento  singular de muerte por mano propia. De tal modo que cuando cité a Jack Spicer  en una entrevista de hace ya 8 años, estaba con la bibliografía a cuestas, de  la cual finalmente me terminé liberando para abrir Elábuga a otros nombres propios, a otras vidas que se habían  autoestrangulado, para reescribirlas. Lo que hace que el libro no sólo muestre  todo lo que de triste tiene la angustia y la desaparición, sino también la risa  de la herida, la liberación. Para ello fue clave regresar a Marina Tsvetáyeva  –Elábuga es el pueblo donde se ahorcó- y encontré en una de sus cartas la señal  que necesitaba para acabar -y liquidar- el libro: “todo esto ha sucedido. Mis  versos son un diario, mi poesía, la poesía de los nombres propios”. Así fue que  me expulsé del libro para entrar en otras vidas. Pero claro, fue difícil auto  convencerme de comenzar Objetivo general con Elábuga por primera vez completo, donde pese a algunos entusiasmos y  contentos, no deja de circular mucha tristeza. Es ahuyentar a los lectores  desde la primera página, por lo que supongo será difícil o lento atraer más  lectores que el puñado que a uno le tiene cariño o alguna consideración  literaria.
        —¿Qué le dice el investigador social al  poeta y viceversa? 
          —Bueno, no sé si a estas alturas hay un  diálogo, más bien hay un coro o un soliloquio a dos voces, porque ya me es  difícil distinguirlos como en un principio, en el que me preocupaba por  estrujar ambos saberes –la antropología y la literatura- para mover ciertos  límites epistemológicos entre ciencia y creación y ver qué resultaba  escrituralmente. Ese ejercicio ya está incorporado casi sin querer queriendo.  Lo que me dejó el momento inicial de ese diálogo fue, en cualquier caso, un par  de cosas valiosas para proseguir insistiendo en escribir. Una es que en  antropología, al contrario que en poesía, el “mucho yo” hace estragos y la otra  es sostener una risa acre en contra del cientista social omnicomprensivo y el  poeta que se toma demasiado en serio. Ahora bien, igualmente interesante de la  conjunción entre ambos saberes y perspectivas, es la ruptura de esa clásica  separación del viejo pesimista alemán que decía que todas las cosas son  espléndidas de ver, pero horribles de ser. La fusión del poeta y el cientista  social permite alternar entre el que observa la realidad y el que la padece.  Los caminos para llegar a ello, sus procedimientos metodológicos, son sólo en  apariencia divergentes, pues al igual que la antropología, la poesía es una  suerte de murciélago, no sólo porque vampiriza la realidad, sino porque se guía  por ecos.
        —Después de Objetivo  general, ¿qué podemos esperar? ¿Más Torpedos? 
          —Estoy escribiendo Torpedos desde 2014 y en Objetivo general aparece una buena muestra. Es un trabajo que implica varias  dimensiones por lo que es lento y, por lo mismo, se ajusta a mi manera de  enfrentar la escritura, demorosamente. Como pudiste leer en Objetivo  general con las imágenes de registro que acompañan a  cada poema, son textos corpóreos que parodian el hastío de aprender lo que se  debe aprender, de la obligatoriedad de reproducir una especie de memoria  oficial para convertirse en alguien en la vida, algo que se expresa de manera  literal no sólo en los sistemas educativos, como aparatos ideológicos tanto del  Estado y del mercado, sino también en nuestra socialización cotidiana, a través  de los consejos –“no los doy ni dejo que me los den”, decía De Rokha-. Quise  responder a ese hastío recreando esas prótesis pobres de la memoria, como los  torpedos, que se esconden y mienten ingenuamente sobre lo que sabemos o lo que  deberíamos saber. Bueno, crearlos y recrearlos me ha sido largo, porque después  de escribir cada poema-torpedo, debo imaginar cómo y dónde puede ser escondido  y seguidamente, hacerlos, como en el colegio, con todo el trabajo manual y la  delicadeza que esas miniaturas exigen. Además, entre cada grupo de torpedos, se  alternan –como supongo pudiste leer- relatos etnográficos de aula,  conferencias, discursos académicos, político-educativos, etcétera que aún debo  seguir transcribiendo, ordenando y procesando de mis cuadernos y libretas de  trabajo. Es lento, pero ya va tomando forma y espero publicarlos, quizás, el  próximo año.
        —¿Te gusta que una librería lleve el  nombre de tu libro, Metales pesados,  tan significativo para muchos de nosotros? 
          —Bueno, lo veo como un gesto de cariño,  de admiración honesta por lo que el libro arriesga y supone o supuso en su  momento. Cuando Sergio me pide el nombre Metales Pesados para la librería, yo  vivía fuera de Chile y no sabía en lo que esa idea se convertiría finalmente,  con el gran trabajo, además, de Paula Barría y el de buenos amigos que han  pasado por ahí también, como Víctor López, Aldo Perán y ahora Diego González. Cuando  vi lo potente del proyecto, la verdad es que yo estaba más alegre por mi amigo  Sergio que por el elogio que podría significar que una librería lleve el nombre  de tu libro. La mayor parte de su vida como poeta, Sergio la ha dedicado con  rigor a la lectura y al mundo del libro, a veces en situaciones biográficas y  materiales muy difíciles. Así es que ver consumada la idea constató la valía de  él como omnívoro lector y vórtice de diseminación formativa y retroalimentación  cultural de obras poco atendidas, descatalogadas o libros sin mucho boato  publicitario. Es decir, creo que fundaron una verdadera librería, con la  impronta de un auténtico librero, ese que es “casi un libro”, como decía Héctor  Yánover, los que están, lamentablemente, en vías de extinción.
        —¿Qué es lo que más te da julepe del  Chile actual? Desde la distancia, ¿cómo ves la poesía en el panorama literario  chileno? 
          —A veces pareciera que la poesía en  Chile se mueve entre los cementerios. Se entierran a unos para desenterrar a  otros. Nos cuesta mucho abrir el espacio público para más de tres o cuatro. Una  de las fortunas de tener una prensa cultural rica, diversa y abundante, es que  te permite tener siempre la cartelera vigente. No sé, en Argentina, en España o  acá mismo, en el Reino Unido, uno ve que pasan de William Blake a Yeats, de  Robert Graves a Carol Ann Duffy, de Roger McGough  a Malika Booker en un  ancho y simultáneo cause de publicaciones y reediciones. No hay “rescate”,  porque no han sido enterrados, ni desenterrados. Por ello, creo que en Chile  algunos premios han sido nefastos. Si bien ayudan a la economía de la escritura  y al currículo simbólico del que escribe, le han hecho un daño enorme al lector  que se aventura por primera vez a una autora o un autor que es etiquetado y  recordado por los premios que no se ganó. Horroroso.
         Después de la primera línea sobre  Lemebel, la segunda sentencia insiste en que nunca le dieron el Premio  Nacional. Hace poco murió Lafourcade, después de haber sido enterrado en vida,  lo desentierran para enterrarlo de nuevo con la majadería que no había ganado  el Premio Nacional. No tiene que ver ni con la falta, ni con la abundancia de  premios, tiene que ver con el uso y abuso de ellos en el campo de fuerza  socio-literario y también comercial. En ese sentido y tratándose del Premio  Nacional de Literatura en Chile, el libro El  club de la pelea de Andrés Gómez es brillante,  porque señala el revés y el derecho de la trama y uno entiende las  consecuencias en las operatorias de canonización y contra canonización que  modulan nuestra aldea letrada. El marcaje por la vía negativa creo que tiene  derivaciones tristes para nuestra literatura, pues estigmatiza lecturas,  autores y obras. Hace poco leí un extracto de una entrevista a Violeta Parra  que rescató Guido Arroyo para el libro Materiales de mi  canto donde decía: “si usted llama triunfar a haber  ganado unos cuantos premios y tener varias grabaciones, para mí eso no es más  que lavar platos”. De otra manera lo apuntaba un grosero pero perspicaz  novelista americano: los premios o las condecoraciones son como las  hemorroides, tarde o temprano todos los culos tendrán una.
        —¿Qué estás leyendo o escuchando ahora? 
          —Bueno durante estos años en Inglaterra  he tenido que escribir un libro sobre fascismo y juventud, el que terminé y  estoy a la espera de que salga publicado. Así es que tuve que leer una montaña  teórica sobre fascismo durante todo este tiempo y prosigo hasta ahora. Pero  como pasa pocas veces en la vida, mi estancia aquí me ha permitido aprender,  traducir, ver y leer mucho y de todo lo que me interesa, pues mi tiempo no fue  secuestrado. Así es que además de leer toda la bibliografía posible sobre fascismo,  hice lo propio con todas las biografías, contornos o trazos de vida de la gente  y las voces que aparecen en Elábuga y también ingresé más o menos ávido, pero no sin dificultad, a la  obra de varias y varios poetas del norte de Inglaterra que me interesaban, como  Basil Bunting y otros más jóvenes, del sur, como Sam Riviere o Kate Tempest. La  ayuda de Jessica Rainey en esto, ha sido vital.
         También me llegaron en digital o en  papel, libros de Chile que he leído con interés y enorme placer, como los de  Maha Vial, Leonardo Sanhueza, Óscar Barrientos, Alejandra Costamagna, Mario  Verdugo, Roberto Careaga -su biografía sobre Rodrigo Lira- y Alejandro Zambra  –que tiene un relato hilarante en su Tema libre sobre una novia argentina-. También releí hace poco y en digital  el incomparable Informe Tapia de Marcelo Mellado. Pero las últimas semanas y debido a una  enfermedad que todavía los médicos no pueden diagnosticar, me ha costado  mantener el ritmo de lectura. Debido a que a mi vuelta a Chile debo retomar mis  labores de director de la editorial de mi universidad, había comenzado a leer  toda la obra memorialista de editoras y editores catalanes. Terminé la de  Carlos Barral, la de Esther Tusquets, la de Beatriz de Moura y dejé a la mitad  la de Mario Muschnik por los mareos y dolores de cabeza. Pero ahí sigo,  contento. Uno no tiene que sufrir para ser poeta, la adolescencia es suficiente  sufrimiento para todo el mundo.