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Yanko González Cangas.
«Los más ordenaditos.
Fascismo y juventud en la dictadura de Pinochet»
Santiago, Editorial Hueders, 2020, 357 pp
Por José Pavez Manzano
Universidad de Chile
Publicado en Cuadernos de Historia. N°. 57, Diciembre (2022)
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El antropólogo Yanko González Cangas (Universidad Austral de Chile) realiza un minucioso estudio etnográfico y de archivo para comprender los procesos de formación de “juventudes de Estado” durante la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet en Chile (1973-1989), desde un cruce entre la Antropología y la Historia, por medio de una recopilación de testimonios orales y una revisión de los documentos de aquella época, tanto en España como en Chile, pues los nexos ideológicos y políticos con la dictadura de Franco son relevantes al hablar de juventudes politizadas.
Para el régimen dictatorial, la juventud adquiere una importancia societal, pues desde ella se entiende la perpetuación del proyecto autoritario, resultando necesario formar y dirigir a los jóvenes, al punto de desarrollar dirigencias políticas que representen la “fibra patriótica y fuerza creadora que transforma en realidad la esperanza nacional” [1] en distintos niveles de organización territorial.
Esta etnografía histórica se presenta en tres secciones. La primera parte del texto se titula “El golpe generacional”; en ella, González explica el surgimiento del sujeto joven desde la segunda mitad del siglo XX hasta los albores de la dictadura, repasando hitos de asociatividad juvenil, politización y procesos de identificación sociocultural a través de la música y el arte principalmente. Sin embargo, este escenario se ve tensionado y, finalmente, quebrado al enfrentarse a un arquetipo del sujeto joven, altamente respaldado por los sectores tradicionalistas de la sociedad durante la década de los 60, y que ya en los primeros meses de la dictadura se promueve desde un adoctrinamiento de los cuerpos jóvenes, tomando como referencia la victoria de la guerra de las melenas por parte del conservadurismo: “lo que el régimen de Pinochet corta a través del cabello es en gran medida el núcleo expresivo y plural de las identidades juveniles emergidas hasta septiembre de 1973” [2] .
En la segunda parte, que lleva por título “Juventudes de Estado y conexiones generacionales”, el relato se avoca a presentar los fundamentos, la orgánica y las funciones de las organizaciones establecidas por el régimen para encauzar a las juventudes, como la Secretaría Nacional de la Juventud (SNJ) y el Frente Juvenil de Unidad Nacional (FJUN), las que tenían características androcéntricas y patriarcales; el lugar de participación de las mujeres era exclusivamente en otro órgano sostenido por la dictadura, la Secretaría Nacional de la Mujer. De la misma manera, en esta sección del trabajo se condensa el corpus teórico vinculado a discutir el concepto de fascismo, cuestionando si el régimen de Pinochet se podría vincular —desde su praxis— con una genealogía europea, tomando el mencionado caso de Francisco Franco en España (1939-1975) a partir de la función del deporte en la construcción de juventudes de Estado, en cuanto este “transmitía los valores del orden, jerarquía y sujeción a las normas (...) no solo docilizaba los cuerpos, sino también los espíritus” [3] . Etnográficamente, a partir de relatos orales de distintos dirigentes y militantes de la SNJ y del FJUN, así como de documentos fundacionales de las organizaciones, González reconstruye la cultura política y una política de juventudes que la dictadura militar propició desde un comienzo.
En la tercera y última parte de su etnografía histórica, el autor aborda, de una manera sintética y explicativa, los procesos de adoctrinamiento simbólico por medio de los cuales se les infundía a los jóvenes sobre la misión de refundar la patria. En esta sección, denominada “Fidelización y fascistización ritual”, González se refiere a la construcción política de distintos espacios rituales que el régimen estableció desde sus primeros años para consagrar la adhesión y fidelidad a Pinochet y el proyecto en marcha. Estos espacios se diseñaron a partir de una lectura mítica, y en tanto épica, de la batalla de La Concepción, durante la guerra del Pacífico de la segunda mitad del siglo XIX, en la que solo 77 jóvenes soldados chilenos se enfrentaron a un contingente de más de 2000 hombres peruanos, claramente resultando derrotados por una cuestión numérica: “los jóvenes chilenos reencarnarían al joven que lucha para preservar lo más puro de la nación y lo ‘conquistado’ —un país, un nuevo orden—, defendiendo todo ello del enemigo externo —‘comunismo internacional’— con gallardía hasta el martirio” [4]. Los usos políticos que le otorgó el régimen a este enfrentamiento bélico fueron suficientes para fundamentar toda una interpretación heroica del “ser joven” y crear una realidad mística en torno a la memoria de los 77 caídos y a los símbolos patrios, como la bandera chilena; así, a menos de un año de comenzada la dictadura militar, desde el 9 de julio de 1974, se celebra el Día de la Bandera Nacional en conmemoración de este evento.
El proceso de fascistización no se reduce solamente a la adhesión, militancia o participación política de los sujetos, sino que es un proceso dirigido y controlado por quienes detentan el poder, utilizando mecanismos de persuasión ideológica y de sacralidad simbólica para imponer, formar y encauzar nuevos sujetos que sean fieles al régimen [5].
Para el caso de la obra reseñada, la relevancia del concepto de “juventudes de Estado” no se ajusta únicamente a lo que se puede observar comúnmente por los organismos estatales que gestionan las políticas públicas en torno a la juventud, los denominados “Institutos de la Juventud”, con sus conocidas versiones en diversos países. La relevancia del concepto propuesto por el autor va en línea con la construcción explícita de un modelo identitario políticamente ideologizado y reducido a una mera instrumentalización, en este caso, de la “juventud” [6], para cumplir con un plan mayor de autoconservación y perduración de un régimen autoritario. La idealización de una juventud y su descrédito, ignorancia y anulación de otras formas de ser joven, propicia la construcción y perpetuación de expectativas sobre los “otros” jóvenes; aquellos que en los marcos oficiales no ingresan, como las mujeres, los ateos, los de izquierda, los migrantes. La depuración identitaria resulta un éxito al momento de establecer límites, prejuicios y castigos.
El estudio de estas formas artificiosas de generar juventudes o cualquier otro tipo de identidad da cuenta de los alcances claros que posee la administración fáctica y, también, democrática, del poder, los medios de producción y de comunicación. Retirar los estigmas implica, sin duda, un enfoque de derecho y reparativo.
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NOTAS
[1] Yanko González Cangas, Los más ordenaditos. Fascismo y juventud em la dictadura de Pinochet, Santiago, Editorial Hueders, 2020, p. 193.
[2] Ibid., p. 61.
[3] Ibid., p. 77.
[4] Ibid., p. 246.
[5] Ibid., pp. 131-132.
[6] Klaudio Duarte, “¿Juventud o juventudes? Acerca de cómo mirar a las juventudes de nuestro continente”, Última Década, N°13, Viña del Mar, 2000, pp. 59-77.