Un libro para superar la escritura: los poemas manuales de Yanko González TORPEDOS, Ediciones Kultrún. Versión con objetos y Versión con poemas. Por Roberto Careaga C. Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 9 de junio 2024
Parece una goma de borrar como cualquier otra, pero tiene algo escondido: en un extremo tiene un pequeño sacado que permite abrirla. Adentro contiene una tira de papel que se desenrolla y muestra un texto manuscrito. En una sala de clases no habría duda de que esa goma sería el escondite para guardar un torpedo. No un proyectil, sino uno de esos apuntes clandestinos que todo estudiante alguna vez elaboró para salir airoso de un examen sin necesidad de estudiarlo todo. Pero la goma está en un libro, en un libro tan grande que permite en sus páginas un troquelado donde está depositada. El volumen trae más objetos: una huincha de medir, unos anteojos, un lápiz, una regla y un anillo que esconde otro anillo en su interior. Todos ocultan textos que, en conjunto a más textos, imágenes e incluso otro libro más pequeño, conforman Torpedos, el nuevo libro del poeta Yanko González.
Decir que Torpedos es un libro de poemas sería limitarlo.
Lo es, pero a la vez es un mecanismo ideado para superar las limitaciones materiales de un libro tradicional y convertirlo en un depósito de ideas poéticas que exceden las posibilidades de los versos. "Estos poemas necesitaban expresarse de esta manera", cuenta González, poeta y antropólogo, que en más de 20 años como profesor universitario con experiencia en clases y en cargos directivos fue detectando una serie de imposturas en el sistema de enseñanza.
De ahí no solo vinieron poemas, también una forma: los torpedos como el vehículo de resistencia más elemental a los estudios basados en la memorización.
"Empecé a tener estos poemas enrabiados contra los sistemas de enseñanza y aprendizaje, contra lo que se había convertido la educación formal. Y a poco andar me surgió el soporte.
Son una miniatura tan pobre los torpedos que pueden amplificar su capacidad erosiva si yo la reproducía y la inscribía en un soporte poético", cuenta González, que hace una semana lanzó Torpedos en el Centro de Investigación y Documentación Il Posto (José Miguel de la Barra 480, 201). Ahí hoy se expone una serie de objetos que acompañan al libro y que fue elaborando en los 14 años que le demandó el proyecto. En su fase final, necesitó de cinco imprentas para llegar al volumen de 900 páginas. Diseñado con apoyo de Ricardo Mendoza, director de ediciones Kultrún, el libro se vende en $100 mil, pero tiene una versión solo con poemas que vale $15.000.
Director de Ediciones Universidad Austral (UACh) y decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de dicha casa de estudios entre 2011 y 2017, González es autor de libros como Metales pesados (1998), Alto Volta (2007) y Elábuga (2011). Ha escrito una poesía compuesta por investigaciones antropológicas, y sus versos suelen estar cruzados por voces de otros, ecos que vienen del lenguaje de la burocracia, las jergas juveniles o la tradición poética.
Siempre sus poemarios tienen elementos gráficos que coquetean con lo objetual y Torpedos lleva esa idea al extremo: al estilo de los poetas Arturo Alcayaga, Juan Luis Martínez o Guillermo Deisler, acá González echa mano de las artes visuales. De hecho, antes de que se convirtiera en el libro que es, Torpedos empezó siendo una serie de objetos que efectivamente existen y se pueden ver en la muestra de Il Posto.
Con técnicas artesanales que fue perfeccionando con el tiempo, González fue escondiendo mensajes en sacapuntas, lápices, llaveros, correctores ortográficos, relojes, audífonos, corbatas, calculadoras, pulseras, cajas de remedios, mascarillas o incluso en envases de chicles. Una manzana puede abrirse como si fuera un pequeño libro que incluye hojas anotadas.
Un libro contiene en su interior un muñeco de trapo sobre el cual el poeta escribió a mano un poema, el "Inspector vudú". No todos están en Torpedos, pero de todos hay imágenes. Sí está un lápiz pasta que tuvo que mandar a hacer a China: con cada clic para sacar la punta, se despliega una línea de texto diferente en los costados.
Versos: "donde dice línea, es forma. donde colores, / texturas y donde ritmo, orden. / qué es el arte. colgar en un muro las cosas / que alguna vez te hicieron daño".
Dicho poema no solo está en el lápiz pasta, sino también en un pequeño volumen incluido en el libro Torpedos: escondido en lo que parece ser una caja de lápices de colores, aparece un libro de 140 páginas con 103 poemas —la base textual de los objetos— en los que González aborda la mecanización de la educación y sus absurdos, pero también los aprendizajes en general, emocionales, técnicos o artísticos.
Uno de los textos centrales del libro es "Letter", una carta que un alumno le envía a un profesor en la que, para excusarse de un trabajo, le cuenta de su investigación rastreando la formas en que se les llama en otros países y lenguas a los torpedos: "En estos últimos nueve meses he caminado sosteniendo una vara de hierro durante una tormenta de rayos", se lee.
Y sigue: "Créame, he limosneado en la universidad, en la corporación cultural, en el departamento comunal, en el comité de ayuda vecinal, para lograr recorrer pueblos lejanos y dejar, por vez primera en la historia, registro de cómo nombraban lo que yo hice en su examen y en el anterior.
Y el anterior al anterior, con la maestra Mary Douglas, que también me pilló copiando".
Poeta de agua salada
Nacido en Buin en 1971 y asentado en Valdivia desde los 90, González ha sido también un investigador y compilador en varios ámbitos: junto a Pedro Araya ha editado las antologías Carne fresca. Poesía chilena reciente (2002) y Zurdos.
Última poesía latinoamericana (2005); mientras que en la no ficción publicó Los más ordenaditos (2020), investigación sobre el fascismo en la juventud en la dictatura, que recibió los premios del Consejo del Libro y Manuel Montt de la Universidad de Chile.
La voluntad antropológica también está en Torpedos: "Estos poemas surgen de ver y experimentar, en clases y trabajos directivos en la educación, lo absurdo de la obligatoriedad de memorizar ciertos contenidos para ser alguien en la vida. Los sistemas de enseñanza de educación formal hacen pasar contenidos como objetivos, lo que debe ser aprendido.
Y la manera más básica que tiene el estudiante de resistirse es justamente hacer un torpedo, usarlo y después olvidarlo", dice el escritor.
—¿Las palabras no fueron suficientes para los poemas de "Torpedos"? ¿O siempre los pensó como objetos?
—Desde el inicio pensé simultáneamente en el continente y en el contenido. Es una porfía por la peripecia y tanteo. Una avidez majadera por lo prospectivo. Una insistencia en que los poemas a través de los poemas estén vivos, estén de pie. Que estén hablando independientemente del texto muerto. La manera en que logran estar de pie es a través de este continente. Sería realmente un hijo de la chingada si solo pusiera estos poemas en la forma clásica.
La manera en que sean mucho más incisivos, más erosionantes, era convertirlos en objetos, darles visualidad, hacerlos vivir.
—Todos sus libros de poemas contienen elementos gráficos y tienden a ser objetos, como "Elábuga", que luce como una tumba. ¿Qué lo ha llevado a esa materialidad?
—He estado rumiando una idea que es la de los poetas de agua dulce y los de agua salada. El de agua dulce necesita tranquilidad, aguas más estancas, porque las peripecias de su poesía son retóricas y metafísicas. Y siempre necesita de orillas, donde contener esa retórica y su métrica. El de agua salada es alguien que está cometiendo riesgos, tiende a ahogarse, porque está en aguas abiertas, pero lo que le fascina es que en las aguas saladas no hay orilla. Y esa sensación de libertad es lo que mueve a ese tipo de poeta. Yo desde chico fui más arrojado a hacer malos poemas, cometer el riesgo, pero estar en aguas saladas. Del que se ahoga, pero lo que le interesa es no ver la orilla. La orilla representa una tesis sobre la poesía que tiene que ver con su esencia. Para mí la poesía no tiene esencia, sino ocasión. Tiene tantos horizontes de recepción como tantos sujetos que la leen. Mi tanteo y mis búsqueda majadera o infantil de lo prospectivo tiene que ver con intentar un parteaguas. Por eso podemos disfrutar con un objeto, con un anillo que se abre, con una regla que te sorprende.
No sé si el poema se sostiene, pero hay una atmósfera que inmersa al lector en lo poético.
—¿Cree que en la poesía de agua dulce, como la llama, ha llegado a una repetición de sí misma y a ensimismarse? Y en ese sentido, ¿un libro como "Torpedos" se hace necesario para romper con la formas clásicas de la poesía?
—Es lo que está pasando hace muchas décadas. La poesía de uso, la que daba sentido en la comunidad familiar, fue ensimismándose. Eso lo detecté joven y por eso me fui acercando a la poesía de los 80, de Carmen Berenguer, Malú Urriola, Sergio Parra. El poema habitado por mucha gente, multivocal, siempre dialógico, que intenta surfear la oralidad para interpelarla. El ensimismamiento del sujeto lírico ha sido muy problemático para la poesía. Porque los esfuerzos por el contorno del poema fueron sacrificados, para concentrarse solo en el interno del poema. Y eso nos dejó hablando solos. Por lo menos mi empeño —aunque es frustrado, hay gente que dice que no se me entiende nada— es que el poema siempre esté habitado por la mayor cantidad de gente adentro. Tiene vocación comunicativa. Mucho de lo que escribo se nutre de bitácoras, entrevistas, documentación. Pero si bien en Torpedos puede gobernar la observación, siempre reina la memoria. El libro puede intentar interpelar el contexto, pero el poema lo metaboliza biográficamente.
Y es lo que hace que el escrito no sea una crónica netamente periodística.
—¿No cree que dada la forma tan sorprendente de "Torpedos" un lector que se encuentre con el libro se quede solo en los objetos y no llegue a leer los poemas?
—En estos 14 años en que fui escribiendo el libro y después elaborándolo, fui bajándole los decibeles a la hinchazón teórica. Este tipo de objetos es carne de cavilación conceptual. Habría sido un error dotarlo de una conciencia conceptual y teórica, y hacer un libro maquinal y teórico. Sobre todo porque Torpedos viene de una actitud libertaria de transfigurar objetos y palabras. Esto es lo más cercano a pensar con los dedos. Y era una necesidad espontánea.
El acto de disciplina manual te lleva a imaginar muchos más poemas que la página en blanco: debes tener un buen poema, tienes que inventar una forma de esconderlo de tu profesor y luego tienes que hacerlo. Y bueno, si el lector no llega a los poemas... Si yo me liberé de eso, entiendo al lector que pueda liberarse de los poemas textuales e ingresar a un mundo de poemas manuales.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Un libro para superar la escritura: los poemas manuales de Yanko González.
TORPEDOS, Ediciones Kultrún, 2024, 928 págs.
Por Roberto Careaga C.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 9 de junio 2024.