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Mentirosa
Punto Aparte, Valparaíso, 2012

Yuri Pérez

Publicado en Punto de partida, México. N°176



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Mi hermana piensa que con ir a la iglesia va a conseguir la vida eterna. Pero no, está tan enferma como Aníbal Lecter, el comecuellos que tiene un bozal hecho con cuero de sacerdote. Ir a la iglesia y orar sin sentir lo que se ora es tan fácil como tomar una taza de té. Como ponerse calzones. Como preparar ensalada de tomates. Ella es cínica, aunque lo disimule. Ella y muchas que dicen llevar a Cristo en el pecho. Si el creador divino existe, no está bien nombrarlo en vano, ni pedirle favores personales: una casa nueva, dinero. Muchas, como mi hermana, se llenan la boca con la Biblia y son mujeres infernales. Y cuando viene un terremoto, piden perdón. Cuando llegan huracanes, piden perdón. Cuando fornican, piden perdón. Y si caen sobre un puñado de marabuntas, exigen clemencia del rey de reyes.

Ni Aníbal Lecter ni mi hermana van a llegar al reino de los cielos. Tampoco Jason, el de la máscara que mata gente en la isla. Nadie que clave en la frente un hacha a otro puede entrar al reino del cielo. Ni Freddy Krueger, ni el Chupacabras, ni Obama, ni Fidel Castro. Menos Charles Darwin. Ni el Papa Benedicto XVI. Tampoco Allende, porque era masón. Los masones no tienen fe en Cristo. Pinochet también queda fuera, por devoto: estaba loco, católicamente desquiciado. Ashley Judd entrará al reino de Dios, ella es un ángel, más linda y tierna que Marilyn. Ashley Judd es bella como Leonor Varela, las imagino besándose en la trastienda de un set de televisión: Ashley tocando el ombligo de Varela con la lengua, ambas mirándome de reojo, yo endurecida.

Leonardo Di Caprio entrará al reino de Dios por serafín. Lo esperarán con trompetas de titanio, no van a dejar que naufrague como en el Titanic. Van Damme no entrará al reino de Dios porque lo único que sabe es pegar mahuachis y patadas de kung fu, quebrar rodillas y sacar sangre de narices a los actores secundarios. Habla francés y el francés es una lengua demasiado pedante.

Para llegar al reino de los cielos tampoco basta con tener un cuadro de la Santa Cena donde aparece Magdalena haciéndose la simpática en medio de los apóstoles. Ni usar rosarios en el cuello. Ni llevar denarios en las manos. Ni escribir “Jehová” en la pared de la cocina. Ni tener fotografías del Papa Juan Pablo II en la puerta del refrigerador para que cuide las latas de cerveza. Ni enmarcar la barba de Juan Canut de Bon, otro español en la historia de Chile, otro colonizador que dejó huella. Al menos éste no vino para llevarse el oro. Éste vino para llevarse almas, y lo hizo. Válgame, aunque una tenga hijas vírgenes no es seguro conseguir el paraíso. Por eso hay que llevarlas al ginecólogo para que se controlen. Los pecadores no deben escupir al cielo.

Yo soy laica por decisión personal, sin embargo, actúo como una verdadera evangélica: no hago daño a nadie, no menosprecio a nadie, no siembro cizaña ni me acuesto con las vecinas. Tampoco miro películas pornográficas para conseguir orgasmos. Me siento una mujer feliz ya que los orgasmos me llegan sin aviso previo, de la nada. Soy una mujer plena. No soberbia, soy laica.

En la película Depredador hay respuestas para entender algunos asuntos complejos, sobre todo cuando el extraterrestre le perdona la vida a Schwarzenegger en el barro. Si el bicharraco quisiera, podría arrancarle las amígdalas de un manotazo, pero el bicho no hace más que mover las tenazas del hocico. Alguien como él construyó Machu Picchu, de eso estoy segura, los incas son hijos de padres interplanetarios. También en El código Da Vinci existen pistas sobre el origen de Dios, sobre todo en el asunto del Santo Grial y del caucásico ese que se viste de cura y mata a todo el que se cruza en su infierno de niño rubio. Es fanático, porque debe guardar el secreto del Vaticano, un secreto que echaría por tierra todo el catolicismo. El cura asesino se autoflagela y lleva bajo la sotana una pistola nueve milímetros que coloca en la boca de las monjas y en el pecho de las ancianas. Y dispara de manera automática, como Clint Eastwood en el gran cañón de Norteamérica matando apaches y mexicanos, con el pucho en la boca.

Otras piensan que adorando al nuevo Papa está todo hecho. En mi opinión, es malo el curita del Vaticano. No creo cuando dice que todo lo hace por Dios y la Iglesia Católica. Cada vez que puede termina los discursos en su lengua materna, un alemán de acento duro que recuerda a Hitler. Algo se parece al cura rubio de la película El código Da Vinci. Ambos tienen ojos azules y piel blanca. Seguro los dos pueden resucitar al tercer día. Quizá el curita de la película, después del rodaje, termina bailando con la Tongolele y degustando tacos en el Distrito Federal. En cambio, el Papa debe volver a la oficina del Vaticano para quitar de su mano los anillos de oro y diamante. Es un depredador burgués con estola.



Me hice un rebajo brasileño, con una máquina de afeitar desechable. De las azules fabricadas en Colombia o en Ecuador. No estoy muy segura de eso. Pero de que corta, corta. Me senté en la cama con un espejo en la mano izquierda, un espejo de Barbie. El espejo trae a Barbie pintada en el borde del marco. Con el espejo en la mano y sin calzones, me abrí de piernas. Ya me había bañado, estaba limpia de polvo y paja. Vi que tenía pelos por todos lados. Mi entrepierna era como una jungla. No alcanzaba a divisar la entrada de mi vagina. Es que las chilenas no nos depilamos a la brasileña, nos gusta tener harto pelo.

Yo tengo el cabello largo y liso, por eso me llama la atención que los pelos de abajo sean crespos. Parece que todas los tienen crespos: la esposa del pastor evangélico, las monjitas del convento, las cajeras del supermercado y la presidenta argentina Cristina Fernández. La hija de Fujimori los tiene también crespos. Y siempre debió tenerlos crespos la Teresa de Calcuta. Está en los genes femeninos, Dios lo quiso de ese modo.

Me senté en la cama y abrí las piernas todo lo que pude, como si el miserable de mi marido me lo estuviera haciendo. Es que cuando él se sube debo abrir las piernas como un abanico; de otro modo, no hay ninguna posibilidad de que me penetre. Eso explica la buena elongación que tengo. Debiera dedicarme a la contorsión profesional, trabajar en un circo mexicano, no en uno chileno, porque en los chilenos sólo contratan a humoristas. A malos humoristas, comediantes que ya no hacen ningún aporte a la nación y que necesitan parar la olla. Además son feos. Los comediantes de Chile son feos y drogadictos. Dicen que creen en Dios, pero mienten. Son como las católicas de clase media, se hacen las damas, se visten bonito, se tiñen las canas. La mayoría estudió en colegios de monjas, donde el amor se compra con rosarios fabricados en raulí. Pero son unas perras, malas como el natre, unas Medusas.

Con la mano izquierda tomé la máquina de afeitar desechable; con la otra, el espejo de Barbie. Primero saqué lo que está bajo el ombligo, el camino a la gloria. Fue fácil, un mero trámite. La máquina de afeitar se deslizó rápidamente. Entonces llegué al montón de pelos, un enredo de crespos que no dejaba entrar el viento ni las lenguas ni los lubricantes. Comencé a depilar desde arriba hacia abajo. Dolía un poco, pero me hice de fuerzas.

Luego llegó el momento en que debí soltar el espejo para poder quitarme los pelos de abajo, así que lo tomé con las plantas de los pies. Me aseguré de que quedara frente a mi vagina. Afiné la puntería y empecé a sacar la cabellera en seco, sin una gota de agua.

Para no ensuciar la colcha de la cama puse una toalla bajo mi trasero, para retener ahí los pelos y guardarlos de recuerdo, quizá fabricar aros artesanales con ellos. La toalla se llenó de pendejos. La toalla blanca que tiene el rostro de Jesús en el centro, donde aparece con ojos azules y el cabello largo y ondulado, como actor de Hollywood. Rico, machote. Aunque los científicos europeos digan que Cristo fue negro, yo me niego a eso. Lo prefiero como ya lo dije antes, alto, imponente y potente.

Mi vagina fue apareciendo poco a poco. Primero corté los pelos del lado izquierdo. Entonces vi mi piel blanda, blanca, burda, vieja. Repleta de sarpullidos, inflada. Tomé la foto de una garota depilada y con las piernas abiertas. A ella la vagina se le veía bonita, suave, con carácter. La mía estaba casi al borde de la deformidad. De todos modos seguí con el depilado artesanal, hacia abajo. Ahí es complejo porque se juntan los pelos de la vagina con los del trasero y el terreno se torna estrecho. La máquina no se puede pasar a lo ancho. Se puede pensar en un par de bigotes, pero hay que saber dónde parar ya que puede ser un verdadero crimen. Llegué hasta abajo y más abajo por el lado izquierdo. Luego comencé a subir por el área derecha. Me dolían las piernas, la columna, la nuca y las muñecas. Estaba cansada pero había que terminar.

Todo por el pastor. Para comérmelo entero, para mostrarle que en la iglesia soy una dama, pero en la cama una puta. Él lo sabe, seguro lo sabe, todo hombre lo sabe.

Para ir terminando de una vez, pasé la máquina con la rapidez de los ríos de Chile. No lo digo por la contaminación, sino por el movimiento de la mano, rápido, dejando caer los pelos sobre la toalla de Cristo, ajustando la máquina con fuerza, cargándola sobre la carne hasta llegar a la altura de la guata.

Ya me temblaba la mano y estaba perdiendo el pulso. Vi que tenía sarpullidos por todos lados, enrojecimiento general, las carnes blancas y una grieta extensa. Me pareció fea, no se veía bien. Lucía como un montón de carne cruda de pavo. Dejé la foto de la garota y el espejo a un costado de la cama. Tomé uno a uno los pelos que estaban sobre la toalla y los guardé dentro de una taza de té. Eran muchos. Realicé ejercicios de elongación, cerré las piernas, moví la cabeza de un lado a otro y respiré profundo, pero no de alivio: lo hice para evitar la migraña que me da cuando hago mucho esfuerzo físico.

Dejé algunas manchas de sangre sobre la colcha. Cruzaron la textura de la toalla. Fui al baño a buscar una esponja de limpieza, le puse detergente y agua y limpié la tela. Me sentí como garota de algún barrio pobre de Brasil, de alguna favela. Celulítica, pero digna. Una mujer ordinaria de Río de Janeiro. Ahora sólo me faltaba jugar fútbol de arena. Pero aquí en la ciudad no hay playa, aquí hay basura y delincuentes. Y viejas chismosas. Y católicas mala gente. Y evangélicas de dos chapas. Son todas maracas.



Soy franca. Me gusta el cine comercial extranjero —el cine chileno es una vergüenza patria—, aunque siento indiferencia por Angelina Jolie, me parece farsante y desnutrida. Tengo apatía por Drew Barrymore y Cameron Díaz, hijas de Charlie. A la oriental de la cinta no la recuerdo, pero es patética, sólo unas idiotas grabarían una película como ésa. Yo no soy así. No practico kung fu a nivel de olimpiada, ni corro en autos de última generación. Tampoco trabajo para un sujeto que no tiene rostro, que es sólo voz y da órdenes como si una fuera su concubina. “Hola, Charlie.” Además, la Drew Barrymore se ve gorda y pequeña en las escenas de pelea, aunque le pongan contrincantes de un metro cincuenta de altura. De la Cameron Díaz para qué decir más, tiene el rostro cubierto de acné y le falta culo, lo dejó en el asiento de un restorán en Viena.

Menos respeto siento por Silo y su séquito de marihuaneros amantes de la sicodelia. Se juntan en la cordillera de los Andes para hablar tonteras. Para tomar mate y esperar la llegada de los espíritus inmaculados del cosmos. Silo es peor que un cura con arma blanca en la mano. Menos tengo admiración por Berlusconi, que actúa como si fuera Nerón. Es un puto, mete en su casa a niñas menores de edad para tener sexo. Es peor que la Cicciolina. Al menos ella dice la verdad sin pelos en la lengua, sin pelos en los muslos. Mal ojo de los italianos que lo pusieron ahí. Sólo le falta ocupar el Coliseo y ver cómo “La Roca” corta la cabeza a George Clooney por un millón de dólares, en una escena para hbo. Y no tengo ningún aprecio por Maradona, porque es un adicto supremo. Nunca le tuve admiración por su tremenda soberbia. A estas alturas, lo único que hace es escupir. Se siente un Cristo, pero está en decadencia absoluta. Con los argentinos no hay caso, hacen cada disparate… Tienen una Iglesia Maradoniana, se casan ahí, bautizan ahí. Construyeron un templo para un futbolista. Yo amo el fútbol, sé bastante de fútbol a pesar de ser mujer. Un jugador de fútbol no merece una iglesia. Los que la dirigen deben ser unos tarados. Nadie merece que le levanten un templo a menos que tenga alas, como los ángeles.

Como sea, con la forma que tengo de ver la vida estoy en paz. Lamento lo de mi hermana, pero ella se lo busca; no puedo sacarla de la iglesia si no se lo propone. A ella le encanta estar sentada en los bancos del salón del templo, mirar los vitrales que brillan en la parte de arriba, donde están escritas las iniciales de los profetas. Bajo los vitrales, los evangélicos son violentos y prepotentes, sobre todo los pastores. Cuando caen en trance se van al piso pataleando, golpeando las baldosas con el cráneo. Luego del numerito en el templo, se van a sus casas manejando camionetas 4 x 4. Corren por las calles como si estuvieran en Indianápolis. Con una de esas camionetas se pueden construir diez viviendas para la gente pobre. Los pastores, y los curas, y las monjas, creen tener el universo entre las manos. Es un asunto de poder. El poder mueve montañas. Por ejemplo, mi hermana: ella quiere una casa en la playa, quiere ser una mesías, bautizar gente millonaria, ser Juanita la Bautista.

Mi hermana canuta necesita que le ayude a entender muchas cosas. Haré que lea algo de literatura entretenida. Le voy a regalar la saga de Crepúsculo y El código Da Vinci. Son libros precisos para leerlos bajo la sombra de la higuera, sobre todo la saga de Crepúsculo. Puede parecer una trama ridícula para aquellos que leen a Nietzsche, el que se las daba de filósofo y no era más que un esquizofrénico, pero es un deleite para la gente como yo. Se venden camionadas de libros de Crespúsculo en todo el mundo, nada que ver con los escritores chilenos, que son aburridos y garabateros. A pura chuchada creen que van a lograr el éxito. Por ejemplo, el Lemebel: es un homosexual que sólo habla de lo que los gays hacen o dejan de hacer, como si fuera un asunto realmente importante. Le falta creatividad a Pedrito, a mí no me importa su vida de maricón, pero que escriba cosas que valgan la pena, que no valgan el pene. Además él se viste como niña, como dama, parece una caricatura. Y es de izquierda, políticamente de izquierda. Si Marx supiera, se cortaría la cabeza o el miembro.

Mi hermana necesita aprender cosas, para que se relaje. Ella cree en Jesús, pero este último tiempo está rara, anda diciendo frases inconexas. Habla y habla del pastor de la iglesia hasta el cansancio, mientras maldice a mi cuñado, su marido, y eso me apena. A él le tengo cariño. Es intelectualmente limitado, pero le tengo afecto, el afecto que mi hermana le niega.

Le diré que lea Crepúsculo. Se va a divertir. Tendré que explicarle que lo de vampiros no tiene nada de satánico, que es ficción, pura fantasía. Si le gusta me lo dirá y, si eso ocurre, le presto Eclipse para que siga la saga. Le voy a decir que leer esos libros es cool, que la gente te mira si los lees en el bus, que te da estatus frente al montón de chilenos ignorantes. No es lo mismo leer Eclipse que leer a Lemebel. No. Leer Eclipse en el bus es igual que leer a Isabel Allende en el metro. Si lees a Isabel Allende en el metro eres educada e intelectual. A ella la respeto, me alegra que le hayan dado el Premio Nacional de Literatura. Muchos reclamaron, pero por envidia, porque ella es un fenómeno. Por algo tiene sus libros traducidos a cuanto idioma existe. Además es simpática como yo, ella también finge ser intelectualmente arrolladora. En el fondo es súper ordinaria, como yo, pero sabe aparentar y eso lo valoro.

Yo quiero ser como ella, como la Isabel Allende, parecer inteligente, parecer artista, parecer feliz y preocupada de los problemas de la gente en el mundo, dar entrevistas en A&E. Pero ella gana mucha plata, yo no. Ella vive en Estados Unidos, yo vegeto en una ciudad desconocida. Ella se relaciona con los actores de Hollywood, yo me codeo con un par de amigos agnósticos que tocan guitarra y cantan a Sui Generis. Ella tiene una mansión, yo tengo una casita que el estado chileno me dio, una palomera de barrio peligroso. Ella tiene bidet en el baño, yo gozo de agua fría y un wáter que compré en la feria de artículos usados. Ella cena en restoranes de New York, yo trago lo que tengo. Así cualquiera escribe buenos libros. Al menos soy lesbiana y atea. Ella escribe bien, pero ahora que lo pienso, es una mentirosa, una comunista mentirosa que vive como gringa y no sabe nada del hambre de Chile.

Ojalá Lemebel nunca se gane el Premio Nacional, tampoco Lafourcade, ni Skármeta, ni el minero Rivera Letelier, ni Pía Barros, ni Collyer. Menos el cuico posero de Fuguet, tampoco Gonzalo Contreras, ni los imitadores de Bolaño. Por ningún motivo Germán Marín o el pendejo de Bisama. Nunca Zambra. Jamás Yuri Pérez, porque entró al mundo de los novelistas chilenos por plata, se puso aburrido y gordo, más soberbio que Lemebel, más pelado que Skármeta. Ahora le tienen odio por vendido. Dicen que rodó por una escalera automática como si fuera un saco de papas. Tuvo fractura de cráneo y estuvo en neurocirugía un par de semanas, a punto de perder los sesos. Perdió el sentido del olfato y sufre de vértigo, tiene convulsiones y habla en una lengua desconocida similar al francés. Ojalá tenga otro accidente y se fracture la espina dorsal. Debe tener pacto con mi hermana, la canuta, de otro modo no me explico cómo miró a la muerte sin que ésta se lo llevara de las mechas, cómo escapó del hocico de la perra. Yuri Pérez es el peor de todo el cuchitril.





Yuri Pérez (San Bernardo, 1966). Ha publicado los libros de poesía Cara et fuego (Instituto Nacional de la Juventud, 1994), Cartas del interno (Municipalidad de El Bosque, 1995), Gringa: el canto de los llanos de Lepe (Creación Ediciones, 1997), Mala yerba (Libros del Llano, 1998), Cumbia (Editorial La Cáfila, 2003), Ceremonia del Cristo blanco (Fahrenheit Producciones, 2004) y Ghetto (Editorial La Cáfila, 2006). Por su obra ha recibido el Premio Municipal de Literatura de San Bernardo en 1997 y 2001. Es autor de las novelas Suite (Editorial Puerto Alegre, 2009), Niño feo (Narrativa Punto Aparte, 2010, Premio Nacional de la Crítica 2010) y Mentirosa (Narrativa Punto Aparte, 2012). Es cofundador y director de la Academia de Letras de San Bernardo. Sus textos han sido traducidos al inglés, al catalán y al holandés.




 



 

 

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