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Los animales por dentro de Pablo Paredes Muñoz
Santiago: Ediciones El Mercurio. 2020. 91 páginas.

Por Zenaida M. Suárez Mayor
Instituto de Literatura. Universidad de los Andes (Chile)
Publicado en LALT, N°15, agosto de 2020


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Los animales por dentro es  La raza chilena  diseccionada, es un “nosotros” por dentro; la miseria de Chile en forma de fábula-poética. Es  El poema de Chile despojado de la mujer fantasma, con un reiterado huemul mudo y un ausente cóndor horrendo cuando lo vemos desde cerca; tan horrendo que no es descrito por dentro porque quedó suficientemente desprestigiado como parte de la “raza”.

El libro de Paredes, ganador del 28º certamen del “Premio Revista de Libros” de El Mercurio cierra en su contratapa con tres desconcertantes notas de los que fueron su jurado: Óscar Hahn, que solo alcanza a decir de él que es original y lo desvincula de las tradiciones de la poesía chilena; Elvira Hernández, que lo visita a través de una imagen algo más cercana a su centro cuando dice que “percibí esa clave que tiene la poesía de presentarse como algo inocente y arrastrar hacia un pantano” y Adán Méndez, quién tampoco alcanza a vislumbrar la metáfora y solo atisba la técnica fabulesca de Paredes.

El poemario, dividido en siete capítulos precedidos de un inusitado “Coro”, canta a “Los zorros”, a “Los perros”, a “El zunzuncito”, a “Los gatos”, a “Las polillas”, a “Los osos” y a “El huemul” y está dedicado a Manuel Paredes Parod, padre del poeta.

De extensión variable cada uno y en total verso libre, pero con una melodía candente, lenta y apesadumbrada, los textos de Los animales por dentro se presentan como diálogos con un/a otro/a y monólogos interiores que se van intercalando.

El “Coro” es un texto prenunciativo por donde desfilan la Cordillera, el concepto de hogar, los terremotos, los choroy, el desierto y los cerros en un lenguaje-dialecto que entronca con la etno- y geografía de Chile, donde la voz poética parece ser al principio la de cualquier progenitor/s de cualquier especie animal que trata de enseñar, mostrar y advertir a la cría (hembra) de los peligros y de la historia, pero que en los últimos versos nos da una clave con forma de alas: “por eso corre, hija, debes cruzar la cordillera/ aunque se te raje la guatita/ por dentro / y por fuera” (16). Su tono apocalíptico es evidente y su drástica separación del mundo urbano y rural había quedado patente ya cuando nos había dicho versos antes: “ustedes son los autos/ ustedes nos reventaron por dentro” (16) (autos-país-política-desmembramiento, dolor, desamparo).

Los zorros y los perros no pueden convivir en la obra de Paredes, los de arriba y los abajo no lo hacen en el país porque la patria es fría, de nieve, y el zorro hijo trata de enmascararse para parecerse al perro de la ciudad; pero la madre, que sabe que “mentir en el frío es un acto de amor” (20) le hace “jurar por ella que nunca más” volverá a decir que él era un perro (22), a pesar de “su carita de perro” (25). Pero los perros tampoco lo tienen fácil, quieren ser llamados “Cholo” y arrastrar su pelo incapaz de sentir por las calles de la ciudad asfaltada y se autoengañan con que la quema de garrapatas es una protesta al cielo y “Que una perra es una barricada” (34).

Con el “Pajarito de Dios” se soporta la angustia; con un “caraj” se evade el hambre; con un zunzuncito se logra la reconciliación rabiosa de una sangre mestiza; con un “bigote chicano” se muestra la desventura y como “la lengua de los pájaros es seca y lisa” (46) se grita “Amén” cuando se ve un colibrí cayendo. La rabia regurgita en los versos de Paredes y se alcanza a leer aún: “Estos creen que porque somos los pájaros más pequeños del mundo nos vamos a meter en sus bocas y dormir en sus lenguas” (45) con un desafiante tono heroico y “aperrado” que retoma con fuerza en “Los gatos” cuando afirma: “Pienso que un día matará/ y que bendito sea que lo frágil/ un día pueda matar” (53).

“La polillas” por su parte, son un “bichito de témpera negra,/ vuela y mancha como si la cargaran unas hormigas del cielo” (64). Animalitos de sustancia indecible, son también un reflejo del espíritu engrandecido de todos estos animales retratados, “creyéndose piedra contra el vidrio” (64); así como la nobleza de “Los Osos” es corrompida desde adentro y “un oso sin corazón devora el corazón de un venado”, que va a ser “El Huemul”, el único de todos los animales retratado en un profético número singular; el gran huemul silencioso que, cual mistraliano afantasmado, nos sirve de alucinógeno y nos obliga a decirle “huemul a la morfina y su estrellita roja” (87) y que “enredada en la manguera de la sonda” (91) cierra un volumen de dolor familiar y nacional con el que Paredes se atrevió a retratar angustia, sufrimiento, “choreza” y supervivencia de un pueblo que lo habita en el núcleo familiar de una madre-padre-hermana-hermano donde estamos todos los que, alguna vez y en algún momento nos hemos podido identificar, desde adentro, con algunos animales de la Patria; porque cada uno de esos animales es un tipo de ser (un tipo de mujer-hombre-niña-niño) que habita el territorio que llamamos Chile.

 

 

 

 

[Adelanto]


CORO


Hija,
ese no es un río, es un cementerio de muñecos de nieve.
Toma mi mano y canta una canción tonta,
necesitamos tanto una canción tonta
y necesito tanto que en tu boquita haya una canción tonta.

Sé que dije que este país era de otra forma,
pero no te mentí:
yo también me corté con la cordillera.

No me muerdas, pequeña, come de mí
que el invierno todavía viene ladeándose en tu omóplato por
creerlo alita mocha.
Nunca te dije que éramos una familia de ladrones,
bueno, ahora los sabes,
así que roba de mí,
saquea esta ciudad mientras el terremoto pone sus huevos en ella.

De verdad que no sé qué tan lejos estamos de casa,
ni entiendo qué quieres decir con casa.
Pensé que tu casa era yo.
Pensé que los perros nos perdonarían haber bebido en sus platos
y haber dormido en sus casuchas.
Pensé que se terminaría este coro de autopistas,
que las pezuñas dejarían de rasparse en la berma,
que el choroy con las alas cortadas dejaría de cruzar la calle
como si cruzara el desierto,
pero ellos siguen ahí y repiten una y otra vez:
Ustedes son los autos
¡Ustedes nos reventaron por dentro!
Por eso no te confundas, hija, los cerros son metástasis.
Por eso corre, hija, debes cruzar la cordillera
aunque se te raje la guatita
por dentro
y por fuera.

 

 

Capítulo 1

LOS ZORROS



I

La niña-zorro ha cavado una cueva en la nieve.
Dice que nunca será madre,
que su corazón es una niña-zorro y que ella es la nieve.


II

Una zorra está pariendo en la nieve,
dice parir es interrumpir la nieve
pero seguido dice la literatura no calienta nada.
La madriguera no calienta nada. Ni el parto calienta algo.
Se acuerda de un baile al que fue.
Un baile de la que la corrieron a piedrazos.
Se acuerda que alcanzó a bailar con las piedras en el aire.
La camada viene tibia.
Se pregunta si algo en ellos recordará esa fiesta.
Es de noche pero igual la nieve se ve blanca.
Su camada es color tierra, pero no hay tierra.
La nieve vino de todas partes.
Se pregunta si podrá hacer creer a su carnada que la nieve es de leche.
Dice: mentir en el frío es un acto de amor.


III

Eres el zorro y debes matar a ese polluelo con tu hocico,
debes tragarlo como si lo estuvieras pariendo,
eres el zorro,
con tu canción de cuna se mueren los pajaritos que se distraen,
quien ve tu corazón es quien cayó en la trampa.


IV

Creo en mi madre-zorro porque la vi llorar nieve.
Me dijo la vida es arrancar de los perros y me hizo jurar por ella
que nunca más volvería a decir que yo era un perro.
Su lengua me dibujó porque sabe hablar en saliva
y su saliva es la patria,
la carretera y los animales en la vía que son nuestra única religión.
Creo en mi madre-zorro porque la vi robar,
mordiéndose sus propias patas,
cantando como culebra,
llena de hambre, ríos y hongos en bolsitas plásticas.
Creo en mi madre:
Zorra que se arrancó el cáncer con sus propios dientes.


V

Eran dos cachorros. Un día, uno amaneció muerto de frío.
No hay otros animales que se lo vengan a comer.
No hay sol que lo pudra.

Vivió algunos meses,
no alcanzó a matar nada,
sólo mirar un poquito la nieve, un poquito a su hermano y morir.


VI

El niño-zorro olfatea la nieve.
Piensa en esos lugares en donde no nieva nunca.
Piensa en cómo será conocer la nieve en vez de nacer con ella.
Piensa en si los otros animales tendrán una palabra para la nieve
que ahora se mancha con tierra.
Escucha algo. Se pregunta si es el sonido de la nieve.
Se convence de que la nieve está cantando.
Se pregunta cuál es la diferencia entre cantar y hacer un ruido que
significa algo distinto al ruido.
Se pregunta si la nieve es una enfermedad que tiene el bosque.
Se da cuenta que ya no recuerda a sus hermanos.
Piensa que todo lo que piensa se vuelve nieve.
Nunca ha visto uno,
pero
en su cabeza ve a un cachorro humano jugando en la nieve
sobre una bolsa de basura.


 

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"Los animales por dentro" de Pablo Paredes Muñoz
Santiago: Ediciones El Mercurio. 2020. 91 páginas.
Por Zenaida M. Suárez Mayor
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Publicado en LALT, N°15, agosto de 2020